miércoles, 25 de septiembre de 2013

“Creo que esforzarse en buscar palabras hermosas es mejor que aniquilar y matar” - Jaroslav Seifert

23 de setiembre de 1901 - Praga


“Apenas publicó su primer libro, "Ciudad en lágrimas" (1921), fue considerado por la crítica literaria como el pionero del nuevo arte proletario, ya que su poesía, además de reflejar las vivencias de su juventud, reflejaba las influencias de la revolución rusa y las concepciones filosóficas del marxismo.

Cuando la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura, en 1984, el poeta praguense era relativamente conocido en Escandinavia, razón por la cual la televisión sueca transmitió un reportaje desde su casa, para ponernos en contacto con una personalidad atractiva, de conmovedora vitalidad y amor desmesurado por el mundo y sus habitantes. Jaroslav Seifert apareció sentado en su escritorio, rodeado de cuadros y libros de autores checos, pues Seifert era un poeta nacionalista por excelencia, cuyas obras estaban inspiradas en su propia tierra y, sobre todo, en Praga, ciudad a la que le rindió pleitesía por medio de sus versos. Durante el reportaje, Seifert se mantuvo sentado, con las muletas al alcance de las manos y contestando las preguntas con voz dulce: "No estoy sorprendido por el premio", les dijo a los periodistas. Hacía ya cuatro años que había sido propuesto junto al escritor norteamericano Arthur Miller, al poeta francés Louis Aragón y Roman Jakobson. Como fuere, y lejos de falsas modestias, el premio era un gran estímulo para promocionar la literatura checa a nivel internacional y para empezar a traducir, junto a su nombre, a otros escritores que permanecían en el anonimato.

Jaroslav Seifert ha dedicado gran parte de su vida a leer y escribir poesía, consciente de que su pueblo gustó desde siempre de este género literario, incluso en los momentos más trágicos de la guerra. "Yo creo -dijo-, que la poesía tiene un enorme significado para un pueblo, y mientras más pequeño es éste, la poesía tiene aún mayor significado".

Este poeta que alcanzó los 84 años de edad, que amaba la vida y odiaba la muerte, jugó con los estilos a lo largo de su carrera literaria. Hasta la Segunda Guerra Mundial escribió versos con métrica y rima, pero luego de un largo periodo de enfermedades, empezó a cultivar el verso libre, exento de retórica y patetismo, bajo las influencias de Apollinaire, Verlaine y otros poetas del modernismo francés. Así, a este periodo corresponden sus mejores poemarios: "Concierto en la isla" (1965), "El cometa Halley" (1967), "La fundición de las campanas" (1967), "La columna de la peste" (1977) y "Ser poeta" (1983).

En un congreso de escritores celebrado en 1956, manifestó que los poetas son la conciencia nacional, desde el instante en que trabajan con la palabra escrita y porque tienen mucho más que ver con la realidad que los músicos o pintores. En 1968 firmó el "Manifiesto de las 2000 palabras" y, nueve años después, fue el primero en pronunciarse en defensa de los escritores perseguidos y encarcelados, y el primero en firmar "Carta 77".

Cuando el gobierno disolvió la Unión de Escritores Checoslovacos en 1970, Seifert pasó a ser uno de los poetas cuyos versos no se podían publicar libremente. Sin embargo, su poesía, vapuleada por la censura, circulaba clandestinamente en forma de folletos; unas veces, copiadas a máquina y, otras, a pulso. Circunstancias en las que la poesía de Seifert se convirtió en símbolo de protesta contra la censura de prensa y la libertad de expresión...

Víctor Montoya

De: Letras.s5.com



Ante la puerta de Matías


"Con la barbilla apoyada en las rodillas solía sentarme ante la verja del castillo y miraba pelear a los gigantes, uno con un palo, el otro con una daga, tenía tiempo de sobra, esperaba el final de aquel combate. La guerra, por entonces, poco a poco retrocedía; me sonaban las tripas, y había hambre. Pero ¿qué le importa al cielo cuando llega la primavera?, en los tejados, los palomos rondaban a las palomas, arrullándose ridículamente, y suaves lloviznas rosas, azules, caían sobre Praga. Bajo el funicular, sobre la hierba, las violetas sonreían a los zapatos, y el vagón se caía entre las flores bajo el tejado, donde sonaba el timbre. Y en ese momento la fuente antigua me salpicó de agua, como con una gota de leche la mujer que amamanta, al darse cuenta de que no miro amorosamente sólo al rostro del niño. Por lo demás, la belleza de las mujeres abrió hasta los ojos ciegos de Homero, pero ya era viejo. Luego me limité a esperar pacientemente a que cayera el mazo y rugiera el cráneo, a que el viento arrebatara el sombrero cardenalicio del pórtico de palacio dónde se había posado una mariposa, a qué las gárgolas vomitaran delante de mí las vedijas de plata del cielo limpio, sobre el que no había ni una mancha, y alguna uniera a mis pasos los ojos de su sonrisa. Esta es toda la historia, no satisface, pero no hay asesinatos en ella, por lo menos no muchos, y aún espero, y es que ni siquiera la daga, que la mano sostiene en alto, se ha hundido en las costillas, que es lo que anhela. "

De: Letras.s5.com

SÓLO UNA VEZ


Sólo una vez he visto
el sol ensangrentado.
Ni una más.
Se hundía terrorífico en el horizonte
y parecía como si
alguien hubiera abierto de una patada
las puertas del infierno.
Pregunté en el observatorio.
Y ahora sé por qué.

El infierno está, es sabido, en todas partes
y anda sobre dos piernas.
Pero ¿y el paraíso?
Puede que el paraíso no sea más
que una sonrisa
que esperamos durante mucho tiempo,
y labios
 que susurran nuestro nombre.
Y cualquier breve instante
en que se nos conceda olvidar
que el infierno existe.


De: abrahamgragera.blogspot.com




Apagad las luces


En silencio. Que no se caiga el rocío
que tiembla en la punta misma de las pestañas;
sin hacer ruido. silenciosamente. sin patetismo,
a aquella noche le digo: no fuiste de las peores.

Con las alas de la guarda
de las tinieblas, no nos envolvió tu ángel,
que con nosotros estaba, oh noche seria
después de frívolas noches, con violencia.

Y el grito que por tu alfombra se extiende
cuando de horror las manos nos estrechamos,
ese espantoso grito que puede oír cualquiera todavía,
una llamada dulce es para mí.

¡Apagad las luces! que no se caiga el rocío
que tiembla en la punta misma de las pestañas;
sin hacer ruido, silenciosamente, sin patetismos,
digo: cuál, cuál era la claridad

de aquella noche en que todo oscureció,
en que todos como sombras
en su tronco se encogieron.
Sé bien, sé muy bien que entonces hubiera sido mejor
oír el estruendo.

Versión de Clara Janés



Pan y rosas



Entre dos polos se tensa el mundo
como la piel del asno.
La vida, entre dos cosas:
pan y rosas.

Se oye el mundo, redoblan los tambores.
Para cosas pequeñas, guerra grande.
Ganador y vencido vuelven a casa.
¿Qué distancia, qué distancia hay a casa?

Dos dados, dos palabras maravillosas,
en la corneta de la historia: pan y rosas.
Volver a tocar sobre el tambor volcado
moviendo con violencia la corneta en las manos.

Sobre la piel de asno del tambor de guerra,
para nuestro amor, el hambre y la muerte espera.

Versión de Clara Janés  





El tímido susurro de la boca besada...



El tímido susurro de la boca besada
                      que sonríe: Por un sí,
que hace tiempo no escucho.
                      Ni tampoco me toca.
Sin embargo quisiera encontrar aún palabras
que estén amasadas
                      de miga de pan,
                      o de olor de tilos.
Pero el pan se ha puesto mohoso
                      y el perfume amargo.

Y en torno a mí se arrastran palabras de puntillas
y me ahogan,
                      cuando quiero asirlas.
Matarlas no puedo,
                      y a mí me matan.
¡Y retumban las puertas a golpes de maldiciones!
Si pudiera obligarlas a bailar para mí
se quedarían mudas.
                     Y aún cojearían.

Sin embargo sé muy bien
que el poeta está obligado siempre a decir más
que lo que esconde el rumor de las palabras.
Y eso es la poesía.
De lo contrario con la palanca del verso no podría
hacer saltar el capullo de los melosos goznes
y obligar al escalofrío
                      a que nos recorra la espalda
mientras desnuda la verdad.


Versión de Clara Janés




El grito de los fantasmas



En vano nos agarramos a las telarañas flotantes
y al alambre de púas.
En vano apoyamos el talón en la tierra
para no dejarnos arrastrar con tanto ímpetu
hacia las tinieblas, que son más negras
que la más negra noche
y carece ya de corona de estrellas.

Y cada día encontramos a alguien
que involuntariamente nos pregunta
sin abrir siquiera la boca:
¿Cuándo? ¿cómo? ¿y qué viene después?

Bailan y danzan aún un poco más
y respiran el aire perfumado,
¡aunque sea con el dogal al cuello!

Versión de Clara Janés

De: poesia@amediavoz.com

“Inflámate, llama de las palabras, y arde, aunque acaso 
me quemes los dedos”- 



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