" Si mi médico me dijera
que tengo sólo seis minutos de vida,
no me reproduciría.
Simplemente
escribiría un poco más rápido."
que tengo sólo seis minutos de vida,
no me reproduciría.
Simplemente
escribiría un poco más rápido."
Isaac Asimov
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Marcos Correa (1986-¿Quién
sabe?)
|
Nació el diecinueve de
diciembre, vísperas del verano.
Sus primeros pasos en la lectura
se dieron en el terreno de la ciencia ficción, transformándolo en un aficionado
al tema.
En el año dos mil doce
incursionó en el área de la escritura, y ciertos temas aprendidos han ido
forjando su camino como escritor. Lejos de ser maestro de la pluma, ha
encontrado en las letras un perfecto método de expresión por el cual canalizar
sus gustos e ideas. Una muestra de esto último son los tres trabajos
presentados a continuación, los cuales desea, desde ya, disfruten.
Un amigo muy cercano (mi yo literario)
Un
robot observador
El
nuevo decano de la universidad de la robótica, se encontraba instalándose en el punto más alto de su carrera. Stuart
Vlim colocó sus cosas en el amplio escritorio del despacho más importante de
las instalaciones de la academia. La secretaria le notificó que solamente
habían sido retiradas las pertenencias más personales de su antecesor Ernest
Miller, pudiendo encontrar espacios ocupados. En los cajones vacíos acomodó las
cosas dejando lugar sobre la superficie de exótica madera para colocar su
ordenador personal. El primer día actuó solamente para comenzar a adaptarse al
nuevo emprendimiento profesional.
La
primera semana pasó entre reuniones de presentación y otras protocolares. Al
momento que estuvo tranquilo, se dedicó enteramente a su despacho. Cuando
llegó, la gran pieza de madera estaba vacía, pero también en la habitación se
podía observar tres estanterías repletas de suplementos de estudio impresos en
papel. “Este material es realmente extraño hoy en día, aunque la personalidad
del viejo Miller explica la existencia de estos artículos”, se dijo.
Mientras
Stuart paseaba la vista por sobre aquello que le llamaba la atención, repasaba
en su mente la carrera de su antecesor. Como uno de los mejores robotistas de
todos los tiempos, había llevado adelante la universidad al igual que la
mayoría de los proyectos robóticos por más de dos generaciones. El viejo decano
gozaba de buena salud, aún pasados los cien años de vida, gracias a los avances
tecnológicos en el área sanitaria. No solo de grande acompañó su prestigio con
resultados; de joven, en una época donde los robots comenzaban a aparecer y ser
aceptados en la sociedad, el profesor encontró múltiples caminos donde
experimentar, transformándose en un pionero en la materia.
La
oficina estaba atestada. El actual encargado decidió librar las paredes de
aquellas estructuras de madera y colocó allí las pizarras digitales y las
pantallas extras del ordenador. El respeto que el profesor Vlim tenía por su
colega fallecido evitó que las cosas fueran botadas a la basura como si de nada
de tratara, sino que prestaba total
cuidado a cada una. Se vio sorprendido por el contenido de la primera
estantería, que estaba repleta de manuales con las restricciones con las que se
habían fabricado desde siempre a todos los robots. Pasó a la segunda, que al
igual que la primera estaba llena. Llevaba más de la mitad de los estantes
liberados cuando un ejemplar despertó
intensamente su curiosidad. La encuadernación era diferente a la del resto.
Cuando lo abrió pudo leer en la primera página “Anotaciones personales” y
claramente se podía notar que pertenecía al profesor Miller. Abandonando las
tareas de organización tomó asiento tras el escritorio y con mucha concentración comenzó a leer el cuaderno. Habiendo
leído más de un tercio del contenido, desvió la mirada, y se hundió en la
conjetura de que en esas escrituras se podía esconder la explicación de la
trágica muerte de su anotador. La voz de la secretaria sonó en el transmisor
haciéndole acuerdo de una reunión con parte del personal de los laboratorios.
Guardó el memorándum entre sus cosas para llevárselo a su domicilio donde poder
revisarlo con mayor detenimiento.
La
noche ya lo había alcanzado. El cansancio del día transcurrido no fue
impedimento alguno para ahora sí poder revisar las anotaciones en total
tranquilidad. A medida que avanzaba en el estudio más se convencía de los
motivos que podrían haber llevado al antiguo decano a tomar la decisión de
quitarse la vida, fenómeno sumamente extraño en esa sociedad. Stuart continuó
leyendo y asegurándose cada vez más de
que el invento que el profesor Miller describía era la causa de tamaña
decisión. Se había hecho de madrugada y luchando contra el sueño, logró llegar
al tramo final del cuaderno donde el
académico que terminó de convencerse: “El experimento ha concluido. Ahora puedo
ver que no es más que una abominación y que jamás tendría que haber sido
creado, no es porque sea malo sino al contrario: los motivos que lo hicieron
posible fueron los más benignos, pero es una cruda realidad que una vez que lo
descubran, las mentes malignas que lo rodean lo utilizaran para otros fines muy
alejados a los de su creación. Por ello se tomó la decisión de ocultar el
secreto donde nadie pueda encontrarlo.” El lector cerró el cuaderno,
consternado por la revelación del invento. Sin dudas había encontrado el cabo
suelto, pero la carta final del suicida lo impresionaba. Mientras en su cabeza
daba vueltas el descubrimiento revelado por las palabras del mismo creador, el
sueño terminó por vencerlo.
El
actual decano amaneció visiblemente alterado. Las preguntas fluían en su mente:
“Si no pudo destruir su invento ¿qué hizo con él? ¿Alguien más se habrá
enterado y luego del suicidio se apoderó del robot?” Las respuestas no se
encontraban en aquellas páginas. Las posibilidades de un robot de aquellas
características son infinitas, pero Stuart pensaba sobre todo en los peligros
que un androide así podría generar en las manos equivocadas. Antes de salir
rápidamente de su casa, ya tenía una decisión tomada: debía acudir de inmediato
a la universidad, encontrar las respuestas a todas las preguntas y terminar con
lo que su antecesor no había podido.
La
secretaria, quien entraba a su labor dos horas antes para la organización de
sus tareas, se encontraba tras su ordenador; muy sorprendida quedó al ver la
imagen perturbada del decano que, dando un veloz saludo, ingresaba en su
oficina lanzando una orden respetuosa de que no se lo molestara por ningún
motivo. Sin pensar demasiado se convenció con la simple explicación de una
posible obsesión laboral, algo muy frecuente en las personas que trabajan en la
materia. En el interior, Stuart revisaba el resto de los ejemplares de las
estanterías, en busca de algún otro
cuaderno de nota pero no obtuvo resultados que esclarecieran un poco más la
nebulosa del asunto.
El
académico tuvo que tomar otro rumbo para obtener datos que lo ayudaran a dar
con aquel robot tan especial. La nueva estrategia estaba dirigida a la
investigación de campo. Por eso fue a los laboratorios para poder consultar al
personal teniendo mucho cuidado de mantener total confidencialidad sobre el
verdadero tema. Los colegas, respetuosos del nuevo decano, respondieron a todas
las preguntas, comentando más adelante en el comedor la extrañeza que el jefe
demostraba sobre los últimos trabajos
que el profesor Miller había llevado adelante.
Una
vez en su oficina, Stuart se rompía la cabeza ante los pocos datos que había
obtenido de los compañeros. Ninguno fue de real ayuda, pero sí pudo deducir que
el viejo Ernest debía haber llevado adelante el proyecto en extramuros de los
laboratorios o mezclado entre los otros experimentos realizados. Estaba seguro
también de que el robot no se hallaba en las instalaciones universitarias; los
androides ensamblados por el antiguo decano en los últimos años, se encontraban
en funcionamiento, a la vista y ninguno contaba con aquella característica
única. Otro día había transcurrido y el robot seguía sin aparecer.
En
su domicilio, el decano no pudo evitar seguir pensando en el tema. Repasando lo
que sabía del profesor trascendido, fue como si una luz se encendiera y casi
gritando, nombró a la esposa, con la certeza de que algún dato importante
debería poder aportar luego de treinta y nueve años de casados. El plan para el
día siguiente ya estaba planteado y era hora de descansar.
Al
igual que el día anterior, el decano se levantó temprano. En esta ocasión no
iría a la oficina sino a la residencia Miller donde esperaba encontrar alguna
pista de lo que hacía días venía buscando. El transporte lo había pasado a
levantar por la casa y de camino el profesor habló al despacho, notificando que
quizás llegaría un poco más tarde. En la entrada de la residencia pudo ver un
robot trabajando el jardín, a Stuart no
le resultó extraño ya que contar con una servidumbre de androides mecánicos era
sumamente normal. Habían llegado a su
destino. Luego de ordenar al automóvil que esperara para llevarlo a la oficina
después de la entrevista con la señora Millar, bajó del vehículo. Tras subir
los tres escalones de mármol blanco, llamó a la puerta; casi al mismo tiempo en
que retiró la mano del timbre, la puerta se abrió, recibiendo la bienvenida por
parte de un robot casi idéntico al que pudiera ver entre las flores, minutos
atrás. Con la clásica amabilidad de un mayordomo residencial, le permitió el
paso mientras le notificaba que la señora lo aguardaba. El androide llevó al
académico a la sala donde la esposa del profesor Miller esperaba junto al fuego
de una estufa a leña. Al tomar asiento en un cómodo sillón afelpado frente a la
mujer, comentó lo acogedor que resultaba el ambiente creado dentro de la sala.
La anciana, quien había hablado muy
cariñosamente al robot pidiéndole trajera dos cafés, explicó que ese lugar
lo había preparado su marido meses antes de morir; allí habían compartido los
momentos posteriores a la decisión de no
concurrir más a la universidad, atendiendo las tareas desde la casa o
asistiendo para temas que realmente exigieran su presencia. El mayordomo entró
con las bebidas y unos bocadillos que apoyó sobre la mesa baja; con un “gracias
querido” la mujer dio permiso al robot para que se retirara hasta que lo
precisara nuevamente. Cuando el cuerpo plateado se retiró, Stuart no pudo
evitar hacer alusión al bondadoso trato con que se dirigía al personal de
servicio. La anciana, con los ojos brillosos, comenzó a contar que hacía un año
la casa contaba con un equipo de servicio igual al del resto de las
residencias, desde que un día al despertar, había encontrado a Ernest Miller junto a la cama, con un robot a su
lado que sostenía el desayuno en una bandeja; la felicidad que el anciano
reflejaba era extraña para su personalidad. La mujer recordó que el viejo decano
había presentado al robot con el nombre de Juber, el mismo distintivo que
llevaba su padre, y le dijo que la ayudaría en todo lo necesario; le preparo
una pieza especial y retiró a todo el personal mecánico. “Tiempo después Ernest
se fue y el robot ha sido un perfecto compañero para mi solitaria
existencia”, sostuvo la señora.
Con
curiosidad Stuart solicitó para observar el lugar preparado para el sirviente
metálico. Caminaron por un pasillo hasta una puerta ubicada al final. Antes de
abrir, la mujer explicó que su marido le había notificado que Juber contaba con
un complejo programa doméstico, que abarcaba desde la jardinería hasta el arte
culinario y que el mismo programa se actualizaba automáticamente. Abrieron la
puerta y se pudo observar la imagen inmutable del robot en una silla frente a
un teletransmisor que emitía continuamente un canal dedicado a todo tipo de
tareas hogareñas. El académico rastrilló el panorama con la vista sin encontrar
nada extraño. Al cerrar la puerta, la
mujer continuó diciendo: “Antes, en la sala, mirábamos la telepantalla y Juber
también estaba con nosotros en todo momento hasta que Ernest falleció”. Desde
ese día la anciana pudo notar un cierto alejamiento del robot como queriendo
brindar el espacio de duelo sin descuidar en lo mínimo lo que la señora precisara.
Stuart
se despidió. Cuando el vehículo inició su marcha, Juber escrutaba al visitante que se marchaba desde su
ventana.
En
la oficina volvió a revisar las páginas del invento, y de pronto, las palabras
“lóbulos oculares” le aclararon todo. “¡Era él!”, dijo Stuart saltando del
asiento. “El robot de la residencia Miller tiene que ser él; claramente el
método de aprendizaje por lo lóbulos oculares es el que utiliza el mayordomo:
los datos emitidos por los programas son recibidos por Juber en el televisor y
razonados por su cerebro para saber en qué momento llevarlos a cabo”. Salió
corriendo pensando en recuperar el robot y destruirlo, para terminar con todo
aquello que desde tantos días venía alterando su ritmo de vida habitual.
De
un brinco subió todos los escalones de la casa de los Miller. Tocó timbre y le
resultó extraño que Juber no abriera de inmediato. Recién después del tercer
llamado obtuvo respuesta, pero esta tampoco fue del robot sino de la mujer del
decano fallecido. Stuart preguntó por el mayordomo; sorprendida por el abrupto
encuentro la anciana respondió que
debería estar en la habitación. El hombre se dirigió al cuarto, apartó la
puerta y vio el teletransmisor encendido, y sobre la silla, un sobre con su
nombre. Al rasgarlo leyó: “Sr. Vlim, su visita fue advertida hace tiempo. Unos
días antes de que el señor terminara con su vida, acudió muy borracho diciendo:
“Juber, realmente eres un robot especial y aprendes muy rápido, pero es
cuestión de tiempo para que alguien descubra todo y vendrá a terminar lo que
debería nunca haber comenzado”. Parecía fuera de sus cabales y hoy el tiempo
demuestra que no era así. Como individuo, debe comprender que cada uno proteja
su propia integridad, creo que lo llaman instinto de supervivencia. Todo lo que
mi creador afirmaba, comienza a ser evidente. Los miedos que tenía son más que
comprensibles y si en algo lo tranquiliza, pienso igual, por lo que nunca
permitiré que el gran invento del señor Miller sea utilizado de mala manera
pero tampoco dejaré que se lo destruya. Debe dejar de buscar ya que no me
encontrarán jamás. Lo saluda atentamente...”
El
decano se sentó; no podía salir del asombro. Una nueva incógnita había empezado
a sobrevolar en su cerebro: no descansaría hasta averiguar dónde estaba aquel
fenómeno.
Apariencia
Realmente
se te ha visto espléndida: esa blusa de seda ajustada a tu cuerpo, como hecha a
medida; el escote hasta la mitad de los pechos que siempre te ha gustado,
seguro por lo que te hace sentir al ver lo que provocás en ellos. La nueva
peluquería que elegiste fue de verdad un gran punto a tu favor, quizá porque
Mariana la peluquera, desde el principio tuvo feeling con vos; el espejo te dio
la razón con la tinta que te hiciste y la verdad no te queda para nada mal.
Eso
que sentiste es hambre, justo a la hora de cenar. Luego de saciar tus ganas con
la exquisita aunque no tan saludable comida que se sirvió en la mesa, te
dirigiste a tu habitación para untarte las habituales cremas para la piel. Tras
dedicar el tiempo de siempre a la higiene bucal, te encontrabas pronta para
acostarte a descansar y así enfrentar mejor el día siguiente.
Tu
humor esta mañana no ha sido el habitual; no sabés qué cambió, algo no anda
bien y una vez frente al espejo lo supiste de inmediato: tu figura no era la
misma, ya la blusa no te sentaba como antes, las piernas debajo de la pollera
se te veían anchas, gordas y con muestras de empezar a salir celulitis. Lo
primero fue caer en depresión: sentada ante tu propia imagen, derramabas
lágrimas anhelando aquella apariencia que unos días atrás tenías; pasó largo
rato desde que empezaste a llorar y la angustia reinó en tu interior. Harta ya
del llanto, encontraste lo que te pareció la mejor solución a lo que te estaba
pasando.
El
plan que habías decidido llevar adelante era sumamente estricto y minucioso y
el principal inconveniente se llamaba familia. Tus ideas ya estaban en
práctica. Te levantaste y de paso para el baño, esquivaste tu mirada que se
salía del espejo. La dedicación que les dabas a los dientes se había
intensificado, el enjuague bucal era más potente al igual que la pasta.
Queriendo evitar cruzarte con tu imagen, te calzaste rápidamente el pantalón
deportivo y saliste directo para el gimnasio a hacer la rutina de ejercicios
matutinos; según tus cálculos, quemarían las calorías a consumir en tu casa, en
caso de no encontrar una excusa para poder evitar esto último. Terminaste de
hacer ejercicios y luego de una ducha, saliste del gimnasio pudiendo al fin
librar tus pensamientos. Estabas aterrada por tu apariencia en los espejos,
pero a la vez te encontrabas conforme y segura de los resultados que soltaría
el nuevo plan.
Una
vez en tu casa, hablaste con tu amiga, para pasar un rato antes de ir a
estudiar y así conseguir el pretexto perfecto y no almorzar. Antes de salir, tu
madre preguntó dónde comerías y si no querías llevar una vianda para el camino,
recibiendo de tu parte, una pequeña mentira fugaz y eficazmente evasiva.
Llevás
un tiempo con el plan y los resultados deberían estar a la vista; igualmente
continuás diciendo que la horrenda imagen en tu reflejo sigue ahí. Las personas
te dicen que estás mucho más flaca, pero tampoco les creés, pensando que lo
dicen por elevarte el ánimo.
Has
decidido agregar un nuevo punto al plan, además de reducir la cantidad de
calorías a ingerir. Recordando un método que conociste a base de laxante lo
pondrías en práctica en la noche luego de cenar. Con una sección triple de
ejercicios y luego de comer y bañarte tomaste el remedio para el estreñimiento.
La dosis que tragaste mezclada con agua, no te había hecho efecto. Debido al
cansancio y la fatiga, el sueño terminó por vencerte y quedaste profundamente
dormida. Se te podía ver retorcer en la cama, aún bajos los efectos del sueño.
El malestar y los retorcijones, se volvieron insoportables hasta que
despertaste y saliste disparada hacia el baño.
Hace
largo rato, a la fuerte descompostura provocada a propósito, se sumaron
enérgicos vómitos que gracias al estómago casi vacío, encontró la manera de
aumentar el malestar general. Las constantes lanzadas y el incontenible
llanto, primero llamaron la
atención de tu madre, que parada en la entrada mostraba su preocupación por
vos. Tu respuesta de que la comida no te había hecho bien no terminaba de
convencer a la mujer tras la puerta y a la que tu padre se sumó al ver que el
escándalo a tan altas horas de la noche continuaba. Tu papá preguntó qué te estaba pasando y tu madre se
sumó, preocupada desde días atrás por lo poco que estabas comiendo (aunque
dijeras que comías fuera), por lo fatigada y débil que se te veía y sobre todo
por lo flaca que se te notaba por encima
de la ropa que venís usando últimamente. Los gritos y el llanto de angustia y
dolor le aseguraron al fin a tus padres que algo te está sucediendo.
Tu
situación no mejoraba, a pesar de los intentos de tus padres al otro lado de la
puerta. Los vómitos se cortaron de repente, tu llanto ya no se oía y un golpe
seco precedió al mortífero silencio. Tu padre, cegado por el pánico, arrancó la
puerta de un golpe. Estás desplomada, cadavérica, semidesnuda.
Llega la
emergencia. Es tarde: tu joven alma ya había partido.
Recuerdos
de un colega
Tú
lo dijiste hace tiempo, siempre supiste que esas atrocidades podrían haberse
evitado. La verdad nunca te creí, por eso es que no me imaginaba reales las
pruebas que decías haber encontrado.
Me
desconcertó la invitación que me enviaste, supuse que la sala de conferencias
era para dar las explicaciones del hallazgo que habías hecho. Cuando te crucé
en el pasillo de los laboratorios, busqué sacarte algún adelanto sobre lo que
sucedería en la noche. La respuesta que diste, no solo significó continuar con
la intriga, sino que aumentó el suspenso.
Recuerdo
claramente aquella reunión en el bar hace unos meses, donde por vez primera te
escuché comentar tus sospechas. Sorprendiste a todos, no sé si por las
posibilidades de que algo por el estilo pueda suceder o por lo descabellado de
la conspiración que armaste. Sabés bien el respeto que te tenemos todos, no
solo por tu prestigio como científico, sino más bien por tu actitud personal en
situaciones sociales como aquella; igualmente ninguno apoyó tu teoría
conspirativa y hasta soltamos alguna risa empujada por el alcohol.
También
debés saber que nadie en su sano juicio o sin la capacidad de ver las cosas
como vos, aceptaría algo así sin prueba alguna. Y me acuerdo que en algún punto
toda esa situación te terminó molestando.
Estabas
en la televisión haciendo el anuncio y la invitación a los medios de prensa. El
final que le diste a la conferencia, ya era de mi conocimiento pero al igual
que los demás no tenía idea de qué te traías entre manos.
Te
confieso que me puse mis mejores prendas
para la ocasión. Mientras el taxista recibía la dirección del instituto, tus
palabras saliendo del televisor me daban vueltas en la cabeza: “los peores
crímenes perpetrados por la humanidad contra la humanidad misma, hoy tienen una
explicación científica”. Busqué mirar desde la perspectiva que vos ves las cosas y no logré hacerlo. Ese
es otro enigma que has plantado en todos.
El
taxi llegó a su destino; al bajar me sentí bien sabiendo que ese era tu
momento. Gracias al trato que siempre tuviste para conmigo, ingresé sintiéndome
parte especial del auditorio que estaría presente en el punto más alto de tu
carrera y en el que cualquier colega soñaría. La sala de conferencias se
encontraba totalmente colmada, hasta las gradas se encontraban repletas de
personas, la prensa se ubicaba al asecho y todo eso era por vos.
Tomé asiento en
el lugar que mandaste especificado en la
invitación. Te busqué por todos lados, no se te veía por ninguna parte. Podía
ver en las personas la expectativa que vos alimentabas en su interior. En el
momento en que la gente comenzaba a impacientarse, un silencio ensordecedor
llenó la sala y te dio paso: venías con la mesa rodante y cubierta por una
sábana blanca que hacía juego con tu
reluciente túnica. Cuando descubriste el contenido sobre la superficie metálica
un suspiro generalizado salió de la masa de personas. La mesa dispuesta detrás
de ti, con la cadena genética del humano de un lado y lo que parecía ser otra
cadena del otro, le daban un aspecto escenográfico a la imagen. Tras una seña
tuya, la iluminación disminuyó pero fuiste más visible que el resto. La
pantalla blanca del proyector se encendió y te juro que en ese instante se
podría haber escuchado un alfiler cayendo al suelo.
La
presentación había comenzado. Pude notar el nerviosismo que tenías por el
montaje de todo aquel espectáculo, pero también pude ver la tranquilidad en tu
cara por los resultados que aquella situación arrojaría. La única voz que se
oía era la tuya, que amplificada por los parlantes te daba un toque omnipotente
para el inicio: “Como les anticipé, los crímenes más espantosos del hombre
tienen una explicación científica; echarle la culpa a la naturaleza humana
puede que tenga algo de razón, pero la verdad es otra”. Desde el comienzo, la
gente se encontraba atrapada con toda su atención sobre tu persona.
Cuando
empezaste con los personajes históricos, admito que pusiste a funcionar mi
cerebro que ataba cabos a medida que me suministrabas los datos. Recuerdo que
iniciaste nombrando a Julio César, quien naciera en el año 100 A.C. y se
convertiría en el rey de Roma; también nombraste a Genghis Khan, nacido en el
año 1167 D.C., fundador del Imperio Mongol y conquistador luego de la misma
China; luego seguiste con Hernán Cortés, conquistador de México, el Imperio
maya y azteca alrededor del año 1520 D.C. y terminaste con la figura de
Napoleón Bonaparte, estratega y militar francés nacido en 1769, sus hazañas más
que recordadas no precisan aclaración alguna. Entonces preguntaste qué unía a
estas figuras históricas, y sin esperar respuesta alguna, continuaste; primero
dijiste las cosas que estos personajes no tenían en común, tal como el tiempo
en que vivieron y el lugar donde nacieron; después fuiste a las coincidencias y
ahí supe que venía la cuestión del asunto: “Estas personas tienen
características de vida muy parecidas, determinantes de los puestos que cada
uno ocupa en la historia. Con una capacidad sorprendente de liderazgo, una
mente sumamente ágil para la estrategia y una infancia y adolescencia no muy
fáciles, lograron distintas hazañas
siempre por la vía de lo bélico, la expansión y posterior conquista. Pude ver
en tus ojos lo compenetrado que estabas con la presentación, la veracidad con
que sentías el asunto te daba la
fuerza que demostrabas al hablar. Se
podía ver que tu gente, ya que a esa altura era tu gente, se rompían la cabeza
queriendo unir los datos sin poder encontrar el hilo del tema. “En las
similitudes y otros factores externos, descansa el secreto”, proseguiste, dando
una pausa a los escuchas para que extremaran su atención. Con voz tranquila
hablabas de una investigación basada en esas hipótesis creadas sobre los datos,
iniciando un experimento con tres personas con las mismas características y la
posibilidad de tomar algún tipo de poder. Seguiste con los diferentes tipos de
poderes donde se habían montado las investigaciones: uno era en el ámbito
financiero de una prestigiosa empresa, otro en el círculo sindical de una
ciudad relativamente importante de la industria y por último dijiste que se
trataba del entorno militar.
En
la pantalla encendida, proyectaste una imagen partida en tres con una cadena de
genes en cada una de las divisiones. Hablaste del parecido que tenían las
formaciones, debido al perfil de cada uno de los pacientes y que sus cadenas
también eran muy similares. En la composición dijiste que se pueden observar
las características personales que se necesitaban para el experimento. Luego de
comprobadas las similitudes, comentaste que las muestras revelaban
coincidencias con las cadenas genéticas de los personajes históricos. Las
diferencias que presentaban las antiguas eran sin lugar a dudas lo que estabas
buscando y adonde querías llegar. Pasando unas imágenes breves sobre el factor
que se diferencia entre el ADN de Napoleón Bonaparte con el ADN del militar investigado, seguiste el discurso con
mayor ímpetu. Las alteraciones que presentaba la muestra de Napoleón al igual
que las del resto de los históricos les había dado la pauta de que ahí debía
estar el porqué de las atrocidades cometidas. Los datos sobre las crisis
implantadas para darles la posibilidad de tomar el poder en el círculo de los
miembros del experimento, dices que arrojaron resultados sorprendentes y las
imágenes lo comprobaron. La proyección que hiciste esta vez, estaba dividida en
seis, tres en la parte superior y las otras en la parte interior. En los
cuadros de la parte de arriba, se podía observar el ADN de los experimentados,
pero en los recuadros inferiores se podían ver las mismas cadenas con las
modificaciones que nos mostraste en las estructuras de doble hélice de
Napoleón.
Una
vez encaminada tu teoría, llegó el momento de exponer la parte conspirativa del
asunto: la situación resultante de la investigación. Contaste que terminó en el
descubrimiento de algo más importante aún. Las siguientes muestras de ADN que
presentaste, descolocó a todos los presentes, ya que no eran ni parecidas entre
sí ni con las ya expuestas. Tu voz, un poco más gruesa, sonaba áspera cuando
decías que pertenecían a personas como el dictador ruso Joseph Stalin, Benito
Mussolini opresor italiano, Francisco Franco
represor español y hasta del mismo Adolf
Hitler. Admito que con esos nombres aquellos que pudieron agarrar el
hilo del tema, terminaron totalmente
desnorteados.
El
ADN de cada uno de estos últimos investigados, en la temprana edad no presentaban ninguna característica para
sufrir las alteraciones como en los casos anteriores. Haciendo las indagaciones
adecuadas, encontraste que a los dictadores se les había provocado químicamente
la transformación de la cadena genética, preguntaste en voz alta cómo sería
posible algo así y vos mismo respondiste que en los casos estudiados,
descubrieron que el cambio se generaba mediante la actuación de una hormona
llamada Hormona de Poder que ante una crisis y una posibilidad de
empoderamiento, ocasionaba las modificaciones que llevaban a la inconciencia al
momento de tomar decisiones y no medir el tamaño de las consecuencias.
La
siguiente secuencia en la pantalla mostraba el ADN modificado de los últimos
personajes de la historia. Descubierto esto, dices que obtuvieron el permiso
para la exhumación de algunos de los cuerpos. Además de rastros genéticos para
actualizar, se toparon con vestigios de una sustancia que todavía se encontraba
en los organismos esqueléticos. Después que conseguiste reproducir el compuesto
químico, descubriste que en los animales provocaba síntomas de aniquilación
hasta de la propia especie, entre otros comportamientos alterados. El hallazgo
final fue aún más perturbador que el descubrimiento en la naturaleza genética
de los personajes de la historia antigua.Gracias a ti pude saber, que lo
soportado en manos de mentes perversas a mediados del siglo XX, fue otra de las
creaciones destructivas de la ciencia. Todo hace pensar en esto como en una
locura descabellada pero nadie puede desmentir las pruebas que presentaste.
Por
ello, no me dejas más posibilidad que llamar al camarero para pedir otra copa y
brindar a tu salud.
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