martes, 8 de octubre de 2013

“Pero tal vez no importan tanto los defectos, porque se nota que la historia te duele, que te produce retortijones de guata» - José Donoso

5 de octubre de 1924- Chile






El legado de José Donoso a las nuevas generaciones chilenas
Carlos Franz


(...)  Cuando Donoso vuelve definitivamente a Chile, en 1980, decide iniciar un taller para escritores, pensando probablemente en los que había dirigido en el Writers Program de la Universidad de Iowa, años antes. Para esos efectos consigue que una ONG muy activa en el período, la Academia de Humanismo Cristiano, dependiente del Arzobispado de Santiago, patrocine y financie ese taller. De este modo, Donoso consiguió dos importantes efectos: ponerse al amparo de una de las pocas instituciones chilenas capaces de resistir la penetración de la dictadura, como era la Iglesia Católica; y, segundo efecto muy inusual en este tipo de cursos, el taller era totalmente gratuito, con lo que la selección a él se fundaba exclusivamente en méritos literarios.

La convocatoria se hizo mediante un aviso en los diarios. Un pequeño aviso clasificado comercial que decía algo así como: «Escritor José Donoso ha vuelto al país e iniciará taller literario. Vacantes limitadas. Interesados en postular deben llamar al...». Parecía el aviso de un médico notificando a su distinguida clientela que ha vuelto al pueblo y reabrirá su consulta.

Por mi parte, postulé con un breve texto de ficción y el escasísimo currículum literario de mis 21 años. Estaba seguro que no podría quedar seleccionado. Se me ocurría que todos los narradores chilenos harían fila para entrar y naturalmente un perfecto desconocido, con sólo unos cuentos dispersos en revistas de circulación clandestina, no tendría la menor oportunidad. Para mi sorpresa, unas semanas después recibí una llamada del propio Donoso avisándome que me presentara en su casa... Me había seleccionado junto a otros 7 escritores para integrar su grupo inicial con el cual trabajaría durante cuatro años. Recuerdo la emoción de ese instante como si fuera hoy.

Para imaginar lo que esa oportunidad significaba, para un joven aspirante a narrador, y así entender mejor lo que pudo ser la influencia de Donoso sobre la generación emergente, hay que recordar lo que era el Chile de entonces. El Chile dictatorial, aislado, donde a duras penas sobrevivían algunas librerías y prácticamente ninguna editorial. Un país en el cual la censura previa a los libros imperaría por decreto durante casi diez años, hasta marzo de 1983. Un país el cual jamás visitaban los grandes maestros del boom latinoamericano, omitiéndonos en sus giras, castigándonos por parejo a todos sus habitantes, por culpa del dictador. En esa época, entonces, acercarse a nuestro novelista internacional más famoso, entrar en su casa, era como ganarse un premio mayor, como si de pronto me hubiera llamado la fortuna diciéndome que el sueño de ser escritor era posible...

En los siguientes diez años, durante toda la década del ochenta, sólo interrumpido por esporádicos viajes de Donoso al exterior, pasaron por ese taller literario y estuvieron en su órbita de influencia durante mayor o menor tiempo, más de cuarenta escritores.


Una típica sesión de taller

El taller funcionaba en la calle Galvarino Gallardo del barrio de Providencia -en efecto, se ve una mano «providencial» en todo aquello-, los martes de 6 a 8 de la tarde. Llegábamos de a uno desde diferentes puntos de la ciudad, nos identificábamos a través del citófono y subíamos hasta el estudio en la buhardilla. En el ambiente de delación y sospecha que se vivía en el Chile de aquella época, cualquiera habría dicho que parecíamos una célula de conspiradores. Y en cierto modo lo éramos: practicábamos un tipo de resistencia que el poder no podía detectar y que sin embargo lo refutaba. El taller funcionaba como si la dictadura no existiera. Creo que puede haber sido el único lugar privado en Santiago, donde se juntaban más de dos personas sin ponerse a hablar de inmediato sobre las urgencias dolorosas de la política de entonces. Se hablaba de literatura; se leía a autores imposible menos subversivos o comprometidos: Henry James, Marcel Proust. Este ejercicio semanal de resistencia pasiva, literaria y espiritual, a la Historia que nos había tocado, creo que nos marcó a fondo a varios de nosotros. El poder podía ser discutido en nuestro terreno y con nuestras armas, nuestra victoria sería llevar a la excelencia el acto mismo de escribir. Como dijera en aquella misma época el poeta Enrique Lihn: porque escribí, porque escribí estoy vivo...

En ese taller, le celebramos un cumpleaños a Pepe Donoso. Le armamos una «coronación» con otros siete u ocho alumnos. Le cantamos happy birthday y le pusimos una coronita de fantasía. Los nueve encerrados en aquella buhardilla brindando en vasos de papel. Esa fue la fiesta de cumpleaños de José Donoso el 82 u 83. Luego nos desbandamos antes de las doce de la noche, a la rápida, pues había toque de queda y estado de sitio en Chile.

Sin que soñáramos imaginarlo, eso fue en parte el origen cuasi clandestino y privadísimo, de lo que después se llamaría la Nueva Narrativa chilena.

Una típica sesión de taller se desarrollaba más o menos como sigue. Cada martes se leían en voz alta dos cuentos, previamente repartidos en fotocopias la semana anterior para que cada cual los trajera ya leídos. Los participantes nos sentábamos en círculo desordenadamente, sobre una chaisse longue de terciopelo rojo donde «el maestro» solía dormir la siesta diaria o sobre cojines en el suelo. Donoso ocupaba siempre un sillón de mimbre típicamente chileno con un gran respaldar que le daba una cierta apariencia de pavo real con la cola desplegada. Aunque su actitud no podía ser menos de la de un pavo de real. Hablaba poco y rara vez hacía afirmaciones tajantes, más bien planteaba dudas, abría preguntas. Balbuceaba perplejidades. Nos dejaba hablar, expresar por turnos nuestras opiniones sobre el respectivo cuento y de pronto interrumpía pidiendo que alguien desarrollara más un punto. No era raro que aprovechándonos de este laissez faire alguno de nosotros rebatiéramos sus escasas afirmaciones; y no era infrecuente que Donoso reculara y reformulara su opinión al calor de ese debate. Con los años he llegado a creer que este método socrático y paradojal de hacer taller, puede haberlo derivado Donoso, en parte, de sus muchas horas de sicoanálisis. Horas donde el analista calla, escucha, formula preguntas, y sugiere rutas para la propia reflexión, para el autodescubrimiento. Claro que la gran diferencia con un analista es que Donoso no cobraba por sus sesiones.

Al final de cada lectura de nuestros cuentos Donoso solía hacer un resumen de sus impresiones y formulaba su propia opinión sobre el texto, guiándose en parte por sus notas de lectura -escritas al dorso de su respectiva copia- y en parte por lo que acababa de oír. Una típica opinión suya es esta que recuerdo a propósito de un cuento mío que no le gustó demasiado. Después de desmontar sus defectos durante un cuarto de hora, concluyó diciéndome, «pero tal vez no importan tanto los defectos, porque se nota que la historia te duele, que te produce retortijones de guata». E hizo el gesto de sobarse la prominente panza con una de sus manazas blancas... Este es el tipo de cosas que a un escritor joven, por lo menos a mí, se nos quedaban grabadas: lo importante son los retortijones. Lo importante es que la historia no sea un mero ejercicio formal de habilidad o estilo sino que esté conectada a capas profundas en la siquis del escritor, a zonas de desajuste de la personalidad o como veremos más delante a lo que Donoso llamaba, zonas de «fisura».

Ese comentario de Donoso sobre los retortijones en mi cuento, así aislado, puede parecer insignificante. Pero a lo largo de cuatro años de taller fue uniéndose a muchas otras pequeñas y grandes observaciones, hasta conformar lo que podríamos llamar una poética donosiana de la escritura narrativa.

Fragmento extraído de Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes



No hay comentarios: