10 de febrero de 1898 - Alemania Dramaturgo, poeta, director y actor teatral, filósofo social. |
Los movimientos de los cuerpos
celestes son ahora más fáciles de calcular, pero los pueblos todavía no pueden
calcular los movimientos de sus señores. La lucha por medir el cielo ha sido
ganada, pero las madres del mundo siguen siendo derrotadas día a día en la
lucha por conseguir el pan de sus hijos. Y la ciencia debe ocuparse de esas dos
luchas por igual. Una Humanidad que se debate en las tinieblas de la
superstición y la mentira, y es demasiado ignorante para desarrollar sus
propias fuerzas, no será capaz tampoco de dominar las fuerzas de la naturaleza
que ustedes los científicos descubren y revelan. ¿Con qué objetivo trabajan
ustedes? Será que el único fin de la ciencia consiste en aliviar la miseria de
la existencia humana. Si los científicos se dejan atemorizar por los tiranos y
se limitan a acumular el conocimiento por el conocimiento mismo, la ciencia se
convertirá en un inválido y las nuevas máquinas sólo servirán para producir
nuevas calamidades. Tal vez, con el tiempo, ustedes lleguen a descubrir todo lo
que hay para descubrir, pero ese progreso sólo los alejará más y más de la
Humanidad. Y el abismo entre ella y ustedes, los científicos, puede llegar a
ser tan profundo que cuando griten de felicidad ante algún nuevo
descubrimiento, el eco les devolverá un alarido de espanto universal (...)"
De: Galileo Galilei
EL ANALFABETO POLÍTICO
El peor analfabeto es el analfabeto político
No oye, no habla, no participa de los acontecimientos
políticos.
No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del
pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de
decisiones políticas.
El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y
ensancha el pecho diciendo que odia la política.
No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el
menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto,
mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.
De: http://rosanei.lacoctelera.net
EL VALOR DE LA VERDAD (Fragmento)
El que quiera luchar hoy contra
la mentira y la ignorancia y escribir la verdad tendrá que vencer por lo menos
cinco dificultades. Tendrá que tener el valor de escribir la verdad aunque se
la desfigure por doquier; la inteligencia necesaria para descubrirla; el arte
de hacerla manejable como un arma; el discernimiento indispensable para
difundirla.
Tales dificultades son enormes
para los que escriben bajo el fascismo, pero también para los exiliados y los
expulsados, y para los que viven en las democracias burguesas.
I. El valor de escribir la verdad
Para mucha gente es evidente que
el escritor debe escribir la verdad; es decir, no debe rechazarla ni ocultarla,
ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los
débiles. Pero es difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a
los débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la
renuncia, y renunciar al trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria
de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la gloria en general.
Para todo ello se necesita mucho valor.
Cuando impera la represión más
feroz gusta hablar de cosas grandes y nobles. Es entonces cuando se necesita
valor para hablar de las cosas pequeñas y vulgares, como la alimentación y la
vivienda de los obreros. Por doquier aparece la consigna: «No hay pasión más
noble que el amor al sacrificio».
En lugar de entonar ditirambos sobre
el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el trabajo
que se ensalza. Cuando se clama por todas las antenas que el hombre inculto e
ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener valor
para plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de razas
perfectas y razas imperfectas, el valor está en decir: ¿Es que el hambre, la
ignorancia y la guerra no crean taras?
También se necesita valor para
decir la verdad sobre sí mismo cuando se es un vencido. Muchos perseguidos
pierden la facultad de reconocer sus errores, la persecución les parece la
injusticia suprema; los verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se
consideran perseguidas por su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por
consiguiente, era una bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es
justo pensar que la bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad.
Decir que los buenos fueron vencidos no porque eran buenos sino porque eran
débiles requiere cierto valor.
Escribir la verdad es luchar
contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo,
pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se
reconoce por su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su
vocación a las cosas prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor
para deplorar en general la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad, ni
para anunciar con estruendo el triunfo del espíritu en países donde éste es
todavía concebible. Muchos se creen apuntados por cañones cuando solamente
gemelos de teatro se orientan hacia ellos. Formulan reclamaciones generales en
un mundo de amigos inofensivos y reclaman una justicia general por la que no
han combatido nunca. También reclaman una libertad general: la de seguir
percibiendo su parte habitual del botín. En síntesis sólo admiten una verdad:
la que les suena bien.
Pero si la verdad se presenta
bajo una forma seca, en cifras y en hechos, y exige ser confirmada, ya no
sabrán qué hacer. Tal verdad no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la
apariencia. Su gran desgracia es que no conocen la verdad.
LA MUJER
1. De noche junto al río en el oscuro corazón de los
arbustos
a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi
mujer, que murió.
2. Hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la
que antes lo fue todo, pero todo se marchita.
3. Y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de
Mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran
tristeza.
4. Vivíamos en una cabaña negra junto al río, Los mosquitos
solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico
siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. O: no
tienes corazón.
5. Pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la
cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir.
6. Y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío.
7. Y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y
riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano.
8. Como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba
desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico.
9. Desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo
quedó
el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta
que
ya estaba cerrada.
10. Ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de
papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en
el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella.
11. El viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita
sin
fin pidiendo calma a Dios, y en mi lengua tengo un sabor
amargo.
1
Los poemas épicos nos dan noticia
de los grandes de este mundo:
suben como astros,
como astros caen.
Resulta consolador y conviene saberlo.
Pero para nosotros, los que tenemos que alimentarlos,
siempre ha sido, ay, más o menos igual.
Suben y bajan, pero ¿a costa de quién?
Sigue la rueda girando.
Lo que hoy está arriba no seguirá siempre arriba.
Mas para el agua de abajo, ay, esto sólo significa
que hay que seguir empujando la rueda.
2
Tuvimos muchos señores,
tuvimos hienas y tigres,
tuvimos águilas y cerdos.
Y a todos los alimentamos.
Mejores o peores, era lo mismo:
la bota que nos pisa es siempre una bota.
Ya comprendéis lo que quiero decir:
no cambiar de señores, sino no tener ninguno.
Sigue la rueda girando.
Lo que hoy está arriba no seguirá siempre arriba.
Mas para el agua de abajo, ay, esto sólo significa
que hay que seguir empujando la rueda.
3
Se embisten brutalmente,
pelean por el botín.
Los demás, para ellos, son tipos avariciosos
y a sí mismos se consideran buena gente.
Sin cesar los vemos enfurecerse
y combatirse entre sí. Tan sólo
cuando ya no queremos seguir alimentándolos
se ponen de pronto de acuerdo.
Ya no sigue la rueda girando,
y se acaba la farsa divertida
cuando el agua, por fin, libre su fuerza,
se entrega a trabajar para ella sola.
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