El
título de esta entrada es un pequeñísimo fragmento extraído del discurso del
Profesor Héctor Balsas en ocasión de su ingreso a la Academia Nacional de
Letras, en 1996.
Lo
hemos seleccionado porque lo sentimos como emblemático de la impronta
pedagógica que acuñó en nosotr@s, hace muchos años, nuestro Profesor de Didáctica
de la Lengua, Héctor Balsas: ese mismo académico, integrante también de la
Academia Porteña del Lunfardo, y el maestro, el autor de obras didácticas, el
cuentista (del que invitamos a leer “Multitud” al pie de página) y el
articulista en medios prestigiosos como “Relaciones”, “Cuadernos del CLAEH”,
“Revista de la Educación del Pueblo”, “El Bien Público”, “Opinar”, “El País
Cultural”, por mencionar algunos.
Con
perspectiva histórica, hoy podemos afirmar que nos inculcó, justamente, que una
de nuestras preocupaciones esenciales ante un grupo de clase era la de provocar
ese estremecimiento al que se refirió Pessoa. Una vibración que no depende sólo
de la dicción (que en él era per-fec-ta) ni de todo un meticuloso proceso en el
que nos introdujo con una solvencia generadora de la conciencia de que el acto
educativo exige el respeto básico de la rigurosidad por parte del docente en su
planificación; recién entonces se está en condiciones de entrar a ese dinámico
escenario en el que, paradójica y difícilmente, la representación se asemeje a
los ensayos. Así que, desde cierto y disciplinado grado de seguridad, nos
preparó para el sentimiento arrollador de estos tiempos: la incertidumbre.
No
nos será suficiente este humilde reconocimiento ni el resto de nuestro
ejercicio docente para agradecerle.
Aún
hoy, en cada hora de clase, está presente, porque con él avizoramos, para siempre, la
posibilidad de que, si las palabras no dicen bien, estaremos causando el mismo
efecto de la mariposa que aletea en Londres...
No hay comentarios:
Publicar un comentario