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9 de julio de 1764 |
“On the Supernatural in Poetry” es un diálogo moralizante, que al parecer
la autora pretendía que formara parte del prólogo de la novela Glaston de Boldeville, pero
que debido a su muerte se publicó póstumamente en The New Monthly Magazine.
En este opúsculo, Radcliffe defiende la validez e importancia del uso de la
imaginación y lo sobrenatural en la literatura, mientras y estos sirvan para acercar
al texto a evocar lo sublime y ayuden, en última instancia, a revelar la verdad
y a hacer que las cosas positivas se distingan mejor de las negativas.
ANA MARÍA MORALES- Presentación de “On the
Supernatural in Poetry”:
DE LO SOBRENATURAL EN POESÍA
Ann Radcliffe
Traducción de Gerardo Altamirano Meza*
Uno de nuestros
viajeros comenzó una seria disertación sobre las ilusiones contenidas en la
imaginación.
—“Y no sólo en
ocasiones frívolas” –dijo –, “sino en las metas más importantes de la vida; a
menudo un objeto adula y encanta a distancia, sin embargo, a medida que nos
aproximamos a él, se desvanece dejándonos sólo decepción en nuestros corazones,
y a veces un daño mucho más severo”.
Estas divagaciones,
expresadas con un aire de descubrimiento por Mr. S., quien a menudo se
complicaba la existencia pensando en cualquier asunto, excepto aquél concerniente
a una buena merienda, perdieron a su compañero que, persiguiendo tales
conjeturas dadas en la presente escena, no obstante humilde, prosiguió trayendo
a la conversación a Shakespeare y llevando el tema a regiones desconocidas.
—“¿Dónde está ahora
el espíritu imperecedero?”, dijo, “Ese espíritu que pueda
exquisitamente
percibir y sentir; aquél que pueda inspirarse en el amplio abanico de personajes que esta vida ofrece para, de esta manera, crear sus propios mundos. Ese
espíritu al cual lo grandioso, lo
hermoso, lo melancólico y lo sublime de naturaleza
visual, pueda llamarle la atención y logre hacerlos corresponder no sólo con los
sentimientos, sino también con las pasiones. Ese espíritu que parezca percibir un alma en
todo; y así, en la elaboración secreta de sus personajes, y en la combinación
de los incidentes, pueda mantener los elementos y su escena siempre en unísono con
ellos, resaltando sus efectos.
De la manera que
acabo de describir, se dio la escena en la que aquellos conspiradores en Roma,
quienes bajo los rayos y truenos de la tormenta, lograron reunirse en el
pórtico del teatro de Pompeyo.
Las calles
desiertas por la multitud temerosa, ese lugar, abierto al aire libre como era,
fue conveniente para su consejo; con lo que respecta a la tormenta, simplemente
no la sintieron; no era más terrible para ellos que sus propias pasiones, ni
tan terrible a otros como el espíritu ardiente y embravecido que les provoca,
casi inconcientemente, arder en furia. Estas llamativas circunstancias, y otras
de importancia sobrenatural, ayudaron a la caída del conquistador del mundo, un
hombre cuyo po der fue
representado por Cassius como aterrador, igual que esa noche, cuando la muerte cubierta fue vista en el rayo que caía
del cielo, para alumbrar las desiertas calles de Roma.
¿Qué tanto lo
sublime de estas circunstancias remarcan nuestra idea del poder de César, de su
impresionante grandeza de carácter, y nos preparan y hacen que nos interesemos
en el destino de este personaje?
El alma entera se glorifica y adorna, en la completa energía de atención, sobre
el progreso de la conspiración contra él; y, no habiéndolo sabiamente Shakespeare
retirado de nuestra vista, no habría balance de nuestras pasiones”.
—César era un
tirano”, dijo Mr. S. Mr. W. lo miró por
un momento, sonrío, y después silenciosamente hizo una reflexión sobre el curso
de sus propios pensamientos.
—”Ningún maestro
jamás conoció la manera de tocar los acordes adecuados de la simpatía por
medio de pequeñas circunstancias, como lo hizo nuestro Shakespeare. En
“Cymbeline”, por ejemplo, qué finamente dichas circunstancias hacen uso de,
para despertar el ánimo de una buena vez, la solemnidad en la expectación y la ternura;
y, llamando de nueva cuenta al suave recuerdo de un dolor pasado, se prepara la
mente para fundir, por medio de una ocurrencia misteriosa, una pequeña pizca de
dolor con nuestra piedad o compasión. Así, cuando Belarius y Arviragus regresan
a la cueva donde habían dejado a la infeliz y
desaliñada Imogen para que reposase; y mientras se encuentran parados a las
afueras del antro; y Arviragus, hablando del pobre enfermo ‘Fidele’ con la más
tierna piedad; se escucha una música que emana de los adentros de aquella cueva,
una música tocada por aquella arpa de la cual Guiderius dice: “Desde la muerte
de mi madre querida, no había tocado
antes. Todas las cosas solemnes deberían responder sólo a accidentes igual de
solemnes.” Inmediatamente, Arviragus entra a escena llevando a Fidele, que no es
otra que su hermana Imogen travestida, sin sentido, entre sus brazos:
—El ave ha muerto
—¿Cómo lo
encontraste?
—Rígido, como ves.
Así, sonriendo.
—Pensé que dormía.
¿Por qué muerto, si duerme?
—Con las más bellas
flores, y mientras el verano dure y YO VIVA AQUÍ, FIDELE, endulzaré vuestra
triste pena.
Por sí mismas las
lágrimas pueden hablar de la conmovedora simplicidad de toda la escena...
De: FUENTES
HUMANÍSTICAS
DOSSIER LO FANT
STICO O LA IRRUPCI N DE LO SOBRENATURAL
Facultad de
Filosofía * y Letras, UNAM
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