26 de febrero de 1920 - Brasil Entrenador de boxweo, cargador de bananas, modelo de escultores, camarero, escritor. |
Fue mamá quien tuvo la idea.
Hoy todo el mundo va a ver la nueva casa.
Totoca me llamó aparte y me avisó en un susurro.
Si llegas a contar que ya conocemos la casa, te hago polvo.
Pero yo ni siquiera había pensado en eso.
Era un mundo de gente por la calle. Gloria me llevaba de la
mano y tenía órdenes de no soltarme ni un minuto. Y yo llevaba de la mano a
Luis.
¿Cuándo tenemos que mudarnos mamá?
Mamá le respondió a Gloria con una cierta tristeza.
Dos día después de Navidad hemos de comenzar a arreglar los
trastos.
Hablaba con una voz cansada, cansada. Y yo sentía mucha pena
por ella. Mamá había nacido trabajando. Desde los seis años de edad, cuando
construyeron la Fábrica, la habían puesto a trabajar allí. La sentaban encima
de una mesa y tenía que quedarse allí limpiando y enjuagando las herramientas.
Era tan chiquita que se mojaba encima de la mesa porque no podía bajar sola...
Por eso nunca fue a la escuela ni aprendió a leer. Cuando le escuché esa
historia me quedé tan triste que prometí que cuando fuese poeta y sabio le iba
a leer todas mis poesías.
Y la Navidad ya se anunciaba en tiendas y mercerías. E todos
los vidrios de las puertas ya habían dibujado a Papá Noel. Algunas personas
compraban postales para que cuando llegase la hora no se llenasen demasiado las
casas de comercio. Yo tenía una lejana esperanza de que esta vez el Niño Dios
naciera. Pero que naciera para mí. A lo mejor, cuando llegara a la edad de la
razón, tal vez mejorase un poco.
Aquí es.
Todos quedaron encantados. La casa era un poco más chica.
Mamá, ayudada por Totoca, desató el alambre que sostenía el portón y todo el
mundo se alzó hacia delante. Gloria me soltó y olvidó que ya estaba haciéndose
una señorita. Se precipitó en una carrera y abrazó la "mangueira".
Esta es mía. Yo la agarré primero.
Antonio hizo lo mismo con la planta de tamarindo.
No había quedado nada para mí. Casi llorando miré a Gloria.
¿Y yo, Gloria?
Corre al fondo. Debe de haber más árboles, tonto.
Corrí, pero sólo encontré el yuyo crecido. Un montón de
naranjos viejos y pinchudos. Al lado de la zanja había una pequeña planta de
naranja-lima.
Estaba desconcertado. Todos estaban mirando las habitaciones
y determinando para quién sería cada una.
Tiré la falda de Gloria.
No hay nada más.
No sabes buscar bien. Espera aquí que voy a encontrarte un
árbol.
Al rato vino conmigo. Examinó los naranjos.
¿No te gusta aquél? Es un lindo naranjo.
No me gustaba ninguno. Ni siquiera ése. Ni aquel otro, ni
ninguno. Todos tenían muchas espinas.
Para quedarme con esos mamarrachos, antes prefiero la planta
de naranja-lima.
¿Cuál?
Fuimos hacia donde estaba.
¡Pero que linda plantita de naranja-lima! Mira, no tiene ni
siquiera una espina. Y tiene tanta personalidad que ya desde lejos se sabe que
es naranja-lima. ¡Si yo tuviera tu estatura no querría otra cosa!
Pero yo quería un árbol grandote.
Piensa bien, Zezé. Es muy pequeño todavía. Con el tiempo
será un naranjo grandote. Así crecerán juntos. Los dos se van a entender como
si fuesen dos hermanos. ¿Viste la rama que tiene? Es verdad que es la única,
¡pero parece un caballito hecho para que montes en él!
Me sentía el ser más desgraciado del mundo. Recordaba lo
ocurrido con la botella de bebida que tenía la figura de los ángeles escoceses.
Lalá dijo: "Ese soy yo"; Gloria señaló otro para ella; Totoca eligió
otro para él. ¿Y yo? Finalmente me tocó ser esa cabecita que había atrás, casi
sin alas. El cuarto ángel escocés, que ni siquiera era un ángel entero...
Siempre tenía que ser el último. Cuando creciera iban a ver. Compraría una
selva amazónica y todos los árboles que tocaran el cielo serían míos. Compraría
un depósito de botellas llenas de ángeles y nadie tendría ni siquiera un trozo
e ala.
Me enojé. Sentado en el suelo, apoyé mi enojo en mi planta
de naranja-lima. Gloria se alejó sonriendo.
Ese enojo no dura, Zezé. Acabarás descubriendo que yo tenía
razón.
Agujereé el suelo con un palito y comencé a dejar de
lloriquear. Habló una voz, venida quién sabe de dónde, cerca de mi corazón.
Creo que tu hermana tiene toda la razón.
Todo el mundo tiene siempre toda la razón; el único que no
la tiene nunca soy yo.
No es cierto. Si me mirases bien, acabarías por darte
cuenta.
Me levanté, asustado, y miré al arbolito. Era raro, porque
siempre conversaba con todo, pero pensaba que era mi pajarito de adentro que se
encargaba de arreglar las conversaciones.
¿Pero tú hablas de verdad?
¿No me estás escuchando?
Y se rió bajito. Casi salí gritando por la quinta. Pero me
sujetaba la curiosidad.
¿Por dónde hablas?
Los árboles hablan por todas partes. Por las hojas, por las
ramas, por las raíces. ¿Quieres ver? Apoya tu oído aquí en mi tronco y vas a
escuchar palpitar mi corazón.
Me quedé medio indeciso, pero viendo su tamaño perdí el
miedo. Apoyé la oreja y una cosa lejana hacia tic... tac... tic... tac...
Pero, dime, ¿todo el mundo sabe que hablas?
No. Solamente tú.
¿De verdad?
Puedo jurarlo. Un hada me dijo que cuando un niño igual que
a ti se hiciera amigo mío, yo podría hablar y ser muy feliz.
¿Y vas a esperar?
¿Qué cosa?
Hasta que me mude. Falta más de una semana. Hasta ese
momento ¿no te irás a olvidar de hablar?
Jamás. Es decir, para ti solamente. ¿Quieres ver cómo soy de
blando?
¿Cómo eres de que?
Súbete a mi rama.
Obedecí.
Ahora, balancéate un poco y cierra los ojos.
Hice lo que me mandaba.
¿Qué tal? ¿Alguna vez tuviste en la vida un caballito mejor?
Nunca. Es maravilloso. Voy a darle a mi hermanito menor mi
caballito "Rayo de Luna". Te va a gustar mucho mi hermano, ¿sabes?
Bajé adorando ya mi planta de naranja-lima.
Mira, haré una cosa. Siempre que pueda, antes de mudarnos,
vendré a charlar un ratito contigo... Ahora necesito irme, ya están saliendo
todos.
Pero los amigos no se despiden así.
¡Chist! Allá viene ella.
Gloria llegó en el momento en que lo abrazaba.
Adiós, amigo. ¡Eres la cosa más linda del mundo!
¿No te lo había dicho?
Si, lo dijiste. Ahora aunque ustedes me diesen la
"mangueira" y la planta de tamarindo a cambio de mi árbol, no la
querría.
Me pasó la mano por el pelo, tiernamente.
¡Cabecita, cabecita!...
Salimos tomados de las manos.
Godóia, ¿no te parece que tu "mangueira" es un
poco sosa?
Todavía no se puede saber, pero parece un poco, sí.
Es un poco sin gracia, ¿por qué?
No sé si lo puedo contar. Pero un día te contaré un milagro,
Godóia.
Fragmento del Capítulo 2 de “Mi planta de naranja-lima
No hay comentarios:
Publicar un comentario