10 de agosto de 1912- Brasil |
Como una estrella de blonda cabellera
Cuentan en los muelles de Bahía
que, cuando un hombre valiente muere, se convierte en una estrella más en el
cielo. Así sucedió con Zumbi, con Lucas da Feira, con Besouro, todos ellos
negros valerosos. Sin embargo, nunca había ocurrido que una mujer, por más
valiente que fuese, se convirtiera en estrella una vez muerta. Algunas de
ellas, como Rosa Palmeirao, o como María Cabacu, se volvieron santas en los
“candomblés de caboclo”, pero ninguna se convirtió en una estrella.
Pedro Bala se arroja al agua. No
puede quedarse en el trapiche entre lamentos y sollozos. Quiere acompañar a
Dora, irse con ella a las Tierras Sin Límites de Yemanjá. No cesa de nadar;
nada, siempre hacia adelante. Sigue la ruta de la barca de Querido-de-Deus. Ve
a Dora al frente, a Dora, su esposa, con los brazos que se extienden hacia él;
nada hasta que sus fuerzas se agotan. Entonces flota, sus ojos contemplan las
estrellas y la enorme luna dorada en el cielo. ¿Qué importa morir cuando se
busca a la amada, cuando el amor nos espera?
¿Qué importa, además, que los
astrónomos afirmen que aquella noche un cometa cruzó sobre Bahía? Lo que Pedro
Bala vio fue a Dora, convertida en estrella, rumbo al cielo. Había sido más
valiente que cualquier mujer, más valiente que Rosa Palmeirao, que María
Cabacu. Tan valiente que, antes de morir, siendo aún niña, se entregó a su
amor. Por ello se convirtió en una estrella en el firmamento. Una estrella de
larga y rubia cabellera, una estrella como nunca se había visto en esa noche de
paz en Bahía.
La felicidad ilumina el rostro de
Pedro Bala. Consiguió también la paz de la noche. Porque ahora sabe que ella
brillará para él, entre mil estrellas del cielo, más allá de la oscura ciudad.
La barca de Querido-de-Deus lo recoge.
De: Capitanes de la arena
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