martes, 15 de abril de 2014

El circo romano anual del Uruguay: las jineteadas del Prado y del Parque Roosevelt







Después de haber visto los diversos informativos televisivos de estos últimos días, cualquier persona centrada se estará preguntando qué ubicación espacial ocupará en la platea -como observador privilegiado que debería ser- el médico veterinario asignado por las autoridades para garantía del "buen trato" de los animales obligados a participar de este espectáculo bárbaro y avergonzante, exhibido al mundo como "tradición". 

Nadie, lego o letrado, habrá podido sustraerse a la serie de actos de agresión a los que son sometidos los caballos en cada una de estas demostraciones de banalidades humanas, porque, en definitiva, muy ignorante, ególatra y venal resulta quien se considera superior al resto de los Seres Vivos y se ufana en "paseo de honor" de tal deleznable rango. 

Por cierto, no nos olvidemos de cuántos intereses sostienen la ejecución de esta infame muestra de bestialidad colectiva ni nos rasguemos las vestiduras ante la violencia cada vez más intensa desatada en el "paisito". Hay muchas formas de legitimar y de naturalizar la dominación por la fuerza; ésta es una: sutil, aparentemente inocua.




En mi país se mueren los caballos

En mi país se mueren los caballos.
Yo los he visto espuma y corazón desde el asfalto heridos
y los he visto muertos masticando el látigo
como quien ruega al cielo la clemencia que Dios no puede darle.

A golpes los veo morir;
tienen los ojos tristes de color como a pradera en el alma
y no gritan, no juzgan, no maldicen.
A palos los veo morir
ignorantes de tanto poderío; mansos
y venturosos de inocencia.
Lo más triste no es
el golpazo ni el látigo;
lo más triste es que mueren los caballos y nadie lo quiere ver.
Caballos y caballeros marchan juntos, criaturas del polvo:
unos ponen el casco y la paciencia,
otros ponen el fierro y el chasquido de dientes,
unos cuelgan monedas al pescante de su alma,
otros tiemblan debajo del machete.
Unos alcohol y negras.
Otros lomo y silencio.
Ambos ignoran mucho de vivir y todos sufren.
Por eso es que en mi país
en cualquier callejuela de la tarde se revienta un caballo
y deja su poca suerte desmembrada bajo plena canícula.
Desamparo y Caballo son la misma resurrecta miseria,
condominio del hambre y el país en la mejilla menos perdonada.
Y con el paso triste de los reyes enfermos veo pasar los caballos
tan limpios como Jesús de todo mal de conciencia.
Cuando han muerto setenta veces siete no precisan del odio,
no reniegan del cielo que no ven ni sueñan el pasto simple;
su desaliento es viejo como su hambre,
su cansancio es azul.
Y como llevamos dentro la cicatriz del caballo
esquivamos los ojos y apretamos el paso.
En mi país se mueren. Se están muriendo todos los caballos
y nadie lo quiere ver.
Yo estoy aquí para decir “lo siento”
Jorge Luis Mederos
De: http://verbiclara.wordpress.com


Estos gauchos modernos se han olvidado
de que soy el símbolo de la Libertad
en el Escudo Patrio.






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