domingo, 8 de diciembre de 2013

"Enseñar no debe parecerse a llenar una botella de agua, sino más bien a ayudar a una flor a crecer a su manera"- Noam Chomsky

Noam Chomsky
7 de diciembre de 1928 - Filadelfia, Estados Unidos.
Filósofo, lingüista, activista político.

Chomsky, la naturaleza humana, el lenguaje y las limitaciones de la ciencia y una propuesta complementaria inspirada en C. S. Lewis

Marciano Escutia

Facultad de Filología, Universidad Complutense de Madrid

Artículo inédito (Fragmentos)


Nos proponemos en este artículo resumir en parte el pensamiento de Noam Chomsky, famoso científico, catedrático emérito de Lingüística del Instituto Tecnológico de Massachussetts (Cambridge, USA), y activista filosófico político. Nos centraremos en sus ideas sobre la naturaleza humana y sus consecuencias ético-políticas, el origen del lenguaje y el alcance y limitaciones de las ciencias experimentales para obtener la rara imagen de un gran científico sin prejuicios y auténtico y honesto librepensador.
Primeramente, haremos una breve introducción al personaje en sus dos facetas principales, la de lingüista y la de activista sociopolítico.

Chomsky, científico lingüista y activista sociopolítico

Si hubiera que hacer un elenco de los más notables científicos cuya obra haya abarcado los siglos XX y XXI, no cabe la menor duda que debería incluir a Noam Chomsky (1928, Filadelfia, Estados Unidos). El New York Times lo califica como “el intelectual más importante en la actualidad” y es el más citado en publicaciones académicas. Se puede decir que Chomsky es el responsable de la llamada “revolución cognitiva” de los años 50, con la elevación del lenguaje, entendido como innata capacidad humana, a ciencia cognitiva, susceptible de estudiarse utilizando el método científico. Sus predecesores, los fundadores del Estructuralismo lingüístico europeo y americano, concebían la lingüística como una ciencia taxonómica, de estudio, clasificación y comparación de las distintas lenguas, que eran consideradas arbitrariamente distintas y descriptibles por medio de reglas formales a distintos niveles (respecto a los sonidos, unidades léxicas y oraciones). Sin embargo, nunca se propusieron caracterizar esa capacidad innata que posibilita que cualquier ser humano desarrolle una (o más) lengua(s) y, en general, no se plantearon el origen de la adquisición del lenguaje o la asimilaron al aprendizaje genérico de una serie de hábitos, lingüísticos en este caso. Chomsky adelantó la brillante e ingeniosa propuesta de que el lenguaje es un sistema mental específico, no simplemente una constelación de capacidades cognitivas generales, recursivamente generador de reglas lingüísticas, que podía explicar por qué los hablantes de una lengua pueden, en teoría, entender y producir un número infinito de oraciones gramaticales originales.

Chomsky es el pionero de la distinción entre la gramática mental, de contenido subconsciente, que se desarrolla en el cerebro al modo de un sistema computacional, como resultado de la exposición a los datos de la lengua ambiente; y la descriptiva, por medio de la cuál los lingüistas intentan caracterizar formalmente aquélla. Se impone la existencia de un componente genético, dice Chomsky, y lo denomina Gramática Universal, porque solamente así se explica que un niño identifique estímulos lingüísticos en su hábitat de modo más o menos consciente y desarrolle la capacidad que todos usamos (tarea ésta nada fácil de replicar, apunta), mientras que otros animales no son capaces ni de reconocer la especificidad del estímulo lingüístico aun expuestos a los mismos datos. Opina que es una realidad que explica por qué los infantes de cualquier raza trasplantados de su lugar de origen a otro país desarrollan sin problemas la nueva lengua. El problema y programa de investigación consiste precisamente en formalizar en qué consiste esa impronta genética, lo que va evolucionando con la ciencia lingüística, y para llevarlo a cabo sirven todas las lenguas pues todas son una manifestación de la misma capacidad, independientemente de los conceptos y categorías culturales que codifiquen por haberse desarrollado en un determinado espacio físico y social.

El activista socio-político

Chomsky es, además, autor de una treintena de libros sobre temas de filosofía política desde una perspectiva sui generis de la izquierda igualitaria. Se le considera uno de los disidentes políticos más activos y comprometidos de nuestro tiempo, con un manejo documentado, exhaustivo y riguroso de los temas que trata. Sus tendencias anarco-sindicalistas le hacen ser muy crítico con el gobierno de su país, del que piensa en general que ha contribuido al mantenimiento y explotación de situaciones injustas en muchos lugares. De hecho, la derecha estadounidense lo suele tachar de “anti-americano” (de “perdedor” no puede). Se caracteriza a sí mismo como “socialista liberal”, términos antitéticos en Estados Unidos, donde, remarca Chomsky, el concepto “liberal” ha sufrido una deriva cultural hacia la entrega del poder a tiranías privadas como, por ejemplo, las grandes empresas y las aseguradoras sanitarias, de las que los candidatos políticos no serían más que marionetas. Desde el comienzo de su laboriosa actividad en este sentido, ha criticado prácticamente a todos sus presidentes, incluido el actual, Barack Obama.

Ha denunciado a menudo que el enemigo más peligroso de la libertad lo constituye la explotación económica y la esclavitud socio-política perpetrada más a menudo por las empresas multinacionales que por los gobiernos estatales pues éstos, al menos, han de dar cuenta a su electorado, mientras que aquéllas no tienen control externo alguno y poseen más recursos que muchos estados. Reconoce Chomsky que, a veces, proporcionan empleo e incluso un nivel de vida razonable a sus trabajadores en los países en que operan pero su tendencia a la explotación es innegable, como revela el frecuente traslado de las plantas de producción a lugares donde los salarios son mínimos. Cita con frecuencia a Adam Smith, cuya obra conoce muy bien, y su advertencia al estado para evitar el enajenamiento humano de los trabajadores cuando se convierten en meros eslabones de una cadena de producción.

En este sentido, Chomsky es verdaderamente original porque su crítica del orden económico capitalista proviene de los pensadores liberales de la Ilustración, cuyas auténticas ideas sobre el mercado libre han sido desatendidas, propiciando la colisión entre el estado y los intereses privados. Repite a menudo que las grandes multinacionales son el gran enemigo tanto de la democracia como del Mercado y denuncia –también con Smith- que los ricos predican a los pobres los beneficios de la disciplina del mercado mientras que ellos se quedan con el derecho de ser rescatados por el estado cuando la cosa se pone dura y así el Mercado libre acaba convirtiéndose en el socialismo de los ricos.

Conoce muy bien el contenido diario de la llamada prensa libre occidental y de los medios de comunicación en general, de los que es un ávido seguidor, y que tampoco escapan a sus críticas. Ataca Chomsky su aureola de independiente, progresiva, abierta y subversiva y la corresponsabiliza del avance y promoción de las agendas económicas y socio-políticas de los grupos de poder que dominan al estado y a la sociedad civil. Manifiesta su preferencia por medios de comunicación más independientes, que también conoce bien, incluso algunos que podrían llamarse marginales

Al mismo tiempo, desdeñando toda etiqueta ideológica y aborreciendo de la corrección política reinante, se considera a sí mismo conservador por su adhesión a valores tradicionales, tales como la familia, el amor y la vida. Aunque rechaza el aborto como método anticonceptivo, piensa que es ésta una cuestión sobre la que no se puede generalizar en abstracto, lo que podría aparecer incoherente respecto a su contundente posición respecto a la naturaleza humana.

Chomsky y la naturaleza humana

Chomsky siempre ha sido un acérrimo defensor de una naturaleza derivada por evolución del genoma que hemos heredado y sin la cual no seríamos humanos. La concibe en términos puramente biológicos, resultante de las distintas funciones vitales correspondientes a una serie de capacidades mentales comunes.

Esta concepción se alimenta de las ideas de la Ilustración y sus doctrinas filosóficas sobre nuestras intuiciones, esperanzas y experiencias y de un examen de la historia de las distintas culturas, que nos muestran que el ser humano necesita vivir libremente en comunidad, sin cortapisas a sus capacidades. Se pueden descubrir aspectos universales de esa naturaleza, por ejemplo, en el campo de la moral, y pone como ejemplo el mutuo entendimiento al conversar con diversos miembros de pueblos remotos al dar por supuesto la misma idea implícita sobre el bien y el mal de sus situaciones concretas.

Aunque para investigar a fondo nuestra naturaleza habría que someternos a experimentación, lo que no es éticamente viable, rechaza Chomsky la comparación con otros animales por nuestra radical diferencia con ellos. Apunta al lenguaje como fuente privilegiada de indagación en este sentido puesto que es una propiedad exclusivamente humana sin parangón en el reino animal, unánimemente reconocida como tal en el mundo científico, y su observación no plantea problemas éticos.

Chomsky critica tanto a marxistas como Gramsci como a pragmatistas como Foucault o Rorty, para quienes no existe tal naturaleza, sino solamente historia, en perpetuo cambio. Particularmente le sorprende su negación al referirse a las funciones mentales superiores, específicamente humanas. Admite la variedad en sus realizaciones, pero difiere radicalmente de los marxistas leninistas, que rechazan la idea por reaccionaria. Alerta de que esta postura es la panacea de la clase dirigente pues si no hay naturaleza humana cabe más fácilmente la manipulación social. No queda así lugar a la libertad y a la capacidad creativa, implanteables si la naturaleza no puede ser objetiva y racionalmente investigada.

Apunta que Marx creía firmemente en la naturaleza humana, de la que derivaba la necesidad innata de poder ejercer un trabajo personal y creativo por el bien de la comunidad y sin estar sometido al control del estado. En este sentido, la concepción chomskiana es tributaria de Rousseau y su idea del “buen salvaje”. Las instituciones sociales, y el capitalismo en particular, anulan esta tendencia natural a crear y cooperar desinteresadamente con otros y generan una alienación que impide la creación de comunidades armónicas. De modo paralelo, su idea del lenguaje como sistema endógeno para externalizar y explicitar el pensamiento, es un paradigma de creatividad y productividad utilizando medios finitos. Chomsky no concibe el lenguaje primariamente como un instrumento diseñado para la comunicación, a modo de ventaja evolutiva que se selecciona para ser transmitida a la especie, sino como manifestación de un impulso creador innato.

La existencia de la naturaleza humana es para Chomsky un punto de partida no negociable. Se podrá aducir que sus propiedades exactas no son evidentes, pero es imposible demostrar que no existe una naturaleza intrínseca y sustancial que constituye la esencia humana. Por eso ridiculiza la negación de efecto alguno de dicha naturaleza en nuestra constitución mental y en nuestros valores y necesidades por parte de buena parte del posmodernismo. Acepta que un niño de Nueva York se diferencie de otro de la Amazonia en la concreción de sus categorías mentales. Sin embargo, hay que preguntarse cómo ambos llegan a desarrollar la autoconciencia en cualquier ambiente en que se encuentren, y a asimilar una cultura determinada tan rica y compleja en virtud de los fenómenos tan dispersos como limitados a los que están expuestos. Es decir, previo a todo tipo de cultura ha de existir un componente interno, directivo y organizativo de la mente.

Con este panorama, no solamente el lenguaje aparece como una especialización cerebral sino que detrás de la gran mayoría de las actividades humanas asoma una base innata, de modo que la mente humana está ricamente estructurada para regular la percepción de la realidad social, el razonamiento científico, el análisis de la personalidad y los juicios estéticos y morales. Respecto a estos últimos, Chomsky subraya su generalidad, profundidad y sutileza así como el gran denominador común a todos los sistemas morales. Todo sistema complejo y especializado, uniformemente adquirido en base a una acción limitada del ambiente, tiene detrás un fuerte componente innato altamente estructurado; es decir, en este caso, ha de existir una base biológica que posibilite el desarrollo de un sistema de juicios morales y de una teoría de lo que es justo. Añade que nuestros esquemas morales podrán ser más o menos complejos u homogéneos, pero existen estándares objetivos que se reflejan en el vocabulario, como por ejemplo en la distinción entre “matar” y “asesinar” o entre “derechos” y “deberes”. La omnipresencia de tales términos en todas las lenguas del mundo apunta a una propiedad humana profunda y genéticamente determinada.

Asimismo, piensa Chomsky que toda postura en cuestiones políticas, sociales o incluso personales se apoya en último término en alguna concepción de la naturaleza humana, de lo que favorece las necesidades y capacidades humanas. Por esta razón todo el mundo siente la necesidad de justificar la propia actuación con motivos altruistas, en beneficio de la humanidad, incluso en los casos de mayor depravación, y nadie admite que lo que pretende es maximizar su beneficio personal a costa de otros.

En definitiva, Chomsky defiende una naturaleza fundamentalmente biológica que nos identifica como humanos al configurar una serie de capacidades mentales universales que posibilitan la adquisición del lenguaje, la cultura y la ética. Este aferrarse a la naturaleza humana, por un lado, y su clara visión política de izquierdas, por otro, hace de Chomsky una figura polémica e incómoda, porque si bien el mundo académico estadounidense, especialmente el de las ciencias sociales, tiende claramente hacia la izquierda política, no admite en general la existencia de una naturaleza humana estable.

Las limitaciones de la ciencia

A pesar de su visión naturalista, que él mismo reconoce como hija de la tradición educativa que ha recibido, Chomsky no es un científico fundamentalista. Frecuentemente ha manifestado que hay muchas cuestiones que la ciencia está muy lejos de llegar a explicar o que, incluso, nunca podrá hacerlo, en particular aquellas más interesantes desde una perspectiva humanista de la vida.

Por ejemplo, apunta Chomsky que todas las posibilidades visuales de examinar la actividad cerebral no pueden explicar el contenido y la razón de nuestras decisiones. Ni siquiera entendemos la neurofisiología de las actividades más corrientes de la naturaleza, como por ejemplo, la explicación de los mecanismos neuronales de la percepción o el ejercicio de la voluntad libre, consciente y creativamente, la variedad de las lenguas o el amor.

Señala Chomsky que la ciencia apenas resuelve las cuestiones que nos hacen verdaderamente humanos y las hipótesis y respuestas de la psicología evolutiva son muy limitadas. Ha declarado a menudo que se aprende más sobre la vida y la personalidad humana de las grandes novelas que de la psicología científica puesto que ésta se queda en la periferia de la profunda comprensión del mundo.

Alineándose con Newton o Locke, Chomsky acepta que hay auténticos “misterios”, cuestiones intelectualmente insuperables o que incluso no llegamos ni a plantearnos, distintos de los “problemas”, que se mantienen dentro de los límites de nuestro entendimiento, aunque sigan sin resolverse. Entre aquéllos señala cuestiones clásicas como la voluntad libre o nuestro sentido estético y musical, aspectos de la conducta humana opacos a la racionalización. Opina que carecemos de una auténtica aprehensión de la realidad porque nuestras capacidades científico-intelectivas son limitadas, probablemente por falta de especificación genética.

Los mismos conocimientos sobre el uso del lenguaje para referirnos al mundo son muy limitados. Según Chomsky, el estudio de lo que él llama intencionalidad, la referencia de los procesos mentales al mundo exterior, puede constituir un misterio que nos supere intelectualmente. Es decir, el que una palabra como rata designe a ratas en el mundo exterior, en vez de perros o ríos, es porque hay un vínculo causal entre ejemplos de una palabra y ejemplares del animal correspondiente. Sin embargo, decir que rata selecciona ratas no aclara nada la naturaleza de la significación, que es algo dependiente de nuestra percepción, de nuestra naturaleza, y que dan por supuesto los diccionarios, no derivado del mundo físico exterior, que es en gran parte irrelevante a la descripción lingüística.

Asimismo, lo más interesante del lenguaje tampoco escapa al misterio: cómo somos capaces de conversar, de producir libremente expresiones nuevas y adecuadas a la situación concreta o formular y comprender ideas que nunca antes se han expresado y que entendemos conforme nos las transmiten. Podemos estudiar los posibles mecanismos computacionales del lenguaje y su interfaz con los sistemas motores de análisis y articulación del mismo pero hay multitud de cuestiones lingüísticas e intelectivas que ni siquiera sabemos plantearnos.

Es decir, Chomsky sostiene, con Galileo, Descartes, Locke y Hume, por nombrar algunos de los autores ilustrados que más cita y en cuya tradición se inscribe, que las cuestiones cognitivas mas importantes y mas interesantes de la vida se dan por supuesto pero están muy lejos de ser explicadas e incluso desconfía de que sean científicamente justificables.

Origen del lenguaje

La teoría de Chomsky sobre el origen del lenguaje se apoya en la homogeneidad del genoma humano, lo que explica el desarrollo lingüístico de los niños solamente por exposición a la lengua sin ningún tipo de instrucción. Esta homogeneidad se explica, según los datos de la paleontología y la genética comparada, por lo reciente del proceso de hominización ya que la variación genética ha sido mínima en los últimos doscientos mil años. No ha habido ningún cambio evolutivo significativo en la capacidad del lenguaje desde que un pequeño grupo de nuestros ancestros dejaron Africa alrededor de hace cincuenta o sesenta mil años. De hecho esas mismas migraciones terminaron también en Nueva Guinea y Australia, donde los “pueblos primitivos” que allí habitan son semejantes a nosotros a todos los niveles, sin diferencia cognitiva alguna. Anteriormente no hay evidencia indirecta alguna del lenguaje, así que en este cortísimo tiempo en términos evolutivos (incluso si el límite superior se anticipara unos cientos de miles de años) parece haber ocurrido una explosión repentina de actividad creadora, compleja organización social, actividad simbólica y artística y anotaciones sobre sucesos astronómicos y meteorológicos, indicadores coetáneos de la aparición del lenguaje.

Según Chomsky, dicha actividad pudo responder a un big bang cognitivo resultado de una reorganización de los circuitos neuro-cerebrales de nuestros antecesores en la que algún principio natural inespecífico de eficacia computacional interaccionaría con una pequeña mutación genética dando lugar a la Gramática Universal (capacidad innata para el lenguaje). Su programa científico investiga si los principios del lenguaje son en realidad el resultado de aplicar unos principios generales de computación, comunes incluso a otras especies, a esa mutación capacitadora de enumeración recursiva, transición de lo finito a lo infinito al tomar dos objetos mentales y dar lugar a uno nuevo en un proceso recursivo ilimitado, y en cuyo origen puede estar también el de las matemáticas. A dicha transición no se puede llegar, según Chomsky, a base de pequeñas y progresivas adaptaciones dictadas por la selección natural sino que supone un salto brusco.

Según su hipótesis “saltacionista” de la evolución del lenguaje, esa mutación se dio en una sola persona con una serie de categorías mentales susceptibles de ser explotadas por la lengua. La evolución a millones de años vista, aboca a una gran complejidad (por ejemplo, el desarrollo de los miembros locomotores), mientras que un salto repentino de este estilo tiende a dar lugar a una sencilla solución de los problemas de diseño impuestos por el ambiente y las estructuras morfo-anatómicas para la percepción y producción de la lengua, que no han cambiado en cientos de miles de años (incluido el aparato fonador). Ese pequeño cambio en el cerebro permitió que el lenguaje floreciera de repente y, al poco, los humanos partieron del continente africano, con un pequeño grupo que desarrolló este sistema con ventaja evolutiva, probable nueva especialización de otras capacidades cognitivas y cuyas reglas y constituyentes no están sujetos a introspección sicológica.

Aunque el lenguaje es único (un observador extraterrestre en distintas partes del mundo diría que todos hacemos lo mismo al hablar), paradójicamente para Chomsky, existe una diversificación inesperada en la concreción de esta capacidad mental entre las lenguas, que tienen su propio sistema de reglas computacionales de externalización, distintas entre sí. Su programa de investigación todos estos años, que ha cristalizado en diversos modelos lingüísticos, ha tratado de compaginar la variedad de las lenguas en su externalización y su unidad en la Gramática Universal, en un sistema computacional innato.

El lenguaje no es para Chomsky en absoluto el producto de unas circunstancias culturales y sociopolíticas mudables, que predecirían una variabilidad inmensa en las lenguas del mundo, que no se da de fondo, tal como erróneamente creían hace un siglo los científicos respecto a la morfo-fisiología del reino animal en general. En este sentido, no hay que confundir la evolución del lenguaje con la de la comunicación humana, como hacen muchos autores ahora.

Chomsky defiende, pues, una teoría de la discontinuidad evolutiva del lenguaje, no como capacidad originada a modo de ventaja evolutiva en la socialización, comunicación y cooperación social, sino surgida repentinamente y facilitadora de aquéllas. Su tesis se enfrenta a la de los biólogos darwinistas, para quienes toda evolución comporta cambios graduales, incluida la del lenguaje, que aparecería gradualmente después de nuestra separación de los simios y las especies intermedias con capacidades lingüísticas se habrían extinguido.

******

Resumiendo todo lo visto, Chomsky aboga por la existencia de una naturaleza humana e inmutada desde que el hombre actual existe (homo sapiens sapiens), desconfía de la ciencia como la panacea resolutoria de las cuestiones más importantes, que no llegamos casi ni a concebirlas, y afirma que lo que nos hace verdaderamente humanos no es susceptible de investigación científica. A la vez mantiene, como todos sus predecesores ilustrados, que el mundo es (limitadamente) inteligible y racional, porque de la irracionalidad no puede salir esa naturaleza susceptible al análisis científico, y que hay presupuestos indiscutibles tales como la voluntad libre. Asimismo sostiene que el mundo esta constituido por procesos y entes que no podemos explicar y que una visión puramente mecanicista o fisicalista del mundo es inviable.


No sabemos cuántas de estas creaturas hizo Dios. Ateniéndose al posible surgimiento del lenguaje, coetáneo a la presencia de un alma espiritual y principal característica diferenciadora de otros animales, la mutación originaria responsable de la presencia del mismo en la mente, según Chomsky, ocurriría en algún individuo dentro de un pequeño grupo, que lo transmitiría a su prole. Al llevar a una cooperación mayor y más refinada de los que gozaran de dicha ventaja, acabarían sobreviviendo los individuos que la incorporaran a su genoma.

Esta hipótesis es perfectamente compatible con los datos bíblicos sobre los primeros humanos comunicando entre sí, siendo conscientes de sí mismos y admiradores de su entorno. De hecho, señala Chomsky, que el lenguaje es la piedra de toque de la autoconsciencia explícita ya que sin él no podemos gestionar ni darnos cuenta de nuestras ideas y pensamientos, ni de hacer juicios, esa capacidad tan humana, que necesitan de articulación lingüística para ello. En este sentido, lenguaje y autoconsciencia pueden ser coetáneos y deben de haber surgido a la vez. Esta autoconsciencia nos separa radicalmente de los otros animales y nos permite hasta pensar cosmológicamente, por ejemplo, en el concepto de bien en general, en la propia extinción de nuestra raza, en la mirada retrospectiva al pasado, o en intentar dejar un mundo mejor a las futuras generaciones.

Evidentemente, no estamos proponiendo aquí que la inherencia del alma haya causado la mutación y reorganización genético-cognitiva de la que habla Chomsky –es más, también sería compatible con una evolución continuista- sino que puede haber sido concomitante a ella y a la aparición de las primeras manifestaciones representacionales y artísticas que ha descubierto la arqueología, coincidentes con la salida de nuestros antecesores del este de África alrededor de hace unos cien mil años. Tampoco pensamos que Chomsky respaldaría esta propuesta, sino que es compatible con la suya.

Por otro lado, una de las objeciones a la hipótesis saltacionista de Chomsky es explicar cómo a partir de una sola mutación poseen todos los humanos idéntica capacidad lingüística pues no parece que haya habido suficiente tiempo para tamaña dispersión. Un "barrido selectivo" así constituye una excepción en la evolución humana, algo prácticamente inexplicable sin una intervención especial, pero no ahondaremos más en esta línea. Habrá que esperar al progreso de la investigación genética.


De: Universidad de Navarra  | Grupo Ciencia, Razón y Fe (CRYF)

 Correo: cryf@unav.es | Edificio de Facultades Eclesiásticas. Campus Universitario. 31009 - Pamplona. España






Ilustración de Gabriel San Martín


A los 8 años ya había compuesto Julius para relacionarse con personajes imaginarios.

Gabriel Marcel
7 de diciembre de 1889 - París, Francia.
Filósofo y dramaturgo.






















Gabriel Marcel, el humanista. Vida y obra.


Antecedentes históricos

Marcel fue el único hijo de Henry Marcel, un oficial del gobierno, diplomático y curador de museos. La madre de Marcel murió sorpresivamente cuando Gabriel tenía cuatro años de edad, dejándolo con una sensación de profunda pérdida. Fue criado por su abuela materna y su tía, que se convirtió en la segunda esposa de su padre. Fue un niño al que se le exigió mucho en su desempeño escolar, dentro de una escuela igual de exigente, lo que produjo en Marcel una aversión a ese tipo de educación despersonalizada. Sin embargo, tuvo una infancia en un ambiente de ternura, entre la rectitud y honestidad de su tía y el amor a la cultura de su padre.
Su consuelo eran las vacaciones a diversos países, debido a la profesión del padre. Llegó a hablar varias lenguas. La religión no jugó un papel importante en la educación de Marcel; su padre era un católico poco cumplidor, que nunca se preocupó de que fuese bautizado, y su tía-madrastra, de antecedentes judíos no religiosos, se había convertido en una liberal protestante. Esta infancia fue lo que impulsó posteriormente a Marcel a una búsqueda religiosa profunda.
Su vida será entonces un esfuerzo de comunión con todo, todos y el todo: “Participación sin Fronteras”. Estudió filosofía en la Sorbona por cuatro años. Al terminar su carrera, Marcel ejerció como profesor en diversos liceos y al mismo tiempo se dedicó a la crítica literaria. Sus trabajos fueron interrumpidos por la primera guerra mundial, donde tuvo contacto con la miseria y el dolor, esta vivencia y algunas experiencias espiritistas llevaron a Marcel a la búsqueda de la fe auténtica.


Marcel, el teatro y la música

Desde muy temprana edad siente un fuerte atractivo por el teatro y la música. Jamás tuvo la suerte de estudiar música en sentido estricto, pero percibe una gran capacidad para componer y captar el mensaje de la creación musical. Su trabajo sobre teatro es muy serio, tanto por la producción literaria, como por las críticas profundas que logra. El arte de los sonidos y el arte de las letras, le llevan a saborear lo infinito, al mismo tiempo que lo impulsan a la búsqueda de los primeros principios y de las causas últimas. Así, sin querer o queriéndolo todo, Marcel se encuentra cara a cara con la filosofía.
Sin embargo, la nostalgia lo invade al recordar la música y narra de viva voz a su amigo Davy:
Esa era, tal vez, mi verdadera vocación; en la música me siento verdadera y auténticamente creador… La música es para mí ciencia fundamental, yo hubiera podido ser músico.
Curiosamente, una mujer, su maestra, lo persuadió a los 15 años de abandonar el piano; más tarde, otra mujer, su esposa, en 1945 le pide que escriba música cuando viven en su casa de Corran. La música es su verdadera guía: ella le salva. Recibe más de músicos que de escritores y con la música entramos a lo secreto de nosotros.

Su concepto del hombre

Marcel señalaba en su filosofía que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que se ven implicados. Esta afirmación constituye el eje de su pensamiento, calificado como existencialismo cristiano o personalismo. Gabriel Marcel heredó muchas de las inquietudes de Kierkegaard, en particular respecto a la creencia de que un sentido personal de la autenticidad y del compromiso resulta esencial para la fe religiosa.
Gabriel Marcel es un pensador que se centra en una cálida preocupación por todo lo humano, de grandes exigencias éticas y claras aspiraciones religiosas, su pensamiento es fuertemente influenciado por su vida.

Para el dramaturgo y filósofo Marcel lo que importa es el hombre concreto, determinado, es decir, que se halla en una determinada situación. Esta atención que pone a lo concreto del hombre en sus situaciones explica el origen de su obra Diario Metafísico. Para Marcel el hombre existe plenamente cuando participa en su vida.

Nos invita a luchar a favor del hombre, a favor de la dignidad humana contra todo lo que hoy amenaza aniquilarlo. Sólo un honor tiene el hombre, y éste es el honor de ser hombre, sin embargo, dice Marcel, el honor se ha perdido, todo es ambiguo, sin sentido. El mundo que se está constituyendo ante nuestros ojos, es un mundo en donde la conciencia usuaria es el denominador común, cada persona cumple con su función de máquina, sólo se cuantifica su rendimiento y la despersonalización de las relaciones humanas es el pan de cada día, la idea de servicio en el sentido más profundo no cabe, servir a la verdad, servir a Dios son frases que carecen de significado. En este mundo industrializado, el hombre ya no es más una persona, padece un desamparo tan profundo que se ha roto el vinculo entre el hombre y la vida. Marcel concluye que al hombre sólo le queda la única oportunidad: apelar a un orden del espíritu que es también el de la gracia.

El llamado de Marcel al recogimiento adquiere el acento de un llamado a una apelación de la fe sobrenatural, que nos devela el misterio de nuestro ser humano y divino, y nos pone en contacto con el Dios vivo.
Él ha logrado esclarecer un conjunto de verdades, ignoradas u olvidadas, que el existencialismo ateo se ha empeñado en no ver.


Pensamiento filosófico

Marcel abogaba por una filosofía de lo concreto que reconociera que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la situación histórica del individuo condicionan en esencia lo que él es en realidad.
La filosofía de Marcel nos lleva a descubrir que sólo el ejercicio del pensamiento es lo único que puede llevar al ser humano a una claridad respecto de sí mismo y del mundo. El filósofo es un vigía de lo humano. Marcel denominó al filósofo “hombre de pensamiento” y no pensador, y la única arma con la que cuenta es la reflexión. La filosofía comienza con la experiencia concreta en vez de abstracciones.

Dos tipos de conciencia o reflexión  - 
Marcel distinguió dos tipos de conciencia para conocer la realidad: la reflexión primaria que tiene que ver con los objetos y las abstracciones. Esta reflexión alcanza su forma más elevada en la ciencia y la tecnología.

Cuando el hombre realiza la reflexión primaria para conocer su realidad, se mantiene como un espectador de sí mismo y de su mundo, sólo trata de explicarse y describir su vida siendo un observador y no un actor de la misma.

La reflexión secundaria, usada por Marcel como método, se ocupa de aquellos aspectos de la existencia humana, como el cuerpo y la situación de cada persona, en los que se participa de forma tan completa que el individuo no puede abstraerse de los mismos, es decir, que la persona deja de ser un espectador de su vida para convertirse en actor de la misma. La reflexión secundaria contempla los misterios de la vida y proporciona al mismo tiempo una especie de verdad, filosófica, moral y religiosa que no puede ser verificada mediante procedimientos científicos, pero que es confirmada mientras ilumina la vida de cada uno. La vida, para Marcel, es participación de uno mismo, con los otros y con Dios.

Problema y metaproblema

Marcel hace la distinción entre problema y metaproblema: cuando tropezamos con un problema, en las ciencias físicas, en química o en biología, nos hallamos ante una incógnita X que tenemos que despejar a partir de un determinado número de datos conocidos aplicando el método científico. Sin embargo, cuando planteamos el problema del ser, el problema del sentido de la realidad y de nosotros mismos, todo se vuelve problemático, la realidad, los demás y yo mismo, pues se trata de un problema donde todos los datos son desconocidos, entonces debido a esto acaba por desvanecerse el problema y se transforma en un misterio. El problema del ser no constituye estrictamente un problema, sino un metaproblema. Y el descubrimiento del metaproblema nos permite entender, según Marcel, que más allá del problema que nosotros abarcamos, se encuentra el misterio que nos comprende. “El problema es algo que uno se encuentra, que nos cierra el camino. Se halla totalmente ante mí. El misterio, por lo contrario, es algo en lo que me encuentro comprometido, cuya esencia implica que no puede hallarse por completo delante de mí.”


Tener y Ser

Para que la persona se redescubra a sí misma y se vuelva disponible ante el misterio del ser, debe efectuar un giro sobre sí misma e invertir la jerarquía que el mundo moderno y contemporáneo ha establecido con respecto a la categoría del tener y del ser. Según la metafísica del tener se vale por aquello que se tiene y no por aquello que se es, y el mundo y los demás son exclusivamente objetos de una posesión.

En opinión de Marcel, el origen y desarrollo de esta actitud tiene que ver con la mentalidad objetivante del racionalismo científico y técnico, para la cual el mundo aparece simplemente como un taller de trabajo y a veces como un esclavo adormilado. Aquel que posee intenta por todos los medios de mantener, conservar y aumentar lo poseído, pero al someterse ésta al desgaste y a las vicisitudes temporales, puede escapar, con lo que se convierte en el centro de los temores y de las ansiedades de aquel que aspira poseerla. Lo más paradójico de esta situación, escribe Marcel en Ser y Tener, “es que en último término parece que yo mismo me aniquile en este apego y que llegue a verme absorbido por este cuerpo al que me adhiero”.

Así, bajo el signo del tener la realidad deja de ser vida, misterio y alegría creadora, y se transforma en una vorágine de objetos que absorbe inexorablemente a quien los quiere poseer. El mundo de la categoría del tener es el mundo de la alienación y de la preocupación, sin embargo, precisamente ante esta tragedia del tener, liberándome de la necesidad de poseer las cosas, puedo convertirme en un individuo disponible para el ser, haciendo a un lado la desesperación de no ser.
El hombre contemporáneo no se da cuenta de que le han robado su libertad, está anestesiado por la mentalidad científica, por el desarrollo de la tecnología y la cultura del tener, que prevalece en el mundo en el que vive, sin embargo, para Marcel, el hecho tan sencillo de vivir le parece maravilloso y afirma que el ser humano tiene en su poder la posibilidad de acoger o rechazar este mundo trágico. Este poder es la esencia misma de la libertad del individuo.

Marcel y el cristianismo

En su ansia por hallar la trascendencia, se convierte en el incansable peregrino que se inmiscuye en los arcanos del ser. Su camino se encuentra iluminado al convertirse al cristianismo: la moneda está lanzada y Dios espera ahí, mientras Marcel siente su espalda achatada por la presión de la gravedad y la nueva responsabilidad: “Ya no dudo más. Milagrosa felicidad, esta mañana. Por vez primera he sentido claramente la experiencia de la gracia. Estas palabras son terribles, pero así es. Al fin, he sido sitiado por el cristianismo; y quedé sumergido. ¡Fausta sumersión! Sin embargo, no deseo escribir más. Empero, siento la necesidad de hacerlo. Sensación de balbuceo… es más bien un nacimiento. Todo es de otra manera. Ahora veo claro, en mis improvisaciones. Una me libra inversa a la anterior, la de un mundo que estaba ahí, realmente presente y que por fin aflora”.
Esta experiencia que cimbra la fuerza dialéctica de Marcel no puede ser recogida en un tubo de ensayo para muestra en el laboratorio ideológico de un pensamiento racional. Le lleva a la contradicción del compromiso:

Como escribía a M. (…) siento al unísono el temor y el deseo de comprometerme. Pero ahora también siento que en el origen hay algo que me sobrepasa: un compromiso aceptado a continuación de un ofrecimiento que me ha sido hecho en lo más profundo de mí mismo… He de merecer todo esto. Cosa extraña y profundamente clara que no seguiré creyendo, sino a condición de seguir mereciendo.

La luz no es total y se ve obligado a seguir en la lucha:

Todo esto me es muy difícil de aceptar, y al mismo tiempo tengo la extraña impresión de que se realiza un trabajo en mí como de resistencias enmarañadas o comprimidas; ¿es acaso una ilusión? He visto todo esto largo tiempo desde fuera. Es ahora importante acostumbrarse a una visión totalmente diferente…

Impresión de cauterización interior continua. Su recorrido encuentra tregua. Descanso que no es sino el alimento del fuego de un compromiso que cargará a cuestas, si es preciso, más allá de la muerte: aparente tranquilidad que lleva su lanchón a la turbulencia del vivir día tras día, momento a momento. Aguas que le lavan para ver más claro su compromiso: “He sido bautizado esta mañana, con una disposición interior que nunca hubiera podido esperar: ninguna exaltación, pero sí un sentimiento de paz, de equilibrio, de esperanza, de fe”.

Vive los horrores de la Primera Guerra, prestando sus servicios en un puesto de la Cruz Roja, pero ahora se recrudece más la llaga por la resistencia y la colaboración francesa, por un lado y por otro, los crímenes de los nazis y los soviets y esta actividad le “fue llevando a considerar la guerra, no tanto desde una perspectiva política, sino más bien desde una perspectiva existencial, en sus efectos sobre la imagen moral de nosotros mismos como seres vivientes”.

Marcel afirma que vivimos en un mundo roto, esta situación se caracteriza por una imposibilidad de imaginar y por la negación de la trascendencia, del Absoluto, pues hemos callado nuestra inteligencia y apagado la luz de nuestra conciencia, sólo nos queda el silencio y la oscuridad total. Marcel reitera que a la realidad a la que no tiene acceso válido la inteligencia, se llega por un camino irracional, el camino de la Fe. Señala que Dios no es un objeto dado fuera de nosotros, por el contrario, el Absoluto pertenece al mundo de la experiencia del hombre.

Cuando hablamos de Dios, dice Marcel, no es de Dios de quien hablamos, puesto que el pensamiento piensa al ser, mientras que el poeta expresa el Ser; Dios es el Tú Absoluto, de manera que la vida espiritual es esencialmente diálogo. “El ser humano es un ser operante y creador abierto a la auténtica trascendencia, más aún, es un ser que se nos da no frente a otros, como objetos, sino en comunión con otros, y sobre todo con el Ser Divino. Yo no soy nunca para mí, el otro y yo dejamos de ser indiferentes para convertirnos en un nosotros mediante el amor”.
Para Marcel, el dialogo existencial es más que un intercambio de verdades, una comunicación en el amor que dice “yo soy porque tú eres”, es una comunicación que requiere estar abierto al otro y a su misterio para reconocer nuestro coexistir. Para lograr dicha comunicación se requiere de presencia, una cierta disponibilidad al otro y una forma de estar que reconoce nuestro estar juntos ante el misterio. Esta disponibilidad se caracteriza por poder reconocer al otro como alguien tan misterioso como uno mismo, como alguien que ha vivido experiencias similares a las nuestras. Estar disponible para el “tú” de forma amorosa. En definitiva afirma Marcel, que la relación amorosa es un misterio y que una buena comunicación con otro individuo propicia un mejor reconocimiento de nuestro propio ser.

Por qué nos interesa Gabriel Marcel:

•        Para comprender al ser humano hay que verlo como “las situaciones en las que se encuentra implicado”.

•        Para conocer al ser del hombre hay que reconocerlo como experiencia concreta, como un ser participante y no como un ser objetivo como lo estudian las ciencias.

•        Ser es estar disponible a otro ser de manera receptiva, no ser un rol. La relación terapéutica implica co-participación, el uso de técnicas es un peligro porque nos despersonaliza, nos alejan del ser, de su entendimiento.

•        La existencia plena del ser humano se da cuando uno es participante y no un espectador de la realidad. Poner atención en cómo nos narra su vida, viviéndola o contando un cuento de alguien más. Ayudarlo a convertirse en actor de su vida.

•        El hombre cuenta con el ejercicio del pensamiento para conocer con claridad quien es él y el mundo en el que se halla.
•        Para Marcel el ser humano es un misterio que sólo se puede comprender desde la descripción de sus experiencias en la situación determinada en la que se encuentra. No somos conflicto, somos misterio.

•        Marcel reitera que la vida es un misterio que se puede vivir con alegría participando en comunión con otros, con el mundo y con Dios vivo.

•        La comunicación existencial es una relación amorosa que nos transforma y para lograrla se requiere de presencia, disponibilidad hacia el otro, sin dejar de vernos como misterio. La relación terapéutica se acerca mucho a la propuesta de Marcel.


De: logoforo.com
©2000 2013 - Todos los derechos reservados por María Teresa Lemus Flores.