Jacob Grimm - 4 de enero de 1785 - Hanau, Alemania |
Con su hermano Wilhelm, un año menor que él |
Caperucita Roja, por proponer el más representativo de su antología,
es un cuento folklórico que, como el resto, fue pacientemente detectado
por estos hermanos lingüistas responsables también de otras obras, entre ellas un Diccionario de treinta y tres tomos, etimológico y lexical.
Con respecto a los cuentos tradicionales, es importante destacar que, a través de las ilustraciones, impusieron una nueva concepción, dado que la imagen gráfica implica una recreación del material original, una recreación meliorativa. No obstante, también se vieron obligados muchas veces a otro tipo de recreación, como la supresión de ciertos pasajes que la burguesía censuraba a partir de diversas presiones ejercidas.
No es novedosa esa imposición: recordemos cómo Bruno Bettelheim, en su Psicoanálisis del cuento de Hadas, debió argumentar que los niños, simbólicamente, debían enfrentarse también a las fuerzas malignas contenidas en estas historias, puesto que los cuentos operan un aprendizaje imprescindible para sus vidas futuras.
El hecho es que, a pesar de todo, los hermanos se mantuvieron firmes en su propósito de difusión cultural, en virtud de una convicción aún superior: la Patria; era necesario consolidar la identidad alemana, la resistencia a Napoleón.
Los Tres Lenguajes
Había una vez un anciano que vivía en cierto país, quién
tenía a un único hijo, pero el cual era distraído, y parecía que no podría
aprender nada. Entonces dijo el padre,
-"Escúchame hijo, no puedo conseguir que algo entre en
tu cabeza, así que intentaré otra cosa. Debes salir de aquí, te pondré al
cuidado de un maestro famoso, que verá lo que él puede hacer por ti."-
El joven fue enviado a una ciudad extraña, y permaneció un
año entero con el maestro. Al final de este tiempo, él vino a su casa otra vez,
y su padre preguntó,
-"Ahora, mi hijo, ¿qué has aprendido?"-
-"Padre, he aprendido lo que los perros dicen cuando
ellos ladran y a hablar con ellos."-
-"¡El señor tenga misericordia de nosotros!",
gritó el padre; "¿es eso todo lo que has aprendido? Te enviaré a otra
ciudad, a otro maestro."-
El joven fue enviado allá, e igualmente se quedó un año con
este maestro. Cuando él volvió a casa, el padre otra vez preguntó,
-"Mi hijo, ¿qué es lo que has aprendido?"-
Él contestó,
-"Padre, he aprendido lo que las aves dicen y a hablar
con ellas."-
Entonces el padre se puso furioso y dijo,
-"Ah, tú, hombre perdido, gastaste el tiempo precioso y
no aprendiste nada; ¿No te da vergüenza presentarte ante mis ojos? Te enviaré a
un tercer maestro, pero si tú no aprendes nada esta vez también, ya no seré más tu padre."-
El joven permaneció un año entero con el tercer maestro
también, y cuándo él vino a casa otra vez, y su padre preguntó,
-"Mi hijo, ¿qué has aprendido ahora?"-, él contestó,
-"Querido padre, he aprendido este año lo que las ranas
graznan y a hablar con ellas."-
Entonces el padre cayó en una cólera más furiosa, y
olvidando toda moral y buenos sentimientos se levantó, llamó a sus servidores,
y dijo,
-"Este joven ya no es mi hijo, lo saco ahora mismo de
aquí, y les ordeno que lo lleven al
bosque, y lo dejen allí, donde no pueda volver ."-
Ellos lo llevaron al bosque, lo dejaron allí, y regresaron
rápidamente para que no pudiera ver el camino de regreso.
El joven caminó sin rumbo, y después de algún tiempo llegó a
una fortaleza donde él pidió alojamiento por una noche.
-"Sí"-, dijo el señor del castillo, -"si
aceptas pasar la noche allí abajo, en la vieja torre, ve allá; pero te
advierto, estaría en peligro tu vida, ya que está lleno de perros salvajes, que
ladran y aúllan sin parar, y a ciertas horas tienen que darles un hombre, que
ellos inmediatamente devoran."-
El pueblo entero estaba en pena y consternación debido a
eso, y aún nadie había podido hacer nada para parar este mal. El joven, sin
embargo, no tuvo miedo, y dijo,
-"Sólo déjeme bajar a donde están los perros que
ladran, y denme algo que pueda lanzarles; ellos no harán nada para
dañarme."-
Cuando ya le dieron algún alimento para echar a los animales
salvajes, lo condujeron abajo a la torre. Una vez adentro, los perros no le
ladraron, y más bien menearon sus colas
completamente cordiales alrededor de él, y comieron lo que él les puso ante
ellos, y no le hicieron daño ni a un pelo de su cabeza. A la mañana siguiente,
ante el asombro de todos, él salió seguro e ileso, y dijo al señor del
castillo,
-"Los perros me han revelado, en su propia lengua, por
qué es que ellos moran allí y traen el mal a esta tierra. Ellos están
encantados, y están obligados a vigilar un gran tesoro que está abajo en la
torre, y no pueden tener ningún descanso hasta que el tesoro sea sacado de
allí, y he aprendido igualmente, de su información, como debe de ser
sacado."-
Entonces todos quienes oyeron esto se alegraron, y el señor
del castillo dijo que él lo adoptaría como un hijo si lo llevara a cabo con
éxito. Él bajó otra vez, y como él sabía lo que tenía que hacer, lo hizo a
cabalidad, y trajo un baúl lleno de oro con él. El aullido de los perros
salvajes ya no fue oído más de aquí en adelante; los perros habían desaparecido, y el pueblo fue liberado
del problema.
Después de algún tiempo se le metió en su cabeza que deseaba
viajar a Roma. En el camino pasó por un pantano, en el cual varias ranas
sentadas graznaban. Él las escuchó, y cuando se dio cuenta de lo que ellas
decían, se puso muy pensativo y preocupado. Por fin llegó a Roma, donde el Papa
acababa de morir, y había gran dificultad en cuanto a quien deberían designar
como su sucesor. Los cardenales, con mucho detalle estuvieron de acuerdo en que
la persona que debería ser elegida como Papa, debería ser distinguido por
alguna señal divina y milagrosa. Y cuando esto era decidido así, en ese momento
el joven entraba a la iglesia, y de repente dos palomas blancas como la nieve
volaron a sus hombros y permanecieron sentadas allí.
Los eclesiásticos reconocieron allí la señal esperada, y le
preguntaron de inmediato si aceptaría ser el Papa. Él estaba indeciso, y no
sabía si fuera digno de dicho cargo, pero las palomas le aconsejaron hacerlo, y
por fin él dijo que sí. Entonces fue ungido y bendecido, y así fue realizado lo
que había oído de las ranas en su camino, que lo había afectado tanto, y es que
él debería ser su Santidad el Papa. Entonces él tuvo que cantar una misa, y no
sabía una palabra acerca de eso, pero las dos palomas permanecían sentadas
continuamente en sus hombros, y le decían al oído todo lo que necesitaba hacer.
Un cierto molinero había caído poco a poco en la pobreza, y
no tenía nada más, excepto su molino y un manzano grande, atrás en el patio.
Una vez, cuándo había entrado al bosque para traer madera,
un anciano que nunca había visto antes
se acercó hasta él, y le dijo,
-"¿Por qué te molestas cortando madera?, te haré rico,
si me prometes darme lo qué está de pie detrás de tu molino."-
-"¿Qué puede ser
sino sólo mi manzano?"- pensó el molinero, y dijo, -"Sí,"- y dio
la promesa por escrito al forastero.
El anciano, sin embargo, se rió en tono burlón y dijo,
-"Cuando hayan pasado tres años, vendré y me llevaré lo
que me pertenece,"- y se fue.
Cuándo el molinero llegó a casa, su esposa vino para
encontrarlo y le dijo, -"Dime, ¿de donde viene esta riqueza repentina en
nuestra casa? De repente cada caja y baúl estuvieron llenos de monedas y joyas;
nadie las hizo llegar, y no sé como pasó."-
Él contestó,
-"Esto viene de un forastero que me encontró en el
bosque, y me prometió el gran tesoro. A cambio, le he prometido lo que está de
pie detrás del molino; podemos muy bien darle el manzano grande"-
-"¡Ay, marido!,"- dijo la esposa aterrorizada,
-"¡ese debe haber sido el diablo! Él no quiso decir el manzano, sino
nuestra hija, que estaba de pie detrás del molino limpiando el jardín."
La hija del molinero era una muchacha hermosa, piadosa, y
sobrevivió los tres años en el amor a Dios y sin pecado. Cuando el tiempo se
cumplió, y vino el día cuando el malvado debía llevarla, ella se lavó quedando
bien limpia, e hizo un círculo alrededor de ella con tiza. El diablo apareció
bien temprano, pero él no podía acercársele. Furiosamente, le dijo al molinero,
-"Aleja toda agua de ella, de modo que no pueda ser
capaz de lavarse ella misma, porque de lo contrario entonces no tengo ningún
poder sobre ella."-
El molinero tuvo miedo, y lo hizo así. A la mañana
siguiente, el diablo vino otra vez, pero ella había llorado en sus manos, y
estaban completamente limpias. Otra vez él no podía acercarse a ella, y
furiosamente dijo al molinero,
-"Córtale sus manos, porque no puedo acercarme
ella."-
El molinero quedó impresionado y contestó,
-"¿Cómo podría yo cortar las manos a mi propia
hija?"-
Entonces el malvado lo amenazó y dijo,
-"Si tú no lo haces, tú serás mío y te llevaré."-
El padre se alarmó, y prometió obedecerle.
Entonces él fue donde muchacha y le dijo,
-"Hija mía, si no te corto las manos, el diablo me
llevará, y como estaba aterrorizado, le he prometido hacerlo. Ayúdame en mi
necesidad, y perdóname el daño que te hago."-
Ella contestó,
-"Querido padre, haz conmigo lo que necesites, yo soy
tu hija."-
Con eso ella posó ambas sus manos, y le fueron cortadas. El
diablo vino por tercera vez, pero ella había llorado tanto tiempo y tanto en
los tocones, que después de todo ellos estaban completamente limpios. Entonces
él tuvo que darse por vencido, y había perdido todo poder sobre ella.
El molinero le dijo entonces a su hija,
-"He recibido por medio de ti tan grandes riquezas, que
cuidaré de ti lo más delicadamente mientras vivas."-
Pero ella contestó,
-"Aquí no puedo quedarme, iré afuera, y gente
compadecida me dará tanto como requiera."-
Entonces ella hizo que sus brazos mutilados fueran ligados a
su espalda, y a la salida del sol salió a su camino, y anduvo el día entero
hasta que la noche se acercó.
Ella llegó a un jardín real, y con el brillar de la luna vio
que los árboles estaban cubiertos de frutas hermosas creciendo en ellos, pero
no podía entrar pues había mucha agua alrededor. Y como había andado el día
entero y no había comido ni un bocado, y el hambre la atormentaba, pensó,
-"Ah, si yo estuviera adentro, podría comer de las
frutas, o si no moriré de hambre!"-
Entonces ella se arrodilló, llamó a Dios el Señor, y rezó. Y
de repente un ángel vino hacia ella, quien hizo una presa en el agua, de modo
que el foso quedó seco y ella pudo
atravezarlo.
Y así entró en el jardín y el ángel fue con ella. Ahí vio un
árbol cubierto de peras hermosas, pero la cantidad de frutas habían sido
contadas para el Rey. Entonces se acercó al árbol, y para saciar su hambre,
comió con su boca una, pero no más. El
jardinero miraba; pero como el ángel estaba presente, él tuvo miedo y pensó que
la doncella era un espíritu, y se quedó en silencio, tampoco se atrevía a lanzar un grito, o hablarle al
supuesto espíritu. Cuando ella terminó de comer la pera y se sintió satisfecha,
se ocultó entre los arbustos.
El Rey a quien el jardín pertenecía, bajó a la mañana
siguiente, y contó las frutas, y vio que faltaba una de las peras, y preguntó
al jardinero qué había pasado, ya que la pera tampoco estaba bajo el árbol, y
no se veía. Entonces contestó el jardinero,
-"Anoche, un espíritu entró, quién no tenía ninguna de
las manos, y comió de una de las peras con su boca."-
El Rey preguntó,
-"¿Cómo pasó el espíritu sobre el agua, y a donde se
fue después de que había comido la pera?"-
El jardinero contestó,
-"Alguien que venía con una ropa blanca como la nieve
del cielo hizo una presa, y contuvo al agua, y el espíritu pudo pasar por el
foso. Y como debe haber sido un ángel, tuve miedo, y no hice ninguna pregunta,
y no lancé ni un grito. Cuando el espíritu había comido la pera, él se
fue."-
El Rey dijo,
-"Si todo es como tu dices, yo vigilare contigo esta
noche."-
Cuando se puso oscuro el Rey entró en el jardín y trajo a un
sacerdote con él, que debía hablar al espíritu. Los tres se sentaron bajo el
árbol y esperaron. A medianoche la doncella vino arrastrándose desde la
espesura, fue al árbol, y otra vez comió una pera con su boca, y al lado de
ella estaba el ángel en ropas blancas. Entonces el sacerdote les salió y dijo,
"¿Vienes tú del cielo o de la tierra? ¿Eres un
espíritu, o un ser humano?"
Ella contestó,
-"No soy ningún espíritu, sino una mortal infeliz
abandonada por todos excepto por Dios."-
El Rey dijo,
-"Si has sido abandonada por todo el mundo, yo no te
abandonaré."-
Él la llevó con él a su palacio real, y como ella era tan
hermosa y buena, él la amó con todo su corazón y mandó a hacer manos de plata
para ella, y la tomó como su esposa. Después de un año el Rey tuvo que partir,
entonces le encomendó a su madre el cuidado de la joven Reina y dijo,
-"Si tiene que tomar cama, toma cuidado de ella,
atiéndela bien, y cuéntame al respecto inmediatamente en una carta."-
Poco después ella dio a luz a un lindo niño. Entonces la
vieja madre se dio prisa en escribirle y anunciarle las felices noticias. Pero
el mensajero descansó en un arroyo por el camino, y como estaba tan cansado por
la gran distancia, se durmió. Entonces vino el Diablo, que siempre procuraba
herir a la Reina buena, y cambió la carta por otra, en el cual escribió que la
Reina había traído un monstruo al mundo.
Cuando el Rey leyó la carta quedó impresionado y muy
preocupado, pero él escribió en la respuesta que ellos debían tomar gran
cuidado por la Reina y cuidarla bien hasta su llegada. El mensajero volvió con
la carta, pero descansó en el mismo lugar y otra vez se durmió. Entonces vino
el Diablo una vez más, y puso una carta diferente en su bolsillo, en el cual
fue escrito que ellos debían matar a la Reina y su niño. La vieja madre fue
terriblemente impresionada cuando recibió la carta, y no podía creerlo.
Ella contestó otra vez al Rey, pero no recibió ninguna otra
respuesta, porque cada vez el Diablo substituyó una carta falsa, y en la última
carta también fue escrito que ella debía conservar la lengua y ojos de la Reina
como una señal de que había obedecido. Pero la vieja madre lloró de pensar que
tal sangre inocente debía ser evitada, e hizo traer un cierva antes de la noche
y recortó su lengua y ojos, y los guardó. Entonces dijo a la Reina,
-"No te puedo matar como el Rey manda, pero no debes
quedarte aquí. Ve afuera por el amplio mundo con tu niño, y nunca vengas aquí
otra vez."-
La pobre mujer ató a su niño en su espalda, y se marchó con
sus ojos llenos de lágrimas. Ella entró a un gran bosque salvaje, y luego cayó
de rodillas y rezó a Dios, y el ángel del Señor se le apareció y la condujo a
una pequeña casa en la cual había un letrero con las palabras, "Aquí todos
moran libres." Una doncella blanca como la nieve salió de la pequeña casa
y dijo,
-"Bienvenida, Señora Reina " y la condujo a su
interior.
Entonces allí le desataron al niño de su espalda, y lo
sostuvieron en su pecho para que lo pudiera alimentar, y lo pusieron en una
pequeña cuna maravillosamente hecha.
Entonces dijo la pobre mujer,
-"¿Cómo supieron que yo era una reina?"-
La doncella blanca contestó,
-"Soy un ángel enviado por Dios, cuidaré de ti y del
niño."-
La Reina se quedó siete años en la pequeña casa, y fue bien
atendida, y por la gracia de Dios, debido a su piedad, sus manos que habían
sido cortadas, crecieron una vez más.
Por fin el Rey regresó a casa y su primer deseo era ver a su
esposa y el niño. Entonces su madre anciana comenzó a llorar y dijo,
-"¡Qué mal hombre fuiste!, ¿Por qué escribiste que yo
debía eliminar aquellas dos vidas inocentes?"-
y ella le mostró las
dos cartas que el Diablo había cambiado, y luego siguió diciendo,
-"Hice como me lo pediste,"- y ella le mostró la
lengua y ojos.
Entonces el Rey comenzó a llorar por su pobre esposa y su
pequeño hijo tanto más amargamente que su madre, que ella al fin tuvo compasión
de él y dijo,
-"Queda en paz, esos son sólo naturaleza muerta; en
secreto hice que una cierva fuera matada, y tomé esas muestras de ella; luego
amarré al niño a la espalda de tu esposa y le pedí que saliera afuera al amplio
mundo, y le hice prometer que nunca
volviera aquí otra vez, porque tú estabas muy molesto por ella."-
Entonces dijo el Rey,
-"Iré tan lejos como lo que el cielo es azul, y no comeré,
ni beberé hasta que yo haya encontrado otra vez a mi querida esposa y mi niño,
si mientras tanto ellos no han sido matados, o muertos por el hambre."
Así el Rey viajó sobre durante siete largos años, y la buscó
en cada hendidura de las rocas y en cada cueva, pero no la encontraba, y pensó
que ella había muerto por amor. Durante todo este tiempo él ni comía, ni bebía,
pero Dios lo confortaba. Al fin él entró en un gran bosque, y encontró allí la
pequeña casa cuyo letrero decía, "Aquí todos moran libres." Entonces
salió al frente la doncella blanca, lo tomó de la mano, lo condujo adentro, y
dijo,
-"Bienvenido, Señor Rey,"- y le preguntó de donde
venía.
Él contestó,
-"Pronto voy a tener siete años de estar viajando en
busca de mi esposa e hijo, pero no puedo encontrarlos."-
El ángel le ofreció comida y bebida, pero él no tomó nada, y
sólo deseó descansar un poco. Entonces se acostó para dormir, y puso un pañuelo
sobre su cara. El ángel entró en la cámara donde la Reina estaba sentada con su hijo, que ella por lo general lo
llamaba "Doloroso", y le dijo,
-"Sal con tu hijo, tu marido ya ha llegado."
Entonces ella fue al lugar donde él estaba, y el pañuelo se
cayó de su cara. Y dijo ella,
-"Doloroso, recoge el pañuelo de tu padre, y cubre su
cara otra vez."-
El niño lo recogió, y lo puso sobre su cara otra vez. El Rey
en su sueño oyó lo que pasaba, y le agradaba que el pañuelo cayera una vez más.
Pero el niño se puso impaciente, y dijo,
-"Querida madre, ¿cómo puedo cubrir la cara de mi padre
cuando no tengo a ningún padre en este mundo? He aprendido a decir la oración
'Padre Nuestro, qué estás en el Cielo,' tú me has dicho que mi padre estaba en
el Cielo, y él era nuestro Dios bueno, y ¿cómo puedo reconocer a un hombre
extraño como éste? Él no es mi padre."-
Cuando el Rey oyó aquello, despertó, y preguntó quiénes eran
ellos. Entonces dijo ella,
-"Soy tu esposa, y él es tu hijo, Doloroso."-
Y él vio sus manos vivas, y dijo,
-"Mi esposa tenía manos de plata."-
Ella contestó,
-"Dios bueno ha hecho que mis manos naturales crezcan
otra vez;"-
y el ángel entró al
cuarto, y trajo las manos de plata, y se las mostró.
En ese momento él supo a ciencia cierta que sí era su
querida esposa y su querido hijo, y él los besó, y se alegró, y dijo,
-"Una gran piedra pesada se ha ido completamene de mí
corazón."-
Entonces el ángel de Dios les dio una comida junto con ella,
y después ellos se fueron a la casa de la madre anciana del Rey. Hubo gran
alegría en todas partes, y el Rey y la Reina y el hijo estuvieron juntos otra
vez, y vivieron felizmente hasta su final.
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