Más adelante entraron en un cuarto casi vacío. Sólo
había un gran ropero con espejos en las puertas. Allí no encontraron nada más, excepto
una botella azul en la repisa de la ventana.
—¡Nada por aquí! —exclamó Pedro, y todos los niños se
precipitaron hacia la puerta para
continuar la excursión. Todos menos Lucía, que se
quedó atrás. ¿Qué habría dentro del armario?
Valía la pena averiguarlo, aunque, seguramente,
estaría cerrado con llave. Para su sorpresa, la puerta se abrió sin dificultad.
Dos bolitas de naftalina rodaron por el suelo.
La niña miró hacia el interior. Había numerosos
abrigos colgados, la mayoría de piel. Nada le gustaba tanto a Lucía como el
tacto y el olor de las pieles. Se introdujo en el enorme ropero y caminó entre
los abrigos, mientras frotaba su rostro contra ellos. Había dejado la puerta
abierta, por supuesto, pues comprendía que sería una verdadera locura
encerrarse en el armario. Avanzó algo más y descubrió una segunda hilera de
abrigos. Estaba bastante oscuro ahí adentro, así es que mantuvo los brazos
estirados para no chocar con el fondo del ropero. Dio un paso más, luego otros dos,
tres... Esperaba siempre tocar la madera del ropero con la punta de los dedos,
pero no llegaba nunca hasta el fondo.
—¡Este debe ser un guardarropa gigantesco! —murmuró
Lucía, mientras caminaba más y más adentro y empujaba los pliegues de los
abrigos para abrirse paso. De pronto sintió que algo crujía bajo sus pies.
«¿Habrá más naftalina?», se preguntó.
Se inclinó para tocar el suelo. Pero en lugar de
sentir el contacto firme y liso de la madera, tocó algo suave, pulverizado y
extremadamente frío. «Esto sí que es raro», pensó y dio otros dos pasos hacia
adelante.
Un instante después advirtió que lo que rozaba su cara
ya no era suave como la piel sino duro, áspero e, incluso, clavaba.
—¿Cómo? ¡Parecen ramas de árboles! —exclamó.
Entonces vio una luz frente a ella; no estaba cerca
del lugar donde tendría que haber estado el fondo del ropero, sino muchísimo
más lejos. Algo frío y suave caía sobre la niña. Un momento después se dio
cuenta que se encontraba en medio de un bosque; además era de noche, había
nieve bajo sus pies y gruesos copos caían a través del aire.
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Clive Staples Lewis 29 de noviembre de 1898- Irlanda Académico, escritor y locutor. |

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