El
arañero
Ustedes
saben que yo vendía arañas. Desde niño, más o menos, tengo noción de lo que es
la economía productiva y cómo vender algo, cómo colocarlo en un mercado. Mi
abuela terminaba las arañas y yo salía disparado. ¿Pa’ dónde iba a coger? ¿Pa’l
cementerio? Estaría loco. Allá estaba a lo mejor una señora acomodando una
tumba, a lo mejor un entierro. Si había un entierro entonces yo aprovecharía
¿verdad? Pero no, ¿pa’ dónde? Pa’l Bolo. Más de una vez mi papá me regañó:
“¿Qué haces tú por aquí?” “Vendiendo arañas, papá”. Todas las tardes, a las
cinco, se veían allá los hombres del pueblo. Mi papá jugaba bolos porque él es
zurdo y lanzaba bien.
En el
bolo yo vendía la mitad, y después pa’l cine. La concentración, pues, en la
Plaza Bolívar. A la salida de la misa estaba yo, mire, con mi bichito aquí:
“Arañas calientes”, no sé qué más. Y le agregaba coplas: “Arañas calientes pa’
las viejas que no tienen dientes”, “arañas sabrosas, pa’ las muchachas
buenamozas”, cosas así. Arañas calientes, araña dulce, pa’ no sé qué. Yo
inventaba, ya casi se me olvidaron las coplas. A las muchachas yo les cantaba.
Dígame si salía por ahí Ernestina Sanetti, ¡ah!, yo le cantaba. Ernestina
Sanetti, Telma González, de las bonitas del pueblo. Entonces vendía mis arañas
ahí donde estaba el mercado y la concentración.
¡Cómo
olvidar las fiestas de Sabaneta! Yo era monaguillo, tocaba las campanas, y
había que tocarlas duro los días de fiesta. Y la abuela: “¡Huguito, hay que
buscar más lechosa!”. Porque en los días normales yo vendía no más de veinte
arañas dulces; eran dos bolívares con un real. En cambio, en las fiestas se
vendían hasta cien arañas diarias. Mi abuela se levantaba muy temprano. Yo la
ayudaba; le comía las paticas a las arañas. Y le regalaba una a Hilda, que me
gustaba aquella muchachita. Me quedaban por lo menos dos lochas todos los días,
para montarme en la montaña rusa y la vuelta a la luna aquella. Me gustaba ir
al circo y ver a las trapecistas bonitas que se lanzaban. De cuando en cuando
iba un elefante, un tigre en una jaula, y uno vivía las ilusiones del mes de
octubre. Dígame en las fiestas patronales. ¡No! Estábamos en emergencia, había
que buscar lechosa no sé, hasta allá en el río, porque se vendía mucho, y
además no teníamos competencia. La única casa donde se hacían arañas en este
pueblo era la casa de Rosa Inés Chávez. Sí, un monopolio.
Abuela
Rosa / Arañas (dulce) / Hugo de los Reyes (padre) / Sabaneta
En prisión, cuando le contaba a la luna lo que aún estaba dispuesto a enfrentar. |
Ilumina a tu Pueblo, Niño Sabio. La palabra "hermanos" ha sido invisibilizada. El verdadero Enemigo está afuera y come palabras, personas, almas. |
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