A través del Taller de Expresión "Como Ellas, Yo: Mujeres" (Proyecto del Centro de Formación Humanística PERRAS NEGRAS), recorremos la Prehistoria con los pies desnudos de la sensibilidad:
No llegaré a ser
No llegaré
a completarme.
No
disfrutaré del amor,
ni pariré
con dolor.
No
compartiré las caricias con mis frutos.
Solo seré
una niña.
No creceré
en edad y sabiduría.
Mi boca
será invisible.
Vendrá el
agua, me arrasará y me enterrará en el barro.
Al barro
volveré.
Rasparán la
aurora de mis huesos en la aurora del 2000.
Volveré a
ser,
seré otra
vez: Selam.
Resurrección
Sin
quererlo,
Marduk
resucitó a
Tiamat
pero…
¿quién lo
hará con las mujeres adúlteras
apedreadas
en el tiempo de Jesús,
y con las musulmanas de los pueblos del
desierto?
¿Quién
salvará de sus señores a las hijas
dadas en derecho de pernía
y ahora a
las obreras del acoso de sus jefes?
¿Quién
sacará de las hogueras a las brujas
acusadas de
herejía,
y permitirá
que las cristianas sean curas?
¿Quién
descalzará a las geishas en Japón,
y hoy las
separará de la línea de producción?
¿Quién
liberará a Juana la Loca
del
encierro de su padre,
y del
manicomio a todas aquellas,
condenadas
por pelear por sus derechos?
¿Quién hará
entender a George Sand
que la
causa del pueblo es la de las mujeres,
y que la
política fue y será
el modo de
llegar al poder?
¿Quién
peleará junto a las obreras
de Nueva
York por sus derechos,
en la
terrible máquina industrial
que las
consume hasta nuestros días?
¿Quién codo
a codo con Emmeline Panthust en Inglaterra,
se
convertirá en sufragista,
y extenderá
a todas el derecho a elegir?
¿Quién dará
una nueva voz a las Virginias Wolf y a las Simón de Beauvoir
que luchan
con sus escritos olvidados
para que
salgan a luz?
¿Quién hará
posible los gobiernos para pobres en manos de mujeres,
como lo
hizo Indira Gandhi
antes de
morir por la metralla?
¿Quién le
dirá a Malinche
que su
maldición no ha sido suficiente,
y que en
México siguen viviendo mujeres como cortesanas
del poder
de las drogas?
¿Quién
despertará a Delmira del lecho de su amante,
para que su
musa despierte a otras
que mueren
en manos de un amor
al que todo
se perdona?
¿Quién dará
a todas las negras su lugar,
el lugar de
todas las blancas,
y matará el
hambre de sus crías?
¿Quién
resucitará a las mulas bolivianas,
a las
prostitutas niñas vendidas por monedas,
a las
jóvenes afganas privadas de sus clítoris
para no
sentir placer?
¿Quién
resucitará al mundo
para
hacerlo distinto?
Seguro será
un cristo
Con nombre
de mujer.
Nora Chiaramello
Selam |
Todas nos llamamos
Tiamat
Tiamat y Marduk, los más
sabios de los dioses,
avanzaban uno contra otro;
prosiguieron el singular
combate,
se aproximaron para la
batalla.
El Señor extendió su red
para atraparla;
el Viento del Mal, el de
más atrás, se lo soltó en el rostro.
Cuando ella abrió la boca,
Tiamat, para devorarlo
él le clavó el Viento del
Mal para que no cerrara los labios.
Los feroces Vientos de
tormenta cargaron entonces su vientre;
su cuerpo se dilató; la
boca se le abrió aún más.
A través de ella le disparó
él una flecha, le desgarró el vientre;
le cortó las tripas, le
desgarró la matriz.
Teniéndola así sojuzgada,
su aliento vital él extinguió.
Fragmento de ENUMA ELISH
Ella trabaja por partida doble: afuera, ocho horas; cuando
llega a casa, las labores domésticas.
Él, solo trabaja afuera, no colabora en nada, solo viene y da
órdenes.
Han peleado varias veces, ella no puede con todo, él debería
ayudarla pero se niega (“Es trabajo de mujeres”). Ella no quiere avergonzarlo
frente a la familia y los vecinos, a pesar de que es su sueldo el sustento del
hogar.
Una noche, las discusiones, que nunca pasaban de media voz,
comienzan a subir de tono, hasta rebasar las paredes de ladrillos, y por
primera vez, aquella farsa de la “pareja perfecta” queda al descubierto.
Ella iba a abandonarlo, ya lo había decidido, no se llevaría
nada, solo la poca dignidad que le quedaba, no quería recuerdos del pasado,
“abortos espontáneos”, según declaraciones a médicos, policías, familia, que
terminaba con la obsoleta frase de
consolación “podrán tener más hijos, son jóvenes”. Lastimaduras en todo el cuerpo, alegando
accidentes domésticos, en la calle, trabajo, incluso asaltos.
Ella lo amaba, no le temía, lo enfrentaba, pero pesaba más el
estigma de “mujer divorciada”, que el de “violentada”, por el dicho de “Algo
habrás hecho, para merecerlo”, aunque su único pecado había sido el de nacer
mujer.
Pero era mejor ser separada que atada, se iría lejos, bien
lejos, a otro país, a otro continente, sin importarle el que dirán. Así se lo
dijo, sin rodeos, pero él no estaba dispuesto a perderla. Apenas se dio vuelta,
la acuchilló, el filo atravesó hasta la mama, que en lugar de emanar leche,
lloró sangre, esa sangre que tantas veces había expulsado su vagina y no
exactamente porque estuviera en el ciclo menstrual.
Después abrió aún más el hueco hecho por el cuchillo y le
arrancó el corazón que aun débilmente latía y lo arrojó al suelo como si fuera
un trapo viejo.
Y le arrancó los pulmones, las entrañas, todo, como quien tira
ropa vieja de una maleta desvencijada.
El cuerpo fue reducido a pequeños y rojizos cuadraditos, para
que nadie supiera quién era, para que se extraviaran su identidad, su historia,
su desgracia. El cuarto, embadurnado de escarlata, con algunos trazos de
material sin definir.
Satisfecho, decidió retirarse para no levantar sospechas, debía
asearse, las pruebas lo impregnaban.
Sabía perfectamente qué decir: un robo, ajuste de cuentas, algo
por el estilo. Había practicado varias veces ante el espejo la cara de idiota
que debía poner y hasta el llanto. Era buen
actor, algunas veces había pensado en ir a Hollywood, y que le darían un Oscar
enseguida.
Entonces, mientras se iba sin mirar atrás, ensayó el parlamento
más irónico de su película:
-Entiéndeme, fue más fácil para mí.
Daniela Rostkier
Minúsculo y verde
Desde muy pequeña eras inquieta, siempre trepándote a los
árboles. Tu excusa era “Arriba están las
frutas más jugosas”; querías compartir.
Con gesto de inocencia la muerte arrebató tus tres años de los
brazos de tu madre: un fuerte viento movió la copa del árbol donde te
encontrabas o tal vez su huesuda mano buscaba, avara, el manjar de tu joven
cuerpo.
Caíste al suelo con
ruido seco, y la sonrisa más tierna iluminó tu rostro tal cual si no
comprendieras.
El barro y la arena se mezclaron para arroparte, creando un
lecho seguro
como el vientre materno.
El “parto” fue contra tu voluntad: parte de tu cuerpo estaba
prendido a una roca que también extrajeron como si fuese tu cordón umbilical.
Te nombraron Selam, que significa Paz ¡Qué irónico, ¿verdad? en
un territorio envuelto en guerras desde tiempos remotos, con todas las
desgracias y consecuencias que esa Diva Roja atrae!
Tu nombre, pequeña Selam, simboliza el deseo de toda la
humanidad: un minúsculo brote de PAZ.
Daniela Rostkier
Gracias, SELAM
Pequeña Selam, ¿qué pasó que siendo tan pequeña te fuiste a
dormir entre la tierra y la arena, y logramos encontrarte millones de años
después? Te quedaste quietita y en
silencio; sobre el lugar donde reposabas pasaron muchos seres inocentes y con
ilusiones, y también muchos que lucharon, sufrieron, murieron, en repetidas
guerras a las que eras totalmente ajena. Y tu allí, quietita y en silencio en tu
cuna de tierra y arena, a la espera de poder contarnos algo sobre las personas
que vivieron en tu misma época, pronta para revelarnos todo lo que podamos ser
capaces de ver y descubrir en tus rasgos, en tu contextura.
¿Cómo sería tu familia? ¿Y cómo te relacionarías con los otros
niños, tendrías amigos, tendrías mascotas? ¿Será que te separaste por un
momento de tu madre para salir, como todo niño o cachorro, a “investigar” el
entorno en el cual crecías, y el agua te sorprendió llevándote sin permiso en su
regazo hasta depositarte donde te encontramos luego de tanto tiempo?
Quizás ese era tu destino, dejar de crecer a los 3 añitos para
que así te encontráramos, pequeña y dormida esperándonos.
Ahora sabemos que tus ojitos tenían una mirada tierna y curiosa,
por lo que pareces haber sido una niña amigable e inquieta.
Por tus manitas sabemos que estabas capacitada para trepar y
colgarte de los árboles, para trasladarte de rama en rama. Y que tus piernas te
permitían pararte casi erguida para trasladarte sobre la tierra.
Pequeña, quizás indefensa, sabia en supervivencia, trepadora y
rápida para deslizarte entre las ramas y maleza, y a su vez erguida sobre tus
piernitas, como jugando a ser grande, caminando como tu mamá o como las hembras
del “grupo” con el que convivirías.
Nos cuenta tu hioides que no podías hablar como la hacemos
nosotros en la actualidad, por lo que debías comunicarte con sonidos guturales,
como nuestros hermanos primates. ¡Qué escándalo de sonidos te rodearía entre
las voces de tus iguales, las de los animales, la vegetación movida por el
viento o por ustedes mismos al trasladarse de un lugar a otro. Y el sonido del
agua, de ese río cercano que ante un descuido de los adultos, o ante tu
necesidad de alejarte para investigar el territorio -como todo niño sin
importar su especie- te sorprendió y te llevó en sus brazos hasta que te
depositó en un lugar en el que permanecieras cobijada y en paz hasta que
pudiéramos encontrarte.
¡Queremos que nos cuentes tantas cosas! Saber de tu “familia”,
de la forma en que convivían, cómo se relacionaban, cómo se alimentaban. ¿Qué
fue lo que realmente pasó contigo? Pero claro, eres muy pequeña y por lo tanto
es limitado lo que podrás contarnos, aunque mirando tu carita se puede percibir
que ante esa mirada curiosa, debes de haber adquirido una gran sabiduría a pesar de tu corta edad.
¡Gracias, Selam, por haber sido tan paciente como para darnos
la oportunidad de conocerte ahora, que contamos con tantos estudios, estudiosos
y tecnología que nos podrán dar una aproximación más exacta a lo que fue vivir
en tu época y de lo que puede haber sido tu vida y la de tus semejantes!
Cristina Rodríguez
Brien
FRUTOS
El ENUMA ELISH es
un poema mesopotámico que narra el origen del mundo, grabado en tablillas en
caracteres cuneiformes.
Me cuesta escribir algo sobre este poema. No puedo verlo como
algo real, sino como una historia, uno de los tantos relatos muy similares
entre sí, de cómo se supone que se originó el mundo. No creo en divinidades,
aunque pienso que hay algo superior a nosotros que de alguna forma nos dirige y
nos guía.
Hecha la aclaración, diré que el inicio de este poema (“Cuando
en las alturas, el Cielo no había recibido nombre, y abajo, el suelo firme no
había sido llamado…”) nos está planteando que nada existía, por lo tanto nada
tenía nombre.
Esta simple mención a que las cosas aun no habían sido creadas
ni nombradas, trajo inmediatamente a mi memoria parte del cuento “Walimai” del
libro “Los cuentos de Eva Luna” de Isabel Allende. Este personaje pertenecía a
una tribu indígena denominada “Los hijos de la luna” y en uno de los tramos
dice “…tienes mi permiso para nombrarme, aunque solo cuando estemos en
familia. Se debe tener mucho cuidado con los nombres de las personas y de los
seres vivos, porque al pronunciarlos se toca su corazón y entramos dentro de su
fuerza viral. Así nos saludamos como parientes de sangre…”.-
El poema en cuestión me recordó esta parte del cuento que cité
porque me pareció muy sugestivo el nombre de la tribu, y además porque marca la
importancia que tiene cada cosa, cada ser y lo que cada uno es capaz de hacer y
provocar, teniendo en cuenta que el poema nos habla de que aún no existía ni el
mundo ni la humanidad pues nada había sido nombrado.
El poema en sí tiene una forma muy especial en su relato, nos
va narrando cómo se van creando dioses y “seres” responsables de gestar la
tierra. Y digo que es un relato muy particular porque, habiendo sido escrito
por hombres, solo aparece una figura femenina, que a su vez tampoco es simplemente
“una mujer”, sino un ser con algo masculino también.
Desde el más puro amor de la Madre Tierra, Tiamat, se llega a
la mayor destrucción para quitarle su poder y dejar como creador de todo a
Marduk, un dios creado especialmente para quitarle a ella su poder y tener él
el cometido de crearlo todo. Pero Marduk solo logra su cometido usando la
magnífica fuerza y poder que los dioses le brindan, y solo así logra vencer a
Tiamat. La mata sí, pero con su cuerpo desmembrado es con lo que construye la tierra
y el cielo, es en definitiva de Tiamat de quien saca los elementos para crear
lo que los dioses le ordenan. Es la muerte y el renacer de Tiamat lo que
permite que todo sea creado.
La descripción de cómo Marduk mata a Tiamat es atroz, y como
mujer me llena de dolor, enojo e impotencia. Podría decirse que es una escena
que puede provocar cierto rechazo por lo cruenta y detallada.
Al leerlo en grupo, surge la pregunta de si tal imagen nos hace
sentir asco.
Y yo digo que no; no me genera asco, porque la indignación ante
la injusticia, la impotencia y el enojo que tal descripción produce, es algo
que definiría como “ira”, y la ira no permite flaquezas, y el asco en esta
instancia sería solo eso, una improbable flaqueza ante la ira que tal atrocidad
genera.
Si así fue el inicio, somos fruto de la ira y la destrucción,
para luego construir por encima de lo que hemos destruido.
Demasiado tiempo ha pasado, demasiada destrucción y demasiada
ira.
Podríamos decir que ya todo ha sido creado, pero sin embargo,
al día de hoy, la ira sigue ganando y los seres humanos destruyéndonos unos a
otros. Los motivos son variados, o no tanto, solo les cambiamos de nombre.
Pero también tenemos entendimiento y somos millones de seres
los que tenemos una inmensa necesidad de vivir en paz, por eso no puedo dejar
de evocar las palabras que Richard Bach pone en el personaje central de su obra
“Juan Salvador Gaviota”:
“…Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la
ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al
desaparecer aquellas de sus pensamientos, tuvo por cierto una vida larga y
buena…”
¿Será que en algún momento los seres humanos tendremos
conciencia de ello y primará la necesidad de que tener una vida buena no
significa tener más poder y dinero, sino una vida basada en el amor y en los
valores humanos que pueda brindarnos paz sin temor a las atrocidades que los
propios humanos cometemos contra la humanidad?
Cristina Rodríguez Brien
Lucy |
Esta canción te llama
Paso a paso, ellos van abriendo las
entrañas de la tierra. Con ansias rastrean eslabones perdidos. Y ya están allí,
en la mañana del último domingo de noviembre. Sonríen, a veces. Sueñan sus
proyectos, como siempre. Mientras, en la
radio suena esa canción: “Lucy in the sky with diamonds”.
La estrofa la reclama, y ella le responde
despertándose con lentitud felina. ¡Qué hallazgo: bajo el sol, una mujer con un
recóndito enigma en la cuenca de sus ojos!
Por fin te descubren, pero estás sin flores
de celofán amarillo y verde sobre tu cabeza, como en la foto. Eres parte de un
silencio escondido en el tiempo.
No es una ilusión, estás aquí, en este
espacio temporal, atesorando tres millones de años en tu frente y una vida
joven socavada bajo el polvo, convertida en un cielo de diamantes por pulir.
Hurgan los dedos de un hombre. Varios
hombres.
Te siguen por un puente de historia hacia
el origen. ¿Qué secretos escondes? Todos
ríen, todos festejan tu llegada, y tú vas renaciendo de tu cuna de tierra,
lentamente. Naturaleza que también renace, ¡tan prodigiosa y fértil!
Llegan manos que te van cargando con
cuidado. Parte a parte, aunque la impaciencia las apure. Y tú te dejas
conducir, sin prisas, sin ánimo de perderte en los torrentes del olvido. Mientras,
te arrullan los acordes de “Lucy in the sky with diamonds”.
Periódicos, trenes, carreteras,
continentes. Los lugares más dispersos van repitiendo tu nombre que, gestado en
una estrofa, corre como agua bautismal.
Lucy, la joven que oculta en su mirada
seductora los reflejos de todas las miradas ancestrales. Devastación y
nacimientos. Alegrías, sueños, tristezas, desengaños.
Ahora, en este nuevo cielo con diamantes,
no es casualidad, Lucy, que una canción te llame otra vez.
Susana Matteo
La arruga originaria
Así, de pronto,
nos hemos tropezado.
¿Nos estaba
asignado este minúsculo punto de encuentro en el siglo XXI?
¿O tu hueso-luz no
pudo esperar tanto, tanto,
hasta llegar a la
Era Mesiánica,
esa que la
tradición judaica proclamaba,
y liberado de tu
cuello, de tu piel, de tu nombre,
y hasta de la red
de tus recuerdos todavía no violados,
atravesó el
remolino ceniciento de milenios
y proyectó en mis ojos la sombra, la ilusión o el delirio
de reconocerme en tu ceño fruncido,
ese gesto
desde algún Edén impreso,
turbación perpetua por
la nimia migaja
y la gigantesca sandalia que calzan nuestros deseos?
Carbonilla
Gracias por leer nuestros textos. |
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