5 de mayo |
Carta de Carlos Marx a Jenny von Westphalen
34 Butler Street,
Greenheys, Manchester, 21 de junio de 1856
Querida mía:
Te
escribo otra vez porque me encuentro solo y porque me apena conversar contigo
siempre sin que lo sepas ni me oigas, ni puedas contestarme. Aunque tu retrato
es malo, me sirve perfectamente, y ahora entiendo cómo es que aun los retratos
menos lisonjeros de la madre de Dios, las “vírgenes negras”, tienen sus más celosos admiradores, y más admiradores
aun que los buenos retratos. Por lo menos, ninguno de aquellos oscuros retratos
de las “vírgenes negras” ha sido tan besado, ninguno mirado con tanta
veneración y adorado como la foto tuya, que aunque no es lóbrega, sí es sombría
y de ninguna manera refleja a su querido, encantador, besable y dulce rostro.
Pero al poner en derecho lo que los rayos del sol mal han representado,
descubro que mis ojos, estropeados por la luz del quinqué y el humo de tabaco,
son capaces de verte no sólo en sueños, sino también en la realidad. Y allí
estás, delante de mí, grande como en la realidad, y te puedo levantar con mis
brazos y te beso el cuerpo entero, y
caigo sobre mis rodillas delante de ti y lloro: “Querida, te amo”, y te
amo de veras, con el amor más grande que jamás se haya sentido en los páramos
de Venecia. Falsa y asquerosamente, el mundo forma imágenes superficiales.
¿Quién de mis muchos calumniadores y enemigos de lengua venenosa alguna vez me
ha reprochado por hacer el papel de galán en un teatro de segunda categoría? Y
es verdad. Si los sinvergüenzas hubiesen tenido algo de ingenio, habrían
trazado el cuadro: por un lado, “las relaciones productivas y sociales” y, por
el otro, yo mismo a tus pies. Debajo habrían escrito: “Contemple este cuadro y
el otro”. Pero estúpidos son esos sinvergüenzas y estúpidos permanecerán, en
seculum seculorum [para toda la eternidad].
La
ausencia momentánea hace bien, pues vistas de cerca, las cosas parecen demasiado iguales para que podamos
distinguirlas. Hasta las torres, vistas de cerca, parecen enanas, mientras que
lo pequeño y lo cotidiano, cuando lo
tenemos delante, crece en demasía. Lo mismo ocurre con las pasiones. Los
pequeños hábitos, en la cercanía, cuando los sentimos encima, toman forma
pasional, y desaparecen tan pronto como su objeto escapa a nuestra vista. Y las
grandes pasiones, a las que la cercanía del objeto convierte en pequeños
hábitos, se agigantan y cobran de nuevo
su forma natural por el efecto mágico de la
lejanía. Eso es lo que sucede con mi amor. Basta que te alejes de mí
simplemente cuando te sueño, y en seguida me doy cuenta de que el tiempo sólo
le ha servido para lo que el sol y la lluvia sirven a las plantas; para
crecer. Mi amor por ti, en cuanto te
alejas de mi lado, se revela como lo que es, como un gigante en el que se
concentra toda la energía de mi espíritu y todas las fuerzas de mi corazón. Vuelvo a sentirme
hombre, porque siento una gran pasión, y la variedad en que nos embrollan el
estudio y la cultura moderna, y el
escepticismo con el que inevitablemente enfrentamos todas las
impresiones subjetivas y objetivas, tienden a hacernos a todos pequeños y
débiles, y quisquillosos e indecisos.
Pero el amor, no por el hombre feuerbachiano, ni por el metabolismo de
Moleschott, ni por el proletariado, sino el amor por la amada, el amor por ti, vuelve a hacer
hombre al hombre.
Reirás,
mi corazón querido, y te preguntarás “¿por qué esta retórica de repente?”. Pero
si yo pudiese presionar tu pecho dulce contra el mío, yo quedaría mudo y no
pronunciaría ni una palabra. Ya que no puedo besarte con mis labios, lo haré
con mi lengua y mis palabras. Yo podría, en verdad, aun armar versos, de los
Libros sobre las penas alemanes, al estilo del Libri Tristium de Ovidio. Él, sin embargo, sólo había sido
desterrado por el Emperador Augusto; en cambio, yo he sido desterrado de usted,
y eso es algo que Ovidio no podría entender.
Hay,
en verdad, muchas mujeres en el mundo, y algunas de ellas son hermosas. ¿Pero
dónde más encontraré una cara de la cual cada gesto, cada arruguilla aún, logre
recordarme las mejores y más dulces memorias de mi vida? En tu dulce rostro puedo
aún leer mis infinitas penas, mis irreemplazables pérdidas, pero cuando beso tu
dulce cara alejo mi dolor. “Enterrado en sus brazos, revivido por sus besos”
-en tus brazos, así es, y por tus besos- y dejen a los brahmanes y a los
pitagóricos conservar su doctrina de la reencarnación, y al cristianismo su
doctrina sobre la resurrección. (...)
Adiós,
mi querido corazón. Mil besos para vos, y para los niños también, de
Tu
Carlos
De: http://www.elhistoriador.com.ar
Concluyendo los sonetos a Jenny
Tómalos, toma estos
cantos
en donde todo es
melodía,
toma este amor que
a tus pies humilde se postra.
El alma, libre se
aproxima en rayos brillantes.
¡Oh!, si el eco del
canto es tan potente:
para moverse
alargado con dulces destellos,
para hacer latir el
pulso apasionado que
tu orgulloso
corazón erguirá sublime.
Entonces de lejos
seré testigo
cómo la victoria te
conduce a través de la luz.
Entonces más
valiente pelearé por todo
y mi música rugirá
en lo alto
transformada mi canción
sonará más libre
y en un dulce
gemido llorará mi lira.
Mi mundo
¡Ah!, cuando tus
labios susurraron
tan sólo una tibia
palabra.
Entonces me sumergí
en loco éxtasis,
desamparado fui
barrido a lo lejos.
Desde lo más
profundo de mi alma,
en nervio y
espíritu fui afligido
como un demonio,
cuando el gran mago
atacó con
relampagueante empeño y habló.
¿Por qué deberían
las palabras intentar forzarse en vano,
siendo sonido y
nebuloso cansancio
que es infinito,
como el dolor anhelante
como tú mismo y
como el todo?
De: http://lectura-escritura.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario