-III-
Ya el Papa Nicolás V había
autorizado la esclavitud en 1454, al otorgar a Alfonso V -Rey de Portugal-
autorización para reducir a servitud perpetua a sarracenos y paganos. A partir
de la Conquista de América la esclavitud toma nuevos bríos y ciertas características
-como el color de la piel- pasaron a convertirse en símbolos de esclavitud. La
inferioridad social empezó a verse como natural. El hombre negro se convirtió
en el paradigma del salvajismo. El mismo Renacimiento europeo lo consideraba
como una contradicción humana, como algo raro y al mismo tiempo imperfecto.
Para justificar la trata de
esclavos, referida como "rescate”, muchos autores vieron en la práctica
una forma de apostolado evangelizador. África no era tierra de misión, sino
almacén natural de esclavos.
Es decir, el negro era pagano
porque era negro, del mismo modo que el blanco era cristiano por ser blanco. De
esta forma, los europeos no pensaban en seres humanos como lo eran ellos, sino
en seres de otra categoría. Es lo que Frantz Fanon define como la invención del
hombre negro por el hombre blanco. Una vez inventado este "negro"
pagano y salvaje lo mejor que se podía hacer por él era sacarle de su tierra
-llena de miserias espirituales- y la esclavitud en otras geografías se la
“percibía” como un beneficio espiritual.
-IV-
Cerca del lugar del embarque, en
tierra africana, se los marcaba con hierro candente para demostrar la
pertenencia al negrero o a la compañía. Este procedimiento similar al del
ganado se llamaba “carimbar” y causaba terror entre los africanos, que a veces preferían
la muerte antes que someterse. La marca podía estar en la espalda, en el caso
de los hombres, y en las nalgas, en las mujeres. Embarcados en condiciones
infrahumanas, 300 o 400 esclavos, amontonados y encadenados en bodegas (un
espacio mínimo de horror donde algunos sobrevivían porque otros morían) o por
el banzo (tristeza que mata de no comer), llegaban a Puerto donde según la
práctica, eran palmeados, medidos, para determinar valor y destino final.
“Pieza de india” era un hombre o una mujer de contextura robusta, cuya edad
oscilaba entre los 15 y 30 años, sin defecto alguno y con todos sus dientes.
Los que no alcanzaban esas condiciones se llamaban “cuarto”. Los recién
llegados recibían el mote de “negro bozal” mientras que a los que ya tenían un
año de esclavitud se los conocía como “negros ladinos”. Para los que eran muy
altos se reservaba el nombre de “negro de asta”.
A los niños africanos, en el
Virreinato del Río de La Plata, se los llamaba “mulequillo”, (los niños
esclavos hasta 7 años), ”muleque” (los niños-esclavos que tenían entre 7 y 12
años) o ”mulecón” (hasta los 16 años).
-V-
Basta recordar que, entre el
inicio del tráfico a fines del siglo XV y su abolición a mediados del siglo
diecinueve (con un despegue masivo después de 1690-1750), de 12 a 20 millones
de africanos encadenados atravesaron el Atlántico. A esta pérdida deben sumarse
los millones de seres -quizás un 40 por ciento del total- abatidos por la
enfermedad, el hambre o la tortura mientras viajaban desde el lugar de captura
hasta la costa donde abordaban los buques “negreros”. A esto se añaden 4
millones de almas que debieron cruzar el Sahara a pie para ser vendidas en los
mercados de esclavos del Cairo, Damasco y Estambul. Para el África occidental y
central occidental, la cantidad total de personas perdidas suma entre 24 y 37
millones, tomando como referencia las cifras más bajas. Algunos historiadores
sitúan la pérdida africana entre 70 y 80 millones de hombres, mujeres y niños.
Darcy Ribeiro manifiesta que los
esclavos fueron quemados por millones en América como si fueran carbón humano,
en los hornos de los ingenios y en las plantaciones de caña, minas y cafetales.
Tanto era así, que la vida media de un esclavo negro no pasaba de cinco a siete
años, luego de su captura, conforme a la región y a la intensidad de producción
de cada período. Tiempo suficiente para que rindiese mucho dinero.
En el siglo XVII, en la ciudad de
Mariana, en Minas Gerais, en Brasil, todo expósito recogido de las calles o de
los portales debería ser declarado a la Cámara Municipal, recibiría una
matrícula y aquel que lo recogiera, tres octavas de oro por mes, para la
crianza. Entre los años 1753 a 1759, fueron encontradas algunas de estas
matrículas, donde la Cámara expresaba el propósito de no criar mestizos,
mulatos, negros o criollos, exigiendo que además del certificado de bautismo,
fuese presentado también una certificación de “blancura”, firmada por un
médico.
Nunca antes había sido tan
empobrecido y degradado el género humano. En ciertos momentos, parecía que
todos los rostros bellos de nuestra especie serían apagados para sólo dejar
florecer blancos y europeos.
Fragmentos de: Los Negros, de Alberto Morlachetti
En: CUADERNOS DE LA MEMORIA
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