Como se sabe, el carancho es un ave rapaz y muy
selectiva en su procedimiento de caza, pues prefiere presas jóvenes o ya
heridas a las que somete a un hábil método de agresión: ojos, labios y zona
anal son sus áreas primarias de ataque, de tal manera que provoca su indefensión,
su agonía y su muerte.
Por analogía, y diseminad@s por todo el
territorio, actúan cada vez más mujeres y hombres dedicad@s -como cualquier
honesto trabajador- al abuso sexual infantil, una transgresión no ya contra la
ley sino contra la naturaleza humana, un acto para cuya calificación todo
vocablo resulta paupérrimo.
Ciertas medidas han sido adoptadas por las
Autoridades pero realmente son de una insuficiencia alarmante porque, como
ocurre con otros delitos, es vox-populi quiénes son es@s caranch@s,
especialmente fuera de la capital.
Algún partido político ha propuesto la
elaboración de una especie de catálogo de abusadores con el propósito de una circulación
restringida. ¿Será todo lo que se pueda implementar?
Para estos delitos de lesa-humanidad, los
ciudadanos merecemos otra atención, l@s niñ@s merecen un accionar medular, y no
estas tímidas, esporádicas e inconclusas providencias. De cuajo hay que cortar ya
esta práctica infame, repugnante, vergonzosa; la cicatriz que provoca es
indeleble y es la eficaz orientadora hacia la cárcel o hacia la muerte.
¿Por qué proteger el nombre y la fisonomía de
estos sujetos? Habría que “escracharlos” a nivel de todo el país, exponiendo
sus datos y fotos en cada semáforo, en cada ómnibus, en cada comercio, en cada poste,
en cada cerca de cada casa... en cada conciencia...
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