Aron Héctor Schmitz o Ítalo Svevo 19 de diciembre de 1861 - Triest |
"Mi mujer, Livia"
Una vez convencida de que Ettore
estaba bien muerto (caramba, ¡hacía seis meses que no lo veían!), Livia se dejó
convencer para que aceptara otro novio. Lo recibió creyendo de buena fe que
estaba enamorada. Era apuesto y buen mozo, fornido, muy tieso; tenía unos
dientes preciosos y un par de bigotes nada fin de siècle ; last but [not] least
, era rico.
Antes de la entrevista, Olga se
preocupó de aleccionarla. No confiaba mucho en el incipiente amor de su hija y
quería dejarle bien claro que, en aquella relación, lo que su corazón no le
dictara, el interés debía sugerírselo.
-Compórtate bien, y piensa que
para nosotros quizá sea una suerte que Ettore haya muerto. Éste tiene...
Y, con un gesto de la boca, le
dio a entender «dinero».
Livia no replicó: se hacía cargo
de que efectivamente era así, y el sentido común le aconsejó no protestar.
Dedicó un suspiro a la memoria del ausente, que estaba muerto, recordó que él
no le había hecho otra recomendación que la de ser feliz y... se resignó. Le
dijo al recién llegado que hacía mucho tiempo que lo amaba; se habían conocido
cuando Ettore aún vivía y, si no se había enamorado de él desde el primer
momento, la culpa era del destino, que había hecho que ella ya estuviera
prometida.
El otro escuchaba sonriente, muy
convencido de su buena estrella. Sin mostrar la menor sorpresa, se atusó el
flamante bigote negro y dijo con calma:
-Lo sé, lo sé. Ya me había dado
cuenta.
Livia se sorprendió. Aquello no
era cierto, y desde luego a ella, en su lugar, le hubiera costado creerlo. ¡Qué
fácil de engañar era éste! A Ettore todo se le volvían suspicacias; el nuevo
novio quedaba convencido así sin más de lo primero que una decía.
Olga dejó a la pareja a solas,
para darles tiempo de conocerse más a fondo.
Él fue directo a abrazarla y a
besarla en la boca en plan conquistador; a ella le costó un poco, pero se
acordó de los consejos de su madre y respondió al abrazo poniendo cara de
contenta. Un ruido detrás de la puerta los interrumpió (el ánima de Ettore, que
rebullía).
Así pues, estaban conformes.
A continuación, él emprendió una
larga parrafada -a todas luces preparada de antemano- con la que le explicó
largo y tendido lo que él consideraba el ideal de esposa. Parte de lo que dijo
coincidía con lo que había dicho Ettore. Este otro también se casaba con una
mujer para que ella viviera exclusivamente para él.
La diferencia estaba en que
Ettore no había dicho que la mujer de César no debía dar pie ni siquiera a que
hablaran de ella; la mujer de Ettore no era la mujer de César.
-El pasado te pertenece -añadió-.
Pero (y aquí se enroscó los bigotes con ademán imperativo) quiero conocerlo.
Ella, no sin vacilar un poco, se
lo contó. Le habló de K., y él no abrió la boca.
Le habló de M., y se burló de
ella. Por fin se disponía a hablarle de Ettore, pero él la interrumpió:
-Ése no. El recuerdo de Ettore no
me preocupa -dijo en un tono tranquilo de superioridad que hizo que la puerta
emitiera un crujido doloroso.
-Ya me ha dicho tu madre que lo
soportabas por compasión.
Ella lo miró estupefacta; pero
como la salida le pareció de lo más cómodo, no llegó a responder.
Aunque ya estaba muerto y bien
muerto, Ettore moría por segunda vez.
Traducción: Luisa Juanatey
De: DDOOSS.com
ARTE
Nació un artista y
miró en derredor en busca de ideas, pero, además de éstas, tuvo en seguida
—cosa curiosa— experiencia y concluyó: «Primero debo tener el dinero suficiente
y después vendrá el arte». Siguió mirando el mundo, pero, en lugar de obtener
de él imágenes y colores, estudió, con ojos de zorro, su propio interés.
Después, cuando tuvo el dinero, pensó que había llegado el momento de dejar
actuar al alma de artista que, como sabía, abrigaba dentro de sí y esperó las
imágenes, los colores y las ideas, pero nada se le ocurrió y permaneció solo y
desconsolado con su dinero, mientras el deseo de la única vida animada, la del
pensamiento, ya no le permitía disfrutarlo, y entonces pensó: «Tal vez este
pesado dinero me tenga acogotado, sometido como una cadena». Se apresuró a
desprenderse de él y volvió a esperar que su destino se vivificara, pero ni
siquiera entonces obtuvo satisfacción, porque su pensamiento seguía colmado con
el recuerdo del dinero que había logrado y de aquel del que se había
desprendido. Cuando murió, preguntó, afligido, a su Creador: «¿Por qué me
hiciste creer que me habías concedido un alma de artista?»
Y el Creador le
respondió: «El alma que ahora vuelve hasta mí es la de un artista, pero
olvidaste traer contigo tu organismo para que yo viera por qué tu alma resultó
sofocada por él».
«Apestaba tanto»,
dijo el artista, «que no podía traerlo conmigo».
«Yo creo que ya
antes apestaba», dijo el Creador.
De: documentaminima.blogspot.com
LA LIBERTAD
La puertecita de la jaula había quedado abierta. El pajarito
se plantó, con un ligero salto, en la entrada y desde allí miró el vasto mundo
primero con un ojo y después con el otro. Por su cuerpecito pasó el
estremecimiento del deseo de los espacios vastos para los cuales estaban hechas
sus alas, pero después pensó: "Si salgo, podrían cerrar la jaula y yo
quedaría preso fuera". El animalito volvió a entrar y poco después vio,
con satisfacción, cerrarse la puertecita que sellaba su libertad.
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