11 de diciembre de 1918 – Moscú |
¿Entenderá, alguna vez, aquel que
está sentado en un lugar caliente al que se hiela de frío?
El frío atenazaba. Una cáustica
niebla envolvía a Sujov y le obligaba a toser. Veintisiete grados de frío
afuera; dentro de Sujov treinta y siete grados de calor. ¿Ahora, quién, a
quién?
Sujov trotó hacia la barraca. Las
callejuelas del campo aparecían desiertas, el campo entero parecía muerto. Era
uno de aquellos pocos momentos en los que a uno le es indiferente sentirse
engañado, sentirse ya desligado de todo o el que hoy no hubiera que marchar.
Los centinelas estaban sentados en las calientes casetas, las cabezas
soñolientas apoyadas en los fusiles. Para ellos tampoco iba a ser un caramelo,
con este frío, el caminar a tientas en sus atalayas. En el cuerpo principal de
guardia, los vigilantes echaban carbón en la estufa. Los vigilantes, en su
alojamiento, fuman los últimos cigarrillos hechos a mano antes del último
control, mientras los penados, con todos los miserables harapos pegados al
cuerpo, ceñidos por toda clase imaginable de correas, embozados desde la
barbilla hasta los ojos en trapos contra el frío, siguen tumbados sobre la
manta de sus catres, con las botas de fieltro puestas, con los ojos cerrados,
como petrificados. Hasta que el brigadier exclame: «¡Arriba!»
Alexandr Solzchenitzyn
De: UN DIA EN LA VIDA DE IVAN DENISOVICH
No lograba conciliar el sueño. Le
molestaba el tumor. ¡Qué vida tan dichosa y útil estaba a punto de truncarse!
Sentía compasión de sí mismo y faltaba muy poco para que le brotaran las
lágrimas. Y, ese poco, Yefrem no perdió la ocasión de proporcionárselo. Ni
siquiera en la oscuridad podía estarse callado y le relataba a su vecino
Ajmadzhán un cuento absurdo:
—¿Para qué desea vivir el hombre cien años?
Maldita la falta que le hace. Verás, cierta vez ocurrió que Alá se puso a
distribuir la vida. A los animales les concedió cincuenta años; tenían
bastante. El hombre llegó el último y a Alá sólo le quedaban veinticinco años.
—¿O sea, una cuarta parte? —preguntó Ajmadzhán. —Eso es. El hombre se sintió
ofendido; le parecía poco. Alá insistió en que bastaba. Pero el hombre volvió a
decirle que era insuficiente, y Alá repuso: «Pues, entonces, vete por tu cuenta
a preguntar quién tiene vida de sobra y si te la quiere ceder». Fue el hombre,
y se tropezó con el caballo. «Escucha», le dijo, «tengo poca vida. Cédeme parte
de la tuya». Y el caballo le respondió: «Bien; toma veinticinco años». Siguió
adelante el hombre hasta dar con un perro. «Escucha, perro: dame parte de tu
vida». «Toma veinticinco años». Continuó adelante y se encontró con un mono,
del que también obtuvo otros veinticinco años. Regresó a donde estaba Alá, y
este le dijo: «Como quieras; tú lo has dispuesto. Los primeros veinticinco años
vivirás como un hombre. Los segundos veinticinco años trabajarás como un
caballo. Los terceros veinticinco años ladrarás como un perro. Y todavía te
quedan otros veinticinco, durante los cuales se mofarán de ti como si fueras un
mono…».
Alexandr Solzchenitzyn
De: PABELLÓN DE CÁNCER
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