jueves, 26 de diciembre de 2013

¿Un escritor con faldas en el siglo XIX?

24 de diciembre de 1796 - Suiza
Débesele a Fernán Caballero la importancia de haber ayudado a introducir seria y extensamente la obra de Edgar Alian Poe en España, una intervención muy decisiva.
Es verdad que, poco antes, en 1857, apareció en una revista poco conocida, El Museo universal, la traducción de un cuento de Poe,« Three Sundays in a Week », como « La semana de los tres domingos».

Pero, en 1858, poco después, se publicó en España la primera edición de Historias extraordinarias, traducción española de la versión en francés hecha por Charles Baudelaire. En este libro, junto con seis « historias » del autor norteamericano, se halla el cuento de Fernán Caballero, « Dicha y suerte » ¿Cuál es la explicación de esta solución un poco rara? La conclusión de los dos profesores, John De Lancey Ferguson y John E. Englekirk, independientemente,
es que los redactores y las casas editoriales deseaban un contraste tan diferente y distinto entre las « historias » fantásticas, góticas y románticas de Poe y la narración costumbrista, realista y didáctica de doña Cecilia.

¿De qué modo, exactamente, promulgó la fama de Poe esta popularidad de la escritora andaluza?

Podemos mencionar estas producciones de doña Cecilia como prototipos de las historias de Poe en cuanto al efecto, a la psicología de los personajes extraordinarios, a la significación sutil (lo que entiendo de la expresión estética
de Poe, «the undercurrent of meaning»), a la entidad estructural, breve y bien organizada, y al interés lingüístico, es decir, a un estilo pulido, descriptivo, y proporcionado con los efectos deseados.

Fragmentos de: Fernán Caballero y las fortunas literarias de Edgar Allan Poe en España

LAWRENCE H. KLIBBE
Universidad de New York

De: Centro Virtual Cervantes


Fernán Caballero, seudónimo
elegido por la escritora
en tributo a la población
donde se radicó.


La hormiguita


Había vez y vez una hormiguita tan primorosa, tan concertada, tan hacendosa, que era un encanto. Un día que estaba barriendo la puerta de su casa, se halló un ochavito. Dijo para sí: ¿Qué haré con este ochavito? ¿Compraré piñones? No, que no los puedo partir. ¿Compraré merengues? No, que es una golosina.
Pensolo más, y se fue a una tienda, donde compró un poco de arrebol, se lavó, se
peinó, se aderezó, se puso su colorete y se sentó a la ventana. Ya se ve; como que estaba tan acicalada y tan bonita, todo el que pasaba se enamoraba de ella. Pasó un toro, y la dijo:
-Hormiguita, ¿te quieres casar conmigo?
-¿Y cómo me enamorarás? -respondió la hormiguita.
El toro se puso a rugir; la hormiga se tapó los oídos con ambas patas.
-Sigue tu camino -le dijo al toro-, que me asustas, me asombras y me espantas.
Y lo propio sucedió con un perro que ladró, un gato que maulló, un cochino que gruñó, un gallo que cacareó. Todos causaban alejamiento a la hormiga; ninguno se ganó su voluntad, hasta que pasó un ratonpérez (1), que la supo enamorar tan fina y delicadamente, que la hormiguita le dio su manita negra. Vivían como tortolitas, y tan felices, que de eso no se ha visto desde que el mundo es mundo.
Quiso la mala suerte que un día fuese la hormiguita sola a misa, después de poner la olla, que dejó al cuidado de ratonpérez, advirtiéndole, como tan prudente que era, que no menease la olla con la cuchara chica, sino con el cucharón; pero el ratonpérez hizo, por su mal, lo contrario de lo que le dijo su mujer: cogió la cuchara chica para menear la olla, y así fue que sucedió lo que ella había previsto.
Ratonpérez, con su torpeza, se cayó en la olla, como en un pozo, y allí murió ahogado.
Al volver la hormiguita a su casa, llamó a la puerta. Nadie respondió ni vino a abrir.
Entonces se fue a casa de una vecina para que la dejase entrar por el tejado. Pero la vecina no quiso, y tuvo que mandar por el cerrajero, que le descerrajase la puerta. Fuese la hormiguita en derechura a la cocina; miró la olla, y allí estaba, ¡qué dolor!, el ratonpérez ahogado, dando vueltas sobre el caldo que hervía. La hormiguita se echó a llorar amargamente.
Vino el pájaro, y la dijo:
-¿Por qué lloras?
Ella respondió:
-Porque ratonpérez se cayó en la olla.
-Pues yo, pajarito, me corto el piquito.
Vino la paloma, y la dijo:
-¿Por qué, pajarito, te has cortado el pico?
-Porque el ratonpérez se cayó en la olla, y que la hormiguita lo siente y lo llora.
-Pues yo, la paloma, me corto la cola.
Dijo el palomar:
-¿Por qué tú, paloma, cortaste tu cola?
-Porque ratonpérez se cayó en la olla, y que la hormiguita lo siente y lo llora; y que el pajarito cortó su piquito, y yo, la paloma, me corto la cola.
-Pues yo, palomar, voy me a derribar.
Dijo la fuente clara:
-¿Por qué, palomar, vaste a derribar?
-Porque el ratonpérez se cayó en la olla, y que la hormiguita lo siente y lo llora; y que el pajarito cortó su piquito; y que la paloma se corta la cola; y yo, palomar, voyme a derribar.
-Pues yo, fuente clara, me pongo a llorar.
Vino la Infanta a llenar la cántara.
-¿Por qué, fuente clara, póneste a llorar?
Porque el ratonpérez se cayó en la olla, y que la hormiguita lo siente y lo llora; y que el pajarito se cortó el piquito, y que la paloma se corta la cola; y que el palomar fuese a derribar; y yo, fuente clara, me pongo a llorar.
-Pues yo, que soy Infanta, romperé mi cántara.
Y yo, que lo cuento, acabo en lamento, porque el ratonpérez se cayó en la olla, ¡y que la hormiguita lo siente y lo llora!