Kafka
Anoche soñé con Kafka:
No me leas, me dijo en el sueño,
si no me has leído; o no me releas,
si ya me has leído
y quieres recordarme
un poco nuevamente.
Guárdate de mis señales,
continuaba Kafka en el sueño.
Mis gestos y mis fraseos,
olvídate de Milena, Felice, Dora Dymant,
de la noche en el Hotel Gmünd, del sexo vano.
Del agobiado cuerpo,
de mi destino de ánima del bosque;
Libre de toda compañía abrupta, tiende mejor
un manto de olvido sobre esos nombres,
cobíjate en el cuerpo de tu mujer,
mañana saldrá el sol impostergablemente
y no te deseo sombras,
laberintos mentales,
abotargamiento,
tarros oxidados, piedras para
patear por el camino hacia el trabajo;
A todo esto, ¿dónde trabajas?
-Alguna vez fui profesor rural,
otra vez fui profesor universitario,
no me he tenido nunca como buen profesor,
le miraba las piernas a las alumnas,
estaban todas desnudas en el Aula Magna;
menos como mejor maestro,
me han expulsado de mi cátedra
ya varias veces y con el pelet puesto,
sin mi peluca rapada
ni mis gafas negras.
Pero menos rodeos: -bueno,
yo era un topo
tan grande como jamás he visto otro;
ahora trabajo en la Biblioteca Nacional,
nada que ver con Borges,
en eso se equivocan mucho
algunos amigos o conocidos:
ni tanta lectura que me enrojezca los ojos,
es la contaminación,
los inclementes computadores,
las derrotas por el ciberespacio:
¿Borges?, preguntó Kafka,
ese tipo que tradujo tan mal mi repugnante
Metamorfosis, como la hubiera escrito él,
dijo Kafka en el sueño,
justo cuando lo iba a decir yo; sonrió, obvio
que era una
sonrisa amarga, de bilis negra:
vamos, hombre, le dije,
mañana tendré que releerte inevitablemente,
creo,
así operan los sueños.
relee a Freud mejor, me dijo Kafka
justo cuando comenzaba
a salir del socavón del sueño,
y olvídame, vamos,
es mejor que tomes una ducha ahora
y mastiques el acostumbrado desayuno,
pan negro, chocolate caliente,
y una paletada de mantequilla,
una paletada
de mantequilla.Zonas de Peligro
Así
como largas y angostas fajas de barro
Así
como largas y angostas fajas de noche
Así
como largas y angostas fajas de musgo rojo
bajo
la piel
Las
zonas de peligro son ininteligibles. O las
prefigura
un rojo disco de metal,
símbolo
de un sol mohoso al fondo de una calle desmembrada
meado
por los perros.
Las
zonas de peligro son inevitables; te rodean
el
cuerpo en silencio,
en
silencio te lamen la oreja,
en
secreto te revuelven el ojo,
sin
el menor ruido te besan el culo
y
los escasos letreros de neón ocultan su única identidad:
CAMPOS
DE EXTREMINIO.
La
positiva recepción de la crítica para la obra de Tomás Harris se consolidó en
1992, cuando recibió el Premio Municipal de Poesía de Santiago por su trabajo
Cipango. A partir de este título, su poesía continuó desarrollando el tema del
viaje e inició un diálogo textual con las crónicas de Indias y otros relatos,
construyendo así una "antiépica" latinoamericana, marcada por su
carácter narrativo y por el uso de monólogos dramáticos.
En
1995 obtuvo el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura por su
trabajo Los 7 náufragos, libro que, según él mismo señaló, es el "más
personal y original" que ha escrito (El Día (La Serena), jueves 14 de
febrero de 2002, p. 24). En 1996, Harris recibió el Premio Pablo Neruda y el
año siguiente, el Premio Casa de las Américas, por su libro Crónicas
Maravillosas. En aquella ocasión el jurado destacó que esta obra era: "una
parodia de la épica en tono grotesco y representa la locura asumida como forma
de conocimiento" (La Nación, 26 de enero de 1996, p. 31).
Desde
1995, Harris se desempeña como Investigador del Archivo del Escritor de la
Biblioteca Nacional y como secretario de redacción de la revista Mapocho.
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