lunes, 23 de abril de 2018

En el polvo del Tiempo cabalgan los Vientres donde la Vida construyó su Nido.

A través del Taller  de Expresión "Como Ellas, Yo: Mujeres" (Proyecto del Centro de Formación Humanística PERRAS NEGRAS), recorremos la Prehistoria con los pies desnudos de la sensibilidad: 


No llegaré a ser

No llegaré a completarme.
No disfrutaré del amor,
ni pariré con dolor.
No compartiré las caricias con mis frutos.
Solo seré una niña.
No creceré en edad y sabiduría.
Mi boca será invisible.
Vendrá el agua, me arrasará y me enterrará en el barro.
Al barro volveré.
Rasparán la aurora de mis huesos en la aurora del 2000.
Volveré a ser,
seré otra vez: Selam.
        


Resurrección

Sin quererlo,
Marduk
resucitó a Tiamat
pero…
¿quién lo hará con las mujeres adúlteras
apedreadas en el tiempo de Jesús,
y  con las musulmanas de los pueblos del desierto?
¿Quién salvará de sus señores a las hijas
dadas  en derecho de pernía
y ahora a las obreras del acoso de sus jefes?
¿Quién sacará de las hogueras a las brujas
acusadas de herejía,
y permitirá que las cristianas sean curas?
¿Quién descalzará a las geishas en Japón,
y hoy las separará de la línea de producción?
¿Quién liberará a Juana la Loca
del encierro de su padre,
y del manicomio a todas aquellas,
condenadas por pelear por sus derechos?
¿Quién hará entender a George Sand
que la causa del pueblo es la de las mujeres,
y que la política fue y será
el modo de llegar al poder?
¿Quién peleará junto a las obreras
de Nueva York por sus derechos,
en la terrible máquina industrial
que las consume hasta nuestros días?
¿Quién codo a codo con Emmeline Panthust en Inglaterra,
se convertirá en sufragista,
y extenderá a todas el derecho a elegir?
¿Quién dará una nueva voz a las Virginias Wolf y a las Simón de Beauvoir
que luchan con sus escritos olvidados
para que salgan a luz?
¿Quién hará posible los gobiernos para pobres en manos de mujeres,
como lo hizo Indira Gandhi
antes de morir por la metralla?
¿Quién le dirá a Malinche
que su maldición no ha sido suficiente,
y que en México siguen viviendo mujeres como cortesanas
del poder de las drogas?
¿Quién despertará a Delmira del lecho de su amante,
para que su musa despierte a otras
que mueren en manos de un amor
al que todo se perdona?
¿Quién dará a todas las negras su lugar,
el lugar de todas las blancas,
y matará el hambre de sus crías?
¿Quién resucitará a las mulas bolivianas,
a las prostitutas niñas vendidas por monedas,
a las jóvenes afganas privadas de sus clítoris
para no sentir placer?
¿Quién resucitará al mundo
para hacerlo distinto?
Seguro será un cristo
Con nombre de mujer.

Nora Chiaramello

Selam















Todas nos llamamos Tiamat


Tiamat y Marduk, los más sabios de los dioses,
avanzaban uno contra otro;
prosiguieron el singular combate,
se aproximaron para la batalla.

El Señor extendió su red para atraparla;
el Viento del Mal, el de más atrás, se lo soltó en el rostro.
Cuando ella abrió la boca, Tiamat, para devorarlo
él le clavó el Viento del Mal para que no cerrara los labios.
Los feroces Vientos de tormenta cargaron entonces su vientre;
su cuerpo se dilató; la boca se le abrió aún más.
A través de ella le disparó él una flecha, le desgarró el vientre;
le cortó las tripas, le desgarró la matriz.
Teniéndola así sojuzgada, su aliento vital él extinguió.

Fragmento de ENUMA ELISH



Ella trabaja por partida doble: afuera, ocho horas; cuando llega a casa, las labores domésticas.
Él, solo trabaja afuera, no colabora en nada, solo viene y da órdenes.
Han peleado varias veces, ella no puede con todo, él debería ayudarla pero se niega (“Es trabajo de mujeres”). Ella no quiere avergonzarlo frente a la familia y los vecinos, a pesar de que es su sueldo el sustento del hogar.
Una noche, las discusiones, que nunca pasaban de media voz, comienzan a subir de tono, hasta rebasar las paredes de ladrillos, y por primera vez, aquella farsa de la “pareja perfecta” queda al descubierto.
Ella iba a abandonarlo, ya lo había decidido, no se llevaría nada, solo la poca dignidad que le quedaba, no quería recuerdos del pasado, “abortos espontáneos”, según declaraciones a médicos, policías, familia, que terminaba con la obsoleta frase de  consolación “podrán tener más hijos, son jóvenes”.  Lastimaduras en todo el cuerpo, alegando accidentes domésticos, en la calle, trabajo, incluso asaltos.
Ella lo amaba, no le temía, lo enfrentaba, pero pesaba más el estigma de “mujer divorciada”, que el de “violentada”, por el dicho de “Algo habrás hecho, para merecerlo”, aunque su único pecado había sido el de nacer mujer.
Pero era mejor ser separada que atada, se iría lejos, bien lejos, a otro país, a otro continente, sin importarle el que dirán. Así se lo dijo, sin rodeos, pero él no estaba dispuesto a perderla. Apenas se dio vuelta, la acuchilló, el filo atravesó hasta la mama, que en lugar de emanar leche, lloró sangre, esa sangre que tantas veces había expulsado su vagina y no exactamente porque estuviera en el ciclo menstrual.
Después abrió aún más el hueco hecho por el cuchillo y le arrancó el corazón que aun débilmente latía y lo arrojó al suelo como si fuera un trapo viejo.
Y le arrancó los pulmones, las entrañas, todo, como quien tira ropa vieja de una maleta desvencijada.
El cuerpo fue reducido a pequeños y rojizos cuadraditos, para que nadie supiera quién era, para que se extraviaran su identidad, su historia, su desgracia. El cuarto, embadurnado de escarlata, con algunos trazos de material sin definir.
Satisfecho, decidió retirarse para no levantar sospechas, debía asearse, las pruebas lo impregnaban.
Sabía perfectamente qué decir: un robo, ajuste de cuentas, algo por el estilo. Había practicado varias veces ante el espejo la cara de idiota que debía poner y hasta el llanto. Era  buen actor, algunas veces había pensado en ir a Hollywood, y que le darían un Oscar enseguida.
Entonces, mientras se iba sin mirar atrás, ensayó el parlamento más irónico de su película:
-Entiéndeme, fue más fácil para mí.     

Daniela Rostkier



Minúsculo y verde

Desde muy pequeña eras inquieta, siempre trepándote a los árboles. Tu excusa era  “Arriba están las frutas más jugosas”; querías compartir.
Con gesto de inocencia la muerte arrebató tus tres años de los brazos de tu madre: un fuerte viento movió la copa del árbol donde te encontrabas o tal vez su huesuda mano buscaba, avara, el manjar de tu joven cuerpo.
Caíste al suelo con  ruido seco, y la sonrisa más tierna iluminó tu rostro tal cual si no comprendieras.
El barro y la arena se mezclaron para arroparte, creando un lecho seguro
como el vientre materno.
El “parto” fue contra tu voluntad: parte de tu cuerpo estaba prendido a una roca que también extrajeron como si fuese tu cordón umbilical.
Te nombraron Selam, que significa Paz ¡Qué irónico, ¿verdad? en un territorio envuelto en guerras desde tiempos remotos, con todas las desgracias y consecuencias que esa Diva Roja atrae!
Tu nombre, pequeña Selam, simboliza el deseo de toda la humanidad: un minúsculo brote de PAZ.
        
Daniela Rostkier
 
Tiamat













Gracias, SELAM                

Pequeña Selam, ¿qué pasó que siendo tan pequeña te fuiste a dormir entre la tierra y la arena, y logramos encontrarte millones de años después?  Te quedaste quietita y en silencio; sobre el lugar donde reposabas pasaron muchos seres inocentes y con ilusiones, y también muchos que lucharon, sufrieron, murieron, en repetidas guerras a las que eras totalmente ajena. Y tu allí, quietita y en silencio en tu cuna de tierra y arena, a la espera de poder contarnos algo sobre las personas que vivieron en tu misma época, pronta para revelarnos todo lo que podamos ser capaces de ver y descubrir en tus rasgos, en tu contextura.
¿Cómo sería tu familia? ¿Y cómo te relacionarías con los otros niños, tendrías amigos, tendrías mascotas? ¿Será que te separaste por un momento de tu madre para salir, como todo niño o cachorro, a “investigar” el entorno en el cual crecías, y el agua te sorprendió llevándote sin permiso en su regazo hasta depositarte donde te encontramos luego de tanto tiempo?
Quizás ese era tu destino, dejar de crecer a los 3 añitos para que así te encontráramos, pequeña y dormida esperándonos. 
Ahora sabemos que tus ojitos tenían una mirada tierna y curiosa, por lo que pareces haber sido una niña amigable e inquieta.
Por tus manitas sabemos que estabas capacitada para trepar y colgarte de los árboles, para trasladarte de rama en rama. Y que tus piernas te permitían pararte casi erguida para trasladarte sobre la tierra.
Pequeña, quizás indefensa, sabia en supervivencia, trepadora y rápida para deslizarte entre las ramas y maleza, y a su vez erguida sobre tus piernitas, como jugando a ser grande, caminando como tu mamá o como las hembras del “grupo” con el que convivirías.
Nos cuenta tu hioides que no podías hablar como la hacemos nosotros en la actualidad, por lo que debías comunicarte con sonidos guturales, como nuestros hermanos primates. ¡Qué escándalo de sonidos te rodearía entre las voces de tus iguales, las de los animales, la vegetación movida por el viento o por ustedes mismos al trasladarse de un lugar a otro. Y el sonido del agua, de ese río cercano que ante un descuido de los adultos, o ante tu necesidad de alejarte para investigar el territorio -como todo niño sin importar su especie- te sorprendió y te llevó en sus brazos hasta que te depositó en un lugar en el que permanecieras cobijada y en paz hasta que pudiéramos encontrarte.
¡Queremos que nos cuentes tantas cosas! Saber de tu “familia”, de la forma en que convivían, cómo se relacionaban, cómo se alimentaban. ¿Qué fue lo que realmente pasó contigo? Pero claro, eres muy pequeña y por lo tanto es limitado lo que podrás contarnos, aunque mirando tu carita se puede percibir que ante esa mirada curiosa, debes de haber adquirido una gran sabiduría  a pesar de tu corta edad.
¡Gracias, Selam, por haber sido tan paciente como para darnos la oportunidad de conocerte ahora, que contamos con tantos estudios, estudiosos y tecnología que nos podrán dar una aproximación más exacta a lo que fue vivir en tu época y de lo que puede haber sido tu vida y la de tus semejantes!


Cristina Rodríguez Brien



FRUTOS


El ENUMA ELISH  es un poema mesopotámico que narra el origen del mundo, grabado en tablillas en caracteres cuneiformes.

Me cuesta escribir algo sobre este poema. No puedo verlo como algo real, sino como una historia, uno de los tantos relatos muy similares entre sí, de cómo se supone que se originó el mundo. No creo en divinidades, aunque pienso que hay algo superior a nosotros que de alguna forma nos dirige y nos guía.

Hecha la aclaración, diré que el inicio de este poema (“Cuando en las alturas, el Cielo no había recibido nombre, y abajo, el suelo firme no había sido llamado…”) nos está planteando que nada existía, por lo tanto nada tenía nombre.

Esta simple mención a que las cosas aun no habían sido creadas ni nombradas, trajo inmediatamente a mi memoria parte del cuento “Walimai” del libro “Los cuentos de Eva Luna” de Isabel Allende. Este personaje pertenecía a una tribu indígena denominada “Los hijos de la luna” y en uno de los tramos dice “…tienes mi permiso para nombrarme, aunque solo cuando estemos en familia. Se debe tener mucho cuidado con los nombres de las personas y de los seres vivos, porque al pronunciarlos se toca su corazón y entramos dentro de su fuerza viral. Así nos saludamos como parientes de sangre…”.-

El poema en cuestión me recordó esta parte del cuento que cité porque me pareció muy sugestivo el nombre de la tribu, y además porque marca la importancia que tiene cada cosa, cada ser y lo que cada uno es capaz de hacer y provocar, teniendo en cuenta que el poema nos habla de que aún no existía ni el mundo ni la humanidad pues nada había sido nombrado.

El poema en sí tiene una forma muy especial en su relato, nos va narrando cómo se van creando dioses y “seres” responsables de gestar la tierra. Y digo que es un relato muy particular porque, habiendo sido escrito por hombres, solo aparece una figura femenina, que a su vez tampoco es simplemente “una mujer”, sino un ser con algo masculino también.

Desde el más puro amor de la Madre Tierra, Tiamat, se llega a la mayor destrucción para quitarle su poder y dejar como creador de todo a Marduk, un dios creado especialmente para quitarle a ella su poder y tener él el cometido de crearlo todo. Pero Marduk solo logra su cometido usando la magnífica fuerza y poder que los dioses le brindan, y solo así logra vencer a Tiamat. La mata sí, pero con su cuerpo desmembrado es con lo que construye la tierra y el cielo, es en definitiva de Tiamat de quien saca los elementos para crear lo que los dioses le ordenan. Es la muerte y el renacer de Tiamat lo que permite que todo sea creado.

La descripción de cómo Marduk mata a Tiamat es atroz, y como mujer me llena de dolor, enojo e impotencia. Podría decirse que es una escena que puede provocar cierto rechazo por lo cruenta y detallada.
Al leerlo en grupo, surge la pregunta de si tal imagen nos hace sentir asco.
Y yo digo que no; no me genera asco, porque la indignación ante la injusticia, la impotencia y el enojo que tal descripción produce, es algo que definiría como “ira”, y la ira no permite flaquezas, y el asco en esta instancia sería solo eso, una improbable flaqueza ante la ira que tal atrocidad genera.

Si así fue el inicio, somos fruto de la ira y la destrucción, para luego construir por encima de lo que hemos destruido.

Demasiado tiempo ha pasado, demasiada destrucción y demasiada ira.

Podríamos decir que ya todo ha sido creado, pero sin embargo, al día de hoy, la ira sigue ganando y los seres humanos destruyéndonos unos a otros. Los motivos son variados, o no tanto, solo les cambiamos de nombre.

Pero también tenemos entendimiento y somos millones de seres los que tenemos una inmensa necesidad de vivir en paz, por eso no puedo dejar de evocar las palabras que Richard Bach pone en el personaje central de su obra “Juan Salvador Gaviota”:
“…Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquellas de sus pensamientos, tuvo por cierto una vida larga y buena…”

¿Será que en algún momento los seres humanos tendremos conciencia de ello y primará la necesidad de que tener una vida buena no significa tener más poder y dinero, sino una vida basada en el amor y en los valores humanos que pueda brindarnos paz sin temor a las atrocidades que los propios humanos cometemos contra la humanidad?


Cristina Rodríguez Brien


Lucy











Esta canción te llama


Paso a paso, ellos van abriendo las entrañas de la tierra. Con ansias rastrean eslabones perdidos. Y ya están allí, en la mañana del último domingo de noviembre. Sonríen, a veces. Sueñan sus proyectos, como siempre.  Mientras, en la radio suena esa canción: “Lucy in the sky with diamonds”.
La estrofa la reclama, y ella le responde despertándose con lentitud felina. ¡Qué hallazgo: bajo el sol, una mujer con un recóndito enigma en la cuenca de sus ojos!
Por fin te descubren, pero estás sin flores de celofán amarillo y verde sobre tu cabeza, como en la foto. Eres parte de un silencio escondido en el tiempo.
No es una ilusión, estás aquí, en este espacio temporal, atesorando tres millones de años en tu frente y una vida joven socavada bajo el polvo, convertida en un cielo de diamantes por pulir.
Hurgan los dedos de un hombre. Varios hombres.
Te siguen por un puente de historia hacia el origen. ¿Qué secretos escondes?  Todos ríen, todos festejan tu llegada, y tú vas renaciendo de tu cuna de tierra, lentamente. Naturaleza que también renace, ¡tan prodigiosa y fértil!
Llegan manos que te van cargando con cuidado. Parte a parte, aunque la impaciencia las apure. Y tú te dejas conducir, sin prisas, sin ánimo de perderte en los torrentes del olvido. Mientras, te arrullan los acordes de “Lucy in the sky with diamonds”.
Periódicos, trenes, carreteras, continentes. Los lugares más dispersos van repitiendo tu nombre que, gestado en una estrofa,  corre como agua bautismal.
 Lucy, la joven que oculta en su mirada seductora los reflejos de todas las miradas ancestrales. Devastación y nacimientos. Alegrías, sueños, tristezas, desengaños.
Ahora, en este nuevo cielo con diamantes, no es casualidad, Lucy, que una canción te llame otra vez.

Susana Matteo






La arruga originaria


Así, de pronto, nos hemos tropezado.
¿Nos estaba asignado este minúsculo punto de encuentro en el siglo XXI?
¿O tu hueso-luz no pudo esperar tanto, tanto,
hasta llegar a la Era Mesiánica,
esa que la tradición judaica proclamaba,
y liberado de tu cuello, de tu piel, de tu nombre,
y hasta de la red de tus recuerdos todavía no violados,
atravesó el remolino ceniciento de milenios
y proyectó en mis ojos la sombra, la ilusión o el delirio
de reconocerme en tu ceño fruncido,
ese gesto
desde algún Edén impreso,
turbación  perpetua por
la nimia migaja
y la gigantesca sandalia que calzan nuestros deseos? 

Carbonilla





Gracias por leer nuestros textos.

























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