lunes, 8 de abril de 2013

Cuando sólo tenía yo una honda para cazar pajaritos


En el año 1973, el Profesor Leonardo Garet ocupó la Cátedra de Literatura Uruguaya  en el Instituto de Estudios Superiores. (Hoy es Director de Cultura de la Intendencia de su amado Salto y miembro de la Academia Nacional de Letras, por mencionar algunas de sus múltiples actividades).

No nos subyugó tanto su porte atlético, que una campera de napa marrón contribuía a enfatizar, como el repertorio de los matices que desplegaban íntegramente sus grandes ojos oscuros a medida que iba analizando su selección de cuentos de Horacio Quiroga; estaba tan compenetrado con su coterráneo, tan fascinado con su escritura, que hasta sus miradas se convertían en recursos para escenificarlo, 
para transportarlo e introyectarlo en nuestra aún primitiva sensibilidad.

Cuando llegamos a Delmira, a María Eugenia, tuvimos el privilegio de conocer un abanico de abordajes teóricos inimaginables y supimos de su rigurosidad para el estudio de la poesía. A esa altura, ya considerábamos totalmente secundario 
si su atavío era deportivo o el de un dandy enfundado en impecable traje gris.

Pero no fue hasta que trabajamos con Rodó que supe que su juventud no era impedimento alguno para conducirse como “un formador de formadores”, ese centinela de las armas de quienes proyectan 
convertirse en Quijotitos.
Puntualmente, había solicitado un análisis personal de una parábola de Rodó. Mi actuación, hasta ese momento, había sido muy poco satisfactoria: cazaba algún pajarito con honda, de vez en cuando. Razones muy subjetivas me comprometían con el autor de referencia y entonces, fui un poco más prolija.
La devolución del profesor Garet 
-exhaustiva, severa, motivadora- me reconcilió conmigo misma y con mi opción vocacional; fue el instante crucial para tomar conciencia de que no estaba velando mis armas, y ni siquiera sabía que las tenía. Por eso, querido Profesor, mi agradecimiento inefable.

Fuiste también un refugio ético en tiempos inmorales, un responsable cabal de que hoy pueda compartir visceralmente tu preciosa creencia en “el común derecho a los caramelos”.  

 
De Vela de Armas
Alción Editora


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