8 de junio de 1903- Bélgica Escritora y traductora |
Querido
Marco:
...El juego misterioso que va del amor a un
cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante hermoso como para
consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan, puesto que la palabra
placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez las nociones de
tibieza, dulzura, intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito.
La extraña frasecita de Posidonio sobre el frote de dos parcelas de carne -que
te he visto copiar en tu cuaderno escolar como un niño aplicado- no define el
fenómeno del amor, así como la cuerda rozada por el dedo no explica el milagro
infinito de los sonidos. Esa frase no insulta a la voluptuosidad sino a la
carne misma, ese instrumento de músculos, sangre y epidermis, esa nube roja
cuyo relámpago es el alma. Reconozco que la razón se confunde frente al
prodigio del amor, frente a esa extraña obsesión por la cual la carne, que tan
poco nos preocupa cuando compone nuestro propio cuerpo, y que sólo nos mueve a
lavarla, a alimentarla y, llegado el caso, a evitar que sufra, puede llegar a
inspirarnos un deseo tan apasionado de caricias, simplemente porque está
animada por una individualidad diferente a la nuestra (...). Aquí la lógica
humana se queda corta, como en las revelaciones de los misterios. Y no se ha
engañado la tradición popular que siempre vio en el amor una forma de
iniciación, uno de los puntos de contacto de lo secreto y lo sagrado. (...) Al
igual que la danza de las ménades o el delirio de los coribantes, nuestro amor
nos arrastra a un universo diferente, donde en otros momentos nos está vedado
penetrar, y donde cesamos de orientarnos tan pronto el ardor se apaga o el goce
se disuelve. Clavado en el cuerpo querido como un crucificado a su cruz, he
aprendido algunos secretos de la vida que se embotan ya en mi recuerdo,
sometido a la misma ley que quiere que el convaleciente, una vez curado, cese
de reconocerse en las misteriosas verdades de su mal, que el prisionero
liberado olvide la tortura, o el vencedor ya sobrio la gloria. He soñado a
veces con elaborar un sistema de conocimiento humano basado en lo erótico, una
teoría del contacto en la cual el misterio y la dignidad del prójimo
consistirían precisamente en ofrecer al Yo el punto de apoyo de ese otro mundo.
En una filosofía semejante, la voluptuosidad sería una forma más completa, pero
también más especializada, de ese acercamiento al Otro, una técnica al servicio
del conocimiento de aquello que no es uno mismo. Aun en los encuentros menos
sensuales, la emoción nace o se alcanza por el contacto: la mano un tanto
repugnante de esa vieja que me presenta un petitorio, la frente húmeda de mi
padre agonizante, la llaga de un herido que curamos (...)
En el caso de la mayoría de los seres, los
contactos más ligeros y superficiales bastan para contentar nuestro deseo, y
aún para hartarlo. Si insisten, multiplicándose en torno de una criatura única
hasta envolverla por entero; si cada parcela de un cuerpo se llena para
nosotros de tantas significaciones trastornadoras como los rastros de un rostro;
si un solo ser, en vez de inspirarnos irritación, placer o hastío, nos hostiga
como una música y nos atormenta como un problema; si pasa de la periferia de
nuestro universo a su centro, llegando a sernos más indispensable que nuestro
propio ser, entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que veo, más que
un simple juego de la carne, una invasión de la carne por el espíritu...
***
Carta
recogida de las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, traducidas por
Julio Cortázar y editadas en Barcelona por Ediciones Orbis, en el año 1988.
De: http://cartasenlanoche.blogspot.com
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