Periodista y
escritor autodidacto argentino, que
alcanzó reconocimiento muchas décadas después de iniciada su actividad (el
establisment no perdonaba la carencia de
un título universitario en el Río de la Plata; lo mismo le ocurrió al uruguayo
Felisberto Hernández).
A pesar de que su
nivel de instrucción fue mínimo, su natural sensibilidad (estimulada por su
madre, que le recitaba versos de Dante entre las pobres paredes de su vivienda)
y su extraordinario nivel de observación de la realidad, lo acercaron a las
Bibliotecas barriales y se capitalizó culturalmente.
Nunca pudo dejar de
trabajar para poder dedicarse a la escritura plenamente. Así lo confesó
claramente: “Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo.
No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos
nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se
trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse
distracciones les produce surmenage”.
Su principal medio
de subsistencia fue el periodismo y por ello, los invitamos a leer el siguiente
artículo de Aguasfuertes Porteñas, obra en la que se recogió su quehacer en
varios periódicos.
LA TERRIBLE SINCERIDAD
Me escribe un lector:
"Le ruego me conteste, muy
seriamente, de qué forma debe uno vivir para ser feliz."
Estimado señor: Si yo pudiera
contestarle, seria o humorísticamente, de qué modo debe vivirse para ser feliz,
en vez de estar pergeñando notas, sería, quizá, el hombre más rico de la
tierra, vendiendo, únicamente a diez centavos, la fórmula para vivir dichoso.
Ya ve qué disparate me pregunta.
Creo que hay una forma de vivir en
relación con los semejantes y consigo mismo, que si no concede la felicidad, le
proporciona al individuo que la practica una especie de poder mágico de
dominio sobre sus semejantes: es la sinceridad.
Ser sincero con todos, y más todavía
consigo mismo, aunque se perjudique. Aunque se rompa el alma contra el
obstáculo. Aunque se quede solo, aislado y sangrando. Esta no es una fórmula
para vivir feliz; creo que no, pero sí lo es para tener fuerzas y examinar el
contenido de la vida, cuyas apariencias nos marean y engañan de continuo.
No mire lo que hacen los demás. No se
le importe un pepino de lo . que opine el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre
todas las cosas, sobre el bien y sobre el mal, sobre el placer y sobre el
dolor, sobre la vida y la muerte. Usted y usted. Nada más. Y será fuerte como
un demonio ' entonces. Fuerte a pesar de todos y contra todos. No importe que
la pena lo haga dar de cabeza contra una pared. Interróguese siempre, en el
peor minuto de su vida, lo siguiente:
-¿Soy sincero conmigo mismo?
Y si el corazón le dice que sí, y tiene
que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar.
Esté segurísimo de eso. No se va a matar, porque no se puede matar. La vida, la
misteriosa vida que rige nuestra existencia, impedirá que usted se mate
tirándose al pozo La vida, providencialmente, colocará, un metro antes de que
usted llegue al fondo, un calvo donde se engancharán sus ropas, y... usted se
salvará.
Me dirá usted: "¿Y si los otros no
comprenden que soy sincero?" ¡Qué se le importa a usted de los otros! La
tierra y la vida tienen tantos caminos con alturas distintas, que nadie puede
ver a más distancia de la que dan sus ojos. Aunque suba a una montaña, no verá
un centímetro, más lejos de lo que le permita su vista. Pero, escúcheme bien:
el día en que los que lo rodean se den cuenta de que usted va por un camino no
trillado, pero que marcha guiado por la sinceridad, ese día lo mirarán con
asombro, luego con curiosidad. Y el día en que usted, con la fuerza de su
sinceridad, les demuestre cuántos poderes tiene entre sus manos, ese día serán
sus esclavos espirituales, créalo.
Me
dirá usted: "¿Y si me equivoco?". No tiene importancia. Uno se
equivoca cuando tiene que equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto
después. ¿Por qué? Porque así lo ha dispuesto la vida, que es esa fuerza
misteriosa. Si usted se ha equivocado sinceramente, lo perdonarán. O no lo
perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su camino. Contra viento y marea. Contra
todos, si es necesario ir contra todos. Y créame llegará un momento en que
usted se sentirá más fuerte, que la vida y la muerte se convertirán en dos
juguetes entre sus manos. Así, como suena. Vida. Muerte. Usted va a mirar esa
taba que tiene tal reverso, y de una patada la va a tirar lejos de usted. ¿Qué
se le importan los nombres, si usted, con su fuerza, está más allá de los
nombres?
La sinceridad tiene un doble fondo
curioso. No modifica la naturaleza intrínseca del que la practica, y sí le
concede una especie de doble vista, sensibilidad curiosa, y que le permite
percibir la mentira, y no sólo la mentira, sino los sentimientos del que está a
su lado.
Hay una frase de Goethe, respecto a
este estado, que vale un Perú. Dice:
"Tú que me has metido en este
dédalo, tú me sacarás de él".
Es lo que anteriormente le decía.
La sinceridad provoca en el que la
practica lealmente, una serie de fuerzas violentas. Estas fuerzas sólo se muestran
cuando tiene que producirse eso de: "Tú que me has metido en este dédalo,
tú me sacarás". Y si usted es sincero, va a percibir la voz de estas
fuerzas. Ellas lo arrrastrarán, quizá, a ejecutar actos absurdos. No importa.
Usted los realiza. ¿Que se quedará sangrando? ¡Y es claro! Todo cuesta en esta
tierra. La vida no regala nada, absolutamente. Todo hay que comprarlo con
libras de carne y sangre.
Y de pronto, descubrirá algo que no es
la felicidad, sino un equivalente a ella. La emoción. La terrible emoción de
jugarse la piel y la felicidad. No en el naipe, sino convirtiéndose usted en
una especie de emocionado naipe humano que busca la felicidad,
desesperadamente, mediante las combinaciones más extraordinarias, más
inesperadas. ¿O qué se cree usted? ¿Qué es uno de esos multimillonarios
norteamericanos, ayer vendedores de diarios, más tarde carboneros, luego
dueños de circo, y sucesivamente periodistas, vendedores de automóviles, hasta
que un golpe de fortuna lo sitúa en el lugar en que inevitablemente debía
estar?
Esos hombres se convirtieron en
multimillonarios porque querían ser eso. Con eso sabían que realizaban la
felicidad de su vida. Pero piense usted en todo lo que se jugaron para ser
felices. Y mientras no se producía lo efectivo, la emoción, que derivaba de
cada jugada, los hacía más fuertes. ¿Se da cuenta?
Vea amigo: hágase una base de
sinceridad, y sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de la vida, con
su verdad en la mano, y va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie, que
pueda hacerlo caer. Y hasta los que hoy le tiran piedras, se acercarán mañana a
usted para sonreírle tímidamente. Créalo, amigo: un hombre sincero es tan
fuerte que sólo él puede reírse y apiadarse de todo.
![]() |
"Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad." Roberto Arlt |
No hay comentarios:
Publicar un comentario