EL APARECIDO
- ¡¡¡Papá!!!! ¿¿¿ Papá???
Mi pobre hijo se refregaba los ojos, no creía lo
que veía: yo, su padre, sentado en la sala, tomando un mate medio lavado que alguien
había olvidado allí. La mesa estaba prolijamente cubierta con una carpeta hecha
a crochet que, con mucho esmero, una tía soltera había tejido para hacer pasar
las horas. Todo era humildemente decoroso y pulcro, tan chato como la vida
misma en ese pueblo minero.
- Vení,
mijo, sentate, vine para hablar con vos. Volví para sacarme este dolor que me
oprime y asfixia el corazón. Pensar que los abandoné cuando lloraban mi muerte,
después del sismo que derrumbó la entrada de la mina…
- Pero, papá, no entiendo, ¡entonces...!
- No
interrumpas, necesito contarte todo y no tengo tanto tiempo- le dije-. Vine no
sin esfuerzo. En la situación angustiosa en que me encontré, en medio del
silencio y la oscuridad sepulcral, repasé mi vida. Nunca me había dado cuenta,
hasta ese momento, que podía tener un sueño. Se nacía para ser minero, era la
única manera de subsistir que conocía. Así lo marcaban los otros hombres de la familia,
tus abuelos, tus tíos… Pasados no tantos años, una enfermedad respiratoria haría
viuda a tu mujer. ¿Y eso era todo? No me quise resignar y juré que buscaría una
salida como fuera y cumpliría mi sueño.
- ¿Tu sueño, papá? ¿Cuál sueño? ¿Y nosotros?
- ¿Te volvés ya a la ciudad, papá? No pasa el ómnibus hasta el martes, quedate también unos días, mis hermanos querrán verte y escuchar
tu historia. Estoy un poco mareado...será la emoción: se me desdibuja tu figura
por momentos.
- Esta vez no voy a la ciudad, hijo mío- y me
fui.
Olga
GRUPO ALAS
FOTOS
Y EMOCIONES
“Solo
recuerdo la emoción de las cosas” escribía
Antonio Machado y, reflexionado sobre mi pasado, pienso que tenía razón.
Mi
vida ha sido, quizás, demasiado extensa. Soy longeva y dispongo de tiempo para
calibrar mis emociones. Ellas me conducen hacia una felicidad plenamente vivida
durante largos años inolvidables.
Mis
hijos pequeños, mi marido, mis padres, me hicieron sentir la alegría de
integrar ese mundo del “nosotros”.
Pero
las emociones también me llevan a llorar por una pena que el tiempo no ha
logrado mitigar y que ahora, en esta frontera de la vida a la que he llegado,
vuelve con más fuerza que nunca.
Miro
las fotos familiares y ahí está, para siempre, mi hijo… un hijo que persiguió
la utopía de salvar al mundo…
En
una foto hermosa se ve a Mariano, está feliz, es el día en que se recibía de
médico.
Su
vida transcurría sin mayores problemas pero no podía dejar de sentir que sus
conocimientos y su energía debían estar dirigidos hacia una entrega mayor…
Y,
en pos de ese llamado, viajó un día en busca de horizontes complejos,
conflictivos, llenos de peligros
latentes… Durante mucho tiempo y pese a todo, siempre mantuvo comunicación con
su familia haciéndola partícipe de sus experiencias y de su absoluto compromiso
con la vida.
Cuando
sus mensajes dejaron de llegar, la familia se negó a aceptar lo
inevitable, encontraron mil y una
razones para explicar la ausencia de los mismos… hasta que un día llegó la fría
notificación, escueta, concisa…
Mariano
ya no volvería nunca más… la utopía seguiría siendo eso… una utopía.
Graciela Cantón
Grupo ALAS
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