![]() |
Liev Nikoláievich, conde de Tolstoi / León Tolstoi 9 de setiembre de 1828 - Rusia |
El poder de la infancia
-¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen!
¡Que fusilen inmediatamente a ese canalla...! ¡Que lo maten! ¡Que corten el
cuello a ese criminal! ¡Que lo maten, que lo maten...! -gritaba una multitud de
hombres y mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido. Éste
avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba
desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.
Era uno de los que, durante la
guerra civil, luchaban del lado de las autoridades. Acababan de prenderlo y lo
iban a ejecutar.
"¡Qué le hemos de hacer! El
poder no ha de estar siempre en nuestras manos. Ahora lo tienen ellos. Si ha
llegado la hora de morir, moriremos. Por lo visto, tiene que ser así",
pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, sonreía, fríamente, en respuesta
a los gritos de la multitud.
-Es un guardia. Esta misma mañana
ha tirado contra nosotros -exclamó alguien.
Pero la muchedumbre no se
detenía. Al llegar a una calle en que estaban aún los cadáveres de los que el
ejército había matado la víspera, la gente fue invadida por una furia salvaje.
-¿Qué esperamos? Hay que matar a
ese infame aquí mismo. ¿Para qué llevarlo más lejos?
El cautivo se limitó a fruncir el
ceño y a levantar aún más la cabeza. Parecía odiar a la muchedumbre más de lo
que ésta lo odiaba a él.
-¡Hay que matarlos a todos! ¡A
los espías, a los reyes, a los sacerdotes y a esos canallas! Hay que acabar con
ellos, en seguida, en seguida... -gritaban las mujeres.
Pero los cabecillas decidieron
llevar al reo a la plaza.
Ya estaban cerca, cuando de
pronto, en un momento de calma, se oyó una vocecita infantil, entre las últimas
filas de la multitud.
-¡Papá! ¡Papá! -gritaba un
chiquillo de seis años, llorando a lágrima viva, mientras se abría paso, para
llegar hasta el cautivo-. Papá ¿qué te hacen? ¡Espera, espera! Llévame contigo,
llévame...
Los clamores de la multitud se
apaciguaron por el lado en que venía el chiquillo. Todos se apartaron de él,
como ante una fuerza, dejándolo acercarse a su padre.
-¡Qué simpático es! -comentó una
mujer.
-¿A quién buscas? -preguntó otra,
inclinándose hacia el chiquillo.
-¡Papá! ¡Déjenme que vaya con
papá! -lloriqueó el pequeño.
-¿Cuántos años tienes, niño?
-¿Qué van a hacer con papá?
-Vuelve a tu casa, niño, vuelve
con tu madre -dijo un hombre.
El reo oía ya la voz del niño,
así como las respuestas de la gente. Su cara se tornó aún más taciturna.
-¡No tiene madre! -exclamó, al
oír las palabras del hombre.
El niño se fue abriendo paso
hasta que logró llegar junto a su padre; y se abrazó a él.
La gente seguía gritando lo mismo
que antes: "¡Que lo maten! ¡Que lo ahorquen! ¡Que fusilen a ese
canalla!"
-¿Por qué has salido de casa?
-preguntó el padre.
-¿Dónde te llevan?
-¿Sabes lo que vas a hacer?
-¿Qué?
-¿Sabes quién es Catalina?
-¿La vecina? ¡Claro!
-Bueno, pues..., ve a su casa y
quédate ahí... hasta que yo... hasta que yo vuelva.
-¡No; no iré sin ti! -exclamó el
niño, echándose a llorar.
-¿Por qué?
-Te van a matar.
-No. ¡Nada de eso! No me van a hacer
nada malo.
Despidiéndose del niño, el reo se
acercó al hombre que dirigía a la multitud.
-Escuche; máteme como quiera y
donde le plazca; pero no lo haga delante de él -exclamó, indicando al niño-.
Desáteme por un momento y cójame del brazo para que pueda decirle que estamos
paseando, que es usted mi amigo. Así se marchará. Después..., después podrá
matarme como se le antoje.
El cabecilla accedió. Entonces,
el reo cogió al niño en brazos y le dijo:
-Sé bueno y ve a casa de
Catalina.
-¿Y qué vas a hacer tú?
-Ya ves, estoy paseando con este
amigo; vamos a dar una vuelta; luego iré a casa. Anda, vete, sé bueno.
El chiquillo se quedó mirando
fijamente a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al otro, y reflexionó.
-Vete; ahora mismo iré yo
también.
-¿De veras?
El pequeño obedeció. Una mujer lo
sacó fuera de la multitud.
-Ahora estoy dispuesto; puede
matarme -exclamó el reo, en cuanto el niño hubo desaparecido.
Pero, en aquel momento, sucedió
algo incomprensible e inesperado. Un mismo sentimiento invadió a todos los que
momentos antes se mostraron crueles, despiadados y llenos de odio.
-¿Saben lo que les digo? Deberían
soltarlo -propuso una mujer.
-Es verdad. Es verdad -asintió
alguien.
-¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo! -rugió
la multitud.
Entonces, el hombre orgulloso y
despiadado que aborreciera a la muchedumbre hacía un instante, se echó a
llorar; y, cubriéndose el rostro con las manos, pasó entre la gente, sin que
nadie lo detuviera.
La muñeca de porcelana
Una carta escrita por Tolstoi seis meses
después de su matrimonio a la hermana más joven de su esposa, la Natacha de
Guerra y Paz. En las primeras líneas, la letra es de su mujer, en el resto la
suya propia.
21 de marzo de 1863
¿Por qué te has vuelto tan fría,
Tania? Ya no me escribes, y me gusta tanto saber de ti... Aún no has contestado
a la alocada carta de Levochka (Tolstoi), de la que no entendí una palabra.
23 de marzo
Aquí ella empezó a escribir y de
pronto dejó de hacerlo, porque no pudo seguir. ¿Sabes por qué, querida Tania?
Le ha ocurrido algo extraordinario, aunque no tanto como a mí. Como ya sabes,
al igual que el resto de nosotros, siempre estuvo constituida de carne y hueso,
con todas las ventajas y desventajas inherentes a esta condición: respiraba,
era tibia y a veces caliente, se sonaba la nariz (¡y de qué modo!) y, lo más
importante, tenía control sobre sus extremidades, las cuales -brazos y piernas-
podían asumir diferentes posiciones. En una palabra, su cuerpo era como el de
cualquiera de nosotros. De pronto, el día 21 de marzo, a las diez de la noche,
nos sucedió algo extraordinario a ella y a mí. ¡Tania! Sé que siempre la has
querido (no sé qué sentimiento despertará ahora en ti), sé que sientes un
afectuoso interés por mí y conozco tu razonable y sano punto de vista sobre los
hechos importantes de la vida; además, amas a tus padres (por favor, prepáralos
e infórmales de lo sucedido), es por esto que te escribo, para contarte cómo
ocurrió.
Aquel día me levanté temprano,
paseé mucho rato a pie y a caballo. Almorzamos y comimos juntos, después leímos
(aún podía hacerlo) y yo me sentía tranquilo y feliz. A las diez le di las
buenas noches a la tía (Sonia estaba como siempre y me dijo que pronto se
reuniría conmigo) y me fui a la cama. A través de mi sueño la oí abrir la
puerta, respirar mientras se desvestía, salir de detrás del biombo y acercarse
a la cama. Abrí los ojos y vi -no a la Sonia que tú y yo conocíamos-, ¡sino a
una Sonia de porcelana! Hecha de esa misma porcelana que provocó una discusión
entre tus padres. Ya sabes, una de esas muñecas con desnudos hombros fríos y
cuello y brazos inclinados hacia adelante, pero hechos con el mismo material
que el cuerpo. Tienen el cabello pintado de negro y arreglado en largas ondas
con la pintura que desaparece en la parte superior, protuberantes ojos de
porcelana que son demasiado grandes y que también están pintados de negro en
los bordes. Los rígidos pliegues de porcelana de sus faldas forman una sola
pieza junto con el resto. ¡Y Sonia era así! Le toqué el brazo; era suave,
agradable al tacto y de fría porcelana. Pensé que estaba dormido y me
pellizqué, pero ella no cambió y se mantuvo inmóvil frente a mí.
Le dije:
-¿Eres de porcelana?
Y sin abrir la boca (que
permaneció como estaba con sus labios curvos pintados de rojo brillante),
replicó:
-Sí, soy de porcelana.
Un escalofrío me recorrió la
espalda. Miré sus piernas: también eran de porcelana y (ya puedes imaginarte mi
horror) estaban fijas en un pedestal de la misma materia, que representaba el
suelo y estaba pintado de verde para simular un prado. Cerca de su pierna
izquierda, un poco más arriba, detrás de la rodilla, había una columna de
porcelana, pintada de marrón, que probablemente pretendía ser el tronco de un
árbol. También formaba parte de la misma pieza que la contenía a ella.
Comprendí que sin ese apoyo no podría permanecer erguida y me puse muy triste;
tú, que la querías tanto, ya te puedes imaginar mi pena. No podía creer lo que estaba
viendo y empecé a llamarla. Le era imposible moverse sin el tronco y su base;
giró un poco (junto con la base) para inclinarse hacia mí. Pude oír el pedestal
batiendo contra el suelo. Volví a tocarla, era suave, agradable al tacto y de
fría porcelana. Traté de levantarle la mano, pero no pude; traté de pasar un
dedo, siquiera la uña entre su codo y su cadera, pero no lo logré. El obstáculo
lo formaba la misma masa de porcelana, esa materia con la que en Auerbach hacen
las salseras. Empecé a examinar su camisa, formaba parte del cuerpo, tanto
arriba como abajo. La miré desde más cerca y vi que tenía una punta rota y que
se había puesto marrón. La pintura en la parte superior de la cabeza había
caído y se veía una manchita blanca. También había saltado un poco de pintura
de un labio y uno de los hombres mostraba una pequeña raspadura. Pero estaba
todo tan bien hecho, tan natural, que aún seguía siendo nuestra Sonia. La
camisa era la que yo le conocía, con encajes; llevaba el pelo recogido en un
moño, pero de porcelana y sus manos delicadas y grandes ojos, al igual que los
labios, eran los mismos, pero de porcelana. El hoyuelo en su barbilla y los
pequeños huesos salientes bajo sus hombros estaban allí también, pero de
porcelana. Sentía una terrible confusión y no sabía qué decir ni qué pensar.
Ella me habría ayudado gustosa, pero, ¿qué podía hacer una criatura de
porcelana? Los ojos entornados, las cejas y las pestañas, a cierta distancia,
parecían llenos de vida. No me miraba a mí, sino a la cama. Quería acostarse y
daba vueltas en su pedestal continuamente. Casi perdí el control de mis
nervios; la levanté y traté de llevarla hasta el lecho. Mis dedos no dejaron
huella en su frío cuerpo de porcelana y lo que me dejó más sorprendido es que
era ligera como una pluma. De repente, pareció encogerse y volverse muy
pequeña, más diminuta que la palma de mi mano, aunque su aspecto no varió. Tomé
una almohada y la puse en un extremo, hice un hueco en el otro con mi puño y la
coloqué allí, para luego doblar su gorro de dormir en cuatro y cubrirla hasta
la cabeza con él. Continuó inmóvil. Apagué la vela y súbitamente oí su voz
desde la almohada:
-Leva, ¿por qué me he vuelto de
porcelana?
No supe qué contestar, y ella
repitió:
-¿Cambiará algo entre nosotros el
que yo sea de porcelana?
No quise apenarla y respondí que
no. Volví a tocarla en la oscuridad; estaba quieta como antes, fría y de
porcelana. Su estómago seguía siendo el mismo que en vida, sobresalía un poco,
hecho poco natural para una muñeca de porcelana. Entonces experimenté un
extraño sentimiento. Me pareció agradable que hubiese adquirido aquel estado y
ya no me sentí sorprendido. Ahora todo resultaba natural. La levanté, me la
pasé de una mano a la otra para abrigarla bajo mi cabeza. Le gustó. Nos dormimos.
Por la mañana me levanté y salí sin mirarla. Todo lo sucedido el día anterior
me parecía demasiado terrible. Cuando regresé a la hora de comer, había
recuperado su estado normal, pero no le recordé su transformación, temiendo
apenarlas a ella y a la tía. Sólo te lo he contado a ti. Creí que todo había
pasado, pero cada día, al quedarnos solos, ocurre lo mismo. De pronto se
convierte en un minúsculo ser de porcelana. En presencia de los demás continúa
igual que antes. No se siente abatida por ello, ni tampoco yo. Por extraño que
pueda parecerte, confieso con franqueza que me alegro, y aun pese a su
condición de porcelana, somos muy felices.
Te escribo todo esto, querida
Tania, para que prepares a sus padres para la noticia y para que papá
investigue con los médicos el significado de esta transformación y si no puede
ser perjudicial para el niño que esperamos. Ahora estamos solos, está sentada
bajo mi corbata de lazo y siento cómo su nariz puntiaguda me rasca el cuello.
Ayer la dejé sola en una habitación y al entrar vi que «Dora», nuestra perrita,
la había arrastrado hasta una esquina y jugaba con ella. Estuvo a punto de
romperla. Le pegué a «Dora», metí a Sonia en el bolsillo de mi chaleco y la
conduje a mi estudio. Ahora estoy esperando de Tula una cajita de madera que he
encargado, cubierta de tafilete en el exterior y con el interior forrado de
terciopelo frambuesa, con un espacio arreglado para que pueda ser llevada con
los codos, cabeza y espalda dispuestos de tal modo que no pueda romperse. La
cubriré también totalmente de gamuza.
Estaba escribiendo esta carta
cuando ha ocurrido una terrible desgracia. Ella estaba sobre la mesa cuando
Natalia Petrovna la ha empujado al pasar. Ha caído al suelo y se ha roto una
pierna por encima de la rodilla, y el tronco. Alex dice que puede arreglarse
con un pegamento a base de clara de huevo. Si tal receta se conoce en Moscú,
envíamela, por favor.
![]() |
Tolstoi mantuvo una correspondencia fluida con Gandhi y, según muchos, fue un generador activo de la filosofía de la resistencia no violenta que aquel practicó. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario