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21 de setiembre de 1902 - España |
Donde habite el olvido
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo solo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine ese afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
El viento y el alma
Con tal
vehemencia el viento
viene
del mar, que sus sones
elementales
contagian
el
silencio de la noche.
Solo en
tu cama le escuchas
insistente
en los cristales
tocar,
llorando y llamando
como
perdido sin nadie.
Mas no
es él quien en desvelo
te tiene,
sino otra fuerza
de que
tu cuerpo es hoy cárcel,
fue
viento libre, y recuerda.
No decía
palabras,
acercaba
tan sólo un cuerpo interrogante
porque
ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya
respuesta no existe,
una hoja
cuya rama no existe,
un mundo
cuyo cielo no existe.
La
angustia se abre paso entre los huesos,
remonta
por las venas
hasta
abrirse en la piel,
surtidores
de sueño
hechos
carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce
al paso,
una
mirada fugaz entre las sombras,
bastan
para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de
recibir en sí mismo
otro
cuerpo que sueñe;
mitad y
mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales
en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque
sólo sea una esperanza,
porque
el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
Tres misterios gozosos
El
cantar de los pájaros, al alba,
cuando
el tiempo es más tibio,
alegres
de vivir, ya se desliza
entre el
sueño, y de gozo
contagia
a quien despierta al nuevo día.
Alegre
sonriendo a su juguete
pobre y
roto, en la puerta
de la
casa juega solo el niñito
consigo,
y en dichosa
ignorancia,
goza de hallarse vivo.
El
poeta, sobre el papel soñando
su poema
inconcluso,
hermoso
le parece, goza y piensa
con
razón y locura
que nada
importa: existe su poema.
Yo fui.
Columna
ardiente, luna de primavera.
Mar
dorado, ojos grandes.
Busqué
lo que pensaba;
pensé,
como al amanecer en sueño lánguido,
lo que
pinta el deseo en días adolescentes.
Canté,
subí,
fui luz
un día
arrastrado
en la llama.
Como un
golpe de viento
que
deshace la sombra,
caí en
lo negro,
en el
mundo insaciable.
He sido.
De:
amediavoz.com
He de reconocer que no solo su poesía es la que me atrae de
él, sino también su trayectoria vital. Nunca disfrazó su difícil personalidad
para que la vida le fuera más fácil, lo que hace de él alguien admirable por la
coherencia de sus actos. Esta honestidad consigo mismo fue premiada con la
precariedad económica y la soledad.
(...)
La obra de Cernuda es un camino hacia nosotros mismos. En
esto radica su valor moral. Pues aparte de ser un alto poeta -o, más bien: por
serlo- Cernuda es uno de los poquísimos moralistas que ha dado España, en el
sentido en que Nietzsche es el gran moralista de la Europa moderna y, como él
decía, "su primer psicólogo". La poesía de Cernuda es una crítica de
nuestros valores y creencias; en ella destrucción y creación son inseparables,
pues aquello que afirma implica la disolución de lo que la sociedad tiene por
justo, sagrado e inmutable. Como la de Pessoa, su obra es una subversión y su
fecundidad espiritual consiste, precisamente, en que pone a prueba los sistemas
de la moral colectiva, tanto los fundados en la autoridad de la tradición como
los que nos proponen los reformadores sociales. Su hostilidad ante el
cristianismo no es menor que su repugnancia ante las utopías políticas. No digo
que sea necesario coincidir con él; digo que, si amamos realmente la poesía,
hay que oír lo que realmente nos dice. No nos pide una piadosa reconciliación;
espera de nosotros lo más difícil: el reconocimiento.
Octavio Paz
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