jueves, 19 de junio de 2014

Salman Rushdie, el autor de la polémica novela "Los versos satánicos"

19 de junio de 1947- India


La obra de Salman Rushdie y la tolerancia (Fragmentos)

Entre los acontecimientos literarios de este año figura la nueva obra de Salman Rushdie ‘Joseph Anton’. Más que una novela es una narración sobre cómo uno de los escritores más brillantes de nuestros días vivió, y lo sigue haciendo, en constante amenaza de muerte desde la publicación de su novela ‘Versos satánicos’.

“El escritor es una persona que tiene el derecho de decir más que la gente corriente, es una función social en cierto modo, ampliar mediante las palabras los límites del mundo que nos rodea y conducir a uno más allá de las fronteras. No es Dios ni es profeta, sino una figura casi sagrada y, por lo tanto, sus libros no pueden ser prohibidos ni quemados. Los líderes religiosos deberían entender mejor que el resto de la gente que la palabra tiene poderes”.

En realidad, ‘Joseph Anton’ es también un libro sobre cómo un luchador por la tolerancia va perdiendo este mismo rasgo. Por supuesto, puede haber para él numerosas justificaciones: vivió varios años bajo el nombre de Joseph Anton bajo la guardia de la policía británica, que se hospedaba directamente en su domicilio. Cualquier día lo podían haber matado. Y sin embargo…

¿Contra qué estuvo luchando todos estos años? Según dijo el propio autor en una de sus entrevistas, “es una guerra, en la que en un bando se encuentran la intolerancia, el fanatismo y la violencia y en el otro, la libertad, la literatura y la imaginación”. Por otra parte en ‘Joseph Anton’ se puede ver cómo la mayor parte del tiempo él y su equipo, representado en gran medida por sus compañeros de oficio, estaba enfrentándose al Gobierno británico. Y a otros Gobiernos. El objetivo era que Rushdie pudiera intervenir ante sus lectores, viajar en aviones, etc. En otras palabras, llevar una vida normal.

Las autoridades, líneas aéreas y representantes de otros organismos partían de que los terroristas, buscando la muerte del escritor, acabarían explotando a un gran número de personas inocentes. Y eso estaba ocurriendo, porque hubo atentados contra sus editores y traductores…
¿La salida? Rushdie y su equipo consiguieron que las autoridades de ciertos países cambiaran su política exterior y presionaran a Irán para que la fatwa fuera levantada. Irán lo aceptó de manera oficial, de modo que sólo quedan los activistas que actúan por su cuenta.

El libro describe el enfrentamiento de Salman Rushdie con otro escritor británico, John le Carré, quien escribió en el diario The Guardian “ninguna sociedad gozaba del criterio absoluto de la libertad de palabra… a mí lo que me preocupaba es que ninguna joven de la editorial Penguin Books se quedara sin brazos al abrir algún paquete postal…”.

Dios le libre de replicar algo a un liberal que lucha por la libertad de la palabra. ¿No creerá, por supuesto, que estas palabras sobre las posibles víctimas entre el personal de la editorial le afectaran a Rushdie? ¿O qué sus principios se tambalearan? Nunca.
El mismo diario publicó su respuesta, contundente como un cañonazo. Y ahora sale el libro. Le Carré es un buen escritor, pero pierde todo su brillo delante de Rushdie.

Volviendo al arte de la tolerancia, lo único que se puede agregar es que no estaría mal aceptar por un momento que el rival de uno, esta persona tan distinta, tenga razón por lo menos en algo. Y también aguantar su postura, para poder ver en qué está en lo cierto. Porque a quien nos cae bien no lo tenemos que tolerar, este esfuerzo ha de hacerse por quienes nos resultan antipáticos.


De: http://sp.ria.ru/opinion_analysis





19 de junio de 1764


YO EL PROTECTOR / MEMORIAL PERSONAL 
DE PEPE ARTIGAS
HUGO GIOVANETTI VIOLA

UNO: LAS ALAS DEL INFIERNO


1 / ESTRELLAS

Lo único que me importó más que la felicidad de los pueblos fue la conversación conmigo mismo.

Aquella noche yo tenía cuatro años y no sé cómo atiné a engolfarme en la hamaca paraguaya de mi abuela Ignacia, la que me aportó sangre de Tupac Yupanqui.

Fue el primer baño de estrellas que me di en este infierno.

Dizque esa tarde me había pasado comiendo tierra del cantero y que Aurora Bendita me desembuchó cuatro albondigones cuando ya estaba a un punto de expirar.

Pero no era mi hora.

Y enseguida del Ángelus me le perdí a Pascasio y entonces se me ocurrió esconderme en el colgadero de la abuela.

Me acuerdo que encontré el poncho blanco y la perla barroca que ella vivía sobando y empezamos a lambetearla con los cuzcos, hasta que hubo virazón y les armé un entoldado de lana.

Los cuzcos siempre supieron sufrirme las picardías mejor que los cristianos.

Yo había escuchado a madre contar que Remigio Arnal se quedó ciego la noche del naufragio de Nuestra Señora de la Luz, cuando en casa terminaron atando hasta a las vacas porque volaba todo. Pero la gata se les remolineó en un repelús y mi tío tuvo que estirarse agarrado a las rejas como si fuera una piel de tigre para proteger a las crías y al amanecer le quedaron los ojos juídos de tanto pispar relámpagos.

Y los gatitos igual se murieron.

Ahora se me hace que fue Pérez Castellano el que le labró a padre dos sentencias que todavía me abrigan: Muerto cualquiera pelea y El mejor triunfo es una derrota santa.

José Nicolás y Martina cuentan que aquella noche la familia recorrió toda la plaza buscándome a los gritos mientras yo les acariciaba los hocicos a mis protegidos, sordo por la felicidad.

Y pensé que lo mejor que se puede tener en la vida son collares de estrellas.

Pensaba mucho, ya. Y cuando Ignacia vino a buscar el poncho y me encontró chupando la perla rara y se puso a llorar ya debo haber sentido que la familia nunca iba a comprenderme y nadie llevaba culpa.

Ninguno había abandonado a ninguno y se armó un tole-tole peor que en la fiesta del San Baltasar.

Al final Pérez Castellano y padre me sermonearon en la biblioteca y yo lo único que podía explicar era que estaba conversando conmigo mismo.

Los pueblos no son felices.

Pasaron casi cuarenta años antes de que volviera a manducar barro cuando se me hundió el bote al volver de Buenos Aires.

Y desde aquella noche sé que tuito es terrible y dulce como una hamaca engolfada en lo altísimo y llevo en llaga el desvelo de acariciarle la espalda a cualquier hijo pródigo que se acerque a mendigarme sobras para los chanchos.

La miseria de amor.


De: El Montevideano- Laboratorio de Arte.blogspot.com