Antón Pavlóvich Chéjov- 17 de enero de 1860 - Taganrog, Rusia "La literatura es mi amante" |
Para conmemorar un nuevo aniversario del
nacimiento de Antón Chéjov -uno de los escritores preferidos de esta Casa, y no
sólo por su calidad de paradigma del cuento- podríamos compartir la lectura de
muchos textos de elevado valor y difusión continua; por ejemplo, Iván Matveich,
La novia, La tristeza,...
Sin embargo, la opción es otra, motivada quizá
en la necesidad de mostrar otras facetas no tan divulgadas aunque sustentadoras
cabales del respeto del autor por la naturaleza humana, respeto que se trasunta,
obviamente, en el tratamiento artístico de sus criaturas a las que nunca osa
juzgar.
En principio, evoquemos los inicios del
escritor como narrador humorístico.
En http://spanish.ruvr.ru leemos
la siguiente información: “El fino sentido del humor propio de Chéjov
lo revelan sus cuentos parodias publicados en revistas humorísticas de los años
1880. Todos ellos están firmados con seudónimos inventados por el propio autor:
“Médico sin pacientes”, “Persona iracunda”, “Hermano de mi hermano”, “Hombre
sin bazo”. El más conocido de ellos es “Antosha Chejonté”: así llamó a Antón
Chéjov en Taganrog, donde pasó su infancia, el arcipreste local”.
Era la época en que resolvía así los
apremios económicos de la familia, vicisitudes que la habían condicionado desde
generaciones anteriores, pues no se debe olvidar que su abuelo fue un siervo
que logró comprar la libertad propia y familiar veinte años antes de haber sido
concedida oficialmente.
Una acotación extraída de frontera d-Revista Digital: “El
humor expansivo de Nikolai (hermano de Antón) determinó un poco el estilo de
las primeras narraciones de Chejov. Fueron bastantes los cuentos que recogían
historias escuchadas a su hermano y que el propio Nikolai iluminaba con alguna
caricatura. Estos primeros cuentos, de acento humorístico y calidad discutible,
fueron los que permitieron a Chejov asomarse a las esquinas literarias de la
prensa moscovita en los primeros años ochenta del siglo XIX. Chejov recuerda
cuando llegó a Moscú con diecinueve años para comenzar la carrera de medicina.
Su familia vivía allí desde hacía unos años, en una miseria casi absoluta. A su
llegada, con lo poco que sacaba de sus cuentos y, más tarde, de su práctica
profesional, Anton se hizo cargo del alojamiento y la manutención de todos.
En segundo lugar, y basándonos en
la misma fuente, su atracción por la música,
un aspecto casi cercenado por los estudios tradicionales sobre el escritor: “Entre
las colecciones de novelas cortas y cuentos editados en vida del escritor atrae
la atención el libro “Personas hurañas” con la dedicatoria: “A Piotr Chaikovski
del futuro libretista”. Resulta que estos dos genios adoraban la creación uno
de otro. Chaikovski incluso pidió a Chéjov que escribiera el libreto de su
futura ópera “Bela”. Por desventura, esta idea no fue realizada. En cambio, los
compositores del siglo XX crearon sobre los motivos de varias obras de Chéjov
obras de diverso género, mencionemos, al menos, la romanza de Serguey
Rajmáninov “Descansemos” sobre el monólogo de la protagonista de la pieza “El
tío Vania” o los ballets de Rodión Schedrín “La dama del perrito” y “La
gaviota”.
Por último, su arista de investigador
social, documentada en la obra “La isla
de Sajalín”.
De rumoresetéreos.blogspot.com
extractamos: “Cuando el 26 de enero de 1890 el periódico Novedades de Moscú anunció
la partida de Chéjov a Sajalín para estudiar la vida de los exiliados, se
añadió, no sin cierto sarcasmo: “El caso del señor Chéjov es de todo punto excepcional: se trata del primer escritor ruso
que va a Siberia y vuelve”. El resultado de tres meses de intenso trabajo de
campo fue ‘La isla de Sajalín’, un ensayo científico en que se distingue la
atención a los detalles de la mirada honda y perspicaz del Chéjov escritor.
Pero Sajalín ya no es hoy una colonia penitenciaria. Es una zona estratégica en
la extracción de oro negro que rivaliza en cifras con la producción conjunta de
Estados Unidos y Europa.
Si por algo ha quedado grabada en
el imaginario colectivo la isla de Sajalín, es sobre todo por la visita de
Antón Chéjov y su libro. Hasta entonces era una remota lengua de tierra en
eterna liza con Japón. Para los rusos, sin embargo, también era una de las
estaciones de llegada de los deportados dentro del sistema penal zarista. Esa
sombra siniestra se percibía en cada detalle de la isla. Cuando Chéjov pregunta
por qué atan los animales domésticos e inofensivos como cerdos y gallos, recibe
por respuesta: “en Sajalín todos estamos encadenados”.
Antes del viaje, Chéjov ya era un
renombrado escritor que podía permitirse el lujo de colgar la bata de médico
para consagrarse a la literatura. A causa de su delicada salud, desconcertó a
familiares y amigos cuando les anunció su intención de viajar a Sajalín, con
las maletas preparadas ya en la puerta. Fuera cual fuese la verdadera causa de
su viaje, realizar el ‘proyecto Sajalín’ le supuso una ingente investigación
bibliográfica previa, tres meses de viaje en pésimas condiciones a través de
siete zonas horarias, otros tres meses de trabajo de campo en la isla
entrevistando a toda alma viviente y un viaje de vuelta que le llevó por Hong
Kong y Ceilán antes de volver a pisar Moscú. La escritura del libro no fue una
travesía menos ardua: cuatro años de continua reescritura y de trabajo obsesivo
que él mismo había diagnosticado, en tono de broma, como ‘manía sajaliniana’.
Otra fuente importante para
ilustrar este periplo de Chéjov -a falta del texto original- es la Revista Digital Alétheia-MuiP y el artículo
de María Jesús Casals “La isla de Sajalín: la mirada como relato” del cual seleccionamos
los siguientes fragmentos:
Antón Paulovich Chéjov
(1860-1904) tenía 30 años y una tuberculosis pulmonar, era médico y ya un
escritor cuando emprendió el viaje a la isla de Sajalín, un lugar situado en el
extremo de Siberia, entre la península de Kamchatka y el archipiélago de Japón,
en el mar de Ojotsk. Guarda la entrada de la desembocadura del río Amur. El fin
del mundo. Uno de los infiernos gélidos e indomables de este planeta. Y por eso
allí había un penal donde se deportaba a presos políticos y a los criminales
reincidentes del imperio ruso.
Chéjov tardó casi tres meses en
llegar a Sajalín cruzando toda Siberia. Y pasó en la isla otros tres meses y
tres días visitando las cárceles, las colonias de los penados y de los
carceleros, hablando con los seres humanos que fueron allí arrojados,
explorando todo su territorio, y observando con una empatía lejana a ningún
sentimiento de superioridad a las poblaciones nativas de ainos y guiliacos. Se
detuvo también en las bellezas de la isla y en su tundra inhabitable, en su
historia, en la flora y la fauna, en la orografía y en el clima. La isla de
Sajalín no fue pensada como una obra literaria sino científica, analítica, de
observación rigurosa, objetiva. Quiso ser la tesis doctoral para la culminación
de los estudios de Medicina, algo que Chéjov no logró porque fue rechazada.
Pero La isla de Sajalín ha sido mucho más que una tesis: ante todo es el gran
testimonio con voluntad objetivista sobre una realidad que había que contar. Es
decir, un gran reportaje. (Es magnífica la edición de esta obra por la
editorial Alba y es exquisita la traducción de Víctor Gallego, así como su
breve introducción y las excelentes notas).
La isla de Sajalín es la obra a
la que Chéjov dedicó más tiempo y esfuerzo. Y puede ser quemarcara de forma
definitiva su carácter y alimentara su escepticismo (aunque yo preferiría
hablar en el caso de Chéjov de auténtico estoicismo) y su compromiso con los
más débiles. Puede ser que Sajalín fuera el germen de sus maravillosos relatos,
el principio de su interés por observar al ser humano con buscada distancia,
sin juzgarlo, mostrándolo.
La crítica que contiene La isla
de Sajalín al sistema represivo del zarismo es la más efectiva que pudiera
haberse realizado: por la técnica de la “mostración”, es decir, ese modo
periodístico de hacer que el lector se olvide de quién le cuenta porque lo que
importa es hacerle ver una realidad. El lector viaja virtualmente allí, a
Sajalín, y escucha y ve a los condenados al infierno. Siente el frío y la
desolación más inimaginables, la impiedad y la crueldad, la impotencia por las
fugas fallidas, la tundra inhóspita, el martirio de los mosquitos, las
enfermedades. Siente qué es la privación de alimento y la privación del calor y
del afecto; comprende qué es eso de la capacidad de adaptación y supervivencia
de los seres humanos, también la capacidad infinita de esperanza y de
desesperanza. Comprende que las grandes palabras que alimentan lo que llamamos
moral, ética o estética (verdad, belleza, amor, fraternidad, libertad…) no son
más que construcciones culturales que se han podido realizar en óptimas
condiciones; y que tienen escaso sentido cuando sólo queda la lucha por
sobrevivir como sea.
Mi maestro Chéjov me recuerda que
es inútil pontificar, teorizar en exceso. Muéstralo. Muestra el rigor: describe
bien. Muestra lo que pasa: crea la escena. Muestra cómo son estos hombres y
mujeres: obsérvalos, escúchalos. Explica contextos, brevemente, lo necesario,
lo justo. Un detalle bien observado y descrito evita y suple cualquier clase de
juicio, cualquier dosis sobrante de sentimentalismo. Evita el moralismo barato.
Por ejemplo, en Sajalín hay
niños, pocos, porque Sajalín es la definición de lo evitable, de la vida como
un imposible, es la obligación de la huida. Y Chéjov tiene que hablar de esos
niños que viven en la desgracia más cruel. Elijo estos fragmentos precisamente
porque la cuestión infantil es siempre una realidad sobrada de juicios de valor
y de lamentaciones en muchos escritores y periodistas que tienen que abordarla.
Son tres extractos del mismo capítulo, el XVII, titulado “Composición de la
población por edad. La situación familiar de los exiliados. Matrimonios.
Natalidad. Los niños de Sajalín”. Tres fragmentos diferentes para contar la
realidad de estos niños de la isla de Sajalín:
“Cada nuevo nacimiento es
recibido con frialdad en la familia. Junto a la cuna no se cantan canciones,
sólo se oyen amargos lamentos. Padres y madres dicen que no tienen con qué
alimentar a sus hijos, que éstos no aprenderán nada bueno en Sajalín y que “lo
mejor será que dios misericordioso se los llevara lo antes posible”. Si el niño
llora o hace alguna travesura, se le grita con rabia: “¡Cállate o te mato!”.
(P. 284)
“Al recorrer las isbas de Verjni
Armudán, entré en una en la que no había ningún adulto. Sólo encontré a un niño
de diez años, de cabellos rubios, cargado de espaldas, descalzo; su pálido
rostro, cubierto de grandes pecas, parecía de mármol.
-¿Cuál es el patronímico de tu
padre?
-No lo sé- me respondió.
-¿Cómo es posible? ¿Vives con tu
padre y no sabes cómo se llama? Debería darte vergüenza.
-No es mi verdadero padre.
-¿Cómo que no es tu verdadero
padre?
-Es el cohabitante de mi madre.
-¿Tu madre está casada o es
viuda?
-Viuda. Vino aquí por su marido.
-¿A qué te refieres?
-Ella lo mató.
-¿Te acuerdas de tu padre?
-No. Soy ilegítimo. Mi madre me
dio a luz en Kara (pp.285-286)
“Los niños de Sajalín son
pálidos, delgados, indolentes. Van vestidos con harapos y siempre están
hambrientos. Como el lector verá más adelante, mueren casi siempre de
enfermedades intestinales. Viven acosados por el hambre; a veces, durante meses
enteros sólo se alimentan de nabos o, en las familias más acomodadas, de pescado
salado. Las bajas temperaturas y la humedad destruyen el organismo infantil,
llevándolo a la extenuación, a una degeneración lenta de todos los tejidos” (p
286).
La objetividad. Aquí la tenemos
no como disfraz sino como necesidad. Es objetivo todo lo que relata Chéjov:
ofrece datos, detalles significativos, secuencias, descripciones. Ofrece un
trabajo comprometido con la realidad. No juzga, no valora, el relato de lo que
encuentra es suficiente. Y precisamente porque la realidad con la que se topa
es demasiado áspera, Chéjov opta por desaparecer como sujeto narratario. Su
trabajo es hacer ver, hacer comprender por las palabras que muestran, desnudas,
como renunciando al estilo, pero logrando el estilo sublime de la mirada que
relata fielmente lo que ve.
Chéjov no consideró su isla de
Sajalín como obra literaria, sino como una investigación social. Al llegar a
Sajalín llevaba una acreditación de periodista que le permitía hablar con los
presos, excepto con los políticos. Aún así, se las arregló para visitarlos.
Elaboró unas fichas con preguntas e hizo imprimir 10.000 copias. Visitó las
cárceles y colonias de la isla y elaboró un censo de población. Investigó las
condiciones de vida en la colonia penitenciaria: alimentación, la inhumanidad
de las celdas, los trabajos de los colonos y presos, el estado de los
hospitales, la actuación de carceleros y autoridades. Dedicó una atención muy
especial a la situación de las mujeres, tanto de las presas como de las que
llegaron a Sajalín siguiendo el destino de sus maridos condenados. Describió la
descomposición de la vida familiar en las situaciones límites de la isla. Esta
isla que explora, cuenta su historia y su realidad: se detiene allí para mirar
también la dura existencia de los oriundos isleños, guiliacos y ainos, sin
asomo alguno de superioridad.
Presos en Sajalin
Chéjov escribió la más valiente y
dura acusación contra la tiranía brutal del gobierno zarista. Relata Víctor
Gallego en la Introducción que las consecuencias de todo este empeño del
escritor ruso de relatar (solo relatar) los hechos escandalosos (incluso para
la moral de la época) “motivaron la apertura de una investigación oficial,
probablemente de escasas consecuencias prácticas; no obstante, Chéjov había
conseguido su objetivo: lograr que la opinión pública fijara su atención en la
isla de Sajalín y en las condiciones de vida de los presos. Poco a poco, muchos
aspectos siniestros de la vida de los exiliados fueron mejorando y algunas
prácticas especialmente odiosas se erradicaron para siempre. Así, en 1893 se
prohibieron los castigos corporales a mujeres; en 1895 el Estado asignó una suma
para el mantenimiento de los orfanatos; en 1899 desaparecieron el exilio de por
vida y las condenas a cadena perpetua; en 1903 se suprimieron los latigazos y
las cabezas afeitadas”.
Con todo ello, no es entendible
que esta obra de Chéjov no figure como la más importante precursora de lo que
mucho más tarde se ha venido en llamar periodismo de investigación. Este gran
reportaje debería leerse y analizarse en todas las facultades donde se enseñe
periodismo. Por todo: por el método, por el rigor, por el lenguaje, por la
objetividad como procedimiento de verosimilitud y el objetivismo literario como
retórica persuasiva; por su honradez, por su dignidad humana y profesional, por
su compromiso absoluto con una verdad que no se quería ver ni saber. Por su exquisita
escritura que logra el interés humano sin hurgar morbosamente en tanto
sufrimiento y tanto mal. Logra la empatía. El libro, además, contiene
impresionantes fotografías de las cárceles, de los presos, de los nativos. Hay
una que conmueve por su composición, por la dignidad de su movimiento y por su
desolada realidad: la llegada a Sajalín de una mujer condenada al exilio por
motivos políticos (p. 268):
Por su parte, http://cierzo.blogia.com aporta el
siguiente nuevo dato:
Tras su viaje a la isla de Sajalín, a donde
había ido para documentar su libro, escribió:
"Lamento no ser
un sentimental, de otro modo diría que deberíamos ir en peregrinación a lugares
como Sajalín, como los turcos van a La Meca. [...] De los libros que he leído y
estoy leyendo se desprende que hemos hecho que millones de hombres se pudran en
prisión; hemos dejado que se pudran sin razón alguna, sin criterio, de un modo
bárbaro; les hemos obligado a recorrer miles de verstas en medio del frío,
encadenados; les hemos contagiado la sífilis, los hemos corrompido, hemos
multiplicado la delincuencia, y toda la culpa se la echamos a los carceleros
borrachos de nariz roja. En la actualidad toda Europa culta sabe que la culpa
no es de los carceleros, sino de cada uno de nosotros; no obstante, nada de eso
nos importa ni nos interesa".
Frontera d-Revista Digital vuelve
a ilustrarnos en el artículo “A Sajalín” de Alberto Ruano, Fotografías cortesía de Alba Editorial:
“En un enigmático viaje fluvial
por el río Amur, el doctor Anton Chejov observa desde la cubierta del vapor
ambas orillas. El pasado salta caprichoso en su memoria. La isla de Sajalín se
acerca.
La mirada de Chejov se obnubila
en la orilla derecha del río. Un incendio está arrasando un abetal. El bosque
es de mediano tamaño: el fuego no va a dejar nada. El viento sopla del Norte,
de manera que las llamas siguen el sentido contrario al del barco. Aún, algunas
diminutas láminas de ceniza son capaces de alcanzar la cubierta. El humo es
mucho más blanco de lo que pensaba, casi tanto como el del vapor, como el del
cielo... El brillo salvaje del fuego en el fondo blanco del aire. Como un
infierno en mitad del cielo. Chejov se acuerda entonces de su segundo hermano
mayor, Nikolai. Nikolai murió de tuberculosis hace pocos meses. Chejov
tose. Del bolsillo saca un pañuelo y se tapa la boca. Poco bien le hace todo
este humo a sus pulmones tísicos. El pañuelo queda impregnado de pequeñas gotas
de saliva anaranjadas. Sin darse cuenta, en un gesto automático, Chejov se
quita los anteojos y los limpia con la punta del pañuelo. Al ponérselos de
nuevo, le llama la atención una isba en la orilla contraria del río. Es
pequeña, tendrá dos habitaciones como mucho. Se nota no obstante que sus
inquilinos son trabajadores. Sus paredes blancas están impolutas, las tejas
parecen nuevas. Un modesto corral contiene un caballo tordo y desnutrido.
La soledad y estrechez de esta isba
evocan a Chejov su casa natal de Taganrog, en el mar Azov. Allí tenía su padre
un colmado, donde los vecinos venían iban a por arroz y azúcar, por sus
paquetes de té, sus arenques, su jabón y sus velas para la casa. El puerto
cercano llevaba a su tienda a personas de variado catadura. Mujiks rusos,
marinos griegos, labradores armenios, comerciantes judíos, menestrales
ucranios, modestos forajidos de todos los países. Por lo general, tipos alegres
y algo escandalosos. Su padre servía vino y vodka en la propia tienda, lo que
permitía a sus clientes volver a sus respectivos barcos, palacios o agujeros,
con la compra en la mano, la sonrisa en los labios y algo de la infinita
melancolía rusa en los ojos. Estos personajes, a los que Anton y sus hermanos
atendían en el almacén, son los que luego poblarían las páginas de sus cuentos.
Chejov se sienta en una de las
bancadas de cubierta. Le duele el pecho. Respira hondo. Mapa de la isla de
SajalínEl asiento es incómodo, no tiene respaldo, está helado. Le recuerda al
banquito en el que él y sus hermanos se sentaban en la iglesia a la que su
padre les arrastraba a diario. Chejov piensa en su padre, Pavel Chejov. Padecía
culpas y remordimientos atávicos, heredados de una larga genealogía de esclavos.
La tarde se acaba y Chejov siente
fresco. De todas formas, piensa mientras regresa al interior del barco, la
malnutrición, el frío y la pobreza de su infancia les han dejado a él y a sus
hermanos señalados para una muerte temprana. Sabe que la misma enfermedad que
acaba de matar a Nikolai se le llevará a él en poco tiempo. Sólo espera que sus
costumbres más temperadas le concedan unos años más que a su hermano.
Pocos días después de la muerte de
Nikolai, Chejov decidió hacer este viaje. Imagen antigua de SajalínConcienzudo
y paciente, ha estudiado en las semanas previas a su partida todo lo que se
puede saber de Sajalín. En el mapa, Sajalín es una isla casi del tamaño de
Inglaterra que se estira de Sur a Norte en el extremo oriental de Rusia, justo
encima de Japón. Chejov, partiendo de Moscú, ha recorrido en dos meses seis mil
verstas de estepa, alternando coches de caballos, barcos de vapor y algún tramo
a pie.
Pero Sajalín es algo más que una
isla. En Sajalín se encuentra la colonia penitenciaria más importante de Rusia.
Es la cloaca que absorbe el detritus social del imperio del zar. Allí pagan sus
culpas desde los asesinos más sanguinarios hasta los presos políticos más
cándidos. El precio es el hielo, el azote, el aislamiento, la enfermedad y la
muerte.
Chejov mismo no consigue entender
las razones de este viaje. Sus familiares y amigos le han tenido por loco. Del
sutil silogismo a la palabra grosera, no hay argumento que no hayan empleado
para intentar disuadirle. Chejov se ríe. Espera que Kolia le esté viendo. Fija
sus ojos en el portillo de la amura. El incendio ha quedado atrás. Ya sólo
queda la taiga ciega, inmensa.
Se consume el camino. El barco
avanza. Sajalín se acerca.
De asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es,
algunos fragmentos de: “¿Chejov
escribe "lo mejor posible"? por Ramón Pedregal Casanova / UCR
¡Qué empeño en desvirtuar a
Chejov señalando algo que él no dijo nunca! ¿No tenía posiciones ideológicas?
¿Nabokov que era anticomunista y explicaba las novelas bajo tal perspectiva no
tenía tampoco posiciones ideológicas? Ideología etimológicamente viene de idea,
que en filosofía indica la visión que se tiene del mundo, ¿y Chejov no tenía
una idea sobre el mundo? Por ejemplo, cuando dimite de la Academia rusa por la
expulsión de Gorki ¿no tomó posición ante un hecho de trascendencia política?,
porque Gorki no era un escritor ajeno a lo que ocurría en Rusia.
Otro ejemplo, traigo aquí lo que
dice Nabokov de Chejov: "era un individualista y un artista".
Nabokov, además de verter una idea reaccionaria de lo que es ser artista, en su
ideario es colocarse al margen de lo que ocurre en el mundo, creyentes de esa
falsificación hay muchos, además, falsifica la actitud nada individualista de
Chejov ante la vida, Chejov, nieto de un esclavo que compró su libertad,
escribía a su editor Suvorin en 1894: "...He creído en el progreso desde
la infancia, como no podía ser de otro modo, porque la diferencia entre la
época en que me azotaban y aquella en que dejaron de hacerlo era enorme. ...la
filosofía tolstoiana me ha afectado profundamente y me ha dominado durante seis
o siete años; lo que más influía en mí no eran las tesis fundamentales de Tolstoi,
que ya conocía de antaño, sino su modo de exponerlas, sus razonamientos, y,
probablemente, una especie de imnotismo. Pero ahora algo protesta en mi
interior; un razonamiento imparcial me dice que hay más amor por la humanidad
en la electricidad y la máquina de vapor que en la castidad y en la abstención
de comer carne". Ni "liberalismo", ni individualismo, ni artista
por encima o al margen del mundo.
Los cuentos de Chejov, sus obras
de teatro son bien conocidos, pero veamos un libro menos conocido por los
lectores, "La isla de Sajalin", libro escrito como consecuencia de su
viaje a la isla-prisión para conocer lo que allí ocurría, ¿artista
individualista, sin compromiso?, su palabra forzó al régimen zarista a mejorar
las condiciones de vida de los presos. La isla de Sajalin, en el último extremo
de Siberia, próxima a Japón, ofrecía una historia oscura y amenazante para los
conciudadanos de Chejov. Escribe a Suvorin, su editor, que como él, se refiere
a Suvorin, hay mucha gente a la que parece no interesarle lo que en esa lejana
isla ha ocurrido y se lo critica: "Sajalin sólo puede carecer de interés a
una sociedad que no haya deportado allí a miles de hombres y no gaste en ellos
millones de rublos. A excepción de Cayena en la actualidad y de Australia en el
pasado, Sajalin es el único lugar donde se puede estudiar la colonización por
parte de delincuentes". Y continua hablando sobre la necesidad de resolver
los problemas sociales y llama a considerar Sajalin como un problema moral y
ver en Sajalin "un asunto de tanta importancia como para los militares es
la principal plaza militar". Por sus lecturas, dice, conoce cómo se han
podrido millones de personas en aquella prisión y cómo se sigue haciendo, cómo
se les hace cruzar Siberia cargados de cadenas, cómo se contagian de
enfermedades, cómo se corrompe a los presos, como se degenera al ser humano, y
señala que la culpa es de todos y cada uno de los que consienten la situación
de los detenidos: "el problema carcelario no ofrece ningún interés para
nuestros juristas".
Chejov, que empezaba a manifestar
síntomas de tuberculosis, cruzó Siberia a caballo, en barco, andando, en coche
de postas, viajó de todas las formas posibles por un espacio peligroso. Tardó 2
meses y 20 días en llegar a la isla-prisión y permaneció en ella algo más de 3
meses, el 13 de Octubre de 1890 se embarcó de vuelta.
Una vez en Sajalin, Chejov
despliega todas sus energías en pos del conocimiento de la realidad, para
detallar en sus escritos todos y cada uno de sus pormenores entra en cada una
de las celdas y habla con los presos, en cada colonia y en cada casa de
aquellos a quienes se permite vivir fuera de la prisión, y lo que descubre está
mucho más allá de todo lo que había leído antes de partir. Aún así queda sin
registrar en sus fichas y cuadernos las condiciones en que se encuentran los
presos políticos, se le prohibió expresamente. Visitarlos. Lleva una
acreditación como periodista facilitada por su editor, y eso influye en el
comandante que gobierna la prisión y le entrega un visado para hacer su
trabajo, con la prohibición ya mencionada de hablar con los presos políticos.
Para asegurarse, el comandante envió un documento secreto a los diferentes
responsables con el fin de que por allí por donde pasase Chejov le impidiesen
toda relación con esos presos. ¿Cómo sería la vida de éstos si la contemplación
de la existencia del resto de los presos y el trato a que se les sometía hizo
que Chejov escribiese al terminar que había hecho "un viaje al
infierno"? La exposición de las condiciones de vida, hambre, frío,
castigos, tratos degradantes, deshumanización total, aún lleva a Chejov a poner
el acento en los más débiles de todos aquellos desgraciados: las mujeres y los
niños, ellas repartidas como ganado entre los guardianes y presos empleados
para colonizar, y los niños que, sin protección ninguna, pasan por todas las
vicisitudes y sufrimientos para morir antes o después. Los niños, las niñas,
llegaban acompañando al padre o la madre. Permítanme un ejemplo, hay muchos más
en el libro: "El 8 de Julio, antes del almuerzo, el Baikal levó anclas.
Con nosotros iban unos trescientos soldados al mando de un oficial, y varios
presos, a uno de los cuales lo acompañaba una niña de cinco años, su hija, que
se aferró a sus grilletes en el momento en que el padre se disponía a subir por
la escalerilla. También atraía la atención una presa a la que su marido seguía
voluntariamente al penal". Y junto a escenas como ésta Chejov contempla el
incendio de un bosque que al tiempo que el fuego lo consume a nadie parece
preocuparle. Toda una visión chejoviana de la sociedad adormecida o deshumanizada.
Chejov, recordando sus lecturas sobre Sajalin nos dice: "Un periodista que
al principio tenía miedo de cada arbusto y que, cada vez que se encontraba con
un preso en la carretera o en un sendero, palpaba el revólver que guardaba
debajo del abrigo, hasta que se tranquilizó y llegó a la conclusión de que los
presos, en su conjunto, son un rebaño de borregos cobardes, perezosos, muertos
de hambre y serviciales". En cualquier caso, -continua Chejov- para pensar
que los presos rusos respetan la vida y la bolsa del prójimo sólo porque son
perezosos y cobardes, hay que tener muy mala opinión de los hombres en general
o no conocerlos en absoluto". Esa "muy mala opinión" es fruto de
la división social y de la negación al conocimiento de la sociedad en la que se
está.
Chejov observa cómo la violencia
ejercida contra los presos los ha llevado a un estado de sumisión tal que no se
reconoce en ellos al ser humano: solicitan al gobernador, al que tienen que
llamar "el más cortés de los gobernantes", algo que no le cuesta el
más mínimo esfuerzo. De la misma manera conoce sus historias terribles, tras
contarle su desgracia, algo verdaderamente trágico que llena de espanto, una
anciana, como transformándose en otra persona que sorprende más allá de la
emoción causada, le pide que les compre un poco de chucrut; otra de las veces
un hombre le cuenta como cargado de cadenas recorrió las cárceles de Siberia
mientras era seguido por la mujer y la hija hasta llegar a Sajalin. Tardó 3
años en cruzar Siberia a pie, y el hijo, que iba en barco a encontrarse con
ellos, llegó 3 años antes. En el camino murió la hija y el sufrimiento dejó en
los otros una herida incurable. Después de tanto infortunio el padre aceptaba
resignadamente su vida como la voluntad divina, era el único refugio.
El relato que Chejov hizo de lo
que ocurría en Sajalín fue una bomba de despertar social, fue una explosión
que, si ya se sabía, rebeló a los ojos de la población lo instituido, lo que
forzó al tirano a emprender una serie de cambios en la isla-prisión con lo que
mejoró la vida de los presos.
El libro se publicó en 1893. ¿Era
Chejov "un artista y un individualista"? ¿Debía oponerse a mejorar la
sociedad y "escribir lo mejor posible"?
No hay comentarios:
Publicar un comentario