sábado, 8 de noviembre de 2014

La misión del escritor - Albert Camus


 “Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrías hacerlo, pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado al momento, sabe morir sin odio por ella.

 Es esta generación la que debe ser saludada y alentada donde quiera que se halla y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra segura aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

 Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y la belleza; consagrado, en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

 ¿Quién, después de esos, podrá esperar que el presente soluciones ya hechas y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse predicador de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad y esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis deudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando en el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de felicidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días. (*)



(*) Fuente: Albert Camus, "La misión del escritor", antología de Visionarios Implacables , Buenos Aires, Mutantia, pp.20-23.

FRAGMENTO del Discurso pronunciado por Camus cuando se le entregó el Premio Nóbel de Literatura en Estocolmo, en 1958.

De: http://www.ddooss.org



“La poesía ya es el grito (con toda su fuerza), pero transfigurado."- Cecilia Meireles

7 de noviembre de 1901- Brasil
Escritora, periodista, docente.

Resurrección


No cantes, no cantes, porque vienen de lejos los náufragos,
vienen los presos, los tuertos, los monjes, los oradores,
los suicidas.
Vienen las puertas, de nuevo, y el frío de las piedras,
de las escalinatas,
y, con un ropaje negro, aquellas dos manos antiguas.
Y una vela de móvil llama humeante. Y los libros. Y
las escrituras.
No cantes, no. Porque era la música de tu
voz lo que se oía. Soy una muerta reciente, aún
con lágrimas.
Alguien escupió distraídamente sobre mis pestañas.
Por eso vi que ya era tarde.

Y dejé en mis pies quedarse el sol y andar las moscas.
Y de mis dientes se escurrió una lenta saliva.
No cantes, pues trencé mis cabellos, ahora,
y estoy ante el espejo, y sé bien que ando en fuga.



Estirpe


“Los mendigos mayores no dicen nada, no hacen nada.
Saben que es inútil y exhaustivo. Se dejan estar. Se dejan estar.
Déjanse estar al sol o a la lluvia, con el mismo aire de entero valor,
lejos del cuerpo que dejan en cualquier lugar.
Entretiénense en extender la vida por el pensamiento.
Si alguien habla, su voz huye como un pájaro que cae.
Y es de tal modo imprevista, innecesaria y sorprendente
que para oírla bien tal vez giman algún ay.
¡Oh, no gemían, no!... Los mendigos mayores son todos estoicos.
Pondrán su miseria junto a los jardines del mundo feliz
pero no quieren que, desde el otro lado, sepan de la extraña suerte
que los recorre como un río un país.
Los mendigos mayores viven fuera de la vida: se excluyeron.
Abren sueños y silencios y desnudos espacios a su alrededor.
Tienen su reino vacío, de altas estrellas que no cobijan.
Su mirar jamás mira y su boca no llama ni ríe.
Y su cuerpo no sufre ni goza. Y su mano no toma ni pide.
Y su corazón es una cosa que, si existiera, súbito olvidaría.
¡Ah!, los mendigos mayores son un pueblo que se va convirtiendo en piedra.
Ese pueblo, que es el mío.”


De: www.literatura.us