14 de julio de 1904- Polonia Escritor. Defensor del vegetarianismo. |
LA NIEVE DE CHELM
Chelm era una aldea de tontos:
tontos jóvenes y tontos viejos. Una noche alguien espió a la luna, que se
reflejaba en un barril de agua. La gente de Chelm imaginó que había caído allí.
Sellaron el barril para que la luna no se escapara. Cuando a la mañana
destaparon el barril y comprobaron que la luna ya no estaba allí, los aldeanos
concluyeron que había sido robada. Llamaron a la policía, y, cuando el ladrón
no pudo ser hallado, los tontos de Chelm lloraron y gimieron.
De todos los tontos de Chelm, los
más famosos eran los siete ancianos. Como eran los tontos más rematados y más
viejos, gobernaban en Chelm. De tanto pensar, tenían las barbas blancas y las
frentes muy anchas.
Una vez, durante toda una noche
de Hannukkah, la nieve no cesó de caer. Cubrió todo Chelm como un manto de
plata. La luna brilló, las estrellas titilaron, y la nieve relució como perlas
y diamantes.
Esa noche los siete ancianos
estaban sentados y reflexionando, mientras arrugaban sus frentes. La aldea
necesitaba dinero, y no sabían cómo obtenerlo. De repente, el más anciano de
ellos, Groham el Gran Tonto, exclamó:
–¡La nieve es plata!
–¡Veo perlas en la nieve! –gritó
otro.
–¡Y yo veo diamantes! –agregó un
tercero.
Para los ancianos de Chelm estaba
claro que había caído un tesoro del cielo.
Pero pronto comenzaron a
preocuparse. A la gente de Chelm le gustaba caminar, y ciertamente terminarían
por pisotear el tesoro. ¿Qué se podía hacer? El tonto Tudras tuvo una idea.
–Enviemos un mensajero que golpee
en todas las ventanas y comunique a todos que deben permanecer en sus casas
hasta que se hayan recogido la plata, las perlas y los diamantes.
Durante un rato los ancianos
quedaron satisfechos. Se restregaron las manos y aprobaron la astuta idea. Pero
entonces Lekisch el memo hizo notar con aflicción:
–El mensajero mismo pisoteará el
tesoro.
Los ancianos comprendieron que
Lekisch tenía razón, y otra vez arrugaron las frentes en un esfuerzo por
solucionar el problema.
–¡Ya lo tengo! –exclamó Shmerel
el Buey.
–Dinos, dinos –rogaron los
ancianos.
–El mensajero no debe ir a pie.
Debe ser transportado sobre una mesa, para que sus pies no toquen la preciosa
nieve.
Todos quedaron encantados con la
solución de Shmerel el Buey, y los ancianos, batiendo palmas, admiraron su
sabiduría.
Los ancianos enviaron
inmediatamente a alguien a la cocina a buscar a Gimpel, el chico de los
recados, y lo pusieron sobre una mesa. Y ahora ¿quién habría de transportar la
mesa? Fue una suerte que en la cocina estuvieran Treitle el cocinero, Berel el
pelador de patatas, Yukel el mezclador de ensaladas, y Yontel, que cuidaba a la
cabra de la comunidad. Se les ordenó a los cuatro que llevaran la mesa en la
que Gimpel se había puesto de pie. Cada uno sostuvo una pata. Arriba estaba
Gimpel con un martillo de madera, para golpear en las ventanas de los aldeanos.
Entonces salieron.
En cada ventana Gimpel golpeaba y
decía:
–Nadie debe salir de casa esta
noche. Ha caído un tesoro del cielo y está prohibido pisarlo.
La gente de Chelm obedeció a los
ancianos y permaneció en sus casas durante toda la noche. Entretanto los
propios ancianos se sentaron, tratando de imaginar cómo harían mejor uso del
tesoro, una vez que lo recogieran.
El tonto Tudras propuso que lo
vendieran y compraran una gansa que pusiera huevos de oro. Así la comunidad
tendría unos ingresos fijos. Lekisch el memo tuvo otra idea. ¿Por qué no
comprar anteojos que hicieran parecer más grandes todas las cosas a los
habitantes de Chelm? Las casas, las calles y las tiendas parecerían más
grandes, y desde luego, si Chelm parecía más grande, pues entonces sería más
grande. Ya no sería una aldea, sino una gran ciudad.
Surgieron otras ideas igualmente
ingeniosas. Pero mientras los ancianos sopesaban sus diversos planes, llegó la
mañana y brilló el sol. Miraron por la ventana y, caramba, vieron que la nieve
había sido pisoteada. Las pesadas botas de los porteadores de la mesa habían
destruido el tesoro.
Los ancianos de Chelm se
acariciaron sus blancas barbas y admitieron que habían cometido un error.
¿Quizás, razonaron, otras cuatro personas debían haber llevado a los cuatro
hombres que llevaron la mesa en la que estaba Gimpel, el chico de los recados?
Tras largas deliberaciones los
ancianos decidieron que, si durante el próximo Hannukkah llegaba a caer otro
tesoro del cielo, eso era exactamente lo que habrían de hacer.
Aunque los aldeanos se quedaron
sin tesoro, estaban llenos de esperanzas para el año siguiente y elogiaron a
los ancianos, con quienes sabían que se podía contar para encontrar una
solución, por muy difícil que fuera el problema.
De:
http://narrativabreve.com
“En
relación con los animales, toda la gente es nazi; para los animales, esto es un eterno Treblinka” |
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