GALLINAS
Mientras no poseí más que mi
catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma
está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel.
Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle
mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia.
Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la
invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera,
tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos
categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas.
Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por
primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El
gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a
amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban
el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me
aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y
hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz
mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales.
Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una
importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria.
Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró
a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi
brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia,
elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro
decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja
tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu
del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...
LA ROSA
La ancha rosa abierta empieza a deshojarse.
Inclinada lánguidamente al borde del vaso, deshace con lento frenesí sus
entrañas purísimas, y uno a uno, en el largo silencio de la estancia, van
cayendo sus pétalos temblando. Aquella en quien se mezclaron los jugos
tenebrosos de la tierra y el llanto cristalino del firmamento, yace aquí
arrancada a su patria misteriosa; yace prisionera y moribunda, resplandeciente
como un trofeo y bañada en los perfumes de su agonía.
Se muere, es decir, se desnuda.
Van cayendo sus pétalos temblando; van cayendo las túnicas en torno de su alma
invisible. Ni el sol mismo con tanto esplendor sucumbe. En las cien alas de
rosa que despacio se vuelcan y se abaten, palpita la nieve inaccesible de la
luna, y el rubor del alba, y el incendio magnífico de la aurora boreal. Por las
heridas de la flor sangra belleza.
Esta rosa, más bella aún al morir
que al nacer, nos ofrece con su aparición discreta una suave enseñanza. Sólo ha
vivido un día; un día le ha bastado para ocupar la más noble cumbre de las
cosas. Nosotros, los privados de belleza, vivimos, ¡ay!, largo tiempo. Nos
conceden años y años para que nos busquemos a tientas y avancemos un paso. Y
confiemos siquiera en que la muerte nos dará un poco más de lo que nos dio la
vida. ¿A qué prolongaría la belleza su visita a este mundo extraño? No podemos
soportar el espectáculo de la belleza sino breves momentos.
Los seres bellos son los que nos
hablan de nuestro destino. La flor se despide; me habla de lo que importa,
porque es bella. Se va y no la he comprendido. Desnuda al fin, su alma se
desvanece y huye.
El crepúsculo se entretiene en
borrar las figuras y en añadir la soledad al silencio. Entre mis dedos cansados
se desgarran los pétalos difuntos. Ya no son un trofeo resplandeciente, sino
los despojos de un sueño inútil.
De: http://www.portalguarani.com
Rafael Barrett (1876-1910) Periodista y escritor español que se convirtió en una figura relevante de la literatura paraguaya. |
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