MARÍA LUZ VAIRA
María
Luz Vaira, 35 años, argentina, casada, mamá de Felicitas y psicóloga.
Mi papá me enseñó a amar la literatura antes de morir; por él y gracias a él, empecé a leer.
Cuando viví en Uruguay tuve la dicha de conocer a un grupo de gente maravillosa, liderado por Ana Milán. Con ellos y gracias a su compañía me animé a escribir.
Voces
En las canteras del parque Rodó, hay un lugar, un
punto exacto, en lo alto, donde uno se puede sentar… desde ahí, justo desde
ahí, se puede ver la playa Ramírez; las
diferentes puntas del centro de Montevideo con todas sus formas, incluso la
cúpula de por lo menos seis iglesias; y como marco de todo el paisaje, se
extiende a lo ancho y a lo largo el Río
de la Plata.
Sentado en el punto exacto, si uno gira un
poco la cabeza y mira sobre su hombro
derecho, se puede ver un gran arco color
cemento, que protege un escenario negro, que en su centro tiene como entrada la
puerta más alta que vi en mi vida.
Un domingo de abril por la tarde, estábamos
sentados en ese punto exacto y de pronto le dije a Fran:
-¿Escuchás? Prestá atención y escuchá… ¿Escuchás
voces de gente? ¡Shhh!, escuchá bien…, parece que es mucha gente, a lo lejos,
se oye como un tumulto, parece que están alentando a alguien…debe ser a los
artistas… aplauden y muy tenue también se puede oír al locutor que parece que
presenta a alguien… la gente ovaciona… creo que entraron los artistas…
¿Escuchás los tambores? Parece que ya empezaron a cantar… y la gente canta
también… se oye a lo lejos, pero tan claro…
Fran, distraído, me contestó algo como que
Defensores estaba jugando en su cancha y no sé qué… pero yo sé, que lo que se
oye desde ese punto exacto, son las voces del carnaval, esas voces que no se
callan nunca, porque la magia que sucede
ahí durante el verano es tan intensa, que sus ecos siguen sonando, con la misma
intensidad, solo para los que lo quieren
escuchar, hasta el próximo verano,
esperando al siguiente Carnaval.
Desencuentro
Esta
noche, voy a tener una cita. Él me dijo que traería una flor en el ojal, yo
contesté que me pondría una en el pelo, enganchada en el peinado. Es para
reconocerse, el tema de la flor; porque a veces, aunque hayamos compartido mas
de mil madrugadas, y el símbolo en el dedo parezca siempre el mismo trozo de
metal dorado, colocado para siempre, a veces es necesario reconocernos otra
vez.
Encendí
sólo una luz tenue, de un rojo muy delicado que teñía todo el espacio. Las
velas acompañaban el color ocre del ambiente, con su palpitante resplandor.
Música suave.
Se
produjo el encuentro, nos reconocimos en seguida, por la flor. Nos fundimos,
fue un segundo, eterno, para luego volvernos a perder.
La
espera
Estoy mirando
por la ventana, estoy aburrida, ya no se qué hacer para que el tiempo pase más
rápido, esta espera me tiene fuera de mi. Todo lo que estoy haciendo me
recuerda lo que no quiero recordar. Estoy aburrida de recordar, me propongo
pensar sin parar, para evitar que los recuerdos vengan a mí, no logran
invadirme porque pienso, pienso y no paro de pensar.
Sigo
mirando por la ventana, en la plaza de enfrente hay un montón de niños, ahora
hay una madre que corre a socorrer al suyo que esta de cara al suelo y
llorando. La mujer no sabe qué hacer, porque el niño sangra un poco, las demás
madres intentan ayudarla, todas corren como locas sin saber muy bien como ser
útiles.
Parece que no es tan fácil esto de ser madre,
yo siempre me lo imagino fácil pero viendo este cuadro… parece que esas mujeres
no se relajan nunca, no se las ve tan felices como deberían.
Ahora
hay otras dos mujeres separando a dos niñas que están agarradas de los pelos y
la muñeca por la que pelean está olvidada en la arena. Parece que cada madre se
lleva a su hija para su casa, porque recogen sus cosas y se van, pero la muñeca
en cuestión queda tirada en la arena, nadie repara en ella. Yo soy un poco como
esa muñeca ahora, estoy también tirada en la arena, sola y nadie se acuerda de
mí. Estoy sola y esperando, esperando esa llamada que no llega, todavía no es
hora.
No
tengo que parar de pensar, para que los pensamientos torturantes no acudan,
sigo mirando por la ventana, el semáforo cambia a rojo, un coche frena de
golpe, el de atrás lo choca apenas, los conductores se bajan, se gritan, se
acusan mutuamente, se acerca el policía
de la esquina, se llena de curiosos… la vida afuera sigue como siempre, la
gente pasea, los niños juegan, los niños pelean, los grandes pelean, los
grandes se ponen de acuerdo y yo sigo acá, esperando.
Falta
poco, ya casi es la hora de la llamada, ya no puedo esperar más, de ese
resultado depende todo, dependo yo misma y ya no puedo seguir esperando. No
puedo leer, no me concentro; no puedo
mirar tv, nada me interesa; no puedo
hacer nada, solo estoy ocupada en no pensar en eso que no puedo parar de
pensar. Lloro, estoy llorando, no me puedo contener, pienso diferentes
resultados y lloro, de alegría, de tristeza, no sé, lloro y no puedo parar.
Sigo mirando por la ventana, afuera la gente sigue como si nada, la gente sigue
viviendo como siempre, a pesar de mi espera. Llega una camioneta con
promotoras, se bajan, están repartiendo una bebida nueva que promocionan, la
gente se amontona, se empujan, todos quieren llegar primero.
Me
sobresalto, un timbre que por un segundo no puedo reconocer, sí, es el
teléfono, corro hacia él…
¡Otra sicóloga! Y para no abandonar la metáfora de Eduardo Galeano: ¿cuál es es la intensidad de su fueguito? ¿Es de esos que te encienden cuando te acercás? Bueno, a ciertos actos de LUZ nos remitimos:
Durante su estadía en Montevideo, y en un gesto típico de su persona, se acercó al Liceo Jubilar porque "sentía la necesidad de ayudar". Este es el producto de esa profunda interrelación:
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