“Maigret tiene entre 45 y 50
años. Nació en un castillo, en el centro
de Francia, en el que su padre ocupaba el cargo de administrador. Es, pues, de
origen campesino, robusto y fornido, pero posee cierta educación (…). Su vida
privada es muy tranquila. Tiene una esposa dulce, rolliza, tierna y sencilla,
que lo llama respetuosamente Maigret ( de tal manera que todo el mundo terminó
por olvidar su ridículo nombre, Jules). Ella mantiene su hogar minuciosamente
limpio, le prepara suculentos guisos, le cuida las heridas, jamás se impacienta
cuando él permanece muchos días fuera de casa, soporta con indulgencia sus
altibajos. Le horrorizan los cambios y vive desde hace veinte años en el mismo
piso, en un barrio ni rico ni pobre, de modestos trabajadores.
Maigret es bastante grueso,
plácido, fuma en pipa con cortas y golosas bocanadas, le gusta comer bien, y
también beber: a veces cerveza, a veces tragos cortos de buenos aguardientes.
Le gusta deambular por las calles y sentarse en la terraza de algún café.
Un caso criminal nunca es para él
un caso más o menos científico, un problema abstracto. Es tan sólo un caso
humano. Le gusta husmear el rastro dejado por un hombre como un perro de caza
olfatea una pista. Quiere comprender. Se mete en la piel de sus personajes, de
quienes, poco antes de verlos por primera vez, lo desconoce todo, y cuando hay
un crimen, necesita averiguar hasta los más pequeños detalles. Otorga mucha
importancia al ambiente en el que viven. Cree firmemente que determinado gesto
no habría sido el mismo en un ambiente distinto, que un carácter evolucionaría
de otra manera en cualquier otro barrio.
Es lento, pesado, paciente.
Espera el déclic. El déclic, al que se refieren con afectuosa y respetuosa
ironía sus colegas, es el momento en que Maigret, empapado de un ambiente y de
los personajes a los que acaba de seguir paso a paso durante horas, días y
semanas, consigue por fin pensar y sentir como ellos. (…)
Se sirve de los inspectores de su
brigada, pero siempre prefiere acudir él, en persona, al lugar indicado, seguir
él mismo los rastros, hacer vigilancias y diligencias que muchos considerarían
incompatibles con su cargo. Quiere husmear a las personas y los lugares por sí
mismo, hurgar por todas partes; aunque en ocasiones se siente descorazonado,
nunca pierde la paciencia, y muchas veces se le podría creer borracho o dormido
precisamente en el momento en que está más despierto.
Odia la maldad deliberada, odia a
los hombres que impregnan el mal de sangre fría, y se muestra feroz con la
hipocresía. Por el contrario, es indulgente para con las faltas que son fruto
de las debilidades de la naturaleza humana. Un joven o una joven que van por
mal camino le inspiran no sólo piedad, sino irritación contra su suerte o
contra la organización social que está en el origen de esa mala orientación.
A veces incluso olvida que es un
instrumento de la ley y ayuda a determinados culpables a escapar a un castigo
que considera exagerado. Cuando puede, intenta, como en sus sueños juveniles,
remendar los destinos. Lo cual le crea frecuentemente conflictos con sus
superiores y sobre todo con los magistrados, que juzgan a los hombres tan sólo
a la luz de los textos de las leyes (…)”.
Así describió Simenon a Maigret y
así queda recogido en el apéndice del volumen conjunto ”El mismo cuento distinto” y “El hombre de la
calle” (Gabriel García Márquez y Georges Simenon) (Tusquets).
De: MI SIGLO.com
13 de febrero de 1903 - Bélgica |
El París del comisario Maigret
La ciudad que nos muestra Simenon es la de los años 30 y 60 del pasado
siglo, pero todavía quedan suficientes pistas y localizaciones para redescubrir
París de la mano del comisario de policía literario más famoso de Francia, al
que siempre imaginamos con un sombrero y una pipa.
Javier Mazorra
Georges Simenon escribió nada
menos que 75 novelas y 28 relatos cortos con Maigret como protagonista entre
1931 y 1972, además de introducirlo con anterioridad como personaje secundario
en otras de sus obras. Aunque cada vez que tiene ocasión sale de París para
mostrarnos casi la totalidad de las regiones francesas, su centro de
operaciones siempre es la capital y, en concreto, el número 36 del Quai des
Orfévres, que sigue siendo la sede de la Policía Judicial y donde trabajan
otros policías literarios como el comisario Adamsberg, creado por Fred Vargas.
A diferencia de este último, cuyo
territorio está lleno de lugares inventados por su autora siendo muy difícil
seguir su rastro, a Maigret, 40 años después de haberse publicado la última
novela de la serie, aún es posible seguirlo por París. Lo han demostrado Michel
Lemoine o Michel Carly, autores de dos trabajos indispensables para conocer la
ciudad de Maigret. Este último ha encontrado hasta 120 localizaciones,
señalizando siete rutas sin salir del centro.
Sólo en una ocasión (Maigret et
son mort) Simenon nos menciona donde reside su personaje. Se sabe incluso que
lo escogió al azar cuando vivía en la Place des Vosges. Da igual, el 132 del
Boulevard Richard Lenoir es uno de los puntos esenciales en cualquier recorrido
que se haga sobre el París de Maigret del que, por cierto, no se sabe bien qué
nombre de pila tiene. Su apartamento ocupaba el tercer piso, aunque no todo el
mundo está de acuerdo. Murielle Wenger, que ha contrastado la información que aparece
en las novelas con un concienzudo trabajo de campo, dice que habría que mirar
la casa del número 62 que corresponde más de cerca con las descripciones que da
el autor.
La rue Voltaire
De lo que no hay duda es de que
el propio Simenon ocupó durante años un piso del número 21 de las Place des
Vosges donde tuvo como vecino a un tal Maigret. Ya en el barrio del Marais es
casi obligatorio acercarse al Royal Turenne o como él lo llama en su novela
L'amie de madame Maigret (el amigo de madame Maigret), le Grand Turenne. Es
aquí donde los inspectores montan su cuartel general. Según los especialistas,
después hay que visitar en este mismo entorno la rue Voltaire que, aunque no la
menciona directamente, mantiene el mismo aspecto que durante su época y sirvió
de inspiración para muchas localizaciones de las novelas.
Fragmento de interesante artículo
que invitamos a leer en OchoLeguas.com
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