martes, 2 de abril de 2013

"... Escribir, para mí, constituye un lujo..." -Roberto Arlt


Periodista y escritor autodidacto argentino,  que alcanzó reconocimiento muchas décadas después de iniciada su actividad (el establisment no perdonaba la  carencia de un título universitario en el Río de la Plata; lo mismo le ocurrió al uruguayo Felisberto Hernández).
A pesar de que su nivel de instrucción fue mínimo, su natural sensibilidad (estimulada por su madre, que le recitaba versos de Dante entre las pobres paredes de su vivienda) y su extraordinario nivel de observación de la realidad, lo acercaron a las Bibliotecas barriales y se capitalizó culturalmente.
Nunca pudo dejar de trabajar para poder dedicarse a la escritura plenamente. Así lo confesó claramente: “Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage”.
Su principal medio de subsistencia fue el periodismo y por ello, los invitamos a leer el siguiente artículo de Aguasfuertes Porteñas, obra en la que se recogió su quehacer en varios periódicos.
                                                   
Nacido el 2 de abril de 1900.





LA TERRIBLE SINCERIDAD

         Me escribe un lector:
         "Le ruego me conteste, muy seriamente, de qué forma debe uno vi­vir para ser feliz."
         Estimado señor: Si yo pudiera contestarle, seria o humorísticamente, de qué modo debe vivirse para ser feliz, en vez de estar pergeñando notas, sería, quizá, el hombre más rico de la tierra, vendiendo, únicamente a diez centavos, la fórmula para vivir dichoso. Ya ve qué disparate me pregunta.
         Creo que hay una forma de vivir en relación con los semejantes y consigo mismo, que si no concede la felicidad, le proporciona al indivi­duo que la practica una especie de poder mágico de dominio sobre sus semejantes: es la sinceridad.
         Ser sincero con todos, y más todavía consigo mismo, aunque se per­judique. Aunque se rompa el alma contra el obstáculo. Aunque se quede solo, aislado y sangrando. Esta no es una fórmula para vivir feliz; creo que no, pero sí lo es para tener fuerzas y examinar el contenido de la vi­da, cuyas apariencias nos marean y engañan de continuo.
         No mire lo que hacen los demás. No se le importe un pepino de lo . que opine el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, so­bre el bien y sobre el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte. Usted y usted. Nada más. Y será fuerte como un demonio ' entonces. Fuerte a pesar de todos y contra todos. No importe que la pena lo haga dar de cabeza contra una pared. Interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente:
         -¿Soy sincero conmigo mismo?
         Y si el corazón le dice que sí, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar. Esté segurísimo de eso. No se va a matar, porque no se puede matar. La vida, la misteriosa vida que rige nuestra existencia, impedirá que usted se mate tirándose al pozo La vida, providencialmente, colocará, un metro antes de que usted llegue al fondo, un calvo donde se engancharán sus ropas, y... usted se salvará.
         Me dirá usted: "¿Y si los otros no comprenden que soy sincero?" ¡Qué se le importa a usted de los otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos con alturas distintas, que nadie puede ver a más distancia de la que dan sus ojos. Aunque suba a una montaña, no verá un centímetro, más lejos de lo que le permita su vista. Pero, escúcheme bien: el día en que los que lo rodean se den cuenta de que usted va por un camino no trillado, pero que marcha guiado por la sinceridad, ese día lo mirarán con asombro, luego con curiosidad. Y el día en que usted, con la fuerza de su sinceridad, les demuestre cuántos poderes tiene entre sus manos, ese día serán sus esclavos espirituales, créalo.
Me dirá usted: "¿Y si me equivoco?". No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que equivocarse. Ni un minuto antes ni un mi­nuto después. ¿Por qué? Porque así lo ha dispuesto la vida, que es esa fuerza misteriosa. Si usted se ha equivocado sinceramente, lo perdona­rán. O no lo perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su camino. Contra viento y marea. Contra todos, si es necesario ir contra todos. Y créame llegará un momento en que usted se sentirá más fuerte, que la vida y la muerte se convertirán en dos juguetes entre sus manos. Así, como suena. Vida. Muerte. Usted va a mirar esa taba que tiene tal reverso, y de una patada la va a tirar lejos de usted. ¿Qué se le importan los nombres, si usted, con su fuerza, está más allá de los nombres?
         La sinceridad tiene un doble fondo curioso. No modifica la natura­leza intrínseca del que la practica, y sí le concede una especie de doble vista, sensibilidad curiosa, y que le permite percibir la mentira, y no sólo la mentira, sino los sentimientos del que está a su lado.
         Hay una frase de Goethe, respecto a este estado, que vale un Perú. Dice:
         "Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás de él".
         Es lo que anteriormente le decía.
         La sinceridad provoca en el que la practica lealmente, una serie de fuerzas violentas. Estas fuerzas sólo se muestran cuando tiene que pro­ducirse eso de: "Tú que me has metido en este dédalo, tú me sacarás". Y si usted es sincero, va a percibir la voz de estas fuerzas. Ellas lo arrrastra­rán, quizá, a ejecutar actos absurdos. No importa. Usted los realiza. ¿Que se quedará sangrando? ¡Y es claro! Todo cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con libras de carne y sangre.
         Y de pronto, descubrirá algo que no es la felicidad, sino un equiva­lente a ella. La emoción. La terrible emoción de jugarse la piel y la felici­dad. No en el naipe, sino convirtiéndose usted en una especie de emocio­nado naipe humano que busca la felicidad, desesperadamente, mediante las combinaciones más extraordinarias, más inesperadas. ¿O qué se cree usted? ¿Qué es uno de esos multimillonarios norteamericanos, ayer ven­dedores de diarios, más tarde carboneros, luego dueños de circo, y suce­sivamente periodistas, vendedores de automóviles, hasta que un golpe de fortuna lo sitúa en el lugar en que inevitablemente debía estar?
         Esos hombres se convirtieron en multimillonarios porque querían ser eso. Con eso sabían que realizaban la felicidad de su vida. Pero piense usted en todo lo que se jugaron para ser felices. Y mientras no se produ­cía lo efectivo, la emoción, que derivaba de cada jugada, los hacía más fuertes. ¿Se da cuenta?
         Vea amigo: hágase una base de sinceridad, y sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de la vida, con su verdad en la mano, y va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda hacerlo caer. Y hasta los que hoy le tiran piedras, se acercarán mañana a usted para sonreírle tímidamente. Créalo, amigo: un hombre sincero es tan fuerte que sólo él puede reírse y apiadarse de todo.
"Creo que a nosotros nos ha tocado
la horrible misión de asistir
al crepúsculo de la piedad."
Roberto Arlt




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