3 de octubre de 1900- Estados Unidos Escritor y periodista. |
Sólo los muertos
conocen Brooklyn
No hay un solo mortal que se
conozca Brooklyn de punta a punta porque a un tipo, le llevaría la vida entera
poder andar por esta ciudad de m. . .
Así que como le digo, estoy
esperando que llegue el tren cuando lo veo al tipo éste grande parado ahí, es
lo primero que veo. Bueno, tiene una cara fiera, sabe, y se nota que ha tomado
bastante, pero todavía aguanta: habla claro y camina bastante derecho.
Entonces, este tipo grande se acerca al tipo bajito que está parado ahí y dice:
“¿Cómo se va hasta la Avenida Dieciocho y la calle Sesenta y Siete?”, le dice.
—¡Uy, Dios! ¡Me embromó, jefe!
—le dice el bajito—. Yo no hace mucho que estoy acá —dice-—. ¿Por dónde queda?
¿Más o menos por el barrio Flatbush?
—No, —dice el tipo grande—. Está
por el Bensonhurst. Pero nunca anduve por ahí. ¿Cómo se llega?
—¡Dios! —dice el bajito,
rascándose la cabeza, sabe, se veía que el bajito no conocía el camino—. Me
embromó, jefe. Nunca lo sentí nombrar. ¿Alguno de ustedes sabe dónde queda? —me
dice.
—Seguro —le digo— queda en el
Bensonhurst. Se toma el expreso de la Cuarta Avenida, se baja en calle Noventa
y Nueve, ahí agarra el local costero, se baja en la Avenida Dieciocho y la
Sesenta y Tres y de ahí camina cuatro cuadras, Eso es todo lo que tiene que
hacer —le digo.
—¡Nooo! —se mete a decir un vivo
que yo no había visto antes—. ¿De qué hablás ? —dice. Era muy vivo, ¿sabe?—
¡Ese tipo está loco! Ahora le voy a decir lo que tiene que hacer —le dice al
tipo alto—. Se toma la línea del West End en la Treinta y Tres —le dice. Se
baja en New Utrecht y la Avenida Dieciséis —dice—. Camina dos cuadras más y cuatro
para arriba —dice— y llega justito— Un tipo vivísimo, ¿sabe?
—¿ Ah, sí? —le digo. ¿Y quién se
lo dijo? —me dio rabia que se hiciera tanto el vivo, ¿Cuánto hace que vive acá?
—le digo.
—Toda mi vida —me dice—. Nací en
Willianisburgh —dice—. Y sobre esta ciudad le puedo decir unas cuántas cositas
que seguro usted no escuchó antes —dice.
—¿Ah, sí? —le digo.
Y él dice: Sí.
—¡Ah, bueno! ¡Así que usted me
puede decir cosas sobre esta ciudad que nadie ha escuchado jamás! Claro, a lo
mejor las sueña de noche —le digo—, antes de dormirse, como quien recorta
muñequitos de papel, o esas cosas.
—¿Ah, sí? —me dice-. Vos sos muy
vivo, ¿no?
—Ah, no sé —le digo. La cabeza
todavía no me la usaron para la estatua de Lincoln —le digo—. Pero soy lo
bastante vivo para saber cuándo hablo con un mentiroso.
—¿Si? —dice—. un vivo, ¿eh? Sos
tan piola que cualquiera de estos días alguno te va a arruinar la cara —dice—.
De vivo que sos.
Bueno, llegó mi tren, que si no
ahí mismo le doy una trompada, pero cuando vi que el tren llegaba le dije nada
más que: “¡Chau, pesado! Siento mucho pero no me puedo quedar para ocuparme de
vos. Espero encontrarte pronto, en el cementerio, espero”. Y entonces agarro y
le digo al tipo alto, que se había quedado ahí todo el tiempo. “Venga conmigo”,
le digo. Entonces cuando se sube al tren le digo, “¿A qué lugar de Bensonhurst
va?”, “¿Qué dirección busca?”, le digo. Sabe, pensé que si me decía la
dirección a lo mejor le podía ayudar a encontrarla.
—No —me dice—, no busco ninguna
dirección, No conozco a nadie en el barrio.
—¿Y entonces para qué va? —le
digo.
—Ah —dice el tipo—, voy a ver el
lugar. Me gusta el nombre, me gusta como suena, Bonsonhoist, ¿sabe? así que
pensé en ir y mirar un poco.
—¿Qué está tratando de
enchufarme? —le digo—. ¿Me está cargando? —Sabe, pensé que se quería hacer el
vivo conmigo.
—No —me dice—, le estoy diciendo
la verdad. Me gusta salir a conocer lugares con nombres lindos, como ése. Me
gusta salir y conocer toda clase de lugares —dice.
—¿Y cómo sabe que existe ese
lugar —le digo— si no estuvo antes?
Ah, —dice—. Tengo un mapa.
—¿Un mapa? —le digo.
—Seguro —dice—. Tengo un mapa
donde están todos estos lugares. Lo traigo cada vez que vengo por acá.
Y, ¡dios mío! al mismo tiempo se
lo saca del bolsillo. Lo tiene ahí, es la pura verdad, un gran mapa de toda la
ciudad de m... con todos los caminos marcados. Sabe, Nueva York Este y
Flatbush, Bensonhurst, Brooklyn del Sur, las Lomas, Bay Ridge, Greenport, todos
los cochinos lugares, ¿no los tiene ahí mismito en el mapa?
—¿Ha estado en alguno de estos
lugares? —le digo.
—Claro, en la mayoría —dice—.
Anoche justo estuve en Red Hook.
—¡Uy, Dios! ¡Red Hook! —le digo—.
¿Y qué fue a hacer?
—Oh, —dice —no mucho. Caminar un
poco. Fui a un par de sitios a tomar una copa, pero casi todo el tiempo anduve
caminando por ahí.
—¿Y nada más que caminar? —le
digo
—Claro —dice—, mirando cosas,
¿sabe?
—¿Adónde fue? —le pregunto.
—Ah, —dice— no sé el nombre de
los lugares pero puedo encontrarlos en el mapa. Una vez anduve caminando por
unos campos enormes donde no había ni una casa —dice—, pero a lo lejos se veían
los barcos, con las luces prendidas. Estaban cargando. Entonces atravesé todo
el campo, y llegué donde están los barcos.
—Seguro —le digo—. Ya sé donde
estuvo. Usted estuvo en Erie Basin.
—Sí —dice—. Creo que se llamaba
así. Había de esos grandes elevadores y grúas y estaban cargando los barcos y
vi unos barcos en muelle seco, todos iluminados, así que me atravesé el campo
para llegar hasta allí, —dice.
—¿Y entonces qué hizo? —le digo.
—Ah —dice— nada. Después de un
rato me volví otra vez a campo traviesa y fui a un par de lugares a tomar una
copa.
—¿Y no pasó nada cuando estaba
allí? —le digo.
—No —dice—. Casi nada. Un par de
borrachos en uno de los lugares empezaron a pelear, pero los sacaron afuera a
los empujones —dice— y entonces uno de los tipos empezó a querer volver, pero
el patrón saca su bate de baseball de abajo del mostrador y entonces el tipo se
va.
—¡Mi dios! —digo—. ¡Red Hook!
—¡Seguro! —dice—. Fue justo ahí.
—Bueno, no vuelva otra vez —le
digo—. No se meta más ahí.
—¿Por qué? —dice—. ¿Qué tiene de
malo?
—Y —le digo— es un buen lugar
para estar lejos, un buen lugar para no ir nunca.
—¿Por qué? ¿Por qué es malo?
¡Dios santo! Qué se puede hacer
con un tipo tan bruto como ése! Me avivé que no servía para nada hablarle de
nada, no iba a entender lo que le decía, así que le dije: “No, nada. Que puede
perderse, nada y más”.
—¿Perderme? —me dice—. No, cómo
me voy a perder, tengo el mapa.¡Un mapa! ¡Red Hook! ¡Dios mío!
Y entonces el tipo empieza a
hacerme un montón de preguntas idiotas: qué tamaño tiene Brooklyn y si yo sé
cómo llegar a todas partes y cuánto tiempo le llevaría a un tipo conocerla
toda.
—¡Oiga! —le digo—. Sáquese esa
idea de la cabeza ya mismo —le digo—. Nunca va a poder conocer todo Brooklyn.
Ni en cien años —le digo—. Yo he vivido acá toda mi vida y ni siquiera sé lo
que hay que conocer, así que cómo quiere conocer usted la ciudad —le digo—, si
ni siquiera vive acá?
—Sí —me dice— pero yo tengo un
mapa para poder encontrar el camino.
—¡Qué mapa ni mapa —le digo—,
cómo va a conocer Brooklyn con un mapa!
—¿Sabe nadar? —me dice así no
más. ¡Dios mío! Entonces, sabe, me, di cuenta de que el tipo estaba un poco
chiflado. Había tomado mucho, claro, pero tenía esa mirada de loco que no me
gustaba nada—. ¿Sabe nadar? —me dice.
—Seguro —le digo—. ¿Usted no?
—No —me dice—. Una brazada o dos.
Nunca aprendí bien.
—Bueno, es fácil —le digo—. No
necesita más que un poco de confianza. Yo sabe cómo aprendí, mi hermano mayor
me tiró del muelle un día, vestido y todo. Yo tenía ocho años. “Nadá” me dijo.
“Vas a tener que nadar o ahogarte” Y créamelo, ¡nadé! Cuando no hay más remedio
que hacerlo, se hace. Lo único que se necesita es confianza. Y una vez que
usted aprende —le digo— no tiene que preocuparse de nada. No se olvida nunca.
Es algo que se le queda para toda la vida,
—¿Usted nada bien? —me dice.
—Como un pez —le contesto—. En el
agua soy igual que un pez. Aprendí a nadar en los muelles con todos los otros
chicos.
—¿Y qué haría si viera un hombre
ahogándose? —me dice el tipo.
—¿Qué haría? Bueno, me tiro y lo
saco —le digo—. Eso es lo que haría.
—¿Vio alguna vez ahogarse a un
hombre? —me dice.
—Seguro —le digo—. Vi a dos. Las
dos veces en Coney Island. Se alejaron mucho y ninguno de los dos sabía nadar.
Se ahogaron antes de que nadie tuviera tiempo de llegar.
—¿Qué pasa con la gente cuando se
ahoga acá? —dice.
—¿Acá dónde? —le digo.
—Acá en Brooklyn.
—No entiendo qué quiere decir —le
digo—. Nunca oí que nadie se ahogara acá en Brooklyn, no sé, a menos que quiera
decir en una pileta de natación. No se puede ahogar en Brooklyn —le digo— Tiene
que ahogarse en otra parte. en el mar, donde haya agua.
—Ahogarse —dice el tipo mirando
el mapa—. Ahogarse—. ¡Dios mío! Me di cuenta de que era una especie de tarado,
tenía esa mirada de loco cuando te miraba y uno no sabía con qué se iba a
descolgar. Así que cuando llegamos a una estación que no era mi parada, me bajé
lo mismo y esperé el otro tren.
—¡Bueno, hasta la vista, jefe!
—le digo—. Tómeselo con calma!
—Ahogarse —dice el tipo, mirando
el mapa—. Ahogarse.
¡Dios mío!, pensé mil veces en el
tipo desde entonces y me pregunto qué le habrá pasado cuando fue a conocer
Bensonhurst porque le gustaba el nombre. ¡Caminar por Red Hook de noche solo,
mirando su mapa! ¿Cuánta gente vi ahogarse en Brooklyn? ¡Cuánto tiempo tardaría
un tipo con un buen mapa en conocer todo lo que hay que conocer en Brooklyn!
¡Dios mío! ¡Qué tarado era! De
todos modos me pregunto cómo le habrá ido. A lo mejor le dieron un golpe en la
cabeza o todavía está viajando en el subte, en medio de la noche con su mapita!
¡Pobre tipo! ¡Diga, uno se muere de risa cuando piensa en tipos como ése! A lo
mejor ya se avivó que no va a vivir bastante como para conocer todo Brooklyn.
Un tipo necesitaría toda la vida para conocer Brooklyn de punta a punta. Y ni
así la conocería usted toda.
De: http://archivo.lavoz.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario