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15 de octubre de 1872 - Montevideo, Uruguay |
(...) Pero quiero aconsejarles como el primer deber
del estudiante, desde el punto de vista de la moral de la cultura, una
conciliación entre las necesidades del examen y el deber de cultura en un sentido mucho más
amplio y elevado.
He aquí, justamente, algunos
deberes de los que no son difíciles porque falten las fuerzas; éstos, lo son
sólo porque el estudiante, generalmente, no los ve, o viene a comprenderlos
cuando es tarde ya. Generalmente, el estudiante no se da cuenta de que se ha
formado una psicología inferior y no completamente moral. Lo que hay que hacer,
es crearse otro estado de espíritu, llenar los programas, cumplir con los
exámenes, asegurarse la aprobación; pero (y éste es el deber fundamental) no
creer jamás que cuando se ha hecho eso, se ha cumplido, ni desde el punto de
vista intelectual, ni desde el punto de vista moral.
El deber que voy a
recomendarles pertenece a la clase de los deberes no sólo fáciles, sino agradables. La vida del
estudiante es infinitamente más grata para el que, además de preocuparse de
estudiar en superficie, se preocupa de estudiar también en profundidad.
Entendámonos: no se puede
estudiar todo en profundidad: dentro de las exigencias de la enseñanza actual,
profundizarlo todo es imposible; pero, además de abarcar una superficie vasta, se puede
ahondar aquí y allá; y éste es el primer consejo.
Todo estudiante, ya en su
bachillerato, en los estudios preparatorios, debe profundizar algunos temas; poco importa
cuáles: esto realmente es secundario; que se tome un punto de historia o de
literatura o de filosofía o de ciencia; que se estudie a Artigas, o el silogismo, o las costumbres
de los diversos pueblos, o la teoría atómica o la constitución física del Sol, es
secundario: lo fundamental, son los hábitos que se adquieren profundizando un punto
cualquiera.
Recuerdo haber leído hace
poco una anécdota sumamente sugestiva, acerca de un profesor de biología
norteamericano que fue a perfeccionar sus estudios en Alemania.
Tratábase de un profesor de
vuelo, hasta autor de más de una obra. Ingresó en el laboratorio de un reputado
investigador, y pidió trabajo; contestóle éste que esperara algunos días, pues deseaba
preparar una tarea para él. Transcurrido el plazo, nuestro profesor fue notificado de
que debía emprender determinadas investigaciones sobre cierto pequeñísimo músculo de
la rana. La impresión del profesor americano fue la que ustedes pueden imaginarse: de
rebelión, al principio; pero se resolvió, dada la situación en que se encontraba, a
iniciar aquel estudio que, por lo demás, creyó terminar muy brevemente.
Después de algunos días de
investigaciones, empezó a parecerle que sus conocimientos fisiológicos e histológicos
tenían algunos claros: procuró llenarlos; se encontró con que su técnica experimental era
un poco deficiente: procuró perfeccionarla; los aparatos existentes no satisfacían
todas las necesidades de sus investigaciones: procuró inventar otros o mejorar los
conocidos; el hecho es que, después de varios meses, el estudio de aquel músculo de la rana se
había agrandado tanto, que necesitó nuestro profesor estudiar de nuevo su
fisiología, su histología, su física, su química y alguna ciencia más; y pasado un año, estaba aún
entregado de lleno a la tal investigación — que ahora, por lo demás, le interesaba
extraordinariamente.
En realidad, todas las
cuestiones —salvo algunas demasiado pueriles— se ponen en ese estado cuando se las ahonda.
Mi primer consejo, pues, mi
primer consejo práctico, sería el de que cada estudiante (sin necesidad naturalmente de ir todavía tan a
fondo), por lo menos, ya en el curso de su bachillerato, eligiera algunas
cuestiones —algunas pocas, simplemente y sin
presunción— y procurara
ahondarlas. Como les digo, el tema, el asunto, es punto bastante secundario: depende
de las preferencias de cada uno: lo que importa es la educación del espíritu en
todo sentido, intelectual y moral, que así se adquiere.
El segundo consejo, que se
relaciona también con aquel estrechamiento de la mente que producen los exámenes, y con
la manera de combatirlo, se refiere a la elección de las lecturas.
En un estudio pedagógico que
no puedo resumirles aquí (1), he procurado demostrar que la pedagogía puede
considerarse como polarizada por dos grandes ideas directrices, que yo he llamado idea
directriz del escalonamiento e idea directriz de la penetración.
El significado de estos
términos es el siguiente: Para enseñar, puede procurarse ir presentando a la mente del
que aprende, materia preparada especialmente para ser estudiada, cuya dificultad,
cuya intensidad, se iría acreciendo poco a poco, a medida que la fuerza
asimilativa del espíritu crece también. Tal es el primer procedimiento. El segundo, consiste en
presentar al espíritu no materia que haya sufrido una preparación pedagógica especial, sino
materia natural, que el espíritu penetra como puede, sin más restricción que la de que no
sea totalmente inasimilable.
Por ejemplo: si yo quiero
formar el oído musical de un niño, puedo componer cantos escolares, sumamente
sencillos, y presentárselos: un año después, le presentará cantos escolares algo menos fáciles;
al año siguiente intensificaré un poco más, y así sucesivamente; o bien puedo
tomar música, verdadera música, con la simple precaución de que no sea completamente
incomprensible, presentarla al espíritu, y dejar a éste, diremos, que se arregle.
A primera vista, parece que
el primer procedimiento es el único razonable y sensato, y que el segundo es absurdo.
Sin embargo, si observamos
mejor los hechos, por una parte, y si, por otra parte, razonamos bien, nos
encontramos con que dista mucho de ser así, y que el mejor procedimiento es, no el
segundo, es cierto, pero no el primero tampoco, exclusivamente, sino la combinación de los dos. (...)
De: Moral para intelectuales
De: http://www.uruguayeduca.edu.uy
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