martes, 6 de agosto de 2013

No es "la flor de ceniza" de Idea Vilariño

Hace 68 años: Hiroshima


“Me he convertido en la muerte, la destructora de mundos”, (del Bhagavad Gita, sagrado poema épico hindú, recordado por Oppenheimer, uno de los creadores de la bomba atómica, al estallar el prototipo en Alamogordo, EE.UU. el 16.7.45)

La noche del 5 de agosto de 1945, más de quinientos bombarderos asolaron las ciudades japonesas de Saga, Maebashi, y otras. Eran pocos sin embargo, el 31 de julio habían sido mil. Tokio (y Japón entero) estaba ya casi totalmente devastada por las bombas incendiarias que caían día tras día, noche tras noche y preludiaban la “Operación Olympic”, la invasión de la isla principal, Honshu. 

Como muestra de lo que sería la invasión, para ocupar la isla de Okinawa entre mayo y junio del mismo año, los yanquis mantuvieron una feroz lucha contra hasta casi el último de los más de cien mil defensores japoneses. EE.UU. tuvo cerca de 15 mil muertos y 400 buques de guerra hundidos o sumamente dañados. (En 10 años de intervención en Viet Nam, entre los 60/70, EE.UU., además de perder la guerra, tendría 58 mil muertos). 

El estado de Japón para ese entonces era tal que todo parecía venirse abajo, excepto la moral ciudadana y el Ejército Imperial que con cuatro millones de hombres y otro tanto de reservistas –sin contar con una milicia de varones mayores de 15 años, varias veces millonaria-, se mantenía intacto. Era claro que todos –en especial su fanática casta dirigente militar-, se disponían a defender con uñas y dientes el sagrado suelo patrio.

Poco antes, el 26 de julio, la Declaración de Postdam firmada por Stalin, Churchill y Truman, había intimado la rendición incondicional del Japón. Sin embargo, nada más lejos que la rendición en las mentes enajenadas de los militaristas nipones. Para mantener alta la convicción de que revertirían la situación y ganarían la guerra, no había mejor síntoma que el hundimiento del “Indianápolis”. El viejo crucero acababa de cumplir su última misión: llevar la caja de plomo con el principal componente de la bomba nuclear a Tinian, la base militar estadounidense desde la cual despegaría el avión que la lanzaría. El submarino del comandante Hashimoto, hundiría al “Indianápolis”, mientras procuraba regresar a EE.UU, el 30 de julio

Hiroshima, un puerto recostado sobre el Mar Interior del Japón, estaba dividida por 5 canales que surcaban el delta del río Ota y dividían la ciudad en islas que se unían por 81 puentes. La ciudad era llana –muy vulnerable a la fuerza expansiva de las bombas-, y a pocos metros sobre el nivel del mar. En uno de sus extremos estaba el aeropuerto, en otro las Industrias Toyo, y más abajo el Puerto y la fábrica Mitsubishi. Estos establecimientos tenían turnos de trabajo de 24 hrs. Había sido necesario recurrir a niños de 13 años para cubrir a los hombres, desplazados al frente de batalla. La guerra había terminado con más del 80% de la primitiva flota y paralizado a la aviación. Los elementos imprescindibles para rehacerlas, petróleo, hierro, eran muy escasos, igual que los alimentos. 

Igualmente en aquella fértil cuenca rodeada de cumbres y verdes colinas, una hermosa ciudad con casitas de tejas negras, vivía sencillamente bajo la ilusión de que no sería bombardeada porque, se decía, “hay muchos parientes de norteamericanos en la ciudad y el Presidente Roosevelt ha accedido a no bombardearla como gesto de buena voluntad”

La ilusión duró hasta el 28 de julio. Ese mediodía, dos B-24 enemigos, desviados de su blanco, dejaron caer sus bombas en la ciudad pero fueron derribados y veintitrés tripulantes tomados prisioneros.
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En agosto, Hiroshima le ganó la fatídica elección a Kyoto. El Jefe del Estado Mayor Conjunto, Gral. Curtis Le May (años más tarde declaró: “de haber perdido la guerra habría sido juzgado por criminal de guerra”; igual tendrían que haberlo hecho como Comandante de la Fuerza Aérea de EE.UU., en la guerra de Viet Nam), terminó de decidirla “a favor” de la primera al descartar Kyoto por ser un “conjunto de altares sin valor militar”. Hiroshima en cambio tenía gran número de tropas y fábricas de material de guerra,....también restaban allí casi trescientos mil hambrientos civiles y una veintena de prisioneros norteamericanos.

A las 2.45 del 6 de agosto, el piloto Paul Tibbets, comandante del Grupo Mixto 509, ejecutor del producto final del Proyecto “Manhattan”, impulsó hacia delante todas las válvulas de su B-29, bautizado con el nombre de su madre, “Enola Gay”, con sus otros once tripulantes y una solitaria bomba, y se acercaría rápidamente a su objetivo, acompañado por dos aviones observadores.

Pasadas las 7, mientras sendos aviones meteorológicos observaban el tiempo sobre blancos alternativos –Nagasaki y Kokura-, otro se anticipaba sobrevolando Hiroshima para verificar el estado del tiempo. En las tres ciudades las condiciones atmosféricas eran buenas (pronóstico proporcionado por los servicios chinos de Mao Tse Dong)

En la ciudad, los prisioneros norteamericanos terminaban de alimentarse en cuencos proporcionados por sus captores. A dos cuadras del puente Aioi –Punto de Bombardeo-, cambiaba el turno de la Clínica Shima y la mayor parte de los habitantes de la ciudad desayunaba o comenzaba sus trabajos. El Príncipe Coreano Ri Gu, adjunto al ejercito japonés, montado como de costumbre en un magnífico caballo blanco, ingresaba al puente Aioi,.dirigiéndose a un castillo céntrico donde habría una reunión de oficiales del Ejército nipón, y millares de soldados terminaban sus ejercicios gimnásticos.

A las 8.15.17 y a 9.600 metros de altura se abrieron las compuertas del “Enola Gay”, y “Little Boy”, nombre en clave de la primera bomba atómica del mundo, comenzó su descenso hacia la ciudad sobre la que se cernía una leve neblina. Exactamente a las 8.16.43 y a 600 metros de altura, la bomba explotó, fallando su objetivo, directamente sobre la Clínica Shima.

Al momento del estallido la temperatura del núcleo subió a millones de grados. En un radio de 10 km cuadrados a su alrededor, cerca del 60% de la superficie de la ciudad quedó arrasasado, 80 mil personas fallecieron de inmediato, entre ellas 180 de los 200 médicos de la ciudad y más de 1600 enfermeras. El mando supremo aliado informó luego que 130 mil personas murieron, fueron heridas o desaparecieron y más de 170 mil perdieron sus hogares. El 70% de los 90 mil edificios, entre ellos 52 de 55 hospitales, resultó destruido, al igual que todos los servicios públicos y de transporte. El castillo de reunión quedó destrozado y murió el noventa por ciento de sus ocupantes, incluida la mayoría de los prisioneros estadounidenses. 

Enseguida se desató una tormenta de fuego y una monstruosa masa de calor rojo y azul, de quilómetro y medio de diámetro, empezó a ascender succionando en su base aire altamente abrasador que incendiaba todo cuanto fuese combustible. Muros de piedra, puertas de acero y pavimentos de asfalto refulgían al rojo vivo. A más de un quilómetro y medio del epicentro el calor fundió la ropa con la piel, de hombres, mujeres, ancianos y niños. 

Uno de los tripulantes del “Enola Gay”, comentó después que mirar hacia atrás: “era como asomarse al infierno”. Los incendios en la ciudad eran demasiados para contarlos y una extraña y densa niebla comenzaba a envolver la ciudad.

El 9 de agosto, agotando el arsenal nuclear de EE.UU., otra bomba similar es arrojada sobre Nagasaki y el Imperio del Sol Naciente, última potencia del Eje Berlín-Roma-Tokio, se rinde al día siguiente. El divino Emperador Hiro-Hito se dirige por primera vez a su pueblo por radio, para explicarle que era necesario “soportar lo insoportable”, y en nombre del Japón el Sr. Shigemitsu y el Gral. Umezh (se había garantizado a Hiro Hito el respeto a su persona y a la institución imperial y no se lo quiso humillar), firman la rendición incondicional ante el Gral. Mac Carthur, el 2 de setiembre, a bordo del acorazado “Missouri” anclado en la bahía de Tokio.

La mayoría de los doce integrantes de la tripulación del “Enola Gay”, pese a alguna difundida y errónea versión, vivió sin remordimientos y murió pacíficamente en los años siguientes. El Cmte. Tibbets, aún vive y es presidente de una compañía de reactores en EE.UU.

En el mundo sobreviven unos 300 mil “hibakusha” (persona bombardeada), víctimas de Hiroshima y Nagasaki. Sufren desfiguraciones físicas y otras enfermedades provocadas por las radiaciones, tales como cáncer y deterioros genéticos que afectan a generaciones posteriores. También son socialmente discriminados. A su respecto se acuñó el concepto de “anestesia síquica” para dar cuenta de la defensa psicológica general contra los horrores insoportables que sufrieron.

La Historia ha juzgado de distintas maneras este episodio. Se lo ha condenado como un acto de asesinato en masa innecesario sosteniendo que Truman sabía que Japón estaba a punto de rendirse (algunos agregan que Roosevelt había sabido de antemano que Japón atacaría Pearl Harbour y nada hizo, pues ese ataque le serviría de argumento para forzar a la opinión pública de su país hacia la declaración de guerra). EE.UU. y sus Aliados han argumentado que fue un acto de guerra necesario puesto que el suicida fanatismo nipón (los pilotos “kamikaze” y los torpedos humanos “kaiten”, eran el ejemplo), llevaría a la muerte por lo menos a un millón de soldados norteamericanos, a un cuarto de millón de británicos y a un número mucho mayor de japoneses, sin contar los daños materiales en desesperadas batallas y matanzas, para lograr la victoria recién diez o doce años después. Cada uno sacará su propia conclusión.

Tras la guerra, la ciudad, experimentó una intensa reconstrucción y fue recuperando poco a poco su actividad comercial. Sus principales industrias pertenecen al sector textil, construcción naval, maquinaria, destilerías y alimentos. La región que la rodea, aunque montañosa, tiene valles muy fértiles en los que se produce seda, trigo y arroz. Hoy cuenta con más de un millón de habitantes.

La fiesta del budismo llamada Bon y celebrada en junio en Japón, señala el retorno de los espíritus ancestrales a sus antiguos hogares. Las almas en pena de los que murieron violentamente se aplacan con ceremonias, y al final de la fiesta se depositan lamparillas en las aguas del río para que guíen a los espíritus de vuelta a la tierra de los muertos. En Hiroshima se depositan lucernarias delante del cenotafio erigido a las víctimas.

Cada 6 de agosto desde 1947, miles de personas participan en una ceremonia multiconfesional en el Parque de la Paz, construido en el sitio donde antes estaba el Salón de Promoción Industrial, y se mantiene, tal cual desde ese fatídico día, una de sus cúpulas, conocida ahora como Cúpula de la Paz..

Creo no equivocarme al pensar que todos los que recordamos y reflexionamos sobre Hiroshima, compartimos los mismos sentimientos de dolor, angustia y vergüenza. Nunca más.

“No hay enfermedad como el odio, ningún regalo como la salud, ninguna fe como la confianza, ninguna alegría como la paz”. (“Después de las cenizas”, película japonesa basada en la tragedia de Hiroshima).


Dr. Carlos Blanc


Fuentes: “Esquema de la Historia Universal”, de Wells, “Enola Gay”, de Thomas, “Hazañas y secretos de la II Guerra Mundial”, de J.M. Romaña, y “Fog of War”, documental que recoge declaraciones de Robert Mac Namara, ex Secretario de Defensa de EE.UU., emitido por HBO.
 








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