En 1982, en París, una indígena
kiche de 23 años que estaba de paso por la ciudad, Rigoberta Menchú, contó a la
antropóloga venezolana Elisabeth Burgos-Debray la historia de su vida. Durante
varios días Burgos grabó las historias de Menchú, las transcribió, ordenó
cronológicamente y las convirtió en un libro que se publicó en 1983: Me llamo
Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia1. La impresionante narración de
Menchú, donde describía la represión de los indígenas guatemaltecos a manos del
ejército y en particular el asesinato de más de la mitad de su familia
inmediata, hizo que el libro adquiriera una rápida notoriedad y proporcionara
reconocimiento internacional a su protagonista. En 1992 le fue concedido el
Premio Nobel de la Paz, y sin duda su autobiografía (aunque en la concesión no
se hace referencia al libro) impulsó su causa. Con el tiempo Me llamo Rigoberta
Menchú... se ha convertido en un clásico de la literatura testimonial.
El libro
de David Stoll, antropólogo norteamericano, es en parte una refutación del
testimonio de Rigoberta, pero de manera más general es un incisivo estudio
sobre las condiciones en las que el libro fue producido y recibido. Se puede
dividir grosso modo en dos partes. La primera está dedicada a comparar la
narración de Menchú de 1982 con testimonios locales y fuentes documentales. La
segunda inquiere en las razones por las cuales Rigoberta contó su historia de
la forma en que lo hizo y, quizá más importante, por qué su relato tuvo un eco
tan extraordinario en Europa y los Estados Unidos. Lo cierto es que Stoll no
pone ni por un momento en duda la represión y las atrocidades cometidas por el
ejército. Tampoco pone en duda lo esencial del relato de Rigoberta: que su
padre Vicente Menchú, su madre Juana y su hermano Petrocinio fueron asesinados
por el ejército en los cinco meses que van desde diciembre de 1979 a abril de
1980. Pero sí impugna algunos aspectos y episodios del testimonio; por ejemplo,
el hecho de que su familia fuera muy pobre, que pasara parte de su infancia como
peón en las plantaciones de la costa del Pacífico, que no aprendiera español o
que nunca asistiera a la escuela.
En realidad, ¿qué importancia puede tener
saber que algunos aspectos concretos de la autobiografía de Menchú no son
verídicos? Parte de la dificultad de Me llamo Rigoberta Menchú... tiene que ver
con el hecho de que sea un «testimonio», el género biográfico gracias al cual
en América latina personas relativamente marginales –mineros del cobre,
vendedoras del mercado– y a menudo mujeres, cuentan una historia de vida
personal que a la vez ilumina la forma de vida más general de su clase social,
de su grupo étnico, de su género. De hecho, según Arturo Taracena (quien
intervino decisivamente en la elaboración del texto Me llamo Rigoberta Menchú...,
pero cuyos créditos desaparecieron del libro por su vinculación política con la
organización Ejército Guerrillero de los Pobres), tanto él como Elisabeth
Burgos se inspiraron en el testimonio de Domitila Chungara, la sindicalista
minera boliviana. Los testimonios poseen un carácter ambivalente. Por una parte
reflejan la vida personal de la persona que cuenta su vida, pero a la vez
aspiran a presentar la voz y la experiencia de grupos sociales enteros: en el
caso de Menchú, los indígenas guatemaltecos. En realidad, la verdad o falsedad
del relato es algo que tiende a considerarse secundario, cuando no
completamente irrelevante. Lo que interesa (por lo general a los antropólogos,
quienes más cultivan este género) es la capacidad del narrador de mostrar su forma
de entender el mundo y, por extensión, la vida del grupo social al que
pertenece. El testimonio puede tener mucho de ficción, pero no por ello es
falso. Desde este punto de vista, la impugnación de Stoll no tiene demasiado
sentido, a condición de que el testimonio de Menchú se tenga por tal y no por
un modelo de exactitud biográfica. Ahora bien, Me llamo RigobertaMenchú... no
es sólo una historia de vida y una denuncia de la represión, es también una
versión de los acontecimientos con objetivos políticos específicos. Y aquí el
asunto se complica. En 1982 Rigoberta Menchú se había unido al Comité de Unidad
Campesina (CUC) que era, por así decir, la rama política del Ejército
Guerrillero de los Pobres (EGP). Su estancia en París formaba parte de una gira
de representantes de la guerrilla por Europa y su testimonio fue diseñado para
convenir a las necesidades propagandísticas de su organización. Ello explica,
según Stoll, los ocultamientos y distorsiones del relato. Por ejemplo, según
Rigoberta, su familia luchó con y perdió la tierra a manos de funcionarios y
terratenientes ladinos (no indígenas), y en esas condiciones los miembros de su
aldea no tuvieron otra alternativa que organizarse y llamar a la guerrilla en
su auxilio.
Las versiones recogidas por Stoll en la aldea de Chimel presentan,
sin embargo, un panorama distinto: los responsables de la pérdida de la tierra
de los Menchú fueron los propios vecinos indígenas, entre ellos familiares de
la madre de Rigoberta, en una clásica disputa entre campesinos necesitados de
tierra. Pero los conflictos internos entre vecinos desaparecieron del relato,
para dar la impresión de que la lucha armada era la única reacción posible de
unos campesinos colocados en una situación desesperada. Es mediante este tipo
de explicación –la ausencia de otra opción– como las organizaciones
guerrilleras y sus partidarios acostumbran a justificar el coste de la lucha
armada. Así, su testimonio ayudó a fijar una versión de la guerra que se ha
mantenido fuera de Guatemala, entre la izquierda y los circuitos de
solidaridad, prácticamente inalterada. Tuvo que pasar bastante tiempo para que
comenzaran a publicarse estudios más rigurosos y matizados –como los de
Carmack2, de Le Bot3 y el anterior libro de Stoll4 – que superan las estrechas versiones
de la guerra civil, tanto la de la derecha y el ejército («La causa de la
guerra fue la subversión y el comunismo»), como la de las guerrillas («La
guerra fue el resultado de la represión del ejército de los capitalistas e
imperialistas contra un pueblo que se defiende»). En los años siguientes, el
testimonio de Rigoberta se reveló como un medio excepcional para movilizar
ayuda internacional en favor del movimiento revolucionario de Guatemala. Una de
las ventajas del relato es que alimentaba los estereotipos de autenticidad y
pureza que en Europa y los Estados Unidos se asocian con los indígenas (y en
este sentido la promoción del testimonio representa un precedente de la puesta
en escena indigenista del Ejército Zapatista en Chiapas). Stoll cita a este
respecto el comentario, por otra parte característico, de un profesor
norteamericano: «[Me llamo Rigoberta Menchú...] es uno de los libros más
impresionantes que he leído... Mis estudiantes se identificaron enseguida con
la historia de Menchú. Muchos de ellos descubrieron en la sociedad indígena de
Guatemala rasgos atractivos que faltaban en sus propias vidas, fuertes lazos
familiares, solidaridad comunitaria, una íntima relación con la naturaleza, el
compromiso con los demás y la fidelidad a las creencias propias» (pág. 234). En
efecto, el testimonio de Menchú tiende a presentar un mundo indígena idílico,
fundado en una vida comunitaria armoniosa y el rechazo de la tecnología
moderna. Y este sesgo quizá explica también los silencios sobre ciertos aspectos
de su vida. Por ejemplo, la insistencia en presentarse como una persona
iletrada y monolingüe. Rasgos así ayudaban a proporcionar la imagen de indígena
incontaminado que se requería. En este sentido, el relato de Rigoberta es una
víctima de los prejuicios, del racismo al revés: si los indígenas no se
presentan ante los movimientos de solidaridad internacionales de acuerdo con
las imágenes formularias que se les atribuye, la posibilidad de atraer su
atención y ayuda se complica. Hacia 1994 Rigoberta Menchú se distanció
públicamente de la guerrilla guatemalteca, responsabilizándola también de la
violencia durante la guerra civil. El valor de Rigoberta no reside en que haya
sido una víctima. Las víctimas no tienen una virtud superior por el hecho de
serlo. Su mérito reside más bien en haber empleado la autoridad simbólica que
le otorga su Premio Nobel en tender puentes en la fragmentada sociedad
guatemalteca: entre indígenas y no indígenas, entre indígenas afines al
movimiento guerrillero e indígenas contrarios, entre el sistema político y una
mayoría de la población desilusionada con él. Pero el testimonio de 1982 que la
puso en el camino del reconocimiento público también se ha convertido en una
carga. Su reacción a la publicación del libro de Stoll (en realidad a un
artículo del New York Times que lo resumía) supuso por un momento un retorno a
la lógica de la guerra en Guatemala: la CIA, insinuó, podría estar detrás del
trabajo de Stoll. La reacción de Menchú y algunas personas de su entorno
evidencia la dificultad en Guatemala (pero no sólo allí: la reacción contra
Stoll, aun sin leer su libro, ha sido más fuerte en Europa y Estados Unidos) de
abordar la violencia política en la que se sumió el país en la segunda mitad de
este siglo. Ésta está todavía demasiado envuelta en símbolos que impiden una
discusión abierta, que dan por supuesto lo que en realidad necesita ser puesto
en cuestión. El libro de Stoll no reduce en nada la figura de Rigoberta Menchú.
Por el contrario, presenta el retrato de una mujer extraordinaria atrapada en
unas circunstancias políticas difíciles. Cuando una persona se convierte en
símbolo de una causa, la complejidad de su vida personal se deja a un lado para
aparecer como una vida modelo. Y con ello también se oculta la complejidad de la
situación representada mediante esa historia de vida.
1. Elisabeth Burgos, Me llamo
RigobertaMenchú y así me nació la conciencia, Guatemala, Arcoiris, 1983
(edición original). ↩
2. Robert Carmack (ed.), Harvest of Violence.
The Maya Indians and the Guatemalan Crisis, Norman , University of Oklahoma Press, 1988. ↩
3. Yvon Le Bot, La guerra en
tierras mayas.Comunidad, violencia y modernidad en Guatemala (1970-1992),
México, Fondo de Cultura Económica, 1995. ↩
4. David Stoll, Between Two Armies in theIxil Towns
of Guatemala, Nueva York, Columbia University Press, 1993. ↩
Y amanecimos: Ella, todo un Pueblo Originario, todos los Pueblo Originarios, y nosotros, los mestizos con conciencia... |
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