jueves, 22 de mayo de 2014

“La última locura que me quedará probablemente será la de creerme poeta” - Gérard de Nerval

22 de mayo de 1808- Francia
Poeta, ensayista, traductor.

El desdichado


Yo soy el Tenebroso, -el viudo-, el Sin Consuelo,
Príncipe de Aquitania de la Torre abolida:
Mi única estrella ha muerto, y mi laúd constelado
lleva en sí el negro sol de la Melancolía.

En la Tumba nocturna, Tú que me has consolado,
devuélveme el Pausílipo y el mar de Italia, aquella
flor que tanto gustaba a mi alma desolada,
y la parra do el Pámpano a la Rosa se alía.

¿Soy Amor o soy Febo?.. Soy Lusignan o ¿Biron?
Mi frente aún enrojece del beso de la Reina;
he soñado en la Gruta do nada la Sirena...

He, doble vencedor, traspuesto el Aqueronte:
Modulando unas veces en la lira de Orfeo
suspiros de la Santa y, otras, gritos del Hada.

De: CiudadSeVa.com




El reflejo de su psicosis en su obra


En la obra de Nerval y en su manera de comportarse aparecen evidencias de distintos fenómenos psicopatológicos, que comprometen afecto, pensamiento y sensopercepción. Su obra "Aurelia" contiene lo más psicótico de su producción literaria y fue escrita en pleno período de su enfermedad. Aunque para él la locura es "el desbordamiento de los sueños en la realidad", empero, Nerval es capaz de darse cuenta que no es su estado normal, sino uno enfermo. Así, en una carta al salir de un sanatorio en 1841, luego de su primer episodio psicótico, comentó a la esposa de Dumas: "Ayer me encontré con Dumas. Le dirá que he recobrado lo que está convenido llamar razón, pero no crea una palabra. Soy y he sido siempre el mismo... La ilusión, la paradoja, la presunción, son todas ellas, enemigas del buen sentido, que nunca me ha faltado. En el fondo, he tenido un sueño muy divertido y lo echo de menos; he llegado incluso a preguntarme si no es más verdadero que lo único que me parece explicable y natural hoy. Pero como hay aquí médicos y comisarios que velan porque no se extienda el campo de la poesía a expensas de la vía pública, sólo me han dejado salir y vagar definitivamente entre las gentes razonables cuando convine muy formalmente en haber estado enfermo, lo cual le costaba mucho a mi amor propio e incluso a mi veracidad... Para acabar, convine en dejarme clasificar en una "afección" definida por los doctores y llamada, indiferentemente, Teomanía o Demoniomanía en el diccionario médico. Con ayuda de tales definiciones, incluidas en estos dos artículos, la ciencia tiene el derecho de escamotear o reducir al silencio a todos los profetas y videntes predichos por el Apocalipsis, ¡uno de los cuales me jactaba de ser yo!

Nerval fue muy celoso de que no se diera a conocer al público lector su enfermedad, se molesta y reacciona irónicamente contra Dumas por la nota del epígrafe de este artículo y que se menciona en mayor longitud más adelante. En el prólogo de "Las hijas del Fuego", Nerval se defiende y explica que su extraña conducta sólo refleja la compenetración del autor con sus personajes, llegando a hacer uso de sus sueños y fantasías. Para Nerval "los sueños son una segunda vida" y este postulado lo transfiere a su obra.

Alejandro Dumas en su comentario sobre Nerval nos da indicios sobre su trastorno: "... su habitat podría ser, ni más ni menos, que un fumadero de opio del Cairo o un comedor de hachís de Argel, y entonces, la vagabunda que ella es (se refiere a la imaginación de Nerval), lo lanza a las teorías imposibles, a los libros irrealizables. Ora es el rey Salomón, ha vuelto a encontrar el sello que evoca a los espíritus, espera a la Reina de Saba; y entonces créanme, no hay cuento de hadas o de Las Mil y una Noches que valga lo que él cuenta a sus amigos, que no saben si deben compadecerlo o envidiarlo de la agilidad y del poder de esos espíritus, de la belleza y riqueza de esa reina; ora es sultán de Crimea, conde de Abisinia, duque de Egipto. Otro día se cree loco y cuenta cómo llegó a estarlo, y con tan alegre brío, pasando por peripecias tan convincentes, que cada cual desea estarlo para seguir a ese guía irresistible por el país de las quimeras y de las alucinaciones. Ora finalmente, es la melancolía la que se convierte en su musa y entonces, retengan sus lágrimas si pueden; pues nunca Werther (personaje de la obra homónima de Goethe), nunca Rene (personaje de obra homónima de Chateubriand); han tenido quejas más punzantes, sollozos más dolorosos, palabras más tiernas y gritos más poéticos... ".
Una de las bizarras situaciones que provocaron su internación fue el verlo pasear a una langosta con una cinta azul. La mala crítica a una de sus obras y la indiferencia frente a la reedición de "Viaje a Oriente", le provocan una crisis que lo lleva al hospital en enero de 1852. Si bien ese año continúa con una actividad frenética, en 1853 y 1854 requiere de internaciones periódicas. En el invierno de 1854, después de una crisis grave, se le permitió vivir con una tía en París. No parece muy repuesto, vagabundea, trasnocha en los barrios bajos, en calles como la que muestra un grabado de la época y desaparece por varios días seguidos. El 24 de enero deja una nota a su tía:"... Cuando ya haya triunfado de todo, tendrás tu lugar en mi Olimpo, como yo tengo mi lugar en tu casa. No me esperes hoy, pues la noche será negra y blanca....". (...) 
"Aurelia" (1855) es su último libro y uno de los más trascendentes para los surrealistas. El autor narra en "Aurelia" episodios depresivos muy severos en los que se aprecia una gran tristeza, ideas de culpa y de auto-eliminación, como también fases maníacas con marcada actividad alucinatoria como en el siguiente relato, donde Nerval escribe: "Aquí empezó para mí, lo que llamaré el desbordamiento del sueño en la vida real. A partir de aquel momento, todo tomaba, a veces, un aspecto doble y eso, sin que el razonamiento careciere nunca de lógica, sin que la memoria perdiese los más leves detalles de lo que me sucedía. Sólo que mis acciones, insensatas en apariencia, estaban sometidas a lo que llaman ilusión, según la razón humana. Me creí transportado a un planeta oscuro donde se debatían los primeros gérmenes de la creación. Vi monstruos que cambiaban de forma y, despojándose de sus primeras pieles, se alzaban más poderosos sobre patas gigantescas, la enorme masa de sus cuerpos rompía las ramas y las hierbas, y en el desorden de la naturaleza, se entregaban a combates en los que yo mismo tomaba parte, pues tenía un cuerpo tan extraño como el de ellos. De repente un aire divino, el planeta se iluminó, todos los monstruos que había visto se despojaban de sus formas extrañas y se convertían en hombres y mujeres; otros revestían en sus transformaciones, la figura de los animales salvajes, de los peces y de los pájaros".

Concluimos citando las palabras de Marcel Proust en relación a Nerval, quien contribuyó mucho a su revaloración: "Si un escritor, en las antípodas de las claras y fáciles acuarelas, ha tratado de definirse laboriosamente ante sí mismo, de esclarecer unos matices turbios, unas leyes profundas, unas impresiones casi inasibles del alma humana, es Gerard de Nerval".

De: Los diagnósticos de Gerard de Nerval: La influencia de la locura en la genialidad literaria
Rev. méd. Chile v.138 n.1 Santiago ene. 2010
De: http://dx.doi.org/10.4067/S0034-98872010000100017


En: http://www.scielo.cl.com












Hisako Matsubara



Hisako Matsubara nació en Kyoto el 21 de mayo de 1935, hija de un gran sacerdote de la religión sintoísta. También, ella está ordenada como sacerdotisa de este credo. Estudió literatura inglesa y religión comparada en la International Christian University de Tokio y se graduó en Arte del Teatro, en la Pennsylvania State University, en los Estados Unidos. Allí, trabajó como editora antes de trasladarse a Europa para ampliar estudios en Zurich, Marburgo y Göttingen. Posteriormente, se doctoró en Historia del Pensamiento por la Universidad de Ruhr, en Alemania, país en el que residió durante mucho tiempo, concretamente en la ciudad de Colonia. Salvo algunos poemas de juventud en japonés, toda su obra está escrita en alemán. En 1969 traduce a la lengua de Goethe el texto Taketori-monogatari, clásico japonés del siglo décimo, junto a su hermana Naoko Matsubara que realiza las ilustraciones de este libro. Entre sus obras destacan: Samurái, su novela más conocida y que ha sido traducida a ocho idiomas, Glückspforte (1980), Los pájaros del crepúsculo (1981), ambientada a finales de las Segunda Guerra Mundial y principios de la posguerra, Bajo el puente en Hiroshima (1988), Karpfentanz (1994) y Himmelszeichen (1998). Asimismo, destacan sus libros de ensayo Blick aus Mandelaugen: eine Japanerin in Deutschland (1968), Weg zu Japan: west-östl. Erfahrungen (1983) y Raumschiff Japan: Realität und Provokation (1989) y el libro en inglés The Japanese: A Mystery Unfolded (1990). Además, ha realizado una edición completa y comentada de la literatura japonesa del siglo XIX. Igualmente, ha escrito artículos regularmente para el diario germano Die Zeit y para la televisión alemana como autora de documentales y en labores de asesoramiento sobre temas literarios y políticos. En los últimos años, esta novelista, una de las más importantes escritoras japonesas actuales, se ha trasladado junto a su familia a los Estados Unidos, donde ha impartido clases en varias de sus universidades.

                                                                          
Samurái fue escrita originariamente en alemán por la escritora y ensayista japonesa Hisako Matsubara, bajo el título de Brokatrausch, el año 1978. Este libro muestra como telón de fondo las profundas transformaciones sociales, políticas y económicas que trajo consigo para el Japón el advenimiento de la restauración Meiji (1867-1912). En sus páginas se refleja el difícil tránsito desde las antiguas tradiciones nacionales a las nuevas formas de vida occidentales que obligaron a todo un país a adaptarse a los vientos de cambio de una nueva era. Igualmente, en esta novela, se abordan diferentes temas como el sentido del deber, la obediencia ciega, el amor incondicional, la pérdida de las ilusiones o la intransigencia, vistos a través de la óptica de sus personajes.

Este relato narra la historia de Hayato, un rico samurái, que adopta a Nagayuki, descendiente de una familia aristocrática empobrecida, a quien educa según las rígidas normas tradicionales y lo promete a su hija Tomiko. Luego, la pareja contrae matrimonio y vive felizmente varios años en la ciudad de Tokio, mientras el joven estudia la carrera de Derecho en la Universidad Imperial. En medio de esta época de grandes transformaciones, el cabeza de familia, cuyo honor le prohíbe hablar de dinero, va perdiendo poco a poco todos sus bienes por su falta de visión empresarial. Éste, anclado en un pasado que existe únicamente en su mente, envía a Nagayuki a América a hacer fortuna, no como miembro de una poderosa empresa nipona, sino como un simple samurái, provisto tan sólo de su espada y portando cinco cajas de ricos kimonos. Tomiko tiene que permanecer sola en el pueblo, cuidando de la familia y lejos del hombre al que ama. Mientras tanto, su marido intenta abrirse paso en los Estados Unidos bajo el peso de una devastadora realidad.

(...)

Esta obra ha sido comparada por la crítica con El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) que ofrece un magistral relato sobre la decadencia de la nobleza y su relevo como clase dominante durante la época de la unificación italiana. Frente a este autor italiano que aseveraba en su libro que algo debería cambiar para que todo siguiera igual, Hisako Matsubara nos ofrece una visión de la ruina de un antiguo régimen que se debilita lentamente y finalmente fenece, degradando todo lo que se encuentra a su alrededor. En este texto se observa el declive del clan Ogasawara, encarnado en el personaje de Fumiya, que contempla las últimas horas del shogunato Tokugawa y la caída en desgracia de la vieja aristocracia de Kyoto, mientras el emperador traslada su corte a Tokio para iniciar la era del nuevo Japón. Este ocaso afecta de la misma forma a los samuráis, representados en la figura de Hayato, que es incapaz de comprender que en la nueva sociedad surgida en la era Meiji el papel de su clase ya no tenía cabida. En las páginas de esta novela observamos la decadencia de su linaje a través de elaboradas metáforas, relacionadas con los elementos de la naturaleza: “Con pasos, que se deslizaban aparentemente ligeros, señalando así el reducido peso de su viejo cuerpo, como de madera seca, en descomposición, Hayato recorría un bosque imaginario”. Igualmente, esta apariencia de decrepitud se asemeja a la visión de un carcomido mástil que se degrada lentamente como el emblema de su antiguo abolengo: “Algunos árboles habían caído ya de las rocas tras el último tifón y yacían, descomponiéndose, en el agua”. También, algunos críticos han visto cierto paralelismo de esta obra con El jardín de los cerezos del escritor y dramaturgo Antón Chéjov (1860-1904) que muestra el declinar de la aristocracia rusa de finales del siglo XIX.

Esta novela nos ha mostrado los grandes cambios generados por la era Meiji, una revolución política, social y económica que llevó a Japón a convertirse en una de las grandes potencias contemporáneas. En sus páginas se reflejan algunos de los acontecimientos políticos que marcaron esta etapa de grandes transformaciones: la Guerra Ruso-Japonesa, la anexión de Corea y la ocupación de China por las tropas imperiales. Además, abordan aspectos como el traslado del poder de manos de los antiguos señores feudales al emperador, la centralización de la administración en Tokio, el desarrollo de la economía y la industria de alto rendimiento, y la modernización del transporte y las comunicaciones. También, se resalta la influencia de los bancos y de las grandes empresas que habían sido las precursoras del moderno Japón, puesto que habían contribuido a la caída del shogunato Tokugawa y con su capital habían apoyado las reformas del nuevo soberano. Asimismo, muchos jóvenes son enviados a estudiar al extranjero, principalmente a Europa y a los Estados Unidos, y empiezan a decaer los antiguos valores tradicionales en un país que tuvo que adaptarse y renovarse ante unos nuevos retos marcados por el signo de los tiempos.

Este libro, bellamente escrito, está lleno de sensibilidad y de marcado lirismo. Hisako Matsubara nos ha ofrecido en esta obra una profunda recreación psicológica de unos personajes, perfectamente estudiados, que reflejan las emociones y los deseos más íntimos del ser humano. A través de un estilo sobrio y cuidado, esta autora nos ha mostrado con intensidad los sentimientos de una pareja de amantes, separados por la intransigente voluntad de un padre, mientras los poderosos vientos del cambio soplaban sobre el antiguo Japón.


 © Orlando Betancor 2009

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

De: http://www.ucm.es/info/especulo/numero41/samurai.html




“No menos que el saber me place el dudar”- Dante Alighieri



21 de mayo de 1265- Italia
Poeta y político.



TAN GENTIL Y TAN HONESTA LUCE
mi dama cuando a alguien saluda,
que toda lengua temblando enmudece,
y no se atreven los ojos a mirarla. 

Ella pasa, sintiéndose alabada,
benignamente de humildad vestida;
pareciera ser algo venido
del cielo a la tierra a mostrar un  milagro.   

Se muestra tan agradable a quien la mira,
que por los ojos procura al corazón gran dulzura,
incomprensible para quien no la experimenta.

 Y parece que de sus labios surgiera
un espíritu suave de amor pleno
que al alma va diciendo:  ¡Suspira!



VE CLARAMENTE TODA SALUD
quien a mi dama entre las damas mira;
las que con ella van se ven obligadas
de agradecer a Dios tan bella gracia.

 Y su belleza es de tanta virtud,
que a las demás ninguna envidia alcanza,
y así con ella las hace andar vestidas
de gentileza, amor y  fe.

 Verla vuelve a toda cosa humilde,
y no solo ella se hace ver agradable
sino que cada una por ella recibe honor.

 Y hay en sus actos tanta gentileza
que nadie puede traerla a la memoria
sin suspirar  de dulzura y de amor.
 

De VITA NUOVA

En: http://hablasonialuz.wordpress.com


Iglesia de Santa Margarita, donde se produjo
el encuentro entre Dante y Beatriz.











miércoles, 21 de mayo de 2014

“Es una mesita insignificante, cuadrada, pero él la prefiere a lo más valioso de lo que posee...”- Stefan Zweig



Honoré De Balzac
20 de mayo de 1799




En esta casa corrigió la Comedia Humana.


La mesa de trabajo
consignada por S. Zweig



Este salón comunica con un comedor que se halla separado de la cocina por la caja de una escalera cuyos peldaños son de madera y ladrillos descoloridos y gastados. Nada hay más triste que ver este salón amueblado con sillones y sillas con una tela  a rayas, alternativamente mates y relucientes. Parte de las paredes está tapizada con papel barnizado, que representa las principales escenas de Telémaco, y cuyos clásicos personajes están pintados en colores. El panel, situado entre las ventanas enrejadas, ofrece a los pensionistas el cuadro del banquete dado al hijo de Ulises por Calipso. Desde hace cuarenta años, esta pintura suscita las bromas de los huéspedes jóvenes, que se creen superiores a su posición al burlarse de la comida a la que la miseria les condena. La chimenea de piedra, cuyo hogar siempre limpio atestigua que sólo se enciende fuego en las grandes ocasiones, está adornada por dos jarrones llenos de flores artificiales que acompañan a un reloj de mármol azulado del peor gusto. Esta primera pieza exhala un olor que carece de nombre en el idioma y que habría que llamar olor de pensión. Huele a encerrado, a moho, a rancio; produce frío, es húmeda, penetra los vestidos; posee el sabor de una habitación en la que se ha comido; apesta a servicio, a hospicio. Quizá podría describirse si se inventara un procedimiento para evaluar las cantidades elementales y nauseabundas que en ella arrojan las atmósferas catarrales y sui generis de cada huésped, joven o anciano. Bien, a pesar de estos horrores, si lo comparaseis con el comedor, que le es contiguo, hallaríais que este salón resulta elegante y perfumado. Esta sala, completamente recubierta de madera, estuvo en otro tiempo pintada de un color que hoy no puede identificarse, que forma un fondo sobre el cual la grasa ha impreso sus capas de modo que dibuje en él extrañas figuras. En ella hay bufetes pegajosos sobre los cuales se ven botellas, pilas de platos de porcelana gruesa, de bordes azules, fabricados en Tournay. En un ángulo hay una caja con compartimientos numerados que sirve para guardar las servilletas, manchadas o vinosas, de cada huésped.

Se encuentran allí algunos de esos muebles indestructibles, proscritos en todas partes, pero colocados allí como los desechos de la civilización en los Incurables. Veréis allí un barómetro de capuchino que sale cuando llueve, grabados execrables que quitan el apetito, todos ellos enmarcados en madera negra barnizada con bordes dorados; una estufa verde, quinqués de Argand, en los que el polvo se combina con el aceite, una larga mesa cubierta de tela encerada lo suficientemente grasienta para que un bromista escriba su nombre sirviéndose de su dedo como de un estilo, sillas desvencijadas, pequeñas esteras de esparto, calientapiés medio roto, cuya madera se carboniza. Para explicar hasta qué punto este mobiliario es viejo, podrido, trémulo, roído, manco, tuerto, inválido, expirante, haría falta efectuar una descripción que retardaría con exceso el interés de esta historia, y las personas que tienen prisa no perdonarían. El ladrillo rojo está lleno de valles producidos por el desgaste causado por los pies o por los fondos de color. En fin, allí reina la miseria sin poesía; una miseria económica, concentrada. Si aún no tiene fango, tiene manchas; si no presenta andrajos ni agujeros, va a descomponerse por efecto de la putrefacción.
Esta pieza se halla en todo su lustre en el momento en que, hacia las siete de la mañana, el gato de la señora Vauquer precede a su dueña, salta sobre los bufetes, husmea en ellos la leche contenida en varios potes, y deja oír su ronroneo matutino. Pronto aparece la viuda, con su gorro, bajo el que pende un mechón de pelo postizo, y camina arrastrando sus viejas zapatillas. Su cara avejentada, grasienta, de en medio de la cual brota una nariz como el pico de un loro; sus manos agrietadas, su cuerpo parecido al de una rata de iglesia, su busto demasiado cargado y flotante, se hallan en armonía con esta sala que rezuma desgracia, en la que se ha refugiado la especulación, y cuyo aire cálidamente fétido es respirado por la señora Vauquer sin que le produzca desmayo.

Su rostro fresco como una primera helada de otoño, sus ojos circundados de arrugas, cuya expresión pasa de la sonrisa prescrita a las bailarinas, a la amarga mueca de los usureros, en fin, toda su persona implica la pensión, así como la pensión implica toda su persona. El presidio no se imagina sin el capataz, no puede concebirse el uno sin el otro. La fofa gordura de esta mujer es el producto de esta vida, como el tifus es la consecuencia de las exhalaciones de un hospital. Su vestido, hecho con ropa vieja, resume el salón, el comedor, el jardincillo, anuncia la cocina y hace presentir los huéspedes. Cuando ella está allí, el espectáculo es completo. De una edad de unos cincuenta años, la señora Vauquer se parece a todas las mujeres que han tenido desgracias. Tiene los ojos vidriosos, el aire inocente de una callejera que se hace acompañar para hacerse pagar mejor, pero, por otra parte, dispuesta a todo con tal de hacer más agradable su suerte. Sin embargo, es buena mujer en el fondo, dicen los huéspedes, que la creen sin fortuna al oírla gemir y toser como ellos. ¿Quién había sido el señor Vauquer? Ella nunca hablaba del difunto. ¿Cómo había perdido su fortuna? En las desgracias, respondía la señora Vauquer. Se había portado mal con ella, sólo le había dejado los ojos para llorar, aquella casa para vivir y el derecho de no compadecer ningún infortunio, porque, decía, había sufrido todo lo que es posible sufrir. Al oír los pasos de la señora, la gorda Silvia, la cocinera, se apresuraba a servir el desayuno de los huéspedes internos.


De: Papá Goriot









« El silencio es un hacer. El silencio es, pues, actuación. Actuación silenciosa» - Castilla del Pino (psiquiatra)


“Desaparecidos”


Están en algún sitio / concertados
desconcertados / sordos
buscándose / buscándonos
bloqueados por los signos y las dudas
contemplando las verjas de las plazas
los timbres de las puertas / las viejas azoteas
ordenando sus sueños sus olvidos
quizá convalecientes de su muerte privada
nadie les ha explicado con certeza
si ya se fueron o si no
si son pancartas o temblores
sobrevivientes o responsos
ven pasar árboles y pájaros
e ignoran a qué sombra pertenecen
cuando empezaron a desaparecer
hace tres cinco siete ceremonias
a desaparecer como sin sangre
como sin rostro y sin motivo
vieron por la ventana de su ausencia
lo que quedaba atrás / ese andamiaje
de abrazos cielo y humo
cuando empezaron a desaparecer
como el oasis en los espejismos
a desaparecer sin últimas palabras
tenían en sus manos los trocitos
de cosas que querían
están en algún sitio / nube o tumba
están en algún sitio / estoy seguro
allá en el sur del alma
es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio.

Mario Benedetti
De: poemasdelalma.com


La desmemoria /2

El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer, nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria.


Eduardo Galeano


El silencio es la actuación del cobarde, del que no es capaz de asumir con palabras la consumación de su hacer aberrante.





martes, 20 de mayo de 2014

“¿De qué color te sientes?”- Fernando Pessoa a Mário De Sá-Carneiro

Mário de Sá-Carneiro
19 de mayo de 1890 - Lisboa
Poeta

EL OTRO


Yo no soy ni yo ni el otro,

soy tan sólo algo intermedio:

                  pilar del puente del tedio

                  que va desde mí hasta el Otro.





EL FANTASMA



¿Qué haré yo en la vida -Emigrado

Astral después de qué fantaseada guerra,

cuando este Oro al fin caiga por tierra?,

pues, aunque verdoso, es Oro sin embargo.



(¿De qué revuelta o país predestinado?)

Pobre lisonja el velo que me encierra…

Imaginaria y pertinaz, ¿qué fuerza

mágica desprende mi pasmo frustrado?



La escalera es insegura y peligrosa:

se va extendiendo una mancha dudosa

por la alfombra, los pasamanos se han partido…



Mi norte lo han tapado con viejos trapos,

las hormigas sobre mi suerte se han parado,

se me han muerto niños en los sentidos….



ULTRA-TEDIO



Nada me expira ya, nada me vive -

ni la tristeza ni los bellos momentos.

Por no tenerlas y por nunca poder poseerlas,

me hastían incluso las cosas que no tuve.



Cómo quisiera, por fin con el alma olvidada,

dormir en paz en una cama de hospital…

Cansé dentro de mí, cansé la vida

de tanto pasearla por la luz irreal.



Otrora imaginé escalar los cielos

a fuerza de ambición y de nostalgia,

y enfermo-de-Joven-Dios, me fui

tras el gran rastro dorado que me ardía.



Partí. Mas pronto regresé al dolor,

pues todo se me desmoronó… Todo era igual:

la quimera, ceñida, era real,

¡la propia maravilla tenía color!



Retumbándome en silencio, la noche oscura

me lanzó así a la caída sin remedio;

yo mismo me tragué en la profundidad,

me sequé por completo, me endurecí de tedio.



Y sólo me queda hoy una alegría:

que, de tan iguales y vacíos,

los momentos se esfuman día a día

cada vez más veloces, más escurridizos…







lunes, 19 de mayo de 2014

“Si uno está haciendo lo que le dicta su conciencia, ¿por qué tienes que agachar la cabeza delante de un tipo que se porta de una manera injusta y canalla?” Elena Poniatowska

19 de mayo de 1932- Francia
Periodista, activista y escritora franco-mejicana.

La identidad

            Yo venía cansado. Mis botas estaban cubiertas de lodo y las arrastraba como si fueran féretros. La mochila se me encajaba en la espalda, pesada. Había caminado mucho, tanto que lo hacía como un animal que se defiende. Pasó un campesino en su carreta y se detuvo. Me dijo que subiera. Con trabajos me senté a su lado. Calaba frío. Tenía la boca seca, agrietada en la comisura de los labios; la saliva se me había hecho pastosa. Las ruedas se hundían en la tierra dando vueltas lentamente. Pensé que debía hacer el esfuerzo de girar como las ruedas y empecé a balbucear unas cuantas palabras. Pocas. Él contestaba por no dejar y seguimos con una gran paciencia, con la misma paciencia de la mula que nos jalaba por los derrumbaderos, con la paciencia del mismo camino, seco y vencido, polvoso y viejo, hilvanando palabras cerradas como semillas, mientras el aire se enrarecía porque íbamos de subida – casi siempre se va de subida -, hablamos, no sé, del hambre, de la sed, de la montaña, del tiempo, sin mirarnos siquiera. Y de pronto, en medio de la tosquedad de nuestras ropas sucias, malolientes, el uno junto al otro, algo nos atravesó blanco y dulce, una tregua transparente. Y nos comunicamos cosas inesperadas, cosas sencillas, como cuando aparece a lo largo de una jornada gris un espacio tierno y verde, como cuando se llega a un claro en el bosque. Yo era forastero y sólo pronuncié unas cuantas palabras que saqué de mi mochila, pero eran como las suyas y nada más las cambiamos unas por otras. Él se entusiasmó, me miraba a los ojos, y bruscamente los árboles rompieron el silencio. “Sabe, pronto saldrá el agua de las hendiduras.” “No es malo vivir en la altura. Lo malo es bajar al pueblo a echarse un trago porque luego allá andan las viejas calientes. Después es más difícil volver a remontarse, nomás acordándose de ellas”… Dijimos que se iba a quitar el frío, que allá lejos estaban los nubarrones empujándolo y que la cosecha podía ser buena. Caían nuestras palabras como gruesos terrones, como varas resecas, pero nos entendíamos.
            Llegamos al pueblo donde estaba el único mesón. Cuando bajé de la carreta empezó a buscarse en todos los bolsillos, a vaciarlos, a voltearlos al revés, inquieto, ansioso, reteniéndome con los ojos: “¿Qué le regalaré? ¿Qué le regalo? Le quiero hacer un regalo…” Buscaba a su alrededor, esperanzado, mirando el cielo, mirando el campo. Hurgoneó de nuevo en su vestido de miseria, en su pantalón tieso, jaspeado de mugre, en su saco usado, amoldado ya a su cuerpo, para encontrar el regalo. Vio hacia arriba, con una mirada circular que quería abarcar el universo entero. El mundo permanecía remoto, lejano, indiferente. Y de pronto, todas las arrugas de su rostro ennegrecido, todos esos surcos escarbados de sol a sol, me sonrieron. Todos los gallos del mundo habían pisoteado su cara llenándola de patas. Extrajo avergonzado un papelito de no sé dónde, se sentó nuevamente en la carreta y apoyando su gruesa mano sobre las rodillas tartamudeó:
- Ya sé, le voy a regalar mi nombre.
                                                                                                           
En De noche vienes (1979). México, Ediciones Era, 1992.






La masacre de Tlatelolco en el 68.