lunes, 28 de julio de 2014

En Uruguay hay demasiados “nidos de caranchos” protegidos por el silencio cómplice y por la naturalización de la costumbre.


Como se sabe, el carancho es un ave rapaz y muy selectiva en su procedimiento de caza, pues prefiere presas jóvenes o ya heridas a las que somete a un hábil método de agresión: ojos, labios y zona anal son sus áreas primarias de ataque, de tal manera que provoca su indefensión, su agonía y su muerte.

Por analogía, y diseminad@s por todo el territorio, actúan cada vez más mujeres y hombres dedicad@s -como cualquier honesto trabajador- al abuso sexual infantil, una transgresión no ya contra la ley sino contra la naturaleza humana, un acto para cuya calificación todo vocablo resulta paupérrimo.

Ciertas medidas han sido adoptadas por las Autoridades pero realmente son de una insuficiencia alarmante porque, como ocurre con otros delitos, es vox-populi quiénes son es@s caranch@s, especialmente fuera de la capital.
Algún partido político ha propuesto la elaboración de una especie de catálogo de abusadores con el propósito de una circulación restringida. ¿Será todo lo que se pueda implementar?

Para estos delitos de lesa-humanidad, los ciudadanos merecemos otra atención, l@s niñ@s merecen un accionar medular, y no estas tímidas, esporádicas e inconclusas providencias. De cuajo hay que cortar ya esta práctica infame, repugnante, vergonzosa; la cicatriz que provoca es indeleble y es la eficaz orientadora hacia la cárcel o hacia la muerte.

¿Por qué proteger el nombre y la fisonomía de estos sujetos? Habría que “escracharlos” a nivel de todo el país, exponiendo sus datos y fotos en cada semáforo, en cada ómnibus, en cada comercio, en cada poste, en cada cerca de cada casa... en cada conciencia... 







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