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10 de agosto de 1912 - Bahía |
CARTA DE UNA MADRE, COSTURERA, A LA REDACCIÓN DEL JORNAL DA
TARDE
"Señor Redactor:
Disculpe los errores y la letra, pues no suelo ocuparme de estas cosas del escribir y si hoy me presento ante usted es para poner los puntos sobre las íes. Leí en el diario una noticia sobre los hurtos de los "Capitanes de la arena" y enseguida vino la policía y dijo que los iría a perseguir y entonces el doctor de los menores vino con sus palabras diciendo que era una pena que no se enmendaran en el reformatorio a donde él mandaba a los pobres. Y es para hablar del reformatorio que le escribo estas mal trazadas líneas. Querría que su diario mandase a una persona a que visite y vea cómo son tratados los hijos de los pobres que tienen la desgracia de caer en las manos de esos guardianes sin alma."
De: Capitanes
de la arena
DE LA TENTACIÓN EN LA VENTANA
La casa
de Gloria quedaba en la esquina de la Plaza, y Gloria se reclinaba en la
ventana por las tardes, los robustos senos empinados como una ofrenda a los
paseantes. Ambas actitudes escandalizaban a las solteronas que iban a la
iglesia, y daban lugar a los mismos comentarios, todos los días, a la hora
vespertina de la oración:
-Qué falta de vergüenza...
-Los hombres pecan hasta sin querer. Sólo con
mirar.
-Hasta los niños pierden la virginidad de los
ojos... La áspera Dorotea, toda de negro en su virginal virtud, se atrevía a
murmurar en santa exaltación: -El "coronel" Coriolano podía haberle
puesto casa en una callejuela alejada. Viene y la planta en la cara de las
mejores familias de la ciudad... En plena nariz de los hombres ...
-Cerquita de la Iglesia. Hasta ofende a Dios
eso...
Del
bar, repleto a partir de las cinco de la tarde, los hombres alargaban los ojos
hacia la ventana de Gloria, al otro lado de la plaza. El profesor Josué, de
corbata "mariposa" azul con lunares blancos, el cabello reluciente
de brillantina y las mejillas cavadas por la tuberculosis, alto y espigado
("como un triste eucalipto solitario", se había definido él mismo en
un poema), con un libro de versos en la mano, atravesaba la Plaza y tomaba la
vereda de Gloria. En la esquina, en el fondo de la Plaza, en el centro de un
pequeño jardín bien cuidado de rosas-té y de azucenas, con un jazminero a la
puerta, se levantaba la nueva casa del "coronel" Melk Tavares, objeto
de profundas y agrias discusiones en la Papelería Modelo. Era una casa en
"estilo moderno", la primera que fuera construida por el arquitecto
traído por Mundinho Falcáo, y las opiniones de la intelectualidad se habían
dividido, se eternizaban. Por sus líneas claras y simples, contrastaba con las
pesadas casonas, y las bajas casas coloniales.
En el
jardín, cuidando de sus flores, arrodillada entre ellas, más bellas que ellas,
soñaba Malvina, hija única de Melk, alumna del colegio de las monjas, por quien
suspiraba Josué. Todas las tardes, terminadas las clases y la indispensable
charla en la Papelería Modelo, el profesor iba a pasear por la Plaza, veinte
veces pasaba ante el jardín de Malvina, veinte veces su mirada suplicante
posábase en la joven, en muda declaración.
En el bar de Nacib, los clientes habituales seguían la peregrinación
cotidiana con risueños comentarios:
-El profesor es obstinado...
-Quiere tener independencia, poseer cacaotales
sin tomarse el trabajo de plantar.
-Allá va él a su penitencia... -decían las solteronas
al verlo llegar a la Plaza, acalorado, y simpatizaban con él, con su ardorosa
pasión no correspondida.
-Yo sé bien lo que ella es: una vampiresa con veleidades
de importante. ¿Qué espera ella, mejor que ese muchacho tan inteligente?
-Pero pobre...
-El casamiento por dinero no trae la felicidad.
Un muchacho tan bueno, tan versado en letras, que hasta escribe versos...
En las
proximidades de la Iglesia, Josué disminuía el paso acelerado, se quitaba el
sombrero, casi doblándose en dos al saludar a las solteronas.
-Tan educado. Un joven tan fino...
-Pero débil del pecho.
-El doctor Plinio dijo que no tiene nada en el
pulmón, apenas si es débil.
-¡Una descarada es lo que es! Porque tiene una carita
bonita y el padre tiene dinero ...
Y el
muchacho, pobre, tan enamorado... -un suspiro se elevaba del pecho emballenado.
Seguido
por los simpáticos comentarios de las solteronas y por las injustas opiniones
emitidas en el bar, Josué aproximábase a la ventana de Gloria. Era para ver a
Malvina, bella y fría. Todos los atardeceres él hacía ese recorrido a pasos
lentos, con un libro de versos en la mano.
Pero,
al pasar, su mirada romántica se posaba en la pujanza de los
altos senos de Gloria, colocados en la ventana
como sobre una bandeja azul. Y de los senos subía hacia el rostro moreno
quemado, de labios carnosos y ávidos, de ojos entornados en permanente
invitación. Ascendían en pecaminoso y
material deseo los ojos románticos de Josué, y el color cubría la palidez de
su rostro. Apenas por un instante, pues pasada la tentación de la ventana mal
afamada, sus ojos retornaban a su expresión de súplica y desesperanza, más
pálida todavía su faz, y con los ojos y el rostro vueltos hacia Malvina.
También
el profesor Josué criticaba, en su fuero íntimo, la desdichada idea que
tuviera el "coronel" Coriolano, estanciero rico, de instalar en la
Plaza San Sebastián, lugar en el que residían las mejores familias, a dos pasos
de la casa del "coronel" Melk Tavares, a su apetecida concubina, tan
dada a la ofrenda... Si se tratara de otra calle cualquiera, más alejada del
jardín de Malvina, en una noche sin luna, él tal vez podría arriesgarse para
ir a cobrar todas las promesas leídas en los ojos de Gloria, que lo llamaban,
con los labios entreabiertos.
-Ya está esa peste con los ojos puestos en el muchacho...
Las
solteronas, con sus largos vestidos negros cerrados en el cuello, y sus negros
chales en los hombros, parecían aves nocturnas paradas ante el atrio de la
pequeña Iglesia. Veían el movimiento de la cabeza, acompañando a Josué en su
paseo ante la casa del "coronel" Melk.
-Él es un joven decente. Sólo tiene ojos para Malvina.
-Voy a hacer una promesa a San Sebastián -decía
la rolliza Quinquina- para que Malvina se enamore de él. Le traeré una vela
grande.
-Y yo le traeré otra. . . -reforzaba la flacucha
Florcita, solidaria en todo con la hermana.
En su
ventana, Gloria suspiraba, casi con un gemido. Ansias, tristeza, indignación,
se mezclaban en ese suspiro que iba a morir en la Plaza.
Su pecho estaba lleno de indignación contra los
hombres. Eran cobardes e hipócritas. Cuando, en las horas sofocantes de la
media tarde, la Plaza quedaba vacía, y las ventanas de las casas de familia se
cerraban, al pasar, solos ante la ventana abierta de Gloria, le sonreían,
suplicábanle una mirada, le deseaban "buenas tardes" con visible
emoción. Pero bastaba que hubiera alguien en la Plaza, aunque se tratase de una
solterona, o que viniesen acompañados, y entonces le daban vuelta la cara,
miraban hacia otro lado, ostensiblemente, como si les repugnara verla en la
ventana, con sus altos senos saltando de la bordada blusa de linón. Disfrazaban
su rostro con ofendida pudicia, hasta aquellos mismos que antes le habían dicho
galanterías al pasar estando solos. A Gloria le hubiera gustado darles con la
ventana en la cara, pero, ¡ay! no tenía fuerzas para hacerlo, aquella chispa de
deseo entrevista en los ojos de los hombres era todo cuanto poseía en su
soledad. Demasiado poco
para su sed y su hambre. Pero, si les golpeaba
con la ventana en la cara,
perdería hasta aquellas sonrisas, aquellas
miradas cínicas, aquellas medrosas y fugitivas palabras. No había mujer casada
en Ilhéus, ciudad donde la mujer casada vivía en el interior de sus casas,
cuidando del hogar, tan bien guardada e inaccesible como aquella manceba. El
"coronel" Coriolano no era hombre con quien se podía jugar. Tanto
miedo le tenían, que no se animaban siquiera a saludar a la pobre Gloria. Sólo Josué era diferente. Veinte veces
en cada tarde, su mirada se encendía al pasar bajo la ventana de Gloria, y
apagábase, romántica, ante el portón de Malvina. Gloria sabía de la pasión
del profesor y también ella sentía antipatía hacia la joven estudiante,
indiferente a tanto amor, motejándola de fastidiosa y tonta. Conocía la pasión
de Josué pero, no por eso, dejaba de sonreírle con aquella misma sonrisa de
invitación y de promesa, y sentía agradecimiento hacia él que, jamás, ni
cuando Malvina estaba en el portón, le daba vuelta el rostro. ¡Ah!, si él tuviera
un poco más de coraje y empujase, en medio de la noche, la puerta de calle que
Gloria dejaba abierta, pues, ¿quién sabe? de repente ... Entonces ella lo haría
olvidar a la muchacha orgullosa.
Josué
no se atrevía a empujar la maciza puerta de calle. Nadie se atrevía. Temían la
lengua afilada de las solteronas, a la gente de la ciudad que hablaban mal de
la vida ajena, miedo del escándalo, pero sobre todo, miedo del
"coronel" Coriolano Ribeiro. Todos sabían la historia de Juca y
Chiquita.
Aquel
día, Josué había venido bastante más temprano, a la hora de la siesta, cuando
la plaza estaba desierta. La asistencia en el bar reducíase a algunos viajantes
de comercio, al Doctor y al Capitán, que disputaban una partida de damas.
Enoch, para festejar la oficialización del colegio, había dado la tarde libre a
los alumnos. El profesor Josué andaba por la feria, asistiendo a la llegada de
un numeroso grupo de "retirantes" al mercado de los esclavos, y
después de demorarse un poco en la Papelería Modelo, tomaba ahora un trago en
el bar, conversando con Nacib:
-Una cantidad de "retirantes". La
sequía está comenzando en el "sertáo".
Nacib
se interesó: -¿Mujeres, también?
El profesor quiso saber la razón de ese interés:
-¿Está tan necesitado de mujer?
-No bromee. Mi cocinera se fue, y estoy buscando
otra. A veces, en medio de esos "retirantes" viene alguna ...
-Sí, había unas cuantas mujeres. Un horror esa
gente, vestida con harapos, sucia, pareciendo apestados...
-Más tarde iré por allá, a ver si encuentro alguna...
Malvina
no aparecía en el portón, Josué mostrábase impaciente.
Nacib
lo informó:
-La chica está en la Avenida de la playa. Pasaron
hace poco, ella y unas compañeras . . .
Josué
pagó, y se puso de pie. Nacib quedó en la puerta del bar, mirándolo partir;
debía ser bueno sentirse así, apasionado. Aún cuando la muchacha hiciera poco
caso, más codiciada todavía. Día más, día menos, aquello terminaría en
casamiento... Gloria aparecía en la ventana, los ojos de Nacib se entornaron,
ávidos. Si un día el "coronel" llegara a dejarla, habría una corrida
nunca vista en Ilhéus. Pero ni así quedaría algo para su buche, los ricos
"coroneles" no lo permitirían...
Las bandejas de dulces y saladitos habían llegado
ya, los clientes del aperitivo estarían contentos. Sólo que él, Nacib, no
podría continuar pagando aquella fortuna a las hermanas Dos Reís. Cuando el
movimiento decreciera, a la hora de la cena, iría al campamento de los
"retirantes". ¿Quién sabe si no tendría suerte y podría conseguir una
cocinera?.. .
Súbitamente, la calma de la tarde fue alterada por gritos, murmullos de
mucha gente hablando. El Capitán detuvo la jugada, con la pieza en la mano.
Nacib dio un paso al frente, el clamor iba en aumento.
(...)
Fragmento de: Gabriela, clavo y canela
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