viernes, 26 de mayo de 2017

"La noche es como alcázar de emperador sombrío / que se asoma, en silencio, a un balcón de tinieblas."- Emile Verhaeren








Las fábricas


Mirándose con los ojos quebrados de sus ventanas
y reflejándose en el agua con brea y salitre
de un canal recto, trazando su límite al infinito,
frente a frente, a lo largo de los muelles de sombra y noche,
a través de los suburbios agobiantes
y la miseria en andrajos de esos suburbios,
roncan horriblemente usinas y fábricas.

Rectángulos de granito y monumentos de ladrillos,
y largos muros sombríos que se prolongan por leguas,
inmensamente, por los suburbios;
y sobre sus techos, en la niebla, aguijoneadas
por hierros y pararrayos,
las chimeneas.

Mirándose con sus ojos negros y simétricos,
por los suburbios, en el infinito,
roncan día y noche
las usinas y las fábricas.

¡Oh, los barrios enmohecidos de lluvia y sus calles principales!
Y las mujeres y sus andrajos que aparecen
y las plazas, donde surge, en unas caries
de escombros y escorias,
una flora pálida y descompuesta.

En las esquinas, puerta abierta, los bares:
estaños, cobres, espejos ajados,
estanterías de ébano y frascos locos
desde donde resplandecen el alcohol
y su destello hacia las aceras.
Y pintas que de repente refulgen
sobre el mostrador, en pirámides de coronas;
y personas borrachas, de pie,
cuya largas lenguas lamen, sin frases,
las ales de oro y el whisky color topacio.

A través de los suburbios agobiantes
y la miseria en lágrimas de esos suburbios,
y los turbios y lúgubres vecindarios,
y los odios que se entrecruzan de personas en personas
y de parejas en parejas,
y el robo incluso entre indigentes,
retumban, al final de los patios, siempre,
los jadeantes ronquidos sordos
de las usinas y las fábricas simétricas.

Aquí, bajo grandes techos donde centellea el vidrio,
el vapor se condensa en fuerza prisionera:
mandíbulas de acero muerden y humean;
grandes martillos monumentales
trituran bloques de oro sobre yunques,
y, en un rincón, se iluminan las fundiciones
en hogueras arqueadas y frenéticas que son domadas.

Allá, los dedos meticulosos de los oficios prestos,
con ruidos pequeños, con minúsculos gestos,
tejen telas con hilos que vibran
ligeros y delgados como fibras.
Cintas de cuero transversales
corren de un extremo a otro de las salas
y los volantes grandes y violentos
giran, parecidos a las aspas al viento
de los locos molinos, bajo las ráfagas.
Un día de encierro avaro y chato
roza, a través de los vidrios engrasados
y húmedos de un tragaluz,
cada labor.
Automáticos y minuciosos,
obreros silenciosos
ajustan el movimiento
de universal tictacamiento
que fermenta de fiebre y locura
y hace trizas, con sus dientes de obstinación,
la palabra humana abolida.

Más lejos, un estruendoso alboroto de impactos
asciende de la sombra y se erige por bloques;
y, repentinamente, quebrando el impulso de las violencias,
muros de ruido parecen caer
y acallarse, en un charco de silencio,
mientras que los exacerbados llamados
de los crudos silbatos y las señales
continúan aullando hacia las lámparas,
alzando sus salvajes fulgores,
en zarzas de oro, hacia las nubes.

Y todo alrededor, al igual que un cinto,
allá, arquitecturas nocturnas:
las dársenas, los puertos, los puentes, los faros
y las estaciones locas de estrépito;
y más lejos aún techos de otras fábricas
y tanques y fundiciones y cocinas
asombrosos de nafta y resinas,
cuyas jaurías de fuego y altos resplandores
muerden a veces el cielo, a fuerza de ladridos e incendios.

A lo largo del viejo canal al infinito,
a través de la inmensidad de la miseria
de los sombríos sendero y los caminos de piedra,
las noches, los días, siempre,
roncan las continuas pulsaciones sordas,
en los suburbios,
de las fábricas y las usinas simétricas.

El alba se enjuga
Emile Verhaeren
mayo de 1855
Poeta belga, futurista.
en sus pañuelos de hollín;
el mediodía y su sol azorado
como un ciego vagan por sus nieblas;
solo, cuando al final de la semana, al atardecer,
la noche se deja en las tinieblas caer,
el áspero esfuerzo se interrumpe, pero permanece en reposo,
como un martillo sobre un yunque,
y la sombra, a lo lejos, entre las esquinas, parece
una bruma de oro que se enciende.

De: https://buenosairespoetry.com


























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