miércoles, 28 de agosto de 2013

Que sus "perras negras" nos muerdan siempre...

26 de agosto de 1914
Jules Florencio Cortázar
Docente, traductor, escritor.

Aplastamiento de las gotas


Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós. 


La prosa del observatorio*  (Fragmento)


Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre, esa hora orificio a la que se accede al socaire de las otras horas, de la incontable vida con sus horas de frente y de lado, su tiempo para cada cosa, sus cosas en el preciso tiempo, estar en una pieza de hotel o de un andén, estar mirando una vitrina, un perro, acaso teniéndote en los brazos, amor de siesta o duermevela, entreviendo en esa mancha clara la puerta que se abre a la terraza, en una ráfaga verde la blusa que te quitaste para darme la leve sal que tiembla en tus senos, y sin aviso, sin innecesarias advertencias de pasaje, en un café del barrio latino o en la última secuencia de una película de Pabst, un arrimo a lo que ya no se ordena como dios manda, acceso entre dos ocupaciones instaladas en el nicho de sus horas, en la colmena día, así o de otra manera (en la ducha, en plena calle, en una sonata, en un telegrama) tocar con algo que no se apoya en los sentidos esa brecha en la sucesión, y tan así, tan resbalando, las anguilas, por ejemplo, la región de los sargazos, las anguilas y también las máquinas de mármol, la noche de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de Jaipur y de Delhi, la negra cinta de las migraciones, las anguilas en plena calle o en la platea de un teatro, dándose para el que las sigue desde las máquinas de mármol, ese que ya no mira el reloj en la noche de París; tan simplemente anillo de Moebius y de anguila y de máquinas de mármol, esto que fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la migración de un verbo: discurso, decurso, las anguilas atlánticas y las palabras anguilas, los relámpagos de mármol de las máquinas de Jai Singh, el que mira los astros y las anguilas, el anillo de Moebius circulando en sí mismo, en el océano, en Jaipur, cumpliéndose otra vez sin otras veces, siendo como lo es el mármol, como lo es la anguila: comprenderás que nada de eso puede decirse desde aceras o sillas o tablados de la ciudad; comprenderás que sólo así, cediéndose anguila o mármol, dejándose anillo, entonces ya no se está entre los sargazos, ..hay decurso, eso pasa: intentarlo, como ellas en la noche atlántica, como el que busca las mensuras estelares, no para saber, no para nada; algo como un golpe de ala, un descorrerse, un quejido de amor y entonces ya, entonces tal vez, entonces por eso sí.
Desde luego inevitable metáfora, anguila o estrella, desde luego perchas de la imagen, desde luego ficción, ergo tranquilidad en bibliotecas y butacas; como quieras, no hay otra manera aquí de ser un sultán de Jaipur, un banco de anguilas, un hombre que levanta la cara hacia lo abierto en la noche pelirroja. Ah, pero no ceder al reclamo de esa inteligencia habituada a otros envites: entrarle a palabras, a saco de vómito de estrellas o de anguilas; que lo dicho sea, la lenta curva de las máquinas de mármol o la cinta negra hirviente nocturna al asalto de los estuarios, y que no sea por solamente dicho, que eso que fluye o converge o busca sea lo que es -y no lo que se dice: perra aristotélica, que lo binario que te afila los colmillos sepa de alguna manera su innecesidad cuando otra esclusa empieza a abrirse en mármol y en peces, cuando Jai Singh con un cristal entre los dedos es ese pescador que extrae de la red, estremecida de dientes y de rabia, una anguila que es una estrella que es una anguila que es una estrella que es una anguila. (...) 


*escrito por Julio Cortázar con motivo del Año Internacional del Libro, 1972.


Nada a Pehuajó

(Un Acto)



CLIENTE - ¿Aquí es la empresa de transportes?

EMPLEADO - Sí, señor (lo mira un poco como un entomólogo a un bicho).

CLIENTE - Vea, yo tengo algunas cosas que trasladar de Buenos Aires a Pehuajó.

EMPLEADO (abriendo un gran libro) - De Buenos Aires a Pehuajó.

CLIENTE - Sí.  Varios efectos personales.

EMPLEADO (anota) - Efectos.  ¿Solamente efectos?

CLIENTE - Sí.  Personales.

EMPLEADO - Muy bien.  Si no hay más que efectos, paciencia.  Siempre es lo mismo, qué le vamos a hacer.

CLIENTE (con alguna sorpresa) - Sí, son ocho valijas grandes, una mesa de luz, un cajón de libros y un mono embalsamado.

EMPLEADO (anotando) - Y un mono embalsamado.

CLIENTE - Sí, de Buenos Aires a Pehuajó.

EMPLEADO - Efectos personales.

CLIENTE - Personales.

EMPLEADO - ¿El mono también es un efecto personal?

CLIENTE - Naturalmente.

EMPLEADO (anotando) - Efecto personal.

CLIENTE - Quisiera que me hicieran en seguida el transporte.

EMPLEADO - Sí, señor.  En seguida.

CLIENTE - Lo antes posible.

EMPLEADO - Sí, señor.  Se puede hacer lo antes posible o lo después posible, depende del transporte que usted elija.

CLIENTE (perplejo) - ¿Yo tengo que elegir?

EMPLEADO - Por supuesto.  Usted elige y nosotros fletamos.

CLIENTE - Muy bien.  Voy a elegir ahora mismo.

EMPLEADO - Toda elección se hace ahora, señor.  No hay elecciones
pasadas ni futuras, por lo menos en teoría.

CLIENTE (un poco abrumado) - Cierto, lo tengo leído en alguna parte. Y bueno, entonces elijo.

EMPLEADO (abriendo una carpeta) - Vamos a ver.  Usted dijo ocho valijas, una mesa de luz, un cajón de luz y el antropoide, ¿no?

CLIENTE - Sí, pero no es un antropoide.  Apenas un tití.  Se llamaba Heriberto, nombre que le puso mi esposa que en paz descanse.

EMPLEADO - Un cajón de libros y el animal llamado Heriberto. (Consulta la carpeta).  Vamos a ver.  De Buenos Aires a Pehuajó... a Pehuajó...  Aquí está.  Para las valijas puede elegir entre transporte por perros, por tren rápido y por tren de carga.

CLIENTE - Por tren rápido, naturalmente.

EMPLEADO - El tren rápido no para en Pehuajó.

CLIENTE - ¿Entonces por qué me lo propone?

EMPLEADO - Las valijas se pueden llevar en el tren rápido hasta Bahía Blanca, y de ahí vuelven a Pehuajó por lo que usted elija: perros, tren rápido o tren de carga.

CLIENTE - Pero si el de ida no para en Pehuajó me parece un poco... Mejor el tren de carga, entonces.

EMPLEADO - ¿Usted dijo que tenía apuro?

CLIENTE - Sí, bastante.

EMPLEADO - Entonces no le aconsejo el tren de carga para las valijas, porque tardan años en llegar a Pehuajó.  En cambio le conviene para la mesa de luz y el cajón de libros.  Llegan en seguida.

CLIENTE - No entiendo.  Si llevando las valijas...

EMPLEADO - Llevando las valijas es muy distinto que llevando la mesa de luz.  Una mesa de luz es... ¿cómo le voy a decir?, es un mueble liviano.  Su nombre mismo lo dice.  Flota un poco, si se pone a pensarlo.

CLIENTE - ¡No flota nada!  ¡A mí nunca me ha flotado una mesa de luz!

EMPLEADO - Usted dormía, a esa hora...

CLIENTE (Una pausa.  Mirándolo asombrado) - ¿Y el cajón de libros, también es liviano?  ¿También flota, el cajón de libros?

EMPLEADO (seco) - El cajón de libros tiene privilegio especial del Ministerio.  Los libros deben llegar antes que nada.  Es una cuestión de cultura.  ¿Usted no lee El Correo de la Unesco?

CLIENTE (que renuncia a entender) - Bueno, está bien.  Esas cosas mándelas por el tren de carga.  Y las valijas mándelas...  Mire, me da igual, mándelas como quiera.

EMPLEADO - Ah, eso no.  Usted tiene que elegir.  Le repito: se pueden mandar tren rápido, tren de carga y por perros.

CLIENTE - ¿Por qué no me aconseja el mejor sistema?

EMPLEADO - Lo mejor sería el tren, naturalmente, pero en el caso de las valijas yo le aconsejaría los perros.

CLIENTE - ¿Y qué es eso?

EMPLEADO - Perros.  Tenemos muchísimos perros que llevan valijas de Buenos Aires a Pehuajó.  Es un método sencillo pero sólido, de resultado más que probable.

CLIENTE - Los perros... ¿llevan las valijas?

EMPLEADO - Sí.  Usted tiene ocho valijas, creo.  Pienso que con tres perros por valija... es decir veinticuatro...  Agregando cinco por cualquier imprevisto...  Perfecto.  Entonces, queda decidido.  Firme esta boleta.  (Sonríe satisfecho, pero se sobresalta)  ¡Ah, pero todavía falta el animal embalsamado!

CLIENTE - El mono, sí.

EMPLEADO - El mono, eso es.  El transporte de este mono es complicado. Usted va a tener que elegir... y realmente no es muy fácil.  En fin, yo le leo la lista de medios de transporte y usted decide.  El antropoide puede ser fletado por correo certificado riesgoso; por los boyscouts aprovechando la carrera de resistencia con carga entre Buenos Aires y Bahía Blanca; en camión ordinario; en camión precario; en tren rápido; en tren de carga y por perros.

CLIENTE - ¡Dios mío!

EMPLEADO - Es lo que se dice siempre.  Casi me asombra que la Compañía no lo imprima al final de la lista.

CLIENTE (Retorciéndose las manos) - ¿Qué voy a hacer?  ¡Es tan complicado!  ¡Es tan difícil elegir!

EMPLEADO - Sí, es difícil.  Y sobre todo comprometido, porque el mono puede averiarse.  Yo que usted, por ejemplo, no lo mandaría por perros.  Un peligro gravísimo.

CLIENTE - ¿Y entonces?  (Casi llorando)  ¿Qué hago, entonces?

EMPLEADO - En fin, un poco puedo ayudarlo.  Lo mejor va ser que lo mande por correo certificado riesgoso.

CLIENTE - ¿Qué es eso... riesgoso?

EMPLEADO - Quiere decir que en realidad está prohibido mandar antropoides embalsamados por correo.  Si le abren el paquete en alguna oficina, se acabó el transporte.

CLIENTE - ¿Y qué pasa?

EMPLEADO - No sé, supongo que le confiscan el cuadrumano, o lo devuelven al remitente con una carta amenazante.  Es terrible el lenguaje que emplean.  Yo casi le aconsejaría que no lo mandase.  (Con un tono casi íntimo)  Realmente, ¿por qué no se queda con el antropoide?  ¿Por qué lo tiene que mandar a Pehuajó?

CLIENTE - Se lo mando a mi cuñado que lo quiere poner en la sala.

EMPLEADO - ¡Vea qué razón!  ¿Tiene sentido molestar todo el sistema de transportes de una compañía como ésta para que su cuñado, esa perfecta basura, ponga un mono embalsamado en la sala?  (Amenazante)  ¿No se da cuenta del absurdo?  ¿No le dan miedo las consecuencias de su acto?

CLIENTE (contrito) - Yo creía que uno puede mandar lo que quiera, siempre que pague.

EMPLEADO - ¡Lo que quiera!  ¡Lo que quiera!  ¡Estaríamos arreglados! Suponga que aquí viene un individuo con una estampilla del Congo Belga y pide que la expidamos a Catamarca.  ¿Usted se da cuenta del lío en que nos mete?  ¿No sabe que para fletar una estampilla usada hay por lo menos treinta y seis maneras, sin contar los perros, y todas
precarias?

CLIENTE - Sí, pero...

EMPLEADO - ¡No, señor, es que en el mundo reina la inconsciencia!  ¡La gente dispone de las empresas y de los servicios públicos con un cinismo horrible!  Vea ese tipo que se ha sentado ahí (señala hacia el Defensor, que ha alzado la mano y hace señas al Mozo II).  ¿Usted tiene una idea de lo que va a pasar?  El individuo ha entrado con el desparpajo más absoluto, se ha instalado en una mesa, fastidiando al mozo que se le acerca, pobre hombre cubierto de hijos y de horas de trabajo, y ahora va a ver que ese desconsiderado ¡le va a pedir un CAFÉ!

EL DEFENSOR - Un café.

MOZO II - ¡Aaah!  (Cae desmayado)

EMPLEADO - ¿Ve?  Se lo decía.  Ahora esta noche en el hogar de ese pobre obrero va a reinar el dolor más profundo.  Y no se puede impedir, eso es lo malo.  No se puede hacer absolutamente nada para impedirlo.

CLIENTE - Pero ese señor no hizo más que...

EMPLEADO - ¿Qué sabe usted lo que verdaderamente hizo?  Usted vio el final de la cuenta, el resultado.  Pero todas las cifras amontonadas, las columnas y columnas (con énfasis, alzando progresivamente la voz) y columnas y columnas...

EL ARQUITECTO (Que dibuja en el aire con las dos manos, coincidiendo con las últimas palabras del Empleado) - Y ahora otra, y otra, y otra, y eso se llama el Partenón.

SEÑORA - ¡Qué regio! (pronuncia "rágio")

EL ARQUITECTO (cortando su efusión, con tono seco y mecánico) - Es muy desagradable que en este lugar los mozos se desmayen a cada rato.  (El Maître y el Mozo I ayudan a levantarse al Mozo II, que reanuda su trabajo).

SEÑORA - Parecería que hay un cierto mefitismo en el ambiente.

EL ARQUITECTO - Serán los "hors d'oeuvre".  La predominancia del salmón sobre el escalope.

SEÑORA - Y el gusto por el encierro, créame.  No como el Partenón, tan ventilado...


  (Incluido en "Adiós, Robinson y otras piezas breves")


De: Galeon.com Hispavista



































OBJETOS PERDIDOS


Por veredas de sueño y habitaciones sordas
tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome
pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta
donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo
si la cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no te busco.
Mendoza, Argentina 1944
La mufa
Vos ves la Cruz del Sur,
respirás el verano con su olor a duraznos,
y caminás de noche
mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires,
por ese siempre mismo Buenos Aires.
Quizá la más querida

Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.

Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña esperando entre los pétalos.

Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y voceaban la guerra en las esquinas.

Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.
Una carta de amor
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo

como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,

todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,

y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.




























































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