29 de noviembre de 1946- San Antonio de los Baños, Cuba |
Señora de los sueños
Mis canciones están llenas de mentiras. Ficción le llaman. Y
nunca he hablado de la importancia de esta Señora en lo que hago, ni de la
utilidad de su oficio introductor, que abrevia distancias de un corazón a otro,
haciendo transparente lo que por otra vía es neblinoso, cuando no peregrino.
Fue una pequeña vagabunda que apareció de un traspié de mi
lengua, en terreno baldío. Venía sin posesión visible, pero infló un globo que
se hizo una carpa, una cordillera y luego una ciudad de la que hoy, por
supuesto, es el ama de llaves. Un buen día tuve la casa llena de cachivaches,
de cosas como rejas sin ventanas, tiradores sin puertas y mangas sin camisas. Un
bazar impensable de ficciones.
– ¿Necesita sextante?
– Perdone, pero prefiero un astrolabio –dije yo, por
antiguo.
– Muy bien, aquí lo tiene. ¿Algo más?
– No se me ocurre nada…
Aquí fue donde se sacó los guantes y, como para darme un
escarmiento, me sopló humo de lámparas, hilos de alfombras voladoras,
botoncitos de nácar, laúdes, palmatorias, cajitas de rapé. Y de pronto me vi
pintando un cuadro que no me imaginaba, mirando la distancia entre lo que creía
saber de mis canciones y lo que ellas sabían de mí.
Se suele culpar a la vida de nuestras melodías. Ese es un
estribillo de mortales. Las canciones son de otra raza y ¿de qué se van a
alimentar sino de la ficción? No hay otra cosa que las sacie. Engordan de lo
que guardan remotos almacenes a cuyos inventarios no tenemos acceso, pues
tienen llaves fugitivas.
Las cerraduras están en cualquier parte. A veces un aroma
tenue, llegado de la infancia, abre una hendija a esos lugares. Uno quisiera
abalanzarse, como desesperado. Pero igualmente acaba comprendiendo que sólo se
permiten los atisbos, la mínima visita que algún sentido pudo hacer.
Son olvidos, inesperados movimientos que ocurren en aquel
laberinto de almacenes. Naturalezas, sustancias, o simplemente sueños que
quieren salir a conocernos y a que les conozcamos. Cuando Ella no vigila,
cuelan sus llavecitas en la primera cerradura que encuentran. Ahí olfateamos,
sentimos un sabor y en ocasiones hasta vemos lo que no sabemos explicarnos.
En esas migas infinitesimales se nos revela algo sobre lo
que no hay control, ni leyes, aunque sin duda es nuestro. Un territorio íntimo
que no hemos aprendido a usar o que acaso olvidamos. Regueros que no esperan
por nuestra comprensión sino por nuestro afecto.
Silvio Rodríguez
Publicado en el blog Segunda Cita el 19 de octubre de 2013.
La gaviota
Corrían los días de fines de guerra.
Había un soldado regresando intacto
—intacto del frío mortal de la tierra,
intacto de flores de horror en su cuarto—.
Elevó los ojos, respiró profundo,
la palabra cielo se hizo en su boca
y como si no hubiera más en el mundo
por el firmamento pasó una gaviota.
Gaviota, gaviota, vals del equilibrio,
cadencia increíble, llamada en el hombro.
Gaviota, gaviota, blancura, delirio,
aire y bailarina, gaviota de asombro.
¿Adónde te marchas, canción de la brisa,
tan rápida, tan detenida?
Disparo en la sien y metralla en la risa,
gaviota que pasa y se lleva la vida.
Corrían los días de fines de guerra.
Pasó una gaviota volando, volando
lento, como un tiempo de amor que se cierra,
imperio de ala, de cielo y de cuándo.
Corrían los días de fines de guerra,
pasó una gaviota volando.
Y el que anduvo intacto rodó por la tierra,
huérfano, desnudo, herido, sangrando.
(1976)
Para que muchos/as podamos seguir creyendo, sin perder "la alegre tristeza del olivo" existen seres como tú, querido Silvio. Gracias por la energía luminosa de tu arte. |
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