viernes, 9 de enero de 2015

Glenda Cal, una visión intimista de la escritura.

Los convencionalismos son los sostenes de peligrosos estereotipos que no nos permiten evolucionar como sociedad ni como individuos.
“¡Zapatero, a tus zapatos!” sería el refrán que mejor se acerca a uno de ellos, ése que establece aún hoy - después de la infinita revolución representada por Einstein-que un científico no puede transpasar las fronteras de su hemisferio regulador para manifestarse como ser completo y capaz también de expresar sus emociones a través de la creatividad.

Sin embargo, va aumentando progresivamente la cantidad de exponentes que prueban la falacia de tópico tan arcaico. Arcaico y funcional a diversos intereses.

Desde este Centro, estamos teniendo la oportunidad de comprobar, cada vez más intensamente, la rebelión todavía callada pero contundente de much@s personas que no se someten ya a esa forma de domesticación del “zapatero, a tus zapatos”. Much@s son l@s obrer@s y l@s profesionales “desobedientes”, porque el Arte, esa chispa de trascendencia, es marca de nuestra vulnerable condición humana.

Pero, ¿qué tal si señalamos un punto en la línea del tiempo que nos remonte a muchas décadas atrás, cuando había que crear, cuando había que escribir casi a escondidas, porque... “cómo un escribano o un albañil van a practicar semejantes sandeces, cuestiones de gente haragana, de vagos soñadores”. Y para subrayar esta discriminación, recordemos cómo, en sentido inverso,  Felisberto Hernández fue marginado por no proceder de las filas universitarias.

De aquellas décadas procede una obra que tenemos hoy el gusto de compartir: “Lo mío”, de Glenda Cal.


Glenda es actualmente una profesional retirada. Ejerció la Odontología durante más de treinta años. Gestó una prolífica familia. Y, entre tratamientos de conductos y lavado de pañales o control de los deberes escolares, halló tiempo para registrar espontáneamente los vaivenes de su mundo interior. Necesitaba ese espejo, ese cofre invisible de dolores y esperanzas, ese íntimo guante para tocarse el alma.

No hubo nunca pretensión de exponer públicamente esa otra parte de su ser. Sólo que, con la serenidad que conlleva el retiro, entendió que su familia tenía derecho a conocer a esa otra Glenda insospechada; en suma: la Vida rindiendo homenaje a la Vida.

Y así, sin protocolos, con la sencillez de los actos solemnes que cada día nos ofrece la existencia, así fue rendido ese tributo de Amor.









Muy interesante nos pareció esta prueba de una escritura despojada de los afanes del protagonismo o de la fama. No sólo se escribe para figurar en la portada de algún medio o para recibir pasajera adulación. 


Entre todas las posesiones materiales, la escritura bien puede ser el único bien propio, aunque adolezca de esa incompletud real que media entre la palabra y el siempre ignoto inconsciente. Pero hay quienes se atreven a hundir la mano en su oscuridad para atrapar el jirón, la lasca, la gotita de sangre o de agua, y reconocer “lo mío”, como con total certeza interpretó Glenda Cal.

Glenda, admiramos en ti
la paciente y valerosa actitud de autocontemplación,
la humildad de custodiar esa imagen sin maquillaje,
el compromiso de legarla con la autenticidad propia
de los seres dignos.










































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