El sendero marcado, los escalones, las barandas, las cuerdas y alguna
indicación precisa, y después nada más, nada más que la magia del entorno, la
magia viva del lugar.
Al principio del camino, y antes de la escalinata de madera, una suerte
de vitalidad, energía o hechizo,
único; al final de la escalinata el
misterio, lo desconocido y ajeno a la mano del hombre, solamente la conjunción
propia, natural y más expresiva de un secreto develado, la naturaleza en la
suma de sus gestos.
En la sinfonía de colores,
mezcla de los distintos tonos de verde, a veces bajo la movilidad de la
luz, producto de la densa vegetación, otras veces entre la sombras, como
escondidos; el canto vivo de los
pájaros, un mirlo, ahora un pirincho; el
ulular del viento, ya sea veloz o esquivo, entre las ramas, entre las hojas; y
el pequeño hilo de agua, que con su movimiento produce esa música inigualable,
paz, armonía, por qué no, felicidad.
En lo alto, en lo más alto, sobre las copas de los árboles, majestuoso,
el cuervo.
Mauro Vaghi
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