31 de julio de 1933 - La Haya |
Cebo
La
poesía nunca puede hablar de mí,
ni yo de la poesía.
Yo estoy solo, el poema está solo,
y el resto es de los gusanos.
Me detuve en las calles donde viven las palabras,
libros, cartas, informes,
y esperé.
Siempre supe esperar.
Las palabras, con sus formas claras u oscuras,
me volvieron más oscuro o más claro.
Los poemas me alcanzaron
y se reconocieron como objetos.
Yo pude verlo y verme.
No tiene fin esta adicción.
Escuadrones de poemas están buscando sus poetas.
Vagan sin mando por el amplio
territorio de las palabras
y aguardan el cebo de su perfecta,
hermética, condensada, acabada
e irreductible
ni yo de la poesía.
Yo estoy solo, el poema está solo,
y el resto es de los gusanos.
Me detuve en las calles donde viven las palabras,
libros, cartas, informes,
y esperé.
Siempre supe esperar.
Las palabras, con sus formas claras u oscuras,
me volvieron más oscuro o más claro.
Los poemas me alcanzaron
y se reconocieron como objetos.
Yo pude verlo y verme.
No tiene fin esta adicción.
Escuadrones de poemas están buscando sus poetas.
Vagan sin mando por el amplio
territorio de las palabras
y aguardan el cebo de su perfecta,
hermética, condensada, acabada
e irreductible
forma.
De: artesanosliterarios.blogspot.com
La primera foto de Dios
Así era yo después
del primer día.
Yo solo con mis
piedras de piedra,
yo solo con mis
cielos de cielo.
Ese era el día en
que aún era feliz,
la tierra aún vacía
y yerma.
Sólo después creé
los árboles,
los animales, el
ejército y a ese fotógrafo.
A menudo añoro el
día
en el que lo creé,
el primero de todos.
Él y yo, juntos en
mi creación,
yo con mi americana
violeta entre mis cielos de cielo,
él con sus ojos
como un espejo
sobre mis piedras
de piedra,
y nada más.
"Dios suena
como una respuesta, y eso es lo más nocivo de esa palabra: que se use tan a
menudo como una respuesta. Él tendría que ponerse un nombre que sonase a
pregunta."
Rituales
“Alguien en un
camino en el campo, una figura inmóvil, envuelta en su sombra. Solo después
esta serie: un niño, un perro, un cura, tres ancianas. Era incapaz de hacer
algo con aquello. Fue a sentarse a una piedra; podría decirse que sopesaba la
tarde. Oscureció lentamente, oyó los guijarros del riachuelo, rodando
suavemente unos encima de otros, un imperceptible deslizarse y chocar, el
sonido que también harían si él no estuviera allí. “Así se pulen”, pensó. Y
sintió sus formas redondas en la palma de la mano. Luego, cuando ya colgaba la
niebla sobre el agua, la noche se convirtió en búho. Se estremeció con el grito
que hizo insoportable el silencio.”
Cees Nooteboom, filósofo
El poeta, narrador
y viajero Cees Nooteboom es uno de los mejores analistas del amor dentro de la
literatura actual. Prácticamente todas sus obras de ficción abordan este
enigma, y en algunas de ellas se repite una perspectiva platónica: "El amor está en el que ama, no en
aquel que es amado". De esta comprobación surge el matiz consolador
del amor en todas sus novelas, su carácter apotropaico (y por cierto que Mircea
Eliade encuentra una misma función apotropaica en el mito y Hans Blumenberg en
los primeros relatos al calor del fuego en el tiempo de las cavernas). El amor es el gran consuelo del hombre,
viene a decirnos (y a mostrarnos) Cees Nooteboom. La perspectiva novedosa
del autor holandés es que hasta cuando
se halla desnivelado, o incluso no correspondido, también tiene efectos
benéficos, ya que amar implica siempre una elevación de la vida, y en ocasiones
es su curación.
Como Platón,
Nooteboom relaciona a Eros con un ser intermedio, ni divino ni humano, que los
griegos llamaban démon, y los occidentales ángel. En ambos casos son seres
mestizos, en la versión platónica un fruto de la Pobreza y el Recurso. El
enamorado siente brotar las alas de la productividad y la salud, aunque también
la carencia y el desaliento: se siente vivir.
En Perdido el paraíso (2006), su última
novela hasta la fecha, Nooteboom narra dos historias de amor no-desgraciado: la
de Alma, una joven brasileña violada en su país y que logra curarse de la
herida en Australia gracias a las atenciones distantes de un aborigen, y la de
Erik Zondag, el obligado alter-ego del autor, ese viajero transterrado con
múltiples fisonomías en sus novelas, que en esta ocasión siente la presencia
del ángel erótico en un juego (de inspiración real) situado en la ciudad
australiana de Perth, donde Alma representa una estatua viviente que debe ser
descubierta por los asistentes a un congreso de literatura. No es importante
que Alma sea abandonada por el insondable aborigen, o que Erik apenas pueda
entrever las puertas del soñado paraíso en la bacanal de ángeles el último día
del congreso, perdidamente enamorado del símbolo más que de la propia chica
brasileña. Lo que perseguían ambos seres sufrientes lo consiguen en uno y otro
caso, pues renacen a la vida con sus propios medios, ayudados desde fuera con
el aleteo de alguien que a su vez sentirá ese renacer por otro u otros. La
productividad no es posible sin un vacío previo, y la mayor poiesis es la vida
propia.
De: erizosdefilosofia.blogspot.com
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