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18 de octubre de 1859- Francia |
He aquí el primer punto el cual he de llamar la atención: Fuera de lo
que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello,
sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un
animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana.
Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se componen
motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le
dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan
importante, dentro de su sencillez, no haya fijado más la atención de los
filósofos. Muchos han definido al hombre como “un animal que ríe”.
Habrían podido definirle también como un animal que hace reír porque si
algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su
semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho
por el hombre.
He de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad
que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo puede
producirse cuando recae en una superficie espiritual lisa y tranquila. Su medio
natural es la indiferencia. No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. No
quiero decir que no podamos reírnos de una persona que, por ejemplo, nos
inspire piedad y hasta afecto; pero en este caso será preciso que por unos
instantes olvidemos ese afecto y acallemos esa piedad. En una sociedad de
inteligencias puras quizá no se llorase, pero probablemente se reiría, al paso
que entre almas siempre sensibles, concertadas al unísono, en las que todo
acontecimiento produjese una resonancia sentimental, no se conocería ni
comprendería la risa. Probad por un momento a interesaros por cuanto se dice y
cuanto se hace; obrad mentalmente con los que practican la acción; sentid con
los que sienten; dad, en fin, a vuestra simpatía su más amplia expansión, y
como al conjuro de una varita mágica, veréis que las cosas más frívolas se
convierten en graves y que todo se reviste de matices severos. Desimpresionaos
ahora, asistid a la vida como espectador indiferente, y tendréis muchos dramas
trocados en comedia. Basta que cerremos nuestros oídos a los acordes de la
música en un salón de baile, para que al punto nos parezcan ridículos los
danzarines. ¿Cuántos hechos humanos resistirían a esta prueba? ¿Cuántas cosas
no veríamos pasar de lo grave a lo cómico si las aislásemos de la música del
sentimiento que las acompaña? Lo cómico, para producir todo su efecto, exige
como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura.
Pero esta inteligencia ha de estar en contacto con otras inteligencias.
Y he aquí el tercer hecho sobre el cual deseaba llamar la atención. No
saborearíamos lo cómico si nos sintiésemos aislados.Diríase que la risa necesita
de un eco. Escuchadlo bien: no es un sonido articulado, neto, definido; es algo
que querría prolongarse y repercutir progresivamente; algo que rompe en un
estallido y va retumbando como el trueno en la montaña. Y sin embargo, esta
repercusión no puede llegar a lo infinito. Camina dentro de un círculo, todo lo
amplio que se quiera, pero no por ello menos cerrado. Nuestra risa es siempre
la risa de un grupo. Quizá os haya ocurrido en el coche de un tren o en una
mesa de fonda oír a los viajeros referirse historias que debían tener para
ellos un gran sabor cómico, puesto que reían con toda su alma. Si hubieseis
estado en su compañía, seguramente también habríais reído. Pero como no lo
estabais, no sentíais la menor gana de reír. Un hombre a quien le preguntaron
por qué no lloraba al oír un sermón que a todo el auditorio movía a llanto,
respondió: “No soy de esta parroquia”. Lo que este hombre pensaba de las
lágrimas podría explicarse más exactamente de la risa. Por muy espontánea que
se la crea, siempre oculta un prejuicio de asociación y hasta de complicidad
con otros rientes efectivos o imaginarios. ¿No se ha dicho muchas veces que en
un teatro es más frecuente la risa del espectador cuando más llena está la
sala? ¿No se ha hecho notar reiteradamente que muchos efectos cómicos son
intraducibles a otro idioma cuando se refieren a costumbres y a ideas de una
sociedad particular? Por no advertir la importancia de este doble hecho, sólo
se ha visto en lo cómico una simple curiosidad para divertir al espíritu, y en
la risa misma un fenómeno extraño completamente aparte, sin relación alguna con
el resto de la actividad humana. De ahí esas definiciones que tienden a hacer
de lo cómico una relación abstracta, clasificada entre las ideas de “contraste
intelectual”, “sensibilidad de lo absurdo”, etc., definiciones que, aun cuando
realmente conviniesen a todas las formas de lo cómico, no explicarían en lo más
mínimo por qué lo cómico nos hace reír. ¿A qué se debe que esa relación tan
particularmente lógica nos contraiga no bien advertida, nos dilate y nos sacuda
mientras todas las otras no dejan indiferentes? No afrontaremos el problema por
este lado. Para comprender la risa hay que reintegrarla a su medio natural, que
es la sociedad, hay que determinar ante todo su función útil, que es una
función social. Ésta será, digámoslo desde ahora, la idea que ha de presidir a
todas nuestras investigaciones. La risa debe responder a ciertas exigencias de
la vida en común. La risa debe tener una significación social.”
De: La Risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad.

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