sábado, 11 de mayo de 2013

Poe, una escritura siempre motivadora







EL APARECIDO


- ¡¡¡Papá!!!! ¿¿¿ Papá???
Mi pobre hijo se refregaba los ojos, no creía lo que veía: yo, su padre, sentado en la sala, tomando un mate medio lavado que alguien había olvidado allí. La mesa estaba prolijamente cubierta con una carpeta hecha a crochet que, con mucho esmero, una tía soltera había tejido para hacer pasar las horas. Todo era humildemente decoroso y pulcro, tan chato como la vida misma en ese pueblo minero.

- Vení, mijo, sentate, vine para hablar con vos. Volví para sacarme este dolor que me oprime y asfixia el corazón. Pensar que los abandoné cuando lloraban mi muerte, después del sismo que derrumbó la entrada de la mina…

-  Pero, papá, no entiendo, ¡entonces...!

- No interrumpas, necesito contarte todo y no tengo tanto tiempo- le dije-. Vine no sin esfuerzo. En la situación angustiosa en que me encontré, en medio del silencio y la oscuridad sepulcral, repasé mi vida. Nunca me había dado cuenta, hasta ese momento, que podía tener un sueño. Se nacía para ser minero, era la única manera de subsistir que conocía. Así lo marcaban los otros hombres de la familia, tus abuelos, tus tíos… Pasados no tantos años, una enfermedad respiratoria haría viuda a tu mujer. ¿Y eso era todo? No me quise resignar y juré que buscaría una salida como fuera y cumpliría mi sueño.

-  ¿Tu sueño, papá? ¿Cuál sueño? ¿Y nosotros?

-  No interrumpas- dije- y retomé mi historia. Salí antes de la segunda réplica, apenas vi la luz de la luna que cubría como una aparición el glorioso y árido entorno de la mina, corrí y corrí hasta derrumbarme. Sentí la Libertad y huí como un cobarde sin haber siquiera hablado con tu madre. ¿Mi sueño?  Recorrer el mundo, ver La Ciudad, vivir esa vida que imaginé cuando escuchaba la radio del capataz, conocer mujeres como las que él tenía en las revistas, tener mi propio camión. Gané, perdí, amé, desamé, ahora necesito paz y descanso. No podía irme sin contarte mi aventura.

-  ¿Te volvés ya a la ciudad, papá?  No pasa el ómnibus hasta el martes, quedate también unos días, mis hermanos querrán verte y escuchar tu historia. Estoy un poco mareado...será la emoción: se me desdibuja tu figura por momentos.

-   Esta vez no voy a la ciudad, hijo mío- y me fui. 


Olga
GRUPO ALAS









FOTOS Y EMOCIONES


“Solo recuerdo la emoción de las cosas” escribía Antonio Machado y, reflexionado sobre mi pasado, pienso que tenía razón.
Mi vida ha sido, quizás, demasiado extensa. Soy longeva y dispongo de tiempo para calibrar mis emociones. Ellas me conducen hacia una felicidad plenamente vivida durante largos años inolvidables.
Mis hijos pequeños, mi marido, mis padres, me hicieron sentir la alegría de integrar ese mundo del “nosotros”.

Pero las emociones también me llevan a llorar por una pena que el tiempo no ha logrado mitigar y que ahora, en esta frontera de la vida a la que he llegado, vuelve con más fuerza que nunca.
Miro las fotos familiares y ahí está, para siempre, mi hijo… un hijo que persiguió la utopía de salvar al mundo…
En una foto hermosa se ve a Mariano, está feliz, es el día en que se recibía de médico.

Su vida transcurría sin mayores problemas pero no podía dejar de sentir que sus conocimientos y su energía debían estar dirigidos hacia una entrega mayor…
Y, en pos de ese llamado, viajó un día en busca de horizontes complejos, conflictivos,  llenos de peligros latentes… Durante mucho tiempo y pese a todo, siempre mantuvo comunicación con su familia haciéndola partícipe de sus experiencias y de su absoluto compromiso con la vida.
Cuando sus mensajes dejaron de llegar, la familia se negó a aceptar lo inevitable,  encontraron mil y una razones para explicar la ausencia de los mismos… hasta que un día llegó la fría notificación, escueta, concisa…
Mariano ya no volvería nunca más… la utopía seguiría siendo eso… una utopía.

Graciela Cantón
Grupo ALAS


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