En el año 1973, el Profesor Leonardo Garet ocupó la Cátedra de Literatura Uruguaya en el Instituto de Estudios Superiores. (Hoy es Director de Cultura de la Intendencia de su amado
Salto y miembro de la Academia Nacional de Letras, por mencionar
algunas de sus múltiples actividades).
No nos subyugó tanto su porte atlético, que una
campera de napa marrón contribuía a enfatizar, como el repertorio de
los matices que desplegaban íntegramente sus grandes ojos
oscuros a medida que iba analizando su selección de cuentos de Horacio
Quiroga; estaba tan compenetrado con su coterráneo, tan fascinado con su escritura,
que hasta sus miradas se convertían en recursos para escenificarlo,
para transportarlo e introyectarlo en nuestra aún primitiva
sensibilidad.
Cuando llegamos a Delmira, a María Eugenia, tuvimos
el privilegio de conocer un abanico de abordajes teóricos
inimaginables y supimos de su rigurosidad para el estudio de la poesía. A
esa altura, ya considerábamos totalmente secundario
si su atavío
era deportivo o el de un dandy enfundado en impecable traje gris.
Pero no fue hasta que trabajamos con Rodó que supe
que su juventud no era impedimento alguno para conducirse como “un
formador de formadores”, ese centinela de las armas de quienes
proyectan
convertirse en Quijotitos.
Puntualmente, había solicitado un análisis personal
de una parábola de Rodó. Mi actuación, hasta ese momento, había sido
muy poco satisfactoria: cazaba algún pajarito con honda, de
vez en cuando. Razones muy subjetivas me comprometían con el autor de
referencia y entonces, fui un poco más prolija.
La devolución del profesor Garet
-exhaustiva,
severa, motivadora- me reconcilió conmigo misma y con mi opción
vocacional; fue el instante crucial para tomar conciencia de que no
estaba velando mis armas, y ni siquiera sabía que las tenía. Por eso,
querido Profesor, mi agradecimiento inefable.
Fuiste también un refugio ético en tiempos
inmorales, un responsable cabal de que hoy pueda compartir visceralmente tu
preciosa creencia en “el común derecho a los caramelos”.
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