domingo, 29 de junio de 2014

“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante.” - Antoine de Saint-Exupéry




29 de junio de 1900- Francia
Escritor y piloto.



La salvadoreña que inspiró "El Principito"

María Elena Navas
BBC Mundo


Algunos la llamaron "la Scherezada de los trópicos", pero otros -como la familia del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry- la consideraron una buscadora de fortunas: "Una parrandera que se sentía el Alma Mahler de Centroamérica".
Fue Consuelo Suncín, la salvadoreña que inspiró "El Principito", el famoso libro de Saint-Exupéry del que se acaban de cumplir 70 años desde su primera publicación.

Pero mientras el autor fue adquiriendo un lugar en la cumbre de la literatura francesa y mundial, la salvadoreña fue gradualmente olvidada.

Antoine de Saint-Exupéry fue dado por muerto en 1944, cuando el avión que volaba desapareció sobre el Mar Mediterráneo.
Desde entonces el libro, que se había publicado un año antes, se ha convertido en el tercero más vendido en el planeta. Ha sido traducido a más de 250 idiomas y dialectos y ha vendido 140 millones de ejemplares.
Hoy hay un consenso en que la salvadoreña inspiró el personaje de la rosa en "El Principito" y que la obra es una alusión a la atormentada relación matrimonial que duró 13 años.

La seductora

Consuelo Suncín nació en Armenia, El Salvador, en 1901.
Cuando conoció a Saint-Exupéry, en 1930, ya era una mujer divorciada y viuda, y por lo tanto vilipendiada como "amoral" en los círculos aristócratas franceses a los que pertenecía su futuro marido.
"Consuelo provenía de una familia acomodada, dueños de tierras y cafetales en Armenia", le dice a BBC Mundo Marie-Helene Carbonel, quien en 2010 publicó en Francia la biografía "Consuelo de Saint-Exupéry, une mariée vêtue de noir" ("Consuelo de Saint-Exupery, una novia vestida de negro").
Marie-Helene Carbonel tuvo acceso a las cartas y documentos personales de Consuelo Suncín en un archivo que maneja en Francia su heredero literario y empleado, José Martínez-Fructuoso.
Consuelo, explica la escritora, inventó historias y mitos alrededor de su persona para lograr ser aceptada en los círculos de sus futuros esposos.
"Inventó, por ejemplo, que su primer marido, el mexicano Ricardo Cárdenas, con quien se casó cuando tenía 21 años, era un capitán del ejército que había muerto en la Revolución Mexicana. Pensó entonces que podría ser aceptada mejor si decía que era viuda y no divorciada. Pero en sus archivos encontré su acta de divorcio, registrada en Mérida, México, en 1925", afirma Marie-Helene Carbonel.

Después del divorcio, Consuelo viajó a París con José Vasconcelos, una de las figuras intelectuales, culturales y políticas más destacadas de la época en México.
Mientras mantenía una relación con el mexicano en la capital francesa, conoció a Enrique Gómez Carrillo, el escritor y periodista guatemalteco que entonces era cónsul general de Argentina en París.

Y poco después dejó a Vasconcelos para casarse con Gómez Carrillo, a pesar de que el guatemalteco tenía 30 años más que ella.
"Creo que ella verdaderamente tuvo un gran amor por Gómez Carrillo", dice Marie-Helene Carbonel.
El matrimonio, sin embargo, duró sólo nueve meses porque en 1927 él murió y ella decidió marcharse a Buenos Aires para vivir de la pensión de su segundo marido.

La condesa denigrada

Allí, en la capital argentina, conoció a Antoine de Saint-Exupéry, quien trabajaba como piloto comercial de servicios de mensajería. Y al año, en 1931, Consuelo se casó con el escritor, aviador y aristócrata y se convirtió en la condesa Consuelo de Saint-Exupéry.
"Consuelo era una seductora. No sólo era una mujer bonita y menuda que encantaba a los hombres; también podía hablar con ellos", sostiene la escritora francesa.
La salvadoreña inspiró el personaje de la rosa en "El Principito".
"Para mí es una mujer muy interesante y de gran valor. No es una casualidad que interesó a tantos hombres inteligentes e importantes".
"Además, juega con la leyenda salvadoreña, la de la 'volcánica Consuelo'. Pero ella tiene muchas dificultades porque los franceses no la aceptan. Y lo peor fue la forma como la trató la familia Saint-Exupery", agrega.

Según Paul Webster, autor de "Antoine de Saint-Exupery: la vida y la muerte de El Principito", publicada en 1993, "los allegados a Saint-Exupéry nunca tuvieron tiempo para Consuelo. Y también fue descartada por su cuñada (la escritora) Simone de Saint-Exupéry, quien la describió como una 'mujerzuela' y una 'condesa de película'".
Webster cuenta que "la denigración no disminuyó ni 20 años después de su muerte".

"Un miembro de la familia Saint-Exupéry me dijo que casarse con una extranjera era considerado peor que casarse con una judía, lo cual resumía la posición monárquica, antisemita y ferozmente xenofóbica de esta familia, cuya aristocracia databa del siglo XII", afirma el escritor británico.

Así fue como Consuelo, quien murió en 1979 en Francia, desaparece de todos los libros que se publicaron sobre la vida de Saint-Exupéry, y Francia la olvidó mientras construía los numerosos monumentos en honor del héroe Saint-Exupéry.

Relación amarga

Marie-Helene Carbonel escribió el libro "Consuelo de Saint-Exupéry, una novia vestida de negro".
Pero en 2000, cuando comenzaban los preparativos para celebrar el 100 aniversario del nacimiento del escritor, cayó una "bomba" en Francia con la publicación de un manuscrito rescatado por José Martínez Fructuoso: "La memoria de la rosa", en el que Consuelo hace un amargo recuento de los 13 años de matrimonio con el escritor francés.
"Ella cuenta que él era terrible", dice Marie-Helene Carbonel. "El libro es una confesión sobre su relación, y provocó una conmoción porque Saint-Exupéry era considerado un santo".

En el manuscrito acusa a su esposo de hacerla sufrir continuamente con sus múltiples ausencias y numerosas amantes. Habla de sus varias debilidades: de su "egoísmo" y su "infantilismo", lo llama "cruel, negligente, avaro y derrochador".
Según Paul Webster, el libro "es un feo recuento de una viuda muy amargada".


En lo que muchos están de acuerdo es en que más que una fábula filosófica, como muchos lo han hecho creer, "El Principito" es una alegoría de la propia vida de Saint-Exupéry, de sus incertidumbres y su búsqueda de paz interior. Pero también es una alusión a la atormentada relación con Consuelo.
Y Consuelo fue la musa que inspiró a la rosa de "El Principito".
"La rosa es Consuelo", afirma Marie-Helene Carbonel. "Los tres volcanes son los volcanes de El Salvador. Los baobabs son las ceibas a la entrada del pueblo de Armenia, en El Salvador. La rosa que tose es Consuelo, que sufre de asma, que es frágil y por eso está protegida bajo una campana de cristal".
"Las otras cinco mil rosas pueden ser las otras mujeres de Saint-Exupéry, pero para El Principito esas rosas no valen nada, la única que vale es su rosa".
"Se ha querido presentar a este libro como un cuento para niños. Pero no lo es de ningún modo. Es un libro que escribió para pedir perdón a Consuelo, es un acto de contrición", dice la escritora francesa.
  
De: http://www.bbc.co.uk/mundo









Best-seller... en el siglo XVIII.


“No se sorprenda en encontrarme tan entendido en los misterios que usted oculta tan bien: conozco esos misterios, a pesar de usted; un sentido, a veces, puede suplir a otro; a pesar de su más celosa vigilancia, se escapan, incluso en el corpiño mejor ajustado, algunos ligeros intersticios por los cuales la vista suple al efecto del tacto. El ojo ávido y temerario se insinúa impunemente bajo las flores de un ramo, merodea entre la felpilla y la gasa, y deja sentir como si fuese el tacto la elástica resistencia que la tímida mano no osaría comprobar”.

De Saint-Preux a Eloísa

En Julia o la nueva Eloísa








“E l’amore guardò il tempo e rise..."- Luiggi Pirandello















“E l’amore guardò il tempo e rise, perché sapeva di non averne bisogno. Finse di morire per un giorno, e di rifiorire alla sera, senza leggi da rispettare. Si addormentò in un angolo di cuore per un tempo che non esisteva. Fuggì senza allontanarsi, ritornò senza essere partito, il tempo moriva e lui restava.”





LA PRIMERA ACTRIZ. ¡No, no, por favor! ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! Está toda vestida de blanco, con un sombrero excéntrico y un gracioso perrito entre los brazos; correrá a través del corredor de la sala y subirá apresuradamente por una de las escalerillas.

EL DIRECTOR. Usted insiste en hacerse esperar.

LA PRIMERA ACTRIZ. Discúlpeme. ¡Busqué desesperadamente un automóvil para llegar a tiempo! Pero veo que todavía no han empezado. Y yo no aparezco al comienzo de la obra. (Luego, llamando por su nombre alDIRECTOR DE ESCENA, le encarga el perrito.) Por favor, déjelo en el camerino.

EL DIRECTOR. (Renegando.) ¡También el perrito! Como si fuéramos pocos los que parecemos mascotas aquí.(Dará palmadas otra vez y se dirigirá al APUNTADOR) Vamos, vamos, el segundo acto de El juego de los papeles. (Sentándose en la butaca.) Atención, señores. ¿A quién le toca la escena?

De: Seis personajes en busca de autor



(...)  Pues bien, esta criadita, Fantasía, tuvo hace ya muchos años la perversa inspiración o el desafortunado capricho de llevar a mi casa a toda una familia, no sé de dónde ni cómo recogida, pero de quienes ella pensaba que yo habría podido sacar el tema para una magnífica novela.

Me encontré a un hombre que rondaba los cincuenta años, vestido con chaqueta negra y pantalón claro, de un aire tenso y de ojos malhumorados por alguna mortificación; a una pobre mujer con vestido de luto, que agarraba con la mano a una chiquilla de cuatro años y con la otra a un niño de poco más de diez; a una muchacha osada y procaz, también vestida de negro pero con una ostentación equívoca y agresiva, toda ella una crispación arrogante e incisiva dirigida contra aquel viejo mortificado y contra un veinteañero que permanecía aparte y ensimismado, como si despreciara a todos.

En resumen, aquellos seis personajes que suben al escenario al principio de la comedia. O bien uno u otro, pero con frecuencia uno desautorizando al otro, empezaban a contarme sus tristes asuntos, cada uno gritando sus razones, aventándome en la cara sus descontroladas pasiones, casi del mismo modo como ahora lo hacen en la comedia con el desdichado Director.

¿Qué autor podrá contar alguna vez cómo y por qué un personaje nació en su fantasía? El misterio de la creación artística es el mismo misterio del nacimiento. Puede ser que una mujer, amando, desee convertirse en Madre, pero el deseo por sí sólo, por más intenso que sea, no basta. Un afortunado día ella será Madre, sin advertir de manera precisa la concepción. De igual modo un artista, viviendo, recibe muchos motivos de la vida, y no puede jamás decir cómo y por qué, en determinado momento, uno de estos motivos vitales entra en su fantasía y se convierte en una criatura viva, en un plano de vida superior a la voluble existencia diaria.

Sólo puedo decir que sin saber que los había buscado me encontré delante de aquellos seis personajes, tan vivos como para tocarlos, como para oírlos respirar, que ahora se pueden ver en escena. Y aguardaban, allí presentes, cada uno con su secreta tortura y unidos por el nacimiento y desarrollo de sus mutuos percances, que yo los introdujera en el mundo del arte, haciendo de ellos, de sus pasiones y de sus casos una novela, un drama o, por lo menos, un relato.

Habían nacido vivos y querían vivir.

Ahora sería conveniente saber que a mí no me ha bastado representar la figura de un hombre o de una mujer, por más especiales y característicos que sean, ni narrar una aventura peculiar, amena o triste, por el sólo gusto de narrarla, o describir un paisaje por el sólo gusto de describirlo.

Hay algunos escritores (y no son pocos) que tienen este gusto y, conformes, no exploran otro. Son escritores de naturaleza específicamente histórica.

Pero hay otros que más allá de ese gusto experimentan una necesidad espiritual más profunda, por la cual no admiten figuras, acontecimientos, paisajes que no se embeban, por decirlo así, de un particular sentido de la vida, y no adquieran con ello un valor universal. Son escritores de naturaleza específicamente filosófica.

Yo tengo la desgracia de pertenecer a estos últimos.

Odio el arte simbólico, para el que la representación pierde cada movimiento espontáneo y se convierte en una máquina, en una alegoría. Es un esfuerzo vano y equívoco, porque el sólo hecho de dar sentido alegórico a una representación revela claramente que ya se sobreentiende en ella un valor de fábula que no tiene por sí misma ninguna verdad, ni fantástica ni real, y que ha sido hecha para demostrar cualquier tipo de verdad moral. Esa necesidad espiritual de la que hablo no se puede satisfacer con ese simbolismo alegórico, sino es ocasionalmente y debido a una ironía sublime (por ejemplo, en Ariosto) Este simbolismo parte de un concepto, e incluso de un concepto que se hace o intenta convertirse en imagen. Aquella necesidad, en cambio, busca en la imagen, que debe permanecer viva y libre en toda su expresión, un sentido que le dé valor.

Ahora, por más que lo buscara, yo no lograba descubrir este sentido en esos seis personajes. Consideraba por lo tanto que no valía la pena hacerlos vivir. (...)

De: Prefacio a Seis personajes en busca de autor.






“Descubrí que la poesía profesional puede ser la muerte de la poesía verdadera. Por eso volví hacia la saga, la leyenda, el cuento sencillo, pues estos son asuntos que escriben la vida y no la ley de las reglas llamadas poéticas”- Joao Guimaraes Rosa

27 de junio de 1808- Brasil
Escritor, médico, diplomático.




















Desenredo


Del narrador a sus oyentes:

-Juan Joaquín, cliente de quien cuenta, era apacible, respetado, bueno como aroma de cerveza. Señor de lo debido para no ser célebre. ¿Quién puede empero con ellas? Dormido Adán, nació Eva. Llamábase Liviria, Rivilia o Irlivia, la que, en esta ocasión, a Juan Joaquín se le apareció.

Tirando a bonita, ojos de carbón vivo, morena miel y pan. Casada por lo demás. Sonriéronse, viéronse. Era infinitamente mayo y Juan Joaquín se enamoró. Sumariando el asunto, se entendieron; volando lo demás con ímpetu de nave tendida a vela y viento. Pero muy teniendo todo, claro está, que ser secreto, a siete llaves. Porque en el marido, cuando celoso, se hacía notar la valentía y ya se sabe que los pueblos son la ajena vigilancia. De modo que al rigor los dos se sujetaron, conforme al clandestino amor y según aconseja el mundo desde que es mundo. No hay, empero, abismos infranqueables en barquitos de papel.

No se veía cuándo y cómo se veían. Juan Joaquín, por lo demás, era pura, calculada retracción. Esperar es reconocerse incompleto. Dependían ellos de enormes milagros. El embriagado engaño, quiero decir. Hasta que se produjo el derrumbe. Lo trágico no viene en cuentagotas. Sorprendió el marido a la mujer con otro, un tercero... Sin muchas vueltas, pistola en mano, la asustó y lo mató. Se dice también que levemente la hirió, cosa ligera.

Juan Joaquín, doliente sorprendido, en lo absurdo se negaba a creer, y barrido por dolores fríos, calores, lágrimas quizá, cayó en decúbito dorsal devuelto al barro, a medio estar entre lo inefable y lo nefando. Jamás la imaginara con el pie en tres estribos; llegó a maldecir sus propios y gratos "abusufructos". Se contuvo para no verla, prohibiéndose ser pseudo-personaje, en circunstancias de tan sangrienta y negra magnitud.

Ella -lejos- siempre y más que nunca hermosa, ya repuesta y sana. Él, ejercitándose en resistir, siervo de penosas emociones.

Los porvenires, mientras tanto, maduraban, ¿qué, no hay fin que sobrevenga? Desafortunado fugitivo, y como a la Providencia place, el marido falleció, ahogado o de tifus. El tiempo se las ingenia.

De inmediato lo supo Juan Joaquín, sumido en su franciscanato, dolorido pero ya medicado. Fue, pues, con la amada a encontrarse -ella sutil como alas leves, pantanal de engaños, la firme fascinación. En ella creyó, en un abrir y no cerrar de oídos. Y así fue como, de repente, se casaron. Alegres y mucho, para feliz escándalo popular.

Pero hubo peros.

¿Llega siempre imprevisible lo abominable? ¿O es que los tiempos se siguen, parafraseándose? Prodújose el arribo de los demonios.

Esta vez fue Juan Joaquín quien con ella se deparó y en mala hora: traicionado y traicionera. De amor no la mató, que no era hombre de remontarse a tamaños leonismos ni tigreces tales. La expulsó apenas, apostrofándose, como inédito poeta y hombre. Y viajó huida la mujer a ignoto paradero.

Todo aplaudió y reprobó el pueblo, repartido. Por el hecho, Juan Joaquín se sintió heroico, casi criminal, reincidente. Triste, al fin, y tan callado. Sus lágrimas corrían detrás de ella, como blancas hormiguitas. Pero, en la frágil barca del consenso, de nuevo pudo verse respetado. Se pierde la camisa, cuando no lo que ella viste. Era el suyo un amor meditado, a prueba de remordimientos. Se dedicó a resarcirse.

Pero hubo peros.

Pasaban los días y, pasándolos, Juan Joaquín iba aplicándose, en progresivo, empeñoso afán. La bonanza nada tiene que ver con la tempestad. ¿Creíble? Sabio siempre fue Ulises, que empezó por hacerse el loco. Deseaba él, Juan Joaquín, la felicidad -idea innata. Se consagró a remediar, redimir la mujer, a pulmón pleno. ¿Increíble? Cabe notar que el aire viene del aire. De sufrir y amar uno no se desacostumbra. Él quería apenas los arquetipos, platonizaba. Ella era un aroma.

¿Amantes, ella? ¡Nunca los tuvo! Ni uno ni dos. Díjose y decía Juan Joaquín. A embustes atribuía la leyenda, falsas patrañas escabrosas. Cabíale descalumniarla, y a todo se obligaba. Trajo a flor de escena del mundo lo que, del caso bajo, fuera tan claro como agua sucia. Demostrándolo, amatemático, contrario al público pensamiento y a la lógica, desde que Aristóteles la fundó. Lo que no era tan fácil como refritar albóndigas. Sin malicia, con paciencia, sin insistencia, principalmente.

El punto está en que lo supo del modo que sigue: por antipesquisas, acronología menuda, charlitas secreteadas, entrecogidos testimonios. Juan Joaquín, genial operaba el pasado -plástico y contradictorio borrador. Creaba una nueva transformada realidad, más alta. ¿Y más cierta?

La celebraba, ufanático, dándola por justa y averiguada, con rotunda convicción. Haya el absoluto amar y no habrá injuria que aguante.

De modo que surtió efecto. Desaparecieron los puntos suspensivos, el tiempo secó el asunto. Diluíase la tiniebla, anteriores evidencias, sus siniestras brumas. Lo real y válido en ascenso y hacia arriba. Y todos lo creían. Juan Joaquín antes que todos.

Por fin, hasta la propia mujer. Le llegó la noticia adonde se encontraba, en ignota, defendida, perfecta distancia. Se supo desnuda y pura. Volvió sin culpa, con dengues y titubeos, desplegando su bandera al viento.

Tres veces se roza la felicidad. Juan Joaquín y Viliria se retomaron y compartieron, transmutados, lo verdadero y mejor de su útil vida.

Y archívese el asunto.

De: CiudadSeVa.com





“Cuando yo tenía unos cinco años, mi madre solía leerme sus poemas” - Maya Angelou

Paul Lawrence Dunbar
27 de junio de 1872- Estados Unidos
Escritor.

LÁSTIMA  (Sympathy)


Yo sé lo que siente el pájaro enjaulado, ¡ay!
Cuando el sol brilla en las laderas de la montaña;
Cuando el viento sopla suave a través de la hierba germinada,
Y el río fluye como una corriente de cristal;
Cuando el primer pájaro canta y los primeros brotes abren,
Y el suave perfume de su cáliz robado-
¡Sé lo que el pájaro enjaulado siente!
Yo sé por qué el pájaro enjaulado bate sus alas
Hasta su sangre es roja en las barras crueles;
Porque es necesario volar de regreso a su percha y aferrarse
Cuando él de buena gana estaría en la rama como un columpio;
Y un dolor aún palpita en las viejas, viejas cicatrices
Y que laten de nuevo con un aguijón más agudo-
¡Sé por qué bate su ala!
Sé por qué canta el pájaro enjaulado, ay de mí,
Cuando su ala está herida y siente dolor de pecho, -
Cuando golpea sus barras él desea ser libre;
No se trata de un villancico de alegría o regocijo,
Sin embargo, una oración que él envía desde el núcleo profundo de su [corazón,
Sin embargo, un motivo, que alza al cielo, que lanza-
¡Sé por qué canta el pájaro enjaulado!


Este poema de Dunbar, inspiró sin duda, el poema respuesta, I Know Why The Caged Bird Sings, (Sé por qué canta el pájaro enjaulado) de Maya Angelou.


De: centaurocabalgante.blogspot.com